2011-02-19

El amor en plenitud

7 domingo tiempo ordinario -A-
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo”, y aborrecerás a tu enemigo. En cambio, yo os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Mt 5, 38-48

En la anterior lectura, Jesús nos hablaba de superar la ley y el cumplimiento riguroso y frío de los fariseos. Apelaba a la amplitud de nuestro corazón y a nuestra capacidad de amar y ser generosos.
Hoy, Jesús da un paso más allá. No basta con poner el corazón en aquello que hacemos, sino en rebasar el sentimentalismo y los afectos y aspirar a un amor más grande: un amor a la medida de Dios.
Y va repasando una serie de situaciones conflictivas y actitudes muy humanas que casi todos nos encontramos a lo largo de nuestra vida.
Jesús nos llama a estar serenos ante las ofensas, a huir de la venganza y no devolver golpe por golpe: “pon la otra mejilla”. Esta actitud, más allá de la resignación o la pasividad, es la que nos permite romper las espirales de violencia. Devolver mal con bien cuesta, pero es la única forma, a la larga, de atajar la agresión y esas cadenas interminables de acusaciones, agravios y revanchas.
También nos aconseja evitar la mezquindad y la violencia solapada bajo el legalismo, que tantas disputas ocasiona entre las personas: “a quien te quiera quitar la túnica, dale también la capa”. Cuántos pleitos, cuántas discusiones y rupturas familiares se dan por cuestiones de herencia. Cuántas riñas entre vecinos o compañeros de empresa por el dinero, por conseguir un poco más que el otro, por reclamar lo que creemos nos corresponde por justicia. La mera legalidad no puede resolver esto. Los juzgados se ven saturados de casos por estos motivos. Y tal vez un veredicto logre zanjar la situación, pero jamás podrá recomponer las amistades rotas o los lazos familiares heridos. Cuánto mejor sería relativizar los bienes materiales y no anteponerlos jamás a las personas. Cuántos conflictos evitaríamos.
Jesús nos exhorta a ser generosos, más allá de lo que se considera “justo”: “a quien te obligue a caminar una milla, acompáñale dos”. Cuando estamos en situación de necesidad o precisamos de apoyo, compañía o auxilio, en el fondo de nuestro corazón esperamos que alguien sea solidario con nosotros. ¿Sabremos ponernos en la piel del que sufre o está necesitado?
Finalmente, llegan sus palabras más fuertes: amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen. Amar sólo a los nuestros, a nuestra familia, a nuestro grupo, a la gente de nuestra misma nacionalidad, a los que piensan como nosotros, es una pobre medida del amor. Así se forjan las lealtades de grupo, pero también los elitismos, el orgullo de clase social o de raza y, llegando a un extremo, las xenofobias. Jesús nos llama a amar a quienes nos resultan lejanos, pero aún más: a quienes tal vez están muy cerca de nosotros, pero nos están causando un daño. Amar a quien te está perjudicando, criticando; a quien busca tu ruina… Amar y perdonarle. Rezar por él. Hablar bien de él. Quizás nos parezca excesivo. Demasiado heroico. Al alcance de Jesús, porque es Dios, pero imposible para nuestros pequeños corazones tan reacios a ensancharse.
Sin embargo, Jesús no nos pide nada que no podamos asumir. ¿No seremos capaces de más? Los antiguos manuales de espiritualidad hablaban de imitar a Dios como ideal de vida. Y Dios, ¿cómo es? Es amante y magnánimo con todos, sin distinción. “Hace salir su sol sobre justos y pecadores”, dice Jesús, identificando a Dios con esa bella imagen del astro que todo lo ilumina, sin discriminar un rincón de la tierra. Jesús así lo hizo y dio testimonio, perdonando, clavado en cruz, a sus verdugos y a quienes se burlaban de él en su agonía.
Imitar a Jesús no es nada loco ni idealista: debería ser la meta de todo cristiano que quiera vivir coherentemente su fe. ¿Es imposible? Pensemos en tantos santos, cuyas vidas reproducen la del mismo Cristo, en sus momentos de gozo y de pasión, de gloria y también de cruz. Todos ellos conocieron el amor, la persecución, el éxito en algún momento, quizás, pero también el rechazo y, muchas veces, la prisión y hasta la muerte. Dios nos ha regalado un alma inmensa. Más aún, nos ha hecho hijos suyos. Y todo hijo se asemeja a su padre. Tenemos, además, la fuerza de Cristo, que nos alimenta en la eucaristía. Y la del Espíritu Santo, presente siempre que nos reunimos en su nombre. Con tales ayudas, con tal efusión de amor y fuerza, ¿no vamos a ser capaces?
Recemos y pidamos ayuda a Dios. Cuando le pedimos algo bueno, no dudemos ni un instante: nos lo concederá.

2011-02-12

La vida, el amor, la verdad

6 domingo tiempo ordinario -A-

Habéis oído a los antiguos: “No matarás”. Y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. […]
Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella [...]
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso". y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que "no juréis en absoluto". Os basta decir sí o no [...]
Mt 5, 15-37

En el evangelio de hoy, vemos a Jesús hablando de tres de los mandamientos de la ley judía, aquellos que afectan a tres cuestiones fundamentales: la vida, el amor y la verdad. Y vemos cómo Jesús no contradice la ley, pero sí la lleva mucho más lejos que un puro cumplimiento farisaico. Sabía muy bien cuán fácil es convertir la religión en un conjunto de normas estrictas y aparentar bondad de modo hipócrita.
Él va más allá del cumplimiento de unos mandatos: está apelando no tanto a la acción en sí, sino a la intención, a la verdadera voluntad que se esconde en el corazón humano. No se trata tanto de cumplir unos mandatos por obligación, porque toca o para demostrar ante el mundo cuán justos somos. Jesús no busca obediencia ciega a las leyes, sino adhesión desde el corazón.
La ley mosaica prescribe “No matarás”. Pero Jesús equipara la disputa y la crítica malévola al mismo delito homicida. No basta sólo con no matar, ¡la gran mayoría de personas jamás cometeremos ese crimen! Pero, en cambio, todos mantenemos en nuestra vida pequeños odios, rencillas, resentimientos, cuentas pendientes con otros… Quizás sin ser muy conscientes, estamos provocando mil pequeñas muertes. El quinto mandamiento llevado a su plenitud, aplicado y vivido auténticamente, nos llama a dar vida, y una vida plena, hermosa, digna y en crecimiento. Se trata de amar, respetar, tener consideración hacia los demás tal como son. Se trata de proteger la libertad y la iniciativa de todos. Se trata de no matar, tampoco, proyectos, ilusiones, sentimientos ni buena fama.
La ley también regulaba el divorcio y condenaba el adulterio, favoreciendo claramente la libertad del varón y dejando a la mujer en una situación muy desigual. Jesús es más exigente y ahonda en los deseos del ser humano. También se puede pecar de pensamiento e intención. También se puede pecar de falta de amor. Las leyes no pueden abarcar toda la profundidad de la vida humana, ni pueden sanar las heridas causadas por las rupturas. Jesús, en realidad, está haciendo una llamada al amor. El sexto mandamiento, más allá de las restricciones morales que pueda imponer, es un grito a favor del amor auténtico, ese que une a las personas para siempre. En su corrección a este mandato, Jesús también está situando a la mujer en un plano de igualdad respecto al hombre.
Finalmente, Jesús previene contra la falsedad y la arrogancia de quien jura, quizás en vano o sin el propósito de cumplir lo que dice. Y nos exhorta a decir las cosas con llaneza y sinceridad, de manera que nuestras palabras se correspondan con aquello que realmente creemos y hacemos. El octavo mandamiento es una apelación a la honestidad y a la coherencia.

