2006-08-27

¿También vosotros queréis iros?

Una vivencia diferente de Dios

Jesús era un hombre muy libre con una experiencia de Dios que no tenían sus coetáneos. Mucha gente no llegaba a comprenderlo y le echaban en cara su forma de hablar: estas palabras son inaceptables, decían.

Su intensa vivencia interior dio lugar a un nuevo concepto de Dios: el Dios Padre, cercano, misericordioso, que no desea otra cosa que la felicidad de sus criaturas.

La personalidad atractiva y arrolladora de Jesús arrastraba a muchas personas. Sabía tocar sus corazones y llegar hasta sus anhelos más hondos, con sus predicaciones y sus curaciones. Pero muchos otros lo criticaban. La crítica es un fenómeno antropológico muy antiguo, tan viejo como la humanidad. Su origen son los celos, las comparaciones o los juicios desacertados.Jesús no fue inmune al impacto de los celos y las difamaciones.

Palabras que son vida

Y, sin embargo, sus palabras son vida y alimento. Jamás el mensaje de Jesús ha sido contrario a la vida y a la felicidad humana. Su misión es que toda persona llegue a crecer y a madurar, hasta llegar a su plenitud personal. He venido para que tengan vida, y vida en abundancia, dice el Evangelio de San Juan.

Pero Jesús intuía que un sector de su pueblo e incluso de sus propios seguidores no lo comprendería, y sabía que esto lo llevaría a la muerte y a la cruz.

Hoy día, mucha gente se aleja de la Iglesia. La pregunta de Jesús se dirige igualmente a los cristianos de hoy: ¿También vosotros queréis iros?

¿Qué queremos hacer? ¿Continuamos dentro o fuera?

Pedro contesta con hermosa rotundidad: ¿A quién vamos a acudir? Sin ti no somos nada... Tus palabras son vida.

Así es. Reconocer que Cristo es el santo de Dios es reconocer su bondad y que es la imagen máxima del Padre. Es dejar que se convierta en el eje de nuestra vida. Es abrazarlo y adherirnos a él. Y Dios quiere que nuestra existencia sea plena y colmada de alegría. La vida que nos da es eterna.

Iglesia y comunión

Es muy frecuente oír esta frase: Soy creyente, pero no practicante. No podemos juzgar a nadie, por supuesto. Pero la eucaristía es una consecuencia de nuestra fe. ¿Cómo vamos a llegar a la plenitud espiritual sin participar en la vida de la comunidad?
Si decimos sí a Jesús, estamos diciendo sí a la Iglesia. No podemos concebir la fe sin una experiencia comunitaria, sin la vivencia de la comunión eucarística.

Vivir coherentemente nuestra fe tiene sus consecuencias: matiza toda nuestra vida cotidiana y nuestra presencia en el mundo.

2006-08-20

El ágape de Dios

Una invitación

Jesús nos invita a un ágape. El es el alimento que se ofrece. Es el pan del cielo, nos dice. Quien lo coma, vivirá para siempre. ¿Qué significan estas palabras?

Cada domingo recibimos una invitación a encontrarnos con él, en la Eucaristía. Con sus palabras, Jesús nos expresa que él es la fuente de nuestra vida espiritual. Por tanto, la eucaristía no es algo accesorio, sino un hecho fundamental en la vida de los creyentes.

El pan, la carne, es la vida. Con el sacramento del pan y el vino Jesús decide estar presente en el mundo, cercano y accesible a toda persona y para siempre.

En la celebración eucarística, Jesús nos invita a gozar de una vida en plenitud, ya aquí, en este mundo, y en la eternidad. La eucaristía anticipa el encuentro gozoso y definitivo con Dios. Es una antesala del cielo, un banquete, un ágape fraterno, un encuentro entre Dios y su criatura.

Saborear el cielo

Venir a misa no es una obligación, es un regalo de Dios que hace madurar nuestra conciencia de ser hijos suyos.

La eucaristía no es el mero cumplimiento de un deber, sino un encuentro con Cristo, participando de la plenitud del cielo. En ese encuentro, lo tomamos a él mismo. Cada domingo tenemos la ocasión de vivir un acontecimiento trascendental y místico. Somos invitados a saborear el cielo en la tierra.

Mi cuerpo es verdadera carne y mi sangre verdadera bebida. Este es el misterio de la eucaristía: Dios mismo, en Cristo, está realmente presente, aunque no podamos percibirlo físicamente. La eucaristía debería provocar en cada uno de nosotros una convulsión espiritual.

El ágape

Comer con los demás es importante. Antropológicamente, la comensalidad es un encuentro que fomenta la relación interpersonal, la amistad, la convivencia. Encontrarse en una celebración es necesario, tanto cristiana como humanamente. En la misa, Cristo es el anfitrión que nos invita y nos acoge. ¿Cómo podemos declinar su convite? ¿Cómo negarnos a venir?

La misa es el centro de la celebración de nuestra fe. Solemos seguir la rutina de los domingos, pero las otras fiestas de precepto no son menos importantes. La Iglesia es muy sabia cuando nos exhorta a guardar los preceptos. De la misma manera que necesitamos el alimento físico y emocional, también necesitamos el alimento espiritual, que debe complementar los otros dos. Con la celebración de la eucaristía se nos está ofreciendo una auténtica experiencia religiosa y un alimento que nos refuerza. Es la fiesta de Dios con sus hijos. ¡No fallemos a ese encuentro!

2006-08-15

Mi espíritu se alegra en Dios

En medio del verano, la liturgia nos convoca a celebrar esta hermosa fiesta, con una larga y rica tradición. Es la fiesta de Santa María.

