2009-07-25

La multiplicación de los panes

Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado, que nada se desperdicie”.
Jn 6, 1-15

En el evangelio de la semana pasada veíamos a las multitudes hambrientas de Dios, y cómo Jesús las atendía. Hoy vemos la manera en que Jesús sacia también el hambre física de las gentes. La multiplicación de los panes, más allá del prodigio, nos muestra que el verdadero milagro es la solidaridad y el saber compartir. Jesús da gracias a Dios y bendice ese pequeño gesto del muchacho que supo dar cinco panes y dos peces. Y nos da una lección de economía y justicia, perfectamente aplicable al mundo de hoy: todos quedan saciados y lo que sobra se recoge para aprovecharse.
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2009-07-18

Andaban como ovejas sin pastor


Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles con calma.
Mc 6, 30-34

En esta lectura de hoy nos encontramos con dos secuencias distintas que muestran la humanidad de Jesús y su sensibilidad. Por un lado, acoge a sus discípulos, que han ido a predicar y a sanar enfermos por toda la región. Los ve cansados y con ganas de explicarle cuanto han hecho, y los llama consigo a un lugar tranquilo, para que reposen.

Pero, por otra parte, encontramos esas multitudes hambrientas de escuchar palabras vivas, que los siguen a todas partes. En esta muchedumbre se ve reflejado el hambre de Dios, que hoy también aqueja a nuestro mundo, aunque muchas veces las personas no sean conscientes de ello. Y Jesús, viéndoles, decide postergar el descanso y atender a la gente.

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2009-07-11

Los envió de dos en dos

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió:
—Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies…
Mc 6, 7-13


Jesús envía a sus discípulos a predicar y a curar, como él mismo hacía. El equipaje del apóstol es ligero: ni capa de repuesto, ni dinero, ni grandes seguridades. Así también hoy los seguidores de Jesús somos enviados en misión a nuestro mundo. No necesitamos grandes preparativos para anunciar a Dios. Quizás más bien tengamos que desprendernos de muchas cosas. Salimos al mundo con una única certeza, una única seguridad: la que nos da el mismo Jesús, que concedió a sus discípulos “autoridad sobre los espíritus inmundos”. ¿Qué significan estas palabras? No se trata de otra cosa que el aliento de Dios, su Espíritu Santo. Su amor ahuyenta el mal, es nuestra única arma y a la vez nuestra mayor fortaleza. Con él nada hemos de temer, porque procurará nuestro sustento, nos protegerá y nos dará las palabras y la inteligencia necesarias para cumplir nuestra misión.

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2009-07-04

Nadie es profeta en su tierra

— No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
Mc 6, 1-6

Las palabras de Jesús en esta lectura se han convertido en un refrán muy conocido: “nadie es profeta en su tierra”. Tal vez por haberlo oído muchas veces, no calibramos el tremendo significado que tiene esta frase.

La tarea del profeta es muy ingrata. Los auténticos profetas suelen ser mal recibidos. A muchas personas les incomoda escuchar discursos claros, radicales, que apelan a la verdad del ser humano y que piden una respuesta, un cambio de actitud. A menudo, son los más cercanos al profeta los primeros que lo rechazan o no saben valorar su mensaje. Quizás porque no creen que en una persona conocida y cercana, con sus limitaciones, pueda darse tal fuerza, tal entusiasmo y coherencia con su fe.

Pero el profeta que no se busca a sí mismo, sino que se convierte en mensajero de Dios, no se abate ante las críticas. Los ataques lo refuerzan y jamás se rinde. El amor que lo llena lo sostiene.

Del mismo modo, la Iglesia de hoy, siendo humana y cargada de defectos, sigue siendo depositaria de un tesoro inmenso. Por eso necesita profetas que sean su voz y muestren al mundo el rostro de Dios. A eso estamos llamados todos los cristianos. Y para ello no necesitamos mucha elocuencia: nuestras obras y nuestra forma de estar en el mundo hablarán por nosotros.

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