2011-02-04

Ser sal, ser luz

5 domingo tiempo ordinario –A–

Las tres lecturas de este domingo, la de Isaías, el salmo 111 y el evangelio de Mateo, nos hablan de ser luz. La luz es una de las imágenes más potentes de la presencia de Dios en el mundo.
Isaías concreta con mucha claridad qué significa ser luz: la persona que comparte su pan, la que socorre a los pobres, la que no se cierra en sí misma, es la que verá “romper su luz como la aurora”. La generosidad, la apertura de corazón, no sólo causan un bien a los demás, sino al que da. Esta experiencia la viven muchas personas que saben del gozo de dar. Especialmente los misioneros y aquellos que viven entregados a los enfermos, a los más pobres, a quienes más necesitan, saben que su labor caritativa los llena de un amor y de un gozo mucho más grande que el que ellos mismos pueden dar.
A quienes claman al cielo rogando que venga Dios a resolver los problemas del mundo, bien se les podrían leer estas líneas. Comprenderían así que Dios está presente y actúa por medio de aquellas personas que, abriendo su espíritu, se lanzan a vivir por y para los demás.
El salmo corrobora esta realidad. El justo brillará en las tinieblas, jamás vacilará, no sucumbirá al miedo ni a la angustia. Ante tantas personas que viven deprimidas y no encuentran sentido a su vida, ¡cuán necesario es que alguien les muestre que lo hallarán el día que dejen de pensar en sí mismas y busquen el bien de quienes les rodean!
Jesús, en el evangelio, recoge esta verdad que abunda en el Antiguo Testamento: la del hombre justo, generoso y amigo de Dios, cuyo recorrido por la tierra va dejando un rastro de luz y de vida. Pero Jesús no se queda aquí y va más lejos. Nos advierte de dos cosas. La primera, nos alerta para que no nos enorgullezcamos pensando que nosotros somos fuente de luz y de sabor. No, la luz no es nuestra, sino que viene de Dios. Nosotros la transmitimos, como candela encendida, Él prende el fuego, nosotros lo alimentamos. La segunda, es que esa luz puede esconderse. También la sal, que da sabor a las cosas, puede volverse sosa. Recibir esa luz comporta una exigencia, ¡no la dejemos apagar! O no la escondamos, conservándola solo para nosotros.  La luz se alimenta con nuestro trabajo diario, que completa el don de Dios. Y se muestra con nuestra generosidad, compartiendo lo que hemos recibido y anunciándolo. No sofoquemos la voz de Dios cuando quiere hablar a través de nosotros.
Humildad y generosidad podrían resumir nuestra actitud ante el don de Dios. Humildad para no creernos que somos nosotros los artífices de cuanto hacemos bien. Y generosidad para ser valientes y anunciar sin reservas ni temor aquello que se nos ha dado.
De esta manera, como dice Jesús, “alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.

2011-01-28

Felices aquellos que...

4 domingo t. ordinario -A-

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Mt 5, 1-12


Un retrato vivo de Jesús

Las bienaventuranzas son la imagen viva del corazón de Jesús. Definen su forma de ser y actuar y son un modelo para los cristianos de hoy. Rodeado por la multitud, Jesús habla especialmente a sus discípulos; es a ellos a quienes van dirigidas estas palabras.

En las bienaventuranzas podemos distinguir dos partes: las cuatro primeras hacen referencia a situaciones o circunstancias en las que podemos encontrarnos —sufrimiento, incomprensión, injusticia— ante las que afirma que, pese a todo, podemos hallar consuelo y ser felices. Las cuatro últimas reflejan el deseo de Jesús de imitar la bondad de Dios.

Las bienaventuranzas del consuelo

Felices los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Con esta bienaventuranza, Jesús se refiere a la indigencia espiritual. El pobre es aquel que reconoce que no es nada y que todo cuanto posee es don de Dios. No habla tanto de una pobreza económica, sino de una actitud existencial. En este sentido, Jesús fue pobre porque se abrió a Dios y confió total y plenamente en él. El Reino de los Cielos será de aquellos que tengan su esperanza puesta en Dios, aquellos que dejen que Dios reine en sus vidas. El pobre de Yahvé es un concepto bíblico que define al hombre que sólo se apoya en Dios y sólo en Dios encuentra su amparo.

Felices los que lloran, porque serán consolados. Jesús también lloró y, muy especialmente, ante la muerte de su amigo Lázaro. Las lágrimas reflejan dolor e impotencia, pero los cristianos hemos de saber que Dios es nuestro gran consuelo. Si lo buscamos, en los momentos más difíciles de nuestra vida, él nos dará la fuerza vital para seguir adelante.

Los cristianos también hemos de convertirnos en consuelo y soporte para otros que están desanimados, desorientados y abatidos. Esta bienaventuranza tiene mucho que ver con la primera: el dolor es otra forma de pobreza.

Felices los que sufren, porque ellos heredarán la tierra. Jesús alude a su propio sufrimiento ante el rechazo del pueblo judío. Ya en su infancia tuvo que huir y durante toda su vida conoció la persecución. El sufrimiento acecha constantemente en el camino de Jesús, hasta llevarlo a la muerte en cruz.

Con esta bienaventuranza, se nos interpela a ser solidarios con el dolor humano. ¿Cuántas veces generamos sufrimiento a nuestro alrededor? Nos puede horrorizar el dolor que vemos en el mundo y, sin embargo, quizás estamos provocando sufrimiento cerca de nosotros por egoísmo o por cosas sin importancia. Pensemos que, cada vez que estamos haciendo sufrir a alguien, estamos hiriendo al propio Cristo, clavado en la cruz.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Estas palabras pueden tener una lectura social: las personas que padecen injusticias quedan empobrecidas, oprimidas, privadas de la alegría y de la libertad. Se habla mucho de la justicia social; tener lo básico para subsistir es un derecho que todos los cristianos deberíamos defender. Cuantas más personas vivan en situaciones injustas e indignas más nos alejamos del Reino de Dios.

Sin embargo, esta bienaventuranza no habla sólo de leyes humanas, sino de ética. Nosotros mismos, muchas veces, somos causantes de injusticias por recelos, envidias, egoísmo o ambición.

Finalmente, Jesús alude a la justicia de Dios. Esta es la máxima justicia, que va más allá de dar a cada cual lo que creemos se merece. La justicia de Dios es amor, es generosidad sin medida. Los cristianos hemos de aprender de esta magnanimidad y, a partir de aquí trabajar por una sociedad ecuánime y justa, siempre desde la óptica de Dios, para quien todo ser humano es digno y valioso.

