2019-06-28

Llamada y libertad


13º Domingo Ordinario  - C

Lecturas:
Reyes 19, 16-21
Salmo 15
Gálatas 5, 1.13-18
Lucas 9, 51-62

Homilía:

Cuando las personas llegamos a cierta edad, a veces siendo aún muy jóvenes, nos preguntamos qué queremos ser y qué queremos hacer de nuestra vida. Nos planteamos lo que se llama el propósito vital, el norte que orientará nuestros pasos. Tener este propósito es como tensar el arco y apuntar con la flecha. Quien camina con propósito podrá tener tantos problemas como cualquier otro, pero tendrá una vida vibrante, densa y una fuerza interior que le permitirá superar cualquier obstáculo.

Cuando nos planteamos nuestro propósito no centrados en nosotros mismos, sino en servir a los demás, es cuando nos abrimos a una llamada que puede ser inesperada y vertiginosa. Es lo que le sucedió a Eliseo, como vemos en la primera lectura, llamado por el profeta Elías a ser su sucesor. Eliseo tenía propiedades y bienes, estaba labrando un campo con doce yuntas de bueyes, nada menos.  Pero supo dejarlo todo atrás. Sacrificó los bueyes, quemó los arados y repartió la carne de los animales. Después se fue tras su maestro. Ese sacrificio y ese fuego son todo un gesto de libertad. Eliseo dejó todo su patrimonio, pero ganó algo mucho mayor: una misión.

Jesús, como vemos en el evangelio, también llamó a muchas personas. No todas respondieron como los doce. Algunos lo rechazaron violentamente, pero él no quiso enviarles castigo alguno, tal como querían hacer sus discípulos. Respetó su libertad de decir no. Otros no se negaron abiertamente, pero pusieron excusas y pretextos. Y otros, que parecían muy entusiasmados, quizás luego se echaron atrás cuando Jesús les explicó las condiciones de su seguimiento.

Para seguir a Jesús hay que ser libre. Y para ser libre hay que romper las ataduras. No quiere decir esto destruir literalmente nuestros bienes, o dejar todas nuestras propiedades, sino ser libre de ellos, de manera que no nos impidan hacer nada de lo que estamos llamados a hacer. Que las cosas que tenemos no nos impidan amar, entregarnos y servir a los demás. Que no haya cosas, ni dinero, ni obligaciones que puedan interponerse entre nosotros y nuestra vocación.

Pablo, que escribe a su comunidad de Galacia, formada por hombres y mujeres como nosotros, lo explica claramente. Creo que este texto de la segunda lectura de hoy deberíamos leerlo y meditarlo muy despacio, porque es crucial para cualquier familia, parroquia, movimiento o comunidad. Veámoslo frase por frase.

Para la libertad nos ha liberado Cristo. Quizás olvidamos que la primera misión de Jesús, dicha por él mismo en Nazaret, es liberarnos. ¿Liberarnos de qué? Cada cual conoce sus esclavitudes, físicas, morales y emocionales. Jesús nos libera de todas. Quiere que seamos libres como él. Libres para entregarnos. Libres para amar.

Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud. Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad. ¿Quién nos quiere esclavizar? El mundo. Bajo un disfraz de libertad, los poderes del mundo nos ofrecen promesas de falsos cielos, y así nos esclaviza el dinero, el ocio, las tecnologías, las distracciones, las compras, necesidades inventadas que no son tales… Estamos estresados porque, en realidad, vivimos agobiados bajo mil pequeñas y grandes esclavitudes. Y nosotros, nos dice Pablo, hemos sido llamados a la libertad. Salir de la corriente de la moda, el consumismo y el frenesí del mundo es empezar a vivir esta libertad. El mundo es ruido, es velocidad, es egocéntrico, no escucha, no piensa, sólo persigue el propio capricho, el corto plazo, la emoción rápida… Nada de profundidad, nada de silencio, nada de pensar en los demás antes que en uno mismo. Sí, los cristianos, o vamos a contracorriente o nos hemos olvidado de lo que significa nuestro nombre.

Ahora bien, no utilicéis la libertad como estímulo para la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Pablo nos avisa. La libertad es una palabra tan manchada y malinterpretada que podemos utilizarla para cubrir nuestro egoísmo. Esto es lo que significa el concepto carne en san Pablo: el culto a uno mismo. Ser libres no significa desentenderse de los demás y vivir sin preocuparse por nadie, sin vínculos ni obligaciones. Ser libres no es destruir los lazos familiares ni las relaciones, sino transformarlas con amor.  Está claro que el amor, si no es libre, no es amor. Y si una familia está atada por relaciones que no son de amor y de servicio unos a otros se puede convertir en una cárcel. Cuando deja de haber amor empieza a haber poder, sumisión y manipulación. Por eso Pablo utiliza la expresión tan fuerte: sed esclavos unos de otros por amor.

Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Pero, cuidado, pues mordiéndoos y devorándoos unos a otros acabaréis por destruiros mutuamente. Y aquí Pablo no puede ser más claro. Nos recuerda el mandamiento básico de la ley hebrea, la regla de oro universal, y nos advierte contra las luchas internas que se pueden dar en todo grupo. La división interna y las peleas son el preludio de la destrucción de ese grupo, familia o comunidad.

