2023-06-30

13º Domingo Ordinario A

El evangelio de este domingo pertenece al llamado discurso apostólico de Mateo. Sus palabras parecen muy exigentes, pero Jesús nunca engaña ni despista: toca a fondo y nos desvela dónde está la raíz de una vida auténtica y apasionante. 

Lecturas: 2 Reyes 4, 8-16; Salmo 88; Romanos 6, 3-4.8-11; Mateo 10, 37-42.

Descarga aquí la homilía para leer o imprimir.


El evangelio de hoy siempre suena muy fuerte. Quien prefiera a sus padres o sus hijos, antes que a mí, no puede seguirme, dice Jesús. ¿Cómo podemos explicar estas palabras tan duras? Como siempre, no podemos sacar una frase del evangelio fuera de contexto. Hay que entender esta frase de Jesús situándola en toda su vida y su mensaje, e incluso enmarcándola en el contenido de la Biblia entera, que insiste en la importancia del amor a los padres y a la familia. 

Jesús nunca nos pedirá abandonar ni descuidar nuestras obligaciones familiares. Pero sí está diciendo que renunciemos al egoísmo familiar, a la cerrazón del clan que sólo vive para sí mismo y busca su beneficio al margen del resto del mundo. Hay mucha endogamia en nuestras familias y comunidades, incluso en las parroquias y en los movimientos religiosos. Y esta no es la vocación cristiana. Hay que amar y procurar el bien de los seres queridos y los más allegados, pero si queremos ser verdaderos seguidores de Jesús, lo primero en nuestra vida ha de ser él. El primer mandamiento es el amor a Dios, siempre. 

Cristo en el centro de nuestra vida lo cambia todo. Él nos ayuda a centrar todo lo demás. Con Jesús, aprendemos a situar nuestras relaciones con padres, hermanos, hijos, esposos y esposas. Y lo hermoso es que, con él, aprendemos a amarlos de verdad. Pero con una libertad que no nos impide seguir nuestra propia vocación. Aprendemos a amar sin posesividad, sin control, sin afán de protagonismo. Muchas veces amamos sin mesura, pero en el centro de ese amor siempre estamos nosotros. Y el amor que propone Jesús es totalmente desinteresado y desprendido. Es un amor que no pide cuentas ni busca recompensas. Un amor que no siempre será comprendido ni correspondido por los demás. Pero Dios sí lo recogerá, y no dejará de premiarlo. 

Cuando Dios llama, su amor es arrebatador y más fuerte que todo, incluso más que los vínculos familiares. Porque, ¿quién es más íntimo para nosotros que el mismo Dios, que nos habita y nos insufla  la vida? Como decía san Agustín, Dios es más íntimo que mi intimidad profunda. Por eso su amor transforma, renueva y recoloca nuestra vida y nuestras relaciones. Como dice san Pablo en la segunda lectura, nos hace renacer a una vida nueva. Ser bautizados significa convertirnos en hijos, profetas y misioneros de Dios. Todos lo somos, nadie está exento. La llamada no es sólo para los curas y los  religiosos. Cualquier laico o laica puede evangelizar, desde su hogar, su trabajo, su familia. Somos cristianos las 24 horas del día. 

Decir sí a Jesús significa renunciar a muchas ataduras, y también a cargar con nuestra cruz: es decir, aceptar lo que somos, nuestra historia y nuestros condicionantes, nuestros límites y nuestros problemas... Pero con él, la carga siempre es más ligera y se lleva con alegría. 