Las bienaventuranzas del apóstol

Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. La misericordia, la piedad, es un atributo del corazón de Dios. Él se compadece de sus criaturas, como vemos en tantas ocasiones en el Antiguo Testamento, y en los mensajes de los profetas. En el Nuevo Testamento, la parábola del hijo pródigo nos muestra con gran claridad esa imagen de un Dios misericordioso. Jesús es la máxima expresión de la compasión de Dios.

Ser compasivo también debe ser un atributo del cristiano. Esto nos lleva a reflexionar cuánto nos cuesta ser misericordiosos con los demás. Si algo no nos gusta, enseguida señalamos, criticamos y mantenemos actitudes duras y agresivas contra aquella persona que nos contraría. Hemos de aprender a ser como Jesús, benignos y comprensivos. Sólo así podremos ayudar a reparar, con dulzura, los errores. Dios es infinitamente paciente con nosotros; seamos como él, y así alcanzaremos misericordia.

Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. El corazón de Jesús es la imagen diáfana de la pureza de Dios. Podremos ver su rostro si nada oscurece nuestra relación con Dios y con los demás. El egoísmo, los celos, la agresividad, la tristeza y la desesperanza manchan nuestro corazón. Ofrezcamos estas flaquezas a Dios en nuestra oración, y dejémonos limpiar por el viento amoroso de su Espíritu.

Felices los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Los cristianos estamos llamados a ser pacificadores. Pero no podremos trabajar por la paz si no tenemos paz dentro de nosotros. Y la fuente de esta paz justamente nace de Dios. Cuando nos sentimos plenamente hijos suyos, la paz invade nuestra vida y nos empuja a expandirla.

Los medios de comunicación nos muestran a diario conflictos bélicos por todo el mundo. Horrorizados, nos preguntamos el por qué de tanta violencia. Pero la guerra no nace de improviso, sino que es la suma de muchas pequeñas violencias, que se gestan en cada persona, en las familias, entre los vecinos, en la sociedad… Así, miles de gotitas de violencia forman arroyos, ríos y llenan el mar. Cuando se acumulan océanos de violencia, es muy fácil que estalle un conflicto armado.

Hemos de empezar a ser constructores de paz comenzando por nuestro entorno más próximo: evitando discusiones, enfrentamientos innecesarios, heridas. En cambio, hemos de favorecer una convivencia serena, pacífica, basada en la confianza. Los cristianos, como Jesús, estamos llamados a ser apóstoles de la paz.

Felices cuando por mi causa os persigan y os calumnien. Estas palabras son una alusión clara al mismo Jesús, que avisa a sus discípulos: ellos pasarán por las mismas pruebas. Por él, los cristianos somos calumniados, perseguidos, desplazados. La causa de nuestro sufrimiento es nuestra fe. Con esta bienaventuranza Jesús nos habla de su propia pasión y muerte y está prediciendo los futuros martirios del Cristianismo.

Testimonios valientes de la fe

Hoy día quizás los cristianos ya no somos perseguidos ni llevados al patíbulo, al menos en nuestros países occidentales. Pero nos cuesta mantenernos fieles a Jesucristo, pues la fe va contracorriente de las tendencias del mundo. Por otra parte, las formas de persecución son mediáticas. Es en la prensa y en los medios masivos de comunicación donde se produce una persecución sin tregua. Después de veinte siglos, el mundo sigue rechazando a Dios, intentando desplazar la dimensión religiosa de la sociedad.

Hablar del martirio hoy suena arcaico. Pero hemos de recuperar el sentido de esta palabra: “mártir” es testimonio, y los cristianos de hoy deberíamos conservar la capacidad para manifestar nuestra fe sin temor. Vemos cómo en algunos países, donde no se reconoce la fe cristiana, religiosos, sacerdotes y laicos son perseguidos e incluso masacrados. Su ejemplo ha de motivarnos a ser valientes.

Los cristianos nos movemos entre la apatía y la agresión y el rechazo de la fe. No es fácil mantenerse firme, pero Jesús nos recuerda que la recompensa será grande para los que sepan seguir fieles y confiando en él. Tenemos un don que hemos recibido generosamente y hemos de regalarlo. El mundo necesita testimonios de la fe.

2011-01-22

El pueblo en tinieblas vio una gran luz

3 domingo tiempo ordinario -A-

...Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. [...] Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
Mt 4, 12-23


Jesús llama a los primeros discípulos

El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz. Después de la muerte de Juan Bautista, Jesús aparece como una luz que brilla en medio de su tierra. Tomando el relevo de Juan, comenzará con entusiasmo su ministerio público, predicando el mismo mensaje que proclamara el Bautista: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Jesús recoge esta misiva para ir preparando al pueblo de Galilea, que entonces era tierra de gentiles, donde los fieles judíos formaban una minoría, rodeada de población pagana.

Pero Jesús sabe que esta gran misión de la palabra pasa por interpelar a los primeros discípulos. No quiere permanecer sólo, sino que llama a un grupo de seguidores para que estén junto a él y expandan también la noticia del Reino de Dios. Podríamos decir que con ellos nace el germen de la iglesia, que luego estallará en Pentecostés: la iglesia fundacional.

Pedro, Andrés, Juan y Santiago dejan el negocio del mar para seguir a Jesús. Él llama a estos hombres de la mar para que lo sigan y juntos recorrerán los caminos de Galilea, proclamando el Reino de los Cielos.

Jesús nos llama a nosotros hoy

Esa luz que iluminó las tierras galileas asoma también en nuestro corazón. Hoy, Jesús nos llama a seguirle, a estar con él, a recorrer nuestras calles y ciudades, nuestras Galileas contemporáneas. Nos pide dejar las redes, todo aquello que nos impide ser libres para confiar totalmente en él. No nos pedirá, quizás, que dejemos nuestros negocios, nuestras familias, nuestros hogares. Pero sí nos pedirá que dejemos atrás todo cuanto aprisiona nuestra valentía para poder caminar junto a él.

Esto implica confianza y una profunda conversión. La palabra conversión significa girarnos hacia él, emprender un nuevo itinerario, fiarse pese a las dudas o a la oscuridad. Como los primeros discípulos, estamos llamados a seguirle inmediatamente, sin vacilar. Esta es nuestra vocación cristiana: en el centro de nuestra vida religiosa ha de brillar Cristo. Sin miedo, inmediatamente, hemos de decir sí al proyecto de nuestra vocación cristiana. Hoy, más que nunca, el mundo necesita cristianos firmes y decididos que prediquen con todas sus fuerzas que Dios nos ama.

La necesaria conversión

Hoy estamos aquí porque ya hemos dicho sí, ya le hemos seguido. Por eso participamos de la eucaristía, del sacramento del amor de Dios. Quizás nuestra conversión pase por ser conscientes de nuestra identidad misionera y evitar la apatía, no dejando que la frialdad religiosa del entorno ponga obstáculos en nuestros pasos hacia Jesús. Quizás creemos estar totalmente convertidos cuando todavía hay desunión dentro de los mismos seguidores de Jesús. San Pablo en su carta a los Corintios nos recuerda que somos uno, que el cuerpo de Cristo no está dividido. Sólo en la medida en que estemos unidos a Cristo estaremos convertidos.

