2023-01-27

Las bienaventuranzas - 4º Domingo Ordinario A

El evangelio del 4º Domingo del Tiempo Ordinario nos presenta uno de los pasajes más conocidos de las escrituras: las bienaventuranzas. ¿Qué significan estas afirmaciones aparentemente tan contradictorias? ¿Por qué Jesús bendice a los pobres, a los perseguidos, a los que lloran? Pero también a los compasivos y a los sedientos de justicia. La alusión a los antiguos profetas es clave. ¿Qué nos está diciendo Jesús? 

Lecturas: Sofonías 2, 3; 3, 12-13; Salmo 145; 1 Corintios 1, 26-31; Mateo 5, 1-12.

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¿Un mundo al revés?

Quien quiera ganar su vida, la perderá, y quien la pierda por mí y el evangelio, la ganará, dijo Jesús en una ocasión. Hoy podríamos decir: quien sólo se busca a sí mismo, se perderá; quien busque a Jesús lo encontrará, y también se encontrará a sí mismo, y su vida renacerá.

Jesús enseña a sus discípulos. Su pedagogía es muy clara: Jesús no engaña, no hace literatura ni publicidad para convencer a nadie. Explica muy claramente los riesgos y dificultades de seguirle, pero tampoco calla el resultado. Quien se arriesgue, ganará una felicidad y una plenitud que nada ni nadie en la tierra puede otorgar. Alguien dijo que las bienaventuranzas son «el mundo al revés». En realidad, son sabiduría de Dios, que a menudo choca con las tendencias de nuestro mundo.

El mundo es experto en vender, por eso los eslóganes de los gurús del bienestar nos atraen y nos seducen más que la crudeza del evangelio. Dios, en cambio, es experto en dar. No quiere vendernos nada ni encandilarnos, por eso a veces rechazamos su camino. Sabemos que al final hay una hermosa cumbre, ¡pero nos cuesta subir la pendiente!

Si tuviéramos que trasladar a lenguaje de hoy las bienaventuranzas del evangelio quizás podríamos oír algo así como…

El mundo dice: cree en ti mismo y sé autosuficiente, y no necesitarás a nadie para ser feliz. Jesús dice: feliz tú que reconoces con humildad quién eres y quién es Dios. Le llamarás en tu necesidad, y él estará a tu lado.

El mundo dice: esfuérzate, lucha por ser el mejor, compite por ser el primero, y tendrás éxito. Jesús dice: no quieras competir ni pisar a nadie, sé dócil y coopera, y todo el mundo será tu hogar.

El mundo dice: sé optimista. Piensa en positivo, rechaza el dolor. Jesús dice: quien ama no se librará de sufrir, pero no hay una sola lágrima derramada por amor que no sea recogida por Dios.

El mundo dice: ámate a ti mismo por encima de todo y no te pongas límites; tu deseo es la ley, toma lo que deseas. Jesús dice: felices cuando ansiéis la justicia y os preocupéis por los pobres y los desvalidos. Dios está con vosotros.

El mundo dice: que cada uno cargue con lo suyo; tú defiende tus intereses y persigue tus metas. Jesús te dice: sé solidario y ten compasión, y cuando necesites ayuda, otros te apoyarán.

El mundo dice: Dios no existe. Mira a tu alrededor, ¿dónde lo ves? Jesús te dice: aprende a escuchar en el silencio y descubrirás a Dios en medio del mundo.

El mundo dice: protégete del extranjero, marca territorio, pon barreras. Jesús dice: no construyas muros, sino puentes; no busques las diferencias, sino la unidad. 

¿Es el mundo al revés? No. Lo que Jesús propone no es locura ni imposible: es el mundo donde se gesta el reino de Dios. El mundo que todos, en el fondo del corazón, anhelamos y necesitamos tanto como el aire para respirar. Es el mundo «a modo de vida»: rescatado del mal y renacido. Un mundo que no se alcanza sin dolor, pero que trae en sí la semilla de una perenne y profunda alegría.

2023-01-20

Pescadores de hombres - 3r Domingo Ordinario A

Jesús va a Galilea y empieza a anunciar el reino de Dios. Junto al mar de Galilea, llama a sus primeros apóstoles, los pescadores Simón, Andrés, Santiago y Juan. Lecturas: Isaías 8, 23b-9, 3; Salmo 26; 1 corintios 1, 10-13, 17; Mateo 4, 12-23

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Convertíos porque se acerca el reino de Dios, predicaba Juan Bautista. Jesús retomó su predicación diciendo casi lo mismo: Convertíos, porque el reino de Dios está cerca. Pero Jesús ya no habla de un futuro. Esa cercanía es presencia inmediata, es proximidad, es vida entre los hombres. Podríamos decirlo, en palabras actuales: Cambiad de vida porque… ¡Dios está aquí! Dios está entre nosotros. Sabiéndolo, ¡nuestra vida no puede seguir siendo igual!