¿Y qué sucede a quienes acogen al profeta, al misionero, al apóstol? Quien os recibe, me recibe a mí, dice Jesús. La misma vida que renueva al vocacionado se transmite a quienes lo reciben y le ayudan. Como la viuda que acogió al profeta Eliseo, que era estéril y fue premiada con un hijo a una edad madura. Este episodio nos puede hacer reflexionar. A veces nuestras vidas parecen estériles. Nuestras mismas parroquia parecen medio muertas, carentes de vitalidad. Las comunidades se estancan y envejecen. ¿Acaso van a desaparecer en unas pocas décadas? ¿Cómo podemos recuperar la fecundidad? Recibiendo al apóstol. Abriéndonos a la palabra de Dios. Acogiendo al sacerdote, misionero o pastor que nos propone abrir los ojos y el alma y renacer de nuevo. Escuchemos a nuestros sacerdotes, y a todos aquellos que vengan a sacudir un poco, con el viento del Espíritu, nuestras anquilosadas comunidades. No nos cerremos y dejemos que ese Espíritu Santo, que viene como quiere y a través de quien quiere, nos toque y nos despierte. Seamos parroquias abiertas, acogedoras, hospitalarias, y volveremos a vivir el gozo de ser fecundos.

El futuro de la Iglesia pasa por abrirnos y recuperar nuestra vocación inicial, la de todo bautizado: vivir unidos a Cristo y ser misioneros. ¿Cómo? Digamos sí, y él nos mostrará el camino. Cuando Dios llama, también acompaña. 

2023-06-23

12º Domingo Ordinario - A

No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden dañar el alma. En su discurso apostólico, Jesús instruye bien a sus discípulos y les reitera: ¡No temáis! Los prepara para un combate pero les asegura una fuerza inmensa: saberse mirados y amados por Dios, que jamás abandona a los suyos. Lecturas: Jeremías 20, 10-13; Salmo 68; Romanos 5, 12-15; Mateo 10, 26-33.



El tema de fondo de las tres lecturas de hoy es la verdad. La presencia de Dios envuelve y penetra todo el universo y la vida del hombre. Esta verdad nos sostiene. Pero su misterio y su hondura no siempre son aceptados. 

Jeremías es vituperado por decir una verdad incómoda, sus enemigos quieren atraparlo y deshacerse de él. Jesús avisa a sus discípulos y por tres veces les dice: «No tengáis miedo», porque muchos querrán hacerles daño. Hay una inclinación torcida en la humanidad que es la de negar a Dios, querer cortar con nuestra raíz existencial, romper con el Creador. Romper con el padre y negarlo es, en el fondo, el origen del pecado, el mal y la destrucción en el mundo. El hombre endiosado ya no conoce otra ley que su propio antojo, su interés, su egoísmo. Muchas personas son víctimas de este mal, incluso los inocentes. Pablo, cuando dice que por el pecado de Adán todos quedamos sometidos a la muerte, está diciendo que las consecuencias del pecado abarcan a justos e injustos. Todos sufrimos el mal causado por otros, por más inicuo que nos parezca. Sabemos que es así.

¿Quién puede corregir o paliar esta fuente de injusticia y dolor? Sólo Dios. Y lo hace, no ejerciendo una justicia al estilo humano, sino al estilo divino, que es totalmente desmesurado. Dios se entrega a sí mismo en Jesús. Si por el fallo de Adán todos sufrimos, ahora, por la entrega amorosa de Jesús, todos resucitaremos y podremos vivir en plenitud. Todos. Y esta reparación es infinitamente mayor que la culpa. Como dice Pablo: «no hay proporción entre el delito y el don». El hombre peca dando una bofetada a Dios. Dios responde derramando todo su amor sobre el mundo. No hay fuerza ni poder humano que pueda frenar esta marea, no hay violencia que pueda matar tanta vida. Ante Dios, fuente de vida, no hay muerte posible. 

Por eso Jesús anima a sus discípulos y nos anima a nosotros, hoy. No tengáis miedo a los que sólo pueden matar el cuerpo. No tengáis miedo a la violencia, a las prohibiciones, los insultos o el rechazo. Seguid anunciando el evangelio. Dios siempre vela por sus fieles colaboradores. A lo que hay que temer es a perder la fe, la amistad con Dios, el apoyo de su amor. Porque sin él morimos. Nuestra alma se seca y hasta el cuerpo acaba pereciendo. El alma enferma acaba destruyendo también la salud física. Pero el alma vigorosa, sostenida en Dios, resucita y puede vencer a la misma muerte.