Como comunidad de la Iglesia, hemos de anunciar y proclamar el evangelio, igual que hicieron Jesús y los suyos. Y, además de difundir esta buena nueva, también tendremos que aliviar el dolor y curar enfermedades, especialmente las dolencias del alma, aquellas que nos hacen sentirnos vacíos. Hoy, más que nunca, el mundo necesita la dulzura y el amor de Dios. Nosotros, como cristianos, somos las manos sanadoras y amorosas de Dios Padre.

2011-01-15

Este es el Cordero de Dios

2 domingo tiempo ordinario -A-

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo"... “Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios".
Jn 1, 29-34

El cordero, símbolo de una entrega

Con este evangelio, podemos decir que ha culminado la misión de Juan el Bautista de preparar al pueblo judío ante la venida del Mesías.

El Mesías, el hijo del Hombre, el hijo de Dios, ya es un adulto consciente de su tarea ministerial. Juan lo ve llegar y dice de él: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. ¿Qué significan estas frases? ¿Qué evoca la palabra cordero, más allá de una connotación bucólica?

Juan reconoce que Jesús es el Hijo de Dios. También él esperaba al Mesías; preparaba al pueblo, pero no sabía quién sería el elegido. Aunque conocía a Jesús como primo, ignoraba su dimensión trascendente, su relación con Dios. Por eso dice dos veces, “no lo conocía”, en un sentido espiritual de la palabra.

Después del Jordán, Jesús inicia su ministerio público siendo consciente de que cumplir la voluntad de Dios será un itinerario que pasará por entregar su vida. El que quita el pecado del mundo derramará su sangre y se entregará por amor hasta dar la vida por rescate de todos. Este es el sentido de la palabra cordero. Jesús mismo se entregará como víctima, de la misma manera que en la antigüedad los corderos eran sacrificados para aplacar la ira divina. Pero, esta vez, su entrega será libre y voluntaria, unida a la voluntad de Dios.

Juan, el hombre despierto

Juan se exclama, al ver a Jesús. Vemos en él dos actitudes muy importantes. Una, la de reconocer al hijo de Dios. Los cristianos ya no estamos en esa etapa de expectación, pues sabemos que Jesús ha venido. Pero no siempre sabemos reconocerlo. Él se manifiesta de mil maneras por todo el mundo. ¿Sabemos descubrir la presencia de Cristo en el mundo? ¿Cómo y de qué manera viene a nosotros? Hemos de estar muy despiertos, abiertos a los signos de los tiempos, para darnos cuenta de que Dios habla con un lenguaje diferente al nuestro –el lenguaje del amor, de la caridad, de la generosidad– y en él descubriremos la huella de su bondad en medio del mundo.

En nuestro testimonio, los demás han de poder ver que somos seguidores de Jesús de Nazaret. Aunque esto a veces pase por el dolor y la cruz. Con nuestro trabajo apostólico, estamos redimiendo el mundo. Estamos llamados a luchar y a trabajar para que en el mundo haya menos pecado, menos egoísmo, menos envidias; para que el mundo gire hacia Dios y no se vuelva contra él.


La humildad de Juan: saber apartarse

Es hermoso constatar la humildad de Juan Bautista. Cuando señala a sus discípulos, “Este es el cordero de Dios”, está cediendo paso a Jesús. Se retira y deja que Jesús culmine el proyecto de Dios. Juan ha realizado una tarea pedagógica de preparación a la esperanza; ahora Jesús toma el relevo y convierte la esperanza en alegría y en amor. Por eso Juan, humildemente, se reconoce poca cosa ante él. Asume que su labor educativa ante el pueblo de Israel ha acabado y que Jesús tomará el testigo.

Los padres y los educadores también hemos de ser conscientes que, a veces, hemos de apartarnos para que los otros crezcan. A veces se crean relaciones de dependencia o de sumisión entre padres e hijos, o en las empresas, cuando alguien demuestra capacidades de gestión y se le ponen trabas para que no destaque sobre los otros. Juan se aparta. Los cristianos muchas veces tendremos que apartarnos para que otros retomen con entusiasmo la propagación de la fe.

Hoy, en nuestras eucaristías, a vista de pájaro, vemos que hay muy poca gente joven. Los sacerdotes han de confiar en ellos. Hemos de dejar que la gente joven ascienda, que crezcan en su potencia intelectual, espiritual, de generosidad y de amor. Juan lo hizo. Él se apartó para que Jesús tomara el relevo.

Dar testimonio, prueba de valor

Pero Juan también recibe un don. “He contemplado al Espíritu Santo que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él”. En aquel que está bautizando se cumplen las expectativas del pueblo judío. Por fin llega el que tiene que salvar a su pueblo, Israel. Y, de nuevo, lo reconocerá con hermosas palabras: “Yo he dado testimonio de que realmente es hijo de Dios”.

Los cristianos de hoy, ¿damos testimonio, en un mundo en el que nada parece favorecernos? ¿Somos lo bastante valientes? En una sociedad fría quizás no apetece mucho hablar de Dios y testimoniar lo que somos. Sin embargo, esto es muy importante. Si decimos que somos cristianos, si participamos del don eucarístico y recibimos la gracia de los sacramentos; si rezamos y decimos que creemos en Dios, ¿cómo vivimos todo esto de puertas afuera? No puede haber un divorcio entre lo que decimos que somos y lo que manifestamos afuera. ¿Nos es un problema testificar, decir quiénes somos? ¿Reconocemos que estamos aquí porque nos vincula algo trascendente? ¿Creemos realmente que Cristo resucitado está presente en medio del mundo, en medio de la sociedad, en medio de nuestra comunidad? ¿Creemos de verdad que Jesús nos ha cambiado la vida y que, a partir de ahora, todo cuanto hagamos configurará nuestra existencia con la suya?

Es el momento en que el laicado dé testimonio de su fe. Así lo vimos en esa manifestación celebrada en Madrid, hace unas semanas, con el fin de promocionar la familia. Es importante que los cristianos seamos muy conscientes de lo que realmente somos, aunque esto comporte rechazo social.

La exigencia del Cristianismo

Hoy día, vemos cómo crecen las religiones de moda y otras grandes creencias, como el Budismo o el Islam. En cambio, en la Iglesia, parece que cada vez quedamos menos. En Occidente, somos una minoría que decrece. Creo que una de las razones es que ser cristiano es exigente. Seguir una religión a la medida de uno mismo, o crearse la imagen de un Dios que nos permite lo que queremos, es fácil. Muchas seudo religiones nos invitan a fabricar un Dios a nuestra manera. No estamos siguiendo al Dios de Jesús de Nazaret; estamos fabricando nuestra propia concepción de Dios. Y todo cuanto signifique adaptar las exigencias de un Dios que nos va bien, finalmente, rebaja la calidad espiritual de la vocación y del seguimiento a Jesús. No es fácil, por eso somos poquitos. No porque digan que la Iglesia está metida en política, o por otros motivos.

Jesús cambió el mundo, y lo seguirá cambiando. Pero el crecimiento de la Iglesia dependerá de nuestra autenticidad. Nosotros somos herederos de ese legado espiritual y, en la medida en que seamos conscientes de que hemos de transmitirlo, la fe cristiana crecerá.

