2009-08-29

Nada de lo que entra de fuera hace impuro al hombre

Domingo XXII tiempo ordinario -B-
Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera hace al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos… Todas estas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
Mc 7, 1-23

En esta lectura de hoy vemos como Jesús arremete contra el cumplimiento vacío de la ley. Ataca la hipocresía de los que se aferran a las normas humanas y se creen perfectos por ello, pero olvidan la máxima ley, que no es otra cosa que cumplir la voluntad de Dios, es decir el amor.

Santiago en su carta es clarísimo: no hay verdadera fe ni religión pura si ésta no va acompañada de buenas obras y de atención a quienes más lo necesitan.

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2009-08-22

Tú tienes palabras de vida eterna

21 domingo tiempo ordinario - A -

Entonces Jesús les dijo a los Doce: —¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó: —Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
Jn 6, 60-69


Llega un momento en que el discurso de Jesús es tan exigente, tan rotundamente nuevo, que muchos se echan atrás y dejan de seguirlo. Mostrándose como pan de vida, se sitúa a la misma altura que Dios, y esto muchos no lo pueden aceptar. Para los judíos ortodoxos, que alguien pudiera equipararse con la Ley, con el maná del cielo, con el mismo Dios, era una herejía inadmisible.

Jesús habla claro: “El espíritu es quien da vida. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida”. Más allá de discursos, Jesús está ofreciendo toda su vida. Quienes sólo buscan en él una doctrina, una filosofía o un liderazgo político quedan defraudados y confundidos.

Pero sus discípulos, que han vivido con él, que han paladeado esa vida nueva junto a su maestro, atisban la realidad que hay detrás de sus palabras. Pedro confiesa, con fuerza, su fe: “Tú solo tienes palabras de vida eterna”. Sólo quien da la vida puede pronunciar palabras vivas. Ellos no han buscado las ideas ni las seguridades: han conocido al hombre. Y a través de él, han sabido cómo ama Dios. Han comenzado a comprender.

Sólo entenderemos a Jesús desde el amor del Padre: cuando sintamos que somos profundamente amados por un Dios que llega a morir por nosotros, las palabras de Jesús serán diáfanas y comprensibles para nosotros.

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2009-08-15

Verdadera comida, verdadera bebida

Jesús sorprende e incluso escandaliza a los hombres de su tiempo con estas palabras: "El que come mi carne y bebe mi sagre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida".

¿Somos conscientes de que cada domingo la Eucaristía nos ofrece a Cristo, vivo, con nosotros? ¿Sabemos lo que significa tomarle? ¿O acaso esta realidad nos sigue resultando tan incomprensible y lejana hoy, igual que a los judíos de hace dos mil años?

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2009-08-08

Pan bajado del cielo

—Yo soy el pan vivo que bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne de vida para el mundo..
Jn 6, 41-51

Jesús continúa hablándonos de ese pan del cielo —ese pan que sacia para siempre y que abre las puertas de la vida eterna. Él es el pan. Cuando lo proclama, sus gentes no lo entienden. Tal vez interpretan sus palabras literalmente, o bien se escandalizan porque uno de sus vecinos, un hombre de quien conocen su familia, su origen… se atreve a decir que ha bajado del cielo, comparándose al mismo Dios.

En la desconfianza y la incredulidad, no vislumbran el sentido de las palabras de Jesús. Ser pan es donarse. Lo que nos sacia a las personas es la entrega a los demás. Cuando uno deja de buscarse a sí mismo y de alimentarse de su propio vacío, cuando uno dona su vida, se encuentra y encuentra una vida distinta, densa, plena de sentido. Es esa vida eterna que promete Jesús a quienes lo seguirán. A quienes tomarán de su pan.

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2009-08-01

El que cree en mí nunca pasará hambre


—Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.
Jn 6, 24-35

Del pan de harina Jesús pasa a otro pan que sacia un hambre mucho más profunda del ser humano: es el hambre de una vida plena, intensa, bella y con sentido. Esta hambre no puede ser saciada con pan amasado por manos humanas, sino por el mismo Dios.

Jesús les explica esto a las gentes que lo siguen, mostrándose, él mismo, como pan bajado del cielo. Sus interlocutores se muestran ansiosos y escépticos. “¿Qué signos vemos, para creer en ti?”. Parece asombroso que, después de contemplar la multiplicación de los panes y los peces, y después de verlo curar a tantos enfermos, estos hombres aún duden de Jesús. La desconfianza ciega sus ojos ante la evidencia.

Hoy suceden cosas similares. Tenemos muchas evidencias del amor de Dios y de su obra en el mundo, en la creación y en las personas. Pero no tenemos la mirada lo bastante limpia para verlo y, en cambio, nos centramos en las realidades del mal y pensamos que Dios está ausente, que nos abandona. San Agustín lo dijo hace muchos siglos, con palabras muy claras y actuales: “mejorad vuestras vidas y los tiempos serán mejores”. Dios no nos abandona, pero nos hace libres y responsables. La clave para que el mundo se transforme está en nosotros. Los prejuicios, la ignorancia o la pereza mental nos mantienen aletargados y nos impiden distinguir lo que salta a la vista.

Jesús habla con mucha firmeza: quien nos alimenta, quien nos sostiene, quien da un significado a nuestra vida, es Dios. Y él es su enviado, el que hace su voluntad. En su diálogo también nos deja entrever su fuerte unión con Padre y su vocación. Él es el pan que Dios envía a los hombres. Él se da a sí mismo, da su vida, para que otros puedan alimentarse. Este es el sentido genuino de la eucaristía. Y esta es, en el fondo, la vocación de todo cristiano.

Las palabras de Jesús son tremendas e invitan a meditarlas en nuestro interior: “El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”.

De la misma manera, la persona que decide hacer de su vida una entrega a los demás, a imitación de Jesús, jamás pasará hambre y sed. Pero, antes, es preciso confiar y creer para poder ver el rostro de Dios y recibir su amor.

Quien se abre al amor de Dios para darlo a los demás es como el canal de una fuente, siempre lleno, siempre fluyendo. Nunca padecerá hambre, y a la vez estará alimentando a otros. Pero la fuente, no lo olvidemos, no está en nosotros mismos, limitados y frágiles, sino en Dios: “es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”.