2023-06-16

11º Domingo Tiempo Ordinario - A

Jesús contempla a las multitudes como "ovejas sin pastor" y envía a su equipo: los Doce, a expandir su misión: curar, exorcizar, dar vida y anunciar el Reino de Dios. Lecturas: Éxodo 19, 2-6a; Salmo 99; Romanos 5, 6-11; Mateo 9, 36 - 10, 8.

Descarga aquí la homilía en word.


Dolencias de espíritu

Jesús, con mirada compasiva hacia el gentío, pone de manifiesto su misión sanadora. La multitud está hambrienta de paz, de justicia, de esperanza. Jesús percibe en ellos fatiga y desorientación. Están como ovejas sin pastor. Y les da a sus discípulos el poder de curar toda clase de dolencia.

Esa es una misión fundamental del grupo apostólico, ligada a su vocación: sanar, resucitar, salvar. En otro texto leímos que no necesitan de médico los sanos,  sino los enfermos. El autor sagrado se refiere a las dolencias existenciales y espirituales, el no tener razones suficientes para vivir y carecer de una visión trascendente de la vida puede llegar a enfermar nuestro corazón lleno de orgullo.

La Iglesia, sanadora

Jesús se da cuenta de que las gentes necesitan un guía que les ayude a orientar sus vidas. Cuántas personas vemos sin norte, y cuántas personas están vacías. La misión de la Iglesia es llenar de contenido esos vacíos existenciales. Jesús es el buen pastor que conduce a su rebaño hacia las verdes praderas del Reino. Encomienda a los suyos que curen y anuncien el reino. Esta es también la misión de la Iglesia: descubrir de aquello que adolece el ser humano y anunciarle la buena nueva del amor de Dios.

Jesús también nos dice que la mies es mucha y los obreros pocos. “Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Ahora, más que nunca, es necesario que haya cristianos vocacionados y responsables que consagren su vida a dar aliento y fe a los que no tienen. Los cristianos estamos llamados a vivir con entusiasmo ante la desidia que invade nuestra cultura relativista. Estamos tan enfrascados en nuestras preocupaciones que somos incapaces de darnos cuenta de que alrededor nuestro tenemos a mucha gente que sufre y está desorientada. La Iglesia nos pide hoy que trabajemos en su viña, en las parroquias, en movimientos, allá donde estemos; que seamos capaces de sacar nuestro precioso tiempo para dedicarlo a los que más nos necesitan.

Herederos de una misión

Nosotros somos transmisores de ese ímpetu de los apóstoles que tuvieron muy clara su vocación de servicio y de sanación. El autor sagrado se detiene y va enumerando, uno por uno, sus nombres. Esto tiene su importancia, en cuanto a que está dando un relieve especial a los inicios humanos de la misión apostólica, una historia que comenzó con llamadas personales, de tú a tú, a cada uno de ellos. En el centro de esta misión está el servicio, especialmente a los enfermos y a los pobres.

Hoy, Jesús nos recuerda que todos los que celebramos esta eucaristía hemos sido llamados a prolongar la misión de los apóstoles y a dedicar nuestra vida a comunicar la buena nueva.

Lo que gratis habéis recibido, dadlo gratis

Todos hemos recibido el don de la fe gracias al coraje de otros. La muerte y resurrección de Jesús y el inicio entusiasta de los apóstoles nos ha llevado a que hoy estemos presentes celebrando el memorial de Jesús en la eucaristía. Si gratis lo hemos recibido, gratis, y a tiempo y a destiempo, como dice san Pablo, estamos llamados a anunciar la palabra de Dios.