Somos pocos, entre otras cosas, porque en el fondo nos cuesta identificarnos con Cristo. Venir a misa nos ayuda, y la oración nos fortalece. Pero no puede haber una disociación entre fe y vida pública, entre fe y relaciones civiles. No podemos separar nuestra creencia entre nuestro ámbito laboral y social. Si se produce esta separación, la frialdad religiosa y al alejamiento crecen y nos acaba invadiendo la apatía.

Un reto para el futuro próximo

Entiendo que hoy la sociedad y la cultura nos ofrecen sistemas de creencias muy diferentes, y hemos de respetar mucho las opciones personales de cada cual; nadie es mejor que nadie. Hemos de ser personas encarnadas en nuestra cultura, allá donde estamos, en nuestro lugar. No es lo mismo vivir en Sudamérica o en Africa que en esta Europa fría. Ahora, más que nunca, los cristianos necesitamos despertar, levantarnos y entusiasmarnos, empujándonos unos a otros para construir nuestro futuro. De lo contrario, ¿qué será de la Iglesia? ¿Qué será de nuestra fe, dentro de treinta o cuarenta años? ¿Habremos pasado el relevo a nuestros hijos y nietos? ¿Qué sucederá con los futuros políticos que no crean?

Nuestro reto es ser capaces de formar a nuestros hijos y jóvenes en la fe. En otros países, en América Latina, es extraordinario contemplar la vitalidad de una Iglesia más joven, de sólo quinientos años, y el gran número de jóvenes creyentes. En Europa, si los adultos no damos testimonio, ¿qué será de los que vienen? Tenemos la obligación de comunicar que, más allá de lo material, hay otros elementos que nos hacen existir y que dan sentido a nuestra vida. No todo es hedonismo, narcisismo, relativismo. No todo es imperialismo ni poder. También existen el amor, la generosidad, la lucha por los derechos humanos y civiles de los más pobres.

Venir a la eucaristía ha de ser un revulsivo extraordinario para llegar a identificarnos totalmente con Cristo. Seamos valientes, intrépidos. Seamos gallardos y tenaces para proclamar lo que somos; para testimoniar que somos cristianos y seguimos a Jesús de Nazaret.

2011-01-08

El Bautismo de Cristo

Cerramos el ciclo de Navidad con el Bautismo de Cristo, otra de las manifestaciones de Dios hecho hombre. Este momento marca el inicio del ministerio público de Jesús, siendo él plenamente consciente de su filiación con el Padre.

Los evangelios no relatan apenas nada de la infancia y la adolescencia de Jesús. Durante sus primeros treinta años de vida, vivió como un hebreo más, pero posiblemente fue un hombre con grandes inquietudes... Finalmente, llegada su adultez, Jesús decide no quedarse en Nazaret, con su familia, e iniciar su empresa evangelizadora.

Leer toda la plática aquí.

2011-01-01

Santa María

Celebramos hoy la fiesta de la maternidad de Dios. Es la fiesta de una mujer que abrió sus entrañas para hacer posible el misterio del verbo encarnado, el misterio de ese Dios que necesita de la humanidad y de María para hacerse presente en medio de nosotros. Para los cristianos, es importante comenzar el año celebrando la fiesta de la primera creyente, la primera que supo abandonarse y confiar totalmente en Dios.

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2010-12-25

Día de Navidad

Celebramos hoy la Navidad, un acontecimiento que ha cambiado nuestra cultura y nuestra historia. El nacimiento del Niño Jesús da un vuelco a nuestra forma de pensar y de vivir. Navidad es la humanización de Dios, hecho niño, y a la vez es la elevación, la divinización, del ser humano, que se convierte en hijo de Dios.

El niño que nace en Belén contiene un mensaje... Seguir leyendo aquí.

2010-12-18

IV domingo de Adviento - ciclo A -

La lectura de este domingo nos lleva a reflexionar sobre la figura de José, esposo de María. Se establece un paralelismo entre el sí de María en la anunciación de su maternidad y la respuesta de José al mensajero de Dios. Esta respuesta también es un sí al designio del Señor. Su aceptación era necesaria para culminar la encarnación. Dios quiere contar con la voluntad de María y José, con su libertad y su amor, para hacerse hombre.

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2010-12-11

III domingo de Adviento - ciclo A -

El evangelio nos muestra cómo los discípulos de Juan acuden a Jesús y le preguntan si él es el que ha de venir. La expectación llega a su momento culminante: el Mesías está cerca. Por eso, en la liturgia de este tercer domingo de Adviento, hay un componente de alegría y de fiesta ante la venida del Señor.

La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan recoge las palabras del profeta Isaías: los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Reino de Dios. ¿Qué significa todo esto?

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2010-12-04

II domingo de Adviento - ciclo A -

La misión de Juan el Bautista es importante: preparar al pueblo judío para la venida del Mesías. Juan se hace eco de la profecía de Isaías: Allanad el camino al Señor, enderezad sus senderos. El Bautista pertenece a ese resto fiel del pueblo de Israel que cree en la venida del Mesías y prepara a su pueblo para el momento crucial de su irrupción en la historia. Y lo hará llamando a las gentes a la conversión: Convertíos, que el Reino de los Cielos está cerca. ¿Qué significa la conversión? Seguir leyendo aquí.

2010-11-27

I domingo de Adviento - ciclo A -

Iniciamos un tiempo fuerte litúrgico: el Adviento, y nos preparamos para la venida del Mesías. Este es un tiempo en que los cristianos estamos invitados a reflexionar sobre el sentido de la esperanza cristiana. ¿Qué significa? ¿A quién esperamos? ¿Cómo esperamos? ¿Por qué?

La esperanza cristiana es aquella actitud vital que nos hace trascender de nosotros mismos para mejorar todo cuanto existe a nuestro alrededor. El cristiano tiene la esperanza de que el mundo puede cambiar, y también el corazón humano, sus ideas y sus sentimientos, su libertad.

2010-11-20

Cristo Rey del universo

El reinado de Cristo tiene su momento culminante en el Gólgota. ¿Qué significa reinado de Dios?

No nos referimos a un espacio físico ni geográfico, sino al corazón de uno mismo: Dios quiere reinar en nuestro corazón, en nuestra vida entera. Fijémonos en la figura del rey: un hombre clavado en la cruz, un hombre que, en la meta de su misión, ha puesto el servicio y la entrega a los demás, pasando por el sacrificio, el holocausto y la muerte. Hablamos de una realeza que nada tiene que ver con la realeza de las monarquías europeas o de Oriente. ¿Qué rey acaba en la cruz, condenado por su infinito amor a los demás hombres?

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2010-11-13

Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas

Domingo XXXIII tiempo ordinario - ciclo C -

Las predicciones de Jesús responden a un género literario apocalíptico, pero reflejan la realidad en muchos lugares de nuestro planeta. Jesús describe la fuerza del mal que se desata sobre el mundo, nutriéndose de la prepotencia y el afán de poder del hombre, capaz de generar devastación por no abrir su corazón a la novedad del mensaje de Dios.
Y Jesús nos alerta. Seguir leyendo toda la reflexión.