Frente a ello, yo os digo: caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Recordemos: la carne es el egoísmo; el espíritu es la entrega generosa. No se puede ser egoísta y buen cristiano a la vez. La clave es esta: ¿vivimos centrados en nosotros mismos? ¿Vivimos por y para nosotros, queriendo absorber todo cuanto nos rodea, y utilizar a todos cuantos nos rodean? ¿O vivimos abiertos a los demás, al mundo, a Dios? ¿Vivimos conscientes de que venimos de Dios, que no nos hemos dado la vida a nosotros mismos y que todo lo que tenemos es un don que agradecer? ¿Vivimos dispuestos a compartir lo que hemos recibido? ¿No hemos descubierto, aún, que lo que realmente nos hace felices es hacer felices a los demás?

Quizás una de las claves para entender el evangelio es comprender que no podemos separar el amor y la libertad. Que amar y ser libre no son opuestos, sino indispensables el uno para el otro. Sin libertad no es posible amar, y el amor nos empuja a liberarnos de todo lo que nos ata para entregarnos, con pasión y creatividad, a hacer el bien. Sólo quien es libre puede amar y responder a esa llamada que nos hace Jesús, en todos los tiempos. Sólo desde la libertad se puede decir: ¡Sí!

2019-06-21

Haced esto en memoria mía



El Cuerpo y la Sangre de Cristo - C

Lecturas:

Génesis 14, 18-20
Salmo 109
1 Corintios 11, 23-26
Lucas 9, 11b-17

Homilía

Las lecturas de hoy nos hablan del gesto central que define nuestra fe cristiana. Creer en un Dios Creador es común no sólo al cristianismo sino también a otras religiones, especialmente las monoteístas (judaísmo e Islam). Considerar a Jesús como un gran hombre o profeta es algo que comparten muchas personas, incluso no creyentes. Pero creer en Jesús, no sólo como hermano nuestro en humanidad, sino como hijo de Dios en su divinidad, supone un paso más. ¿Es suficiente? A los cristianos se nos invita a algo más que creer.

San Pablo recuerda, en su carta a los Corintios, el momento en que Jesús, en la última cena, parte el pan y reparte el vino. En ese pan y en ese vino está él. Cuando dice que tomemos su cuerpo y su sangre, Jesús nos está invitando a algo inmenso: a tomarlo a él como alimento. Si decimos que el alimento pasa a formar parte de nosotros cuando lo asimilamos, estamos diciendo, nada menos, que comemos al mismo Dios, y que este pasa a formar parte de nosotros. Si fuéramos conscientes de verdad, temblaríamos cada vez que presenciamos la eucaristía, y se nos derretiría el corazón cada vez que vamos a comulgar. Quedaríamos transformados.

Pero las personas somos duras de corazón y lentas en asimilar. Necesitamos no una, sino muchas comuniones, mucha perseverancia y tiempo de oración para ir ahondando en este misterio del Dios que ya no sólo se hace humano, sino que se hace cosa, para que lo podamos comer y hacerlo carne de nuestra carne. También necesitamos algo más: abrirnos a la gracia. Abrirnos a este regalo inmenso que nos desborda y nos sobrepasa. Y poco a poco, a medida que vayamos abriéndonos a él, Jesús nos irá transformando. ¿En qué? En otros Cristos. Es decir, en hombres y mujeres auténticos, valientes, libres y capaces de dar su vida por amor a los demás. Hacernos semejantes a Dios nos hace plenamente humanos.

«Haced esto en memoria mía», dice Jesús. ¿Qué hemos de hacer? ¿Tomarlo? Tomarlo y algo más. En la cena, Jesús reparte el pan y reparte el vino. Pan y vino van pasando de mano en mano, y todos se alimentan de él. Este momento nos lleva al evangelio que hoy leemos, la multiplicación de los panes. ¿Qué tiene que ver un gran reparto de pan con la eucaristía? Mucho.

Jesús sabe que tenemos un cuerpo con necesidades físicas. Por eso se compadece de las gentes y les da de comer. No se queda sólo en el hambre material, pero no lo ignora. Y ¿qué dice a sus discípulos? ¿Qué nos dice a nosotros, hoy? «Dadles vosotros de comer.» Dad de comer al hambriento, como yo lo hice. Jesús multiplica el pan y se multiplica a sí mismo, en cada eucaristía. Alimenta nuestro cuerpo y nuestra alma. Nuestra misión, en este mundo, también es alimentar cuerpos y almas de los que padecen hambre.