Si la gente se enfría y se aparta de la Iglesia es porque quizás nos está faltando alegría y entusiasmo. Solemos alegar que la sociedad y las ideologías van contra la fe. Pero, aunque haya razones externas que justifiquen ese alejamiento y dificulten nuestra misión, nada nos puede impedir proclamar el evangelio. San Pablo nunca dejó de hacerlo, ni siquiera cuando fue confinado en la prisión por ser cristiano. Como nos recuerda en sus cartas, hemos sido salvados a precio de sangre, por la muerte y el amor de Jesucristo. ¡Nunca lo olvidemos! Dios ha dado lo mejor de sí: su propio Hijo, para que nosotros podamos vivir en plenitud. Y este tesoro no podemos guardarlo para nosotros mismos: el mundo lo está esperando.

2023-06-09

Corpus Christi - El cuerpo y la sangre de Cristo

En la festividad del Cuerpo de Cristo, leemos un pasaje del evangelio de Juan: Jesús se nos ofrece como pan vivo bajado del cielo. ¿Qué significan estas palabras? ¿Qué consecuencias tienen para los creyentes de hoy? Lecturas: Deuteronomio 8, 2-16; Salmo 147; 1 Cor 10, 16-17; Juan 6, 51-58.

Descarga aquí la homilía para leer.


El pan es un alimento básico y es símbolo, también, de aquello que necesitamos para vivir. Pan equivale a vida, a sustento. La Biblia nos presenta el pan como un regalo de Dios para nutrir a su criatura humana. En el desierto, Israel pudo sobrevivir gracias al maná. Con ese alimento Dios mostró al pueblo que cuidaba de ellos: no dejó que perecieran de hambre.

Pero el libro del Deuteronomio tiene una frase que después recogerá Jesús: No sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. ¿Qué significa esto? La persona humana no es sólo cuerpo físico. Tenemos un alma, y así como el cuerpo necesita pan, el alma necesita otros alimentos para vivir y crecer. Ese alimento es todo lo que sale de la boca de Dios. Es comida su aliento, su palabra, su ley, pero sobre todo su amor, que nos hace vivir y nos sostiene en la existencia.

Jesús se presenta a sí mismo como pan del hombre. Pocos lo entienden, ¿cómo se puede comprender que lo comamos a él? ¿Cómo va este a darnos de comer su carne?, se preguntan los judíos. Los primeros cristianos, vistos desde afuera, eran tachados de caníbales y sus prácticas religiosas, aberrantes. ¿Cómo entender el sacramento de la eucaristía, que es fundamento de nuestra fe? Más aún, ¿cómo entender que en ese pedacito de pan está Cristo, entero, y que está presente en todas las formas consagradas, de manera que todos lo podamos tomar?

Es un misterio enorme, pero no menos grande que el misterio de nuestra existencia y la del universo. Sólo puede interpretarse con una clave: el amor paternal y maternal de Dios. Sólo el amor puede descifrar esas palabras enigmáticas, que de tanto oírlas ya no nos impresionan, y deberían dejar una huella profunda en nosotros. ¡Comemos a Cristo! ¡Estamos comiendo a Dios! Dios está dentro de nosotros, corriendo por nuestras venas, asimilándose bajo nuestra piel. Estamos llenos, empapados, penetrados de Dios. ¿Cómo podemos quedarnos igual, después de tomarlo? ¿Cómo podemos salir de misa fríos o indiferentes, o tal como entramos? Dios está en nosotros. Su presencia nos une unos a otros, es el pan de la comunión, como afirma san Pablo. Si ya se hizo pequeño al encarnarse, ¡cuánto más se ha humillado haciéndose pan, materia inerte, harina molida y cocinada para ser nuestro alimento!  Y lo ha hecho para dar de comer a nuestra alma, para que nuestra vida espiritual no agonice ni perezca de hambre. Tanto como el pan físico necesitamos el pan del cielo. Y ¿qué mejor pan que el mismo Dios? Es hermoso y heroico ver a las personas que aman, entregándose a los demás. Jesús lo hace en grado sumo: se entrega a sí mismo de manera que todos lo podamos tomar porque quiere alimentarnos, fortalecernos y darnos su vida a todos. Hoy, en la fiesta del Corpus Christi, tenemos sobrados motivos para sentirnos inmensamente felices, inmensamente amados.