2010-11-06

Un Dios de vivos

Domingo XXXII tiempo ordinario - ciclo C -


La secuencia del evangelio de hoy recoge el sarcasmo y la incredulidad de un grupo de saduceos, que representan la élite intelectual y económica de la cultura judía. Con la insidiosa pregunta que hacen a Jesús sobre el caso de los siete hermanos fallecidos y su viuda, cuestionan la resurrección haciendo alusión a la ley de Moisés. Pero Jesús responde apelando a las mismas escrituras, recogiendo el episodio de la zarza ardiente y manifestando que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es un Dios de vivos. Con esta afirmación, Jesús asienta doctrina sobre la resurrección.

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2010-11-01

La alegría de los que aman a Dios

Fiesta de todos los santos - C -
En aquel tiempo, viendo Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los Cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Mt 5, 1-12

El retrato de los santos

Los miembros de la Iglesia celebramos hoy la fiesta de Todos los Santos: tanto los anónimos, las miles de personas que han muerto y reposan en la gloria de Dios, como los canonizados, cuya vida nos es un ejemplo y que veneramos en los altares.
Todos ellos son santos. Pero, ¿en qué consiste la santidad? ¿Qué es un santo?
La santidad es un concepto cristológico. Jesucristo es el Santo de todos los santos. Y lo es porque abrió su corazón a Dios, viviendo una íntima relación con él, en toda su plenitud. La vivencia plena del amor de Dios: esto es la santidad. Y esta experiencia ha sido el tesoro de innumerables personas, de épocas, orígenes y carácter muy diversos. En nuestro santoral encontramos gigantes, como san Pedro y san Pablo, santa Teresa, san Ignacio, la madre Teresa de Calcuta… hasta los últimos casi quinientos mártires beatificados. La cercanía a Dios a lo largo de sus vidas y el profundo alcance de su amor son la característica propia y común de todos los santos.
El autor sagrado nos presenta un retrato robot del santo en las bienaventuranzas. Es un texto que aparentemente suena como una contradicción. ¿Cómo se puede ser feliz en la tribulación? ¿Cómo vivir con alegría en medio del sufrimiento? Todas las bienaventuranzas van seguidas de una promesa de vida eterna: ganar el Reino de los Cielos.
El primer bienaventurado es Cristo, el que hace la voluntad del Padre, aunque sabe que esto le acarreará consecuencias: dolor, persecución y muerte. Por tanto, las bienaventuranzas son, en realidad, un retrato del mismo Cristo y un mensaje de aliento a sus seguidores, que un día imitarán sus pasos por fidelidad y amor a Dios.

Los pobres de espíritu

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. La pobreza de espíritu no se refiere a la pobreza sociológica o económica, sino a la actitud humilde ante Dios. Cristo se despoja de todo su rango para abrazar la humanidad. Abraza la cruz, se hunde en la muerte, y luego resucita.
El pobre de espíritu tiene una actitud de apertura, de generosidad; da lo que tiene, todo lo comparte. Este es el pobre teológico y franciscano. Cuando Cristo se encarna, se abandona, confía, abre las puertas de su corazón a Dios. Este es el sentido de la palabra pobre en este contexto. No tiene nada que ver con lecturas sociológicas o marxistas que han querido ver un contenido político en este evangelio. Es el pobre de Yahveh, expresión bíblica que designa al hombre que se abandona y confía totalmente en Dios. Este pobre de espíritu vivirá la bella experiencia de la proximidad de Dios ya en su vida terrena. Dios reinará en su existencia, ahí comienza el Reino para él.

Consuelo para los que lloran

Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Cristo llora. Ante la tumba de su amigo Lázaro, a quien amaba, solloza. Dichosos los que lloran con motivos bien fundados. No los que derraman lágrimas de rabia porque no pueden obtener sus deseos, o porque no alcanzan las cosas que ambicionan. El evangelio nos habla de las lágrimas derramadas por amor, las lágrimas del que llora porque ama. Muchas personas lloran a causa del sufrimiento, el dolor o la injusticia, moral o social. Pero, ¡cuántas lloran porque son fieles a sus convicciones y son, por ello, rechazadas! ¡Cuántas lloran porque no hallan respuesta a su amor! Dios está cerca de esas personas heridas, que vierten su llanto a causa de la amistad, la paciencia y la ternura.

Los sufridos heredarán la tierra

Dichosos los que sufren, porque ellos heredarán la tierra. Seguir a Jesús a veces nos comportará sufrimiento e incomprensión. La Iglesia, por amor a Dios, sufre golpes y ataques. Pero quien permanece fiel encontrará un mundo nuevo. Esa tierra nueva, de la que también habla el Apocalipsis, es en realidad el encuentro pleno con Dios, el paraíso.

Hambre de Dios

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados. Esa hambre, esa sed, son el anhelo de Dios, el deseo de su amor. Cuando uno padece hambre y no puede alimentarse, se debilita. Así, también la persona hambrienta de amor desfallece. Mucha gente sufre hambre de Dios, busca y no lo encuentra. La justicia evangélica no es la justicia de las leyes —¡a veces la justicia humana es tan injusta!— sino la justicia de Dios.
La justicia divina es el amor de Dios, que no consiste en juzgar, sino en la generosidad absoluta, que va mucho más allá de dar a cada cual lo que le toca. La justicia de Dios es derroche de bondad. Los que persiguen esta justicia son los que tienen hambre de ser mejores, de amar más, de crecer, de compartir su sabiduría, su experiencia. No estamos hablando de derecho jurídico, sino de la benevolencia que brota de Dios.
La Iglesia nos ofrece la mejor comida para esta hambre: la eucaristía. El mismo Cristo se nos da como alimento y bebida que nos sana y repara nuestras fuerzas.

Misericordia infinita

Dichosos los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia. La misericordia es otra característica de Jesús, siempre paciente, rebosante de compasión y de comprensión. A nuestro alrededor solemos encontrar justamente lo contrario: la dureza y la crítica son constantes. Juzgamos a los demás sin comprender su situación. Dichosos los que tienen un corazón compasivo, dice Jesús, porque ellos también recibirán la comprensión y la ternura de Dios. La parábola del hijo pródigo es el mejor ejemplo de esta misericordia. El Padre contempla a su hijo perdido con magnanimidad y compasión infinita, es todo amor.

Los limpios de corazón

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. El hombre más limpio de corazón es Jesús, que nace sin mancha. Esta bienaventuranza alude a la honestidad en las actitudes morales y éticas. El egoísmo, los recelos, las envidias, empañan nuestro corazón. Cuando depuramos nuestras intenciones y barremos la suciedad del alma, el deseo de vanagloria, el afán de posesión y de dominación sobre los demás, entonces nuestro corazón queda limpio y abierto. Los sacramentos nos lavan, especialmente el de la reconciliación, y nos ayudan a dejar atrás todo aquello que nos impide estar en comunión con Dios.

Los  constructores de paz

Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Jesús es el príncipe de la paz. Llega a morir para que otros no mueran por él. Su paz no es una ausencia de conflictos, sino que sale de lo más hondo del corazón humano. Es la paz que brota del interior, cuando uno se sabe profundamente amado por Dios. Esa certeza genera tal sosiego, tanta calma, que nadie la puede arrebatar al que así la siente.
Los que trabajan por la paz no son sólo los pacifistas, o los activistas que se manifiestan, gritando, pidiendo paz. El primer paso para construir la concordia es estar en paz con uno mismo. A partir de ahí, hemos de buscar la paz con el cónyuge, con la familia, con los vecinos, los compañeros de trabajo, la sociedad. La persona pacífica sabe que sólo la fuerza de la paz, de la justicia y del amor puede cambiar el mundo. La paz nace en lo hondo de uno mismo, al igual que la guerra. ¡Cuántas pequeñas guerras estallan a nuestro alrededor y, a veces, las alimentamos! Comienzan con las luchas internas, pasan a las peleas en el ámbito personal, familiar, laboral y social… hasta llegar al internacional. Por eso es tan importante educar, ya a los niños desde pequeños, a buscar la paz interior y en la convivencia. Evitemos esas pequeñas masacres en nuestros ámbitos cotidianos.