Parece que entendemos muy bien la necesidad de dar alimento material, y en esto Cáritas, las parroquias y otras ONG sobresalen, con verdaderas multiplicaciones de comida para miles de familias empobrecidas. Pero ¿entendemos la otra parte? ¿Entendemos que Jesús también nos está pidiendo que alimentemos el espíritu, que saciemos el hambre de vida, el hambre de Dios, el hambre de amor y felicidad de tantas personas que viven a nuestro lado? En los países “ricos” apenas hay hambre física, o muy poca. Más bien las personas mueren enfermas por exceso de comida. En cambio, ¡cuánta hambre de afecto, de escucha, de compañía, de amistad! ¡Cuánta hambre de ternura, de una mirada amable, de atención, de respeto y consideración! Es fácil dar pan… quizás no sea tan fácil dar afecto, o coraje, o ánimo, o simplemente, unos minutos de escucha. A veces permitimos que las personas que viven a nuestro lado, incluso nuestros seres queridos, pasen hambre de esto.

En esta fiesta de Corpus, dejemos que el pan de Cristo y su sangre penetren en nosotros y empapen nuestra alma. Que ablanden nuestro corazón duro. Que nos hagan sensibles y despiertos a las necesidades de los demás. Asimilemos a Jesús dentro de nosotros. Miremos, sintamos, pensemos como él. Hagamos como él, seamos generosos. Y demos un paso más, aunque sea pequeño. Acerquemos a Jesús, el pan del cielo, el pan de vida, a otras personas que, quizás, no saben qué gran tesoro se están perdiendo, y cuánto bien se les ofrece gratis. ¿Nos atrevemos a ser apóstoles? ¿Nos atrevemos a responder ante Jesús cuando nos dice: «haced esto en memoria mía»?

2019-06-15

Trinidad, un amor que se derrama

Santísima Trinidad - C

Proverbios 8, 22-31
Salmo 8
Romanos 5, 1-5
Juan 16, 12-15

Homilía reflexión

Jesús, a ti te vieron y te conocieron muchos. Hoy te acogemos, te escuchamos, te comemos… Y tú siempre nos hablas del Padre. De él vienes y tu misión es hacer su voluntad. Tú y el Padre sois uno: todo lo suyo es tuyo. Y todo lo vuestro nos lo das. Nos abres las puertas de ese amor tan grande, y nos incluyes en esa familia divina.

Nunca nos dejas solos. El Espíritu se queda con nosotros. En el Espíritu estáis tú y el Padre. Los tres, en uno. Tenemos un solo Dios… Un Dios muy especial, en tres personas. La divinidad no es una soledad, sino una comunidad.

Por eso la imagen de Dios no es un hombre o una mujer, solos, sino una unión de amor. La mejor imagen de Dios son dos, o más, que se aman. La mejor imagen de Dios es una familia, una comunidad, una iglesia.

Desde ese amor que une lo comprenderemos todo. Nos comprenderemos a nosotros mismos, comprenderemos a los demás, al mundo, a toda la creación. Y comprendemos a Dios.

Quien conoce a Dios se conoce a sí mismo. Quien comprende a Dios comprende al hombre. Quien ama a Dios aprende a amar a la humanidad entera. Esta sabiduría no va del hombre a Dios, sino de Dios al hombre. Nace de él. Nosotros sólo necesitamos abrirnos a la gracia.

Trinidad: un amante, un amado, un amor. El Padre ama, el Hijo es amado, y el amor que los une, recíprocamente, es el Espíritu.

Ese amor se derrama sobre el mundo y sobre nosotros.  No sería posible si no fuera un amor dinámico, que se mueve entre los tres. Y no sería posible un amor dinámico si sólo hubiera una persona.

Por eso Dios, que es amor, se despliega en tres. Y los tres se abren al universo, creándolo, sosteniéndolo, amándolo… y rescatándolo. Dios no abandona su creación, y menos a su criatura. Por eso manda a su Hijo, nunca para juzgar, sino para defender. Nunca para condenar, sino para rescatar.

Loado seas, Señor Dios, Padre bueno, fuente de nuestro ser.
Loados seas, Señor Dios, dulce Jesucristo, luz del corazón.
Loados seas, Señor Dios, Espíritu Santo, fuego que nos enciende.

2019-06-09

Como el Padre me envió, también yo os envío

Domingo de Pentecostés

Lecturas:
Hechos 2, 1-11
Salmo 103
1 corintios 12, 3-7.12-13
Juan 20, 19-23

Reflexión

Paz. Nos das tu paz, Jesús. Antes que nada, nos reconfortas.

Después, nos envías. Estamos en misión.

Pero no nos dejas solos ni sin recursos. Nos das el Espíritu Santo: el mismo aliento de Dios.

Y nos dices que lo que perdonemos en la tierra, quedará perdonado en el cielo. Perdonar: este es el poder que nos das. Como tú hiciste, no nos envías a juzgar ni a condenar, sino a perdonar. Nos envías a liberar. A sanar las culpas. El perdón es inseparable de la libertad.

Somos tus colaboradores, Jesús. Nos llamas a continuar tu obra. Y nos das el mayor regalo, tu mismo Espíritu. ¡El don es aún mayor que la tarea!

Hoy somos enviados. ¿Recibimos tu llamada, como la recibieron tus discípulos?

Hemos recibido el mismo don que ellos, en el Bautismo y en los sacramentos. ¿Responderemos igual que ellos?