Isaías habla de una tierra en tinieblas, olvidada y castigada por los conquistadores de la historia. También nosotros a veces somos tierra devastada: nos sentimos herederos de un pasado penoso, golpeados por las circunstancias y a veces desamparados y muy solos. Pero Dios no se olvida de esa tierra marginada; tampoco se olvida de nosotros. La gran luz que surge para iluminarla es Jesús: él mismo, que viene a cambiarlo todo. Y viene justamente a quienes más abandonados se sienten. Solo basta con que nos abramos a recibir esa luz.

¿Querremos abrir las puertas del alma y recibir a este invitado que viene, con su fuego, a dar calor a nuestra existencia? ¿Nos atreveremos a dejarnos amar por Dios? Todos queremos luz, pero a veces nos da vértigo aceptar tanto amor. ¿Por qué? Por orgullo, por miedo, porque no queremos comprometernos a responder... Dios nos rescata. Está siempre ahí tendiéndonos la mano. El mundo es una riada desbordada, que nos arrastra y amenaza con ahogarnos. Él es el primer pescador de hombres que, en su barca, navega por las aguas turbulentas para salvarnos. ¿Nos dejaremos rescatar? Quizás este sea el primer gran cambio al que nos invita a Jesús. No tengamos miedo, abrámonos a su palabra. Porque, una vez Dios entra en nuestra vida, ¡todo lo renueva!

Y ¿qué ocurre con las personas que hemos sido rescatadas? Jesús dirá nuestro nombre y nos invitará: Venid conmigo y os haré rescatadores. Venid los que ya habéis sido salvados, y me ayudaréis a salvar a otros. Si fuéramos náufragos rescatados del mar embravecido, una vez repuestos y fortalecidos, ¿no sería una respuesta natural y generosa ayudar a salvar a otros? Los discípulos responden de inmediato. Dejan las redes —su trabajo, su ambiente, su lugar familiar, todo—y lo siguen. Sin dudas, sin demora, sin vacilar. Ante una llamada de Jesús, no cabe otra respuesta. A partir de entonces, la vida se convierte en una aventura llena de sorpresas, con ninguna certeza humana, pero con toda la seguridad divina. Estamos cooperando con Dios, él lleva las riendas, y con él no hay tinieblas ni derrota.

2023-01-13

Jesús el Cordero de Dios - 2º Domingo Ordinario A

Cuando Juan Bautista ve llegar a Jesús, reconoce en él al hijo de Dios y al mesías esperado. La expresión Cordero de Dios recoge la misión de Jesús y el sentido de su vida. ¿Cómo entenderla hoy? En este vídeo reflexionamos sobre ella y las implicaciones que tiene para la vida de los cristianos. Lecturas: Isaías 49, 3. 5-6; Salmo 39; 1 Corintios 1, 1-3; Juan 1, 29-34.

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Las tres lecturas de hoy nos hablan del profeta y el apóstol. ¿Quién es? Un enviado de Dios. Alguien que se ha sentido amado y llamado, alguien que ha experimentado su amor y es impulsado a comunicarlo. Alguien cuya vida ha sido transformada y quiere transmitir esa luz a los demás. El profeta y el apóstol no son gurús de una secta ni maestros para un grupo selecto de iniciados: si misión es llevar una buena noticia a todo el mundo, sin discriminar a nadie. Por eso Isaías habla de ser luz de las naciones y san Pablo dice que el pueblo santo de Dios es todo aquel que invoque el nombre de Jesucristo, allá donde sea. El pueblo de Dios no tiene fronteras ni está limitado por una cultura, una lengua o una nacionalidad.

El evangelio de hoy nos habla de un profeta, el último y el más grande, Juan Bautista. Juan pudo ver algo que sus predecesores no vieron: el mismo Hijo de Dios que otros anunciaban, él lo tuvo ante sus ojos. Lo que para Isaías y los profetas era una promesa del futuro para Juan se convierte en realidad presente. Dios ya no se hace esperar más y viene, en persona, a la tierra. Viene para estar con nosotros y, viviendo y muriendo con nosotros, enseñarnos a vivir de una manera nueva, resucitada, plena. Con él las puertas del cielo se abren y lo divino y lo humano, lo natural y lo sobrenatural, queda totalmente comunicado.