El gozo de los perseguidos

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia… Dichosos cuando os insulten, os calumnien y hablen mal de vosotros, por causa de Dios. Llegamos al aspecto martirial de la santidad. Hay opciones en la vida que no son negociables, como el ser cristiano. No renunciar a nuestras creencias nos puede llevar a un rechazo social: lo vemos en los medios de comunicación y en los ambientes políticos. Pero Jesús nos anima: estad alegres y continuad adelante. Él no se echó para atrás. No renunció a proclamar su condición de hijo de Dios y por ello fue juzgado, condenado, torturado e insultado. Finalmente, fue conducido a la muerte en cruz. Cristo es el primer mártir.
La recompensa de los fieles es la proximidad de Dios y gozar de una alegría que no se marchita. No es un alborozo propio de quien consigue lo que quiere y vive libre de preocupaciones, no. Es la alegría de la fe. Nuestra alegría se sustenta en lo que creemos, vivimos y celebramos. Nuestra alegría es el propio Jesús. Nuestra recompensa es el torrente inagotable de su amor.

Algo por lo que vale la pena luchar

Si vale la pena luchar por algo, es por Dios. Vale la pena defender lo que somos y creemos. No con la espada y las armas, por supuesto, pero sí con tenacidad y valor. No hemos de callar. Somos cristianos por un don de Dios, ni siquiera por nuestros méritos. En realidad, ¡somos tan cobardes! Pero estamos llamados a la santidad. Ojalá todos iniciemos este camino y perseveremos en él con valentía.

2010-10-30

El encuentro de Jesús y Zaqueo

Domingo XXXI tiempo ordinario -C-

Zaqueo era jefe de los publicanos en Jericó. Amasaba riqueza sin escrúpulos a costa de extorsionar a sus ciudadanos, por eso era poco apreciado y considerado un pecador. Y, sin embargo, Zaqueo padecía una gran pobreza interior que su dinero no podía paliar.

Había oído hablar de Jesús y quería conocerlo... Para poder llegar a verlo, se sube a una higuera. Vemos su actitud: se apresura, va corriendo, sube al árbol, porque desea ver. Es la dinámica ascendente del hombre que busca a Dios. Para ello, no le importa hacer un esfuerzo e incluso quedar en ridículo.

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2010-10-23

Dos maneras de orar

Domingo XXX tiempo ordinario - ciclo C -


Jesús tiene una gran habilidad pedagógica. A la hora de enseñar a su gente, se vale de un gran método: la parábola. A través de ella, instruye y comunica un mensaje a quienes lo escuchan.

En esta ocasión, Jesús quiere recalcar que lo más importante para un creyente no es tener muchas cualidades como persona, o ser un perfecto cumplidor. La parábola nos alerta sobre la soberbia espiritual: no creamos ser mejores por el hecho de cumplir con todos los preceptos.

Jesús nos describe dos formas muy claras y antagónicas de dirigirse a Dios: la del fariseo y la del publicano. Seguir leyendo aquí.

2010-10-16

Perseverar en la oración

Domingo XXIX tiempo ordinario - ciclo C -
A lo largo de su vida pública, vemos en Jesús la búsqueda constante de un espacio de comunicación con Dios. Es fundamental para él. En los momentos clave de su vida, sube a la montaña, se retira al desierto. En su labor pedagógica con sus discípulos, les comunica la importancia de orar sin desfallecer.

Con la parábola del juez inicuo “que no teme a Dios ni a los hombres” y de la viuda insistente, que le pide justicia ante su adversario, Jesús nos está explicando la importancia de perseverar en la oración. Leer más aquí.

2010-10-09

Curación y salvación

Domingo XXVIII tiempo ordinario - ciclo C -
Jesús siempre está en camino. Esta vez, el evangelio nos relata que, entre Samaria y Galilea, yendo hacia Jerusalén, se encuentra con diez leprosos. Ese caminar continuo revela su plena conciencia de que ha de comunicar a Dios. Pero, además de comunicar, Jesús actúa. Seguir leyendo aquí.

2010-10-02

Aumenta nuestra fe

Domingo XXVII tiempo ordinario - ciclo C -

Frente a un mundo descreído, que se desorienta y pone sus esperanzas en otros ideales, los cristianos, más que nunca, hemos de pedir al Señor que nos aumente la fe. “Si Dios existe, ¿Por qué hay tanto mal en el mundo?”. Escuchamos estas palabras con mucha frecuencia y difícilmente hallamos respuesta. El problema está en la misma pregunta, y en una idea equivocada de Dios. Seguir leyendo aquí.

2010-09-18

No se puede servir a dos amos

Domingo XXV tiempo ordinario - ciclo C -

El dinero, en sí, no es malo. La economía mueve el mundo y nos proporciona recursos para vivir. Pero los cristianos debemos considerar cómo valoramos el dinero y qué lugar ocupa en nuestra vida. ¿Lo situamos por encima de todo? ¿Gira nuestra existencia entorno a él?

Hoy, son duras las palabras que Jesús dirige a los suyos. El mensaje es rotundo: el dinero nunca puede ser un obstáculo para seguirle. Leer más aquí.

2010-09-11

El cielo se alegra cuando un pecador regresa

Domingo XXIV tiempo ordinario -C-

El evangelio de hoy vuelve a señalar la controversia que se daba entre Jesús y los fariseos. Era muy frecuente que se acercaran a Jesús publicanos y gentes consideradas pecadoras. Eran personas que sentían que algo debía cambiar en su vida y reconocían que en Dios estaba la respuesta a su búsqueda, el sentido de sus vidas, la felicidad. Marginados por su condición de publicanos, tachados de pecadores, acudían a Jesús, quien los escuchaba y les hablaba al corazón.

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2010-09-04

Quien quiera seguirme...

Domingo XXIII tiempo ordinario - ciclo C -

“Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. Esta frase suena como un bofetón. Sus palabras se clavan como dardos. ¿Cómo interpretarla?

No podemos interpretarla de modo literal o fundamentalista. Dios no desea la ruptura de las familias ni el abandono de los deberes de cada cual... Seguir leyendo aquí.

2010-08-28

Llamados a la humildad

Domingo XXII tiempo ordinario - Ciclo C -

Aprovechando que es invitado a un banquete de fariseos, Jesús propone una actitud cristiana fundamental: la humildad. En el banquete, observa cómo muchos pugnan por ocupar los primeros puestos, por la preeminencia y la notoriedad. Hoy hablaríamos del afán por "querer salir en la foto"... Seguir leyendo aquí.