2023-06-02

Santísima Trinidad

En la festividad de la Santísima Trinidad (ciclo A) meditamos sobre el misterio de un Dios que es familia, comunidad y comunicación. Jesús nos revela el retrato más certero de su Padre celestial. Como hijos creados a su semejanza, tenemos una misión en el mundo. La Trinidad nos guía e inspira.

Descarga aquí la homilía para imprimir o leer.


Dios Trinidad es un concepto que a veces resulta difícil de entender. ¿Un Dios y tres personas? ¿Tres en uno? Para muchos es un politeísmo solapado; para otros Dios es solo el Padre y Jesús fue simplemente un gran profeta, un hombre bueno, lleno de Dios. ¿Y el Espíritu Santo? Queda diluido entre las dos personas, como una especie de energía entre Padre e Hijo. ¿Cómo entender este misterio, que pronunciamos cada vez que nos santiguamos y cada vez que iniciamos la misa? Las tres lecturas de hoy nos dan pistas esclarecedoras. Dios es uno, pero no es un solitario, sino una familia, una triple relación de amor que se despliega y es capaz de engendrar todo un universo, poblado de seres vivos y de personas semejantes a él. El amor es fecundo e implica relación y comunicación.

Leyendo el Éxodo, vemos cómo Israel es consciente de que Dios está con ellos. Dios es compañero, guía y protector en el camino. Aunque sean un pueblo de dura cerviz, Dios no les abandona. La oración de Moisés es esta: Señor, ven con nosotros, perdónanos, tómanos como tuyos. Cuídanos. Te pertenecemos. He aquí la primera persona de la Santísima Trinidad: un padre amoroso rico en clemencia, un Dios solidario.

Pero ¿cómo mostrar amor si no hay a quien amar? No hay amante sin amado. Si Dios es amor, debe desplegar esta energía amorosa de alguna manera. Así es como Dios también incluye la persona del Hijo, que se encarna y se hace hombre. El amor del Padre se vuelca en el Hijo, y el Hijo le corresponde. Este amor al Hijo se traslada a toda criatura y, muy en especial, a los seres humanos. Como afirma san Juan en su evangelio, Dios envía a su Hijo al mundo no para juzgarlo ni condenarlo, sino para salvarlo. En otras palabras: Dios no nos ha creado para luego castigarnos, sino para que vivamos con gozo, una vida plena que valga la pena ser vivida. Y envía a Jesús para ayudarnos y mostrarnos esta vida. Jesús nos enseña a corresponder al amor de Dios, uniéndonos a él e imitando su generosidad.

Finalmente, en toda relación de amor hay tres pilares: el amante, el amado y el amor que fluye entre ellos y que engendra vida. Es el Espíritu Santo, el aliento sagrado de Dios que aletea entre Padre e Hijo y que infunde vida a toda la creación. Este Espíritu es el que nos une y permite que haya amor entre nosotros. Por eso Pablo, cuando bendice a su comunidad de Corinto, alude a las tres personas de la Trinidad, en una oración muy hermosa: la gracia de Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con vosotros. Es decir, que nunca nos falten la salud y la alegría que trae Jesús, el amor incondicional y desbordante del Padre y la fuerza que nos une como hermanos, el fuego del Espíritu Santo. Vivimos arropados y alentados por este amor de nuestro Dios trinitario. Tenemos muchos motivos para estar contentos y hoy, en la fiesta de la Trinidad, es un momento especial para celebrar que somos inmensamente amados.