Pero ¿cómo viene este Hijo de Dios? Quizás el mundo esperaba un Salvador triunfante que llegara con majestad, con poder, con signos milagrosos indiscutibles. Un rey, un guerrero, un sacerdote, un hacedor de milagros. Y sí, Jesús es rey, es sacerdote, obra milagros y lucha sin descanso contra el mal. Pero no de la manera que podríamos imaginar. No a la manera humana, pomposa y tendiendo al espectáculo y a la vanidad. Jesús viene con la multitud de galileos, se pone a la cola para hacerse bautizar, aparece como un hombre más, humilde, dispuesto a servir y no a ser servido; obediente al Padre y no conquistador; pacífico y no destructor. ¿Cómo definirlo? Juan exclama: ¡Es el Cordero de Dios! Cordero: manso, víctima para poder alimentar a otros. Así se define Jesús. Él no viene a avasallar ni a impresionar a nadie. No viene a derrumbar imperios sino a conquistar almas, salvándolas con dos únicas armas: su amor y su palabra viva, liberadora y sanadora.

2023-01-07

El Bautismo de Cristo

En el río Jordán, Jesús recibe el bautismo de Juan y la unción del Espíritu Santo del Padre celestial. Allí toma conciencia plena de su filiación divina y da comienzo a su misión evangelizadora.

Lecturas del día: Isaías 42, 1-4. 6-7; Salmo 28; Hechos 10, 34-38; Mateo 3, 13-17.

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Consciente de ser Hijo de Dios

Cerramos ya el ciclo de Navidad con el Bautismo de Cristo, otra de las manifestaciones de Dios hecho hombre. Este momento marca el inicio del ministerio público de Jesús, siendo él plenamente consciente de su filiación con el Padre.

Los evangelios no relatan apenas nada de la infancia y la adolescencia de Jesús. Durante sus primeros treinta años de vida, vivió como un hebreo más, pero posiblemente fue un hombre con grandes inquietudes intelectuales, culturales y sociales. Algunos exegetas piensan que quizás viajó y conoció culturas diversas. Finalmente, llegada su adultez, Jesús decide no quedarse en Nazaret, con su familia, e iniciar su empresa evangelizadora.

El bautismo es el momento en que toma conciencia plena de su filiación divina y comprende que ha de empezar su misión. Ya se siente preparado y se lanza a iniciar un itinerario que no será fácil, en absoluto. Sufrirá un fuerte rechazo por parte de los poderes religiosos de su tiempo y por algunas fuerzas políticas. 

Llamado a revelar el corazón de Dios


Jesús no puede emprender su tarea apostólica sin una profunda convicción y coherencia con aquello que cree. Predica la buena nueva, la noticia del Dios amor. En la lectura de Isaías, cuando se habla del elegido del Señor, se define muy bien su labor ministerial: curar a los enfermos, devolver la vista a los ciegos, liberar de las tinieblas a los que viven en mazmorras. Este es el trabajo de Jesús: revelar un sentido totalmente nuevo de la vida a partir de la experiencia íntima que tiene con Dios. Tras el bautismo, ya está preparado para la gran batalla: empezar, con todas sus fuerzas, a descubrir las entrañas del corazón de Dios. Un Dios que para Jesús es un Dios Padre, un Dios cercano, que se aproxima a la realidad de los hombres y mujeres de su tiempo; un Dios que desea que el hombre encuentre el sentido de su existencia. 

La misión de los cristianos


¿Qué consecuencias podemos sacar del episodio del bautismo en el Jordán? Haciendo un salto analógico a la realidad que vivimos los creyentes del siglo XXI, en esta era digital, de la cultura tecnológica, los cristianos deberíamos ser muy conscientes de que también estamos aquí para culminar una misión. Estamos de paso hacia una realidad hermosísima que nos ultrapasa. Una primera consecuencia que podemos derivar de este evangelio es la experiencia de sentirnos hijos de Dios. Jesús vivió esa sintonía en plenitud: la escena del Jordán nos revela la relación paterno-filial entre Jesús como Hijo y Dios como Padre. Por tanto, la pregunta que cabe hacerse es: ¿Nos sentimos hijos de Dios?, ¿nos sentimos hijos del Padre? Desde nuestra condición de bautizados y confirmados, que participamos asiduamente en la eucaristía, ¿sentimos una comunión especial con Aquel que siempre nos amó, desde el momento en que nos formó? 