2010-08-22

La puerta estrecha

Domingo XXI tiempo ordinario - ciclo C -

Mientras Jesús recorre las aldeas, predicando el reino de Dios a las gentes, un hombre se le acerca y le pregunta: “¿Serán pocos los que se salven?”. Esa pregunta nos aguijonea aún hoy. En realidad, podría traducirse por un: ¿Me salvaré yo? ¿Podré entrar por esa puerta angosta hacia el banquete del Señor? ¿Serán pocas las personas que entren?

2010-08-14

Asunción de María

Domingo XX tiempo ordinario - ciclo C -

En mitad de verano, celebramos esta fiesta mariana tan hermosa, María Asunta al Cielo. Dice la tradición que se quedó “dormida” y Dios la llevó de la mano hasta el cielo. Celebramos que es llevada, resucitada y glorificada, podríamos llamarla la “pascua” de María. María es arca de la alianza, templo que alberga al Hijo de Dios. La asunción culmina ese encuentro de Dios con María en la eternidad.

Leer toda la reflexión aquí.

2010-08-07

No temáis, pequeño rebaño

Domingo XIX tiempo ordinario - ciclo C -

Jesús se dirige a los suyos con esta frase entrañable, cargada de ternura: “No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se complace en daros su Reino”. Lo hace con la consciencia de que son pocos, apenas un grupo de hombres que ha decidido confiar en él e instalarse en la sencillez y la humildad. Estas palabras, hoy, llegan a nosotros. No temáis... Seguir leyendo aquí.

2010-07-31

La verdadera riqueza


Domingo 18 Tiempo Ordinario - C -
La parábola del evangelio de hoy nos muestra al hombre próspero que planifica su futuro. Inmerso en abundancia, decide echarse a vivir plácidamente de las rentas de su riqueza. Ciertamente, cada cual tiene derecho a vivir con prosperidad y a administrar su patrimonio. Pero Jesús nos recuerda que no podemos centrar nuestra vida en el dinero y en los bienes materiales... Leer más aquí.

2010-07-24

Santiago, el hijo del trueno

25 julio 2010 - Jubileo de Santiago

Los llamaban “los hijos del trueno” por su carácter impetuoso. Santiago y Juan, los dos jóvenes pescadores llamados por Jesús a orillas del lago de Galilea, se entusiasmaron de inmediato con el reino que su Maestro anunciaba.

Junto a él vivieron momentos inolvidables: desde la alegría festiva de las bodas de Caná hasta el atisbo de gloria en el Monte Tabor; milagros y curaciones; incluso resurrecciones. Vieron y creyeron, y amaron al Maestro que les mostraba un reino muy distinto a los imperios de este mundo. Quizás sin comprender mucho, escucharon aquellas palabras: “No he venido a ser servido, sino a servir, y a dar la vida por muchos”. Pero aquel mensaje caló hondo en ellos y Santiago fue el primero que lo vivió en su propia piel.

Como discípulos cercanos a su Maestro, Santiago y Juan aspiraban, un tanto ilusamente, a ocupar lugares privilegiados junto a él. Ante la indignación de sus compañeros, Jesús los pone en su lugar. “No sabéis lo que pedís”. Y les da una lección: “El que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea vuestro esclavo”. Pero también les pregunta, apelando a la autenticidad de su convicción: “¿Seréis capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Y ellos responden, sin vacilar: “Lo somos”.

Quizás en ese momento su afirmación podía parecer una bravata. Y más aún cuando sabemos que, en el momento de la pasión, Santiago, como todos los demás, abandonó a Jesús y corrió a esconderse. Pero Dios no desecha nada y recoge todo lo bueno de cada persona. Dios no rechazó ese ímpetu fogoso, esa lealtad, ese deseo de ambos hermanos por hacer realidad el reino que Jesús proclamaba. El Espíritu Santo transformó los deseos y las intenciones en vida y obras. Y así, Santiago se convirtió en un apóstol entusiasta, y el primero de todos en morir mártir por un designio veleidoso del rey Herodes. Apuró hasta la última gota el cáliz de su Maestro.

¿Qué nos enseña el apóstol Santiago hoy? Este jubileo es una buena ocasión para hacernos la misma pregunta que Jesús formuló a los dos hermanos Zebedeos: ¿estamos dispuestos a beber el mismo cáliz del Señor? Es fácil seguirlo y colaborar con él cuando las cosas van bien, cuando tenemos éxito, cuando hay reconocimiento social… Qué fácil es ser cristiano cuando las estructuras de poder, los medios de comunicación y la cultura que nos rodea miman a la Iglesia. En cambio, cuando la Iglesia es denostada, perseguida, denigrada y ensuciada por los medios de comunicación y la propaganda… ¿quién se atreve a decir, con la cara bien alta, que es cristiano y que se siente entusiastamente implicado con la misión de la Iglesia, de llevar el reino de Dios hasta el último rincón del mundo? ¿Quién se atreve, como Santiago, como Juan, como los demás apóstoles, a dar la cara por la comunidad de seguidores de Jesús? ¿Quién es lo bastante audaz para echarse los pecados y las cruces a la espalda y continuar sembrando buenas semillas, convencido de que todo buen fruto no es obra de uno mismo, sino de Dios?

Hace dos mil años, la situación de la Iglesia era todavía más difícil que hoy. Y, sin embargo, hubo hombres y mujeres valientes que creyeron y construyeron reino de los cielos, bien arraigado en la tierra. Santiago fue el primero que llevó su entrega hasta las últimas consecuencias. ¿Estaríamos dispuestos nosotros a hacer lo mismo?

2010-07-17

Saber acoger

Domingo 16 tiempo ordinario - C -

El evangelio de este domingo nos presenta a dos mujeres hospitalarias, que saben acoger al Señor. La hospitalidad es intrínseca de la cultura judía. Además, Marta y María tenían un vínculo de amistad con Jesús, formaban parte de la familia de amigos de Betania.

Pero vemos cómo las dos hermanas tienen reacciones diferentes ante la visita de Jesús. ¿Qué les dirá él a cada una? ¿Qué significa esto para nosotros? Seguir leyendo aquí

2010-07-10

¿Quién es el prójimo?

Domingo XV tiempo ordinario - C -

¿Qué hacer para ganar el cielo? Es una pregunta que nos concierne a todos. Nos inquieta el más allá. Venimos a misa, rezamos, practicamos la caridad… y, al igual que aquel judío, preguntamos a Jesús qué hemos de hacer para heredar la vida eterna. Él responde apelando a la ley: Amarás a tu Dios... y al prójimo como a ti mismo. Y, ¿quién es mi prójimo?, pregunta entonces al maestro de la ley. Jesús le explica la parábola del buen samaritano.

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2010-07-03

Os envío como corderos...

Domingo 14 tiempo ordinario - C -

Jesús envía a sus discípulos de dos en dos, con unas recomendaciones que son igualmente valiosas para los cristianos de hoy. Los envía "como corderos en medio de lobos", es decir, que nuestro talante ha de ser manso y pacífico, y no beligerante. Pero también les da un poder: el de "expulsar demonios", es decir, combatir el mal, que se manifiesta de tantas formas atacando a las gentes. Los discípulos partirán en misión y regresarán exultantes, pero Jesús les recordará que hay algo más importante que los éxitos obtenidos... Leer toda la reflexión aquí.