Una segunda pregunta que debiéramos hacernos es esta: ¿reconocemos a Dios como nuestro Padre? Y una tercera: ¿nos abrimos en nuestra experiencia cristiana al soplo del Espíritu Santo que reposa sobre Jesús y también sobre nosotros, como cristianos?

Jesús es la persona adulta que lleva a cabo el cometido de la redención del mundo. ¿Somos conscientes de nuestra misión apostólica?

Alcanzar la madurez cristiana


Este evangelio es una llamada a redescubrir nuestra identidad cristiana, y reforzar nuestra unión profunda con Cristo. Siendo la liturgia importante, así como la oración, es fundamental el compromiso de salir afuera y testimoniar, anunciar, encarnar, ese deseo de Dios para nuestras vidas. Si nos quedamos aquí, en nuestras comunidades y parroquias, estamos muy bien, pero es como si los hijos nunca salieran de sus casas.  Llega el momento en que los hijos han de crecer, madurar y salir de sus hogares para proyectarse, profesional, laboral e intelectualmente. Por tanto, también llega un momento en que los cristianos hemos de salir de nuestros orígenes familiares y culturales para convertirnos en cristianos adultos. Los niños reciben formación en la catequesis, pero los adultos hemos de dar un paso más allá. 

Ya no somos niños, adolescentes o personas pusilánimes, temerosas… ¿de qué? Los adultos se atreven, son valientes, responsables, maduros; asumen responsabilidades. Nosotros, como bautizados y cristianos, estamos llamados a tomar parte de ese gran trabajo misionero de la Iglesia. El evangelio que hemos leído refleja la toma de conciencia de Jesús de que ha de comenzar su vida pública. No puede quedarse en casa. Hoy vemos que muchos jóvenes, con treinta años cumplidos, aún viven en sus hogares paternos. Entendemos que no es sencillo para ellos independizarse, dadas las dificultades y el encarecimiento de las cosas, pero en la vida hay que arriesgarse. Y aún más si es por Dios. 

Hemos decidido configurar nuestra existencia en torno a la figura de Jesús de Nazaret. Hemos decidido que él sea la referencia de nuestra vida. Llenos de Dios, estamos llamados a contribuir, como Iglesia, al gran cometido de la expansión de la noticia del Reino de los Cielos.

Los cristianos en el mundo


Además de alimentarnos con la eucaristía y la formación, hemos de ser conscientes de nuestra misión como cristianos en medio del mundo. Es verdad que el mundo no ayuda. En nuestra sociedad, lo vemos en los medios de comunicación y nos alertan los sociólogos, se da una progresiva frialdad y lejanía de los valores cristianos. Justamente por esto se hace más que nunca necesario recordar nuestras raíces cristianas, vivirlas y tomar una decisión.

En su encíclica Spe Salvi, “Salvados por la Esperanza”, Benedicto XVI nos recuerda esta misión. Los cristianos hemos de convertirnos en referentes de esperanza para un mundo totalmente caído. ¿Qué hacemos? Estamos aquí porque hemos decidido que Cristo invada nuestra vida. A partir de ahora, nos llama a ser co-partícipes de la redención. Todos estamos llamados a salvar almas. La gente está perdida, desorientada, confunde los dioses. Es muy necesario hacer una tarea pedagógica, instructiva, aclaratoria, sobre lo que significa ser cristiano y lo que conlleva esta actitud. 

Finalmente, podemos sentimos inseguros, o quizás dudamos de nuestras capacidades. Tal vez nos alegramos de sentirnos salvados, pero tememos ir más allá. ¿Qué podemos transmitir? La respuesta, sin embargo, es rotunda. ¿Por qué colaborar con Cristo en su tarea misionera? Porque también somos hijos amados de Dios. El Espíritu Santo también ha descendido sobre nosotros. Siempre que bautizo a un niño, pienso: “aquí tenemos a otro hijo amado de Dios”, otro niño predilecto. Todos nosotros somos hijos predilectos de Dios. Él nos ha amado primero, desde el mismo instante en que fuimos concebidos. Nos ha dado los dones más grandes, la vida natural y también otra vida, que es eterna. Qué menos podemos hacer que devolver con gratitud ese amor y sumarnos a su deseo de salvación para todo el mundo.