María es el modelo de mujer de fe, con el corazón totalmente abierto a Dios. En su hogar creó un espacio de diálogo e intimidad con Dios. Y Dios llegó a encarnarse en Cristo porque María creyó y dijo sí. Asumir la maternidad de Dios era volcar toda su vida en él. Por eso decimos que "está llena de gracia", llena de Dios.

La mujer solícita, imagen de la Iglesia

Esta plenitud interior la empuja a ejercer la caridad, el amor fraterno. María corre, aprisa, para atender a quienes la necesitan. Así es como viaja para ver a su prima Isabel y la cuida durante unos meses, hasta que da a luz. Ese talante de cuidadora, de saber ocuparse de los suyos, entraña una forma de ser de la Iglesia.

La Iglesia es mujer, es feminidad. A través de María es posible la encarnación del Hijo de Dios. Pero también es ella quien aglutina a los apóstoles. Está presente en Pentecostés, asistiendo y apoyando el nacimiento de la Iglesia. María es la que jamás pierde la esperanza en el resucitado.

La promesa de Dios

El encuentro gozoso entre María e Isabel es un hermoso momento. ¡Qué importante es la amistad! En María se cumple la plenitud de lo que Dios sueña para la mujer. Ella es santuario, casa de su hijo. Como madre de Jesús, María es también madre de la Iglesia y de todos cuantos seguimos a Jesús. Así, nos convertimos en hijos de Dios, en hermanos de Jesús y también en hijos de la Madre. María es origen de la maternidad de la Iglesia.

"Dichosa tú, porque has creído", dice Isabel. El fundamento de nuestro ser cristiano, de nuestro gozo, de nuestra fidelidad, es haber creído y puesto nuestra vida en manos de Dios. Dichosa tú, porque todas las promesas de Dios se cumplirán en ti.

El canto de loanza

Ante el reconocimiento alborozado de Isabel, que ensalza la plenitud de Dios en María, llega la respuesta de ella. María entona el Magníficat, con la fuerza de un alma que siente la grandeza del Señor. Su espíritu se regocija y se alegra. María se siente salvada y esto la convertirá en co-salvadora.

"Dios ha mirado la sencillez de su sierva". Es así: la humildad, la apertura de corazón, es importante para que la semilla de Dios crezca.

La palabra "esclava" o "sierva" no debe entenderse en su sentido literal. María no es esclava de nadie, ¡y mucho menos de Dios! Dios no esclaviza. Sus palabras significan que se siente suya, entregada del todo a él. Cuando dos personas se aman, se libran el uno al otro. No pierden su identidad ni su libertad, sino que ganan en crecimiento y en proyección personal y humana: "Ha hecho en mí maravillas".

María está muy cercana a Dios y a la Trinidad. No podemos hablar de cristianismo pleno sin incorporar a María en el centro de la vida cristiana, junto a Jesús.

Feminizar y cristianizar las fiestas

Esta celebración nos invita también a introducir en la cultura de la fiesta el elemento del cuidado. Las fiestas no tendrían por qué ser ocasiones para el derroche o para los excesos dañinos. Rescatemos su sentido cristiano. La auténtica fiesta es una eucaristía, un acto de gratitud, un espacio de encuentro gozoso entre las personas que se aman.

Introduzcamos elementos femeninos en nuestras celebraciones: la estética, el cuidado, la limpieza, una comunicación bella y profunda. Los festejos no tienen por qué ser simple evasión o despilfarro sin medida. Feminizar las fiestas también supone impregnarlas de sencillez y alegría.

La fiesta de hoy, en clave cristiana, celebra el gozo pleno del sí de Dios a María. Es el gozo de toda mujer, de todo cristiano, que se abre al amor de Dios.

2006-08-13

El pan del cielo

Levántate y repon tus fuerzas

En la vida se dan momentos de alegría y otros de dolor y desesperación. En los momentos de hundimiento, algunas personas se sienten tan desgraciadas que llegan incluso a desear la muerte o a quitarse la vida. Otras, deciden resistir con valor y con la esperanza de que la situación mejore.

El profeta Elías se encontró en uno de estos momentos desesperados. Perseguido por la reina Jezabel, por haber predicado la verdad, fiel a la misión que Dios le había encomendado, se ve obligado a huir por el desierto. Allí, en medio del vacío, cansado, abatido, ruega a Dios que le quite la vida. Se siente abandonado y perdido. El cumplimiento de su misión profética le ha acarreado incomprensión y persecución. Es entonces cuando Dios le envía un ángel que lo anima y le da alimento, no una, sino dos veces. Lo invita a comer, a recuperar fuerzas y a seguir adelante. Entonces Elías retoma su camino y comprende que su misión también entraña una cruz.

El pan del cuerpo

Dios ha hecho al ser humano con un cuerpo y unas necesidades. Necesitamos comer para vivir y hemos de agradecer profundamente los alimentos que podemos tomar. ¡Bendigamos a Dios por ello! Hoy día el hombre ha aprendido a cultivar la tierra y a producir lo bastante como para acabar con el hambre. Pero, a pesar de esto, en los países ricos se da una sobreabundancia mientras que en los países pobres aún hay gentes que mueren de hambre. Agradecer lo que tenemos nos ha de impulsar a ayudar a los que no tienen para que el alimento básico no falte a nadie.

El pan de Dios

Jesús es el pan de Vida. Dios no sólo nos da el alimento de la carne, para nutrir el cuerpo. Nos da el alimento del espíritu. Y ese alimento es él mismo, Dios, que se nos da. ?No sólo de pan vive el hombre?. En la vida humana hay otra dimensión que necesita la luz, el amor y el perdón de Dios. Este es el Pan del Cielo, Dios mismo se nos entrega como alimento.

Descubrir la profundidad del Hijo nos hará comprender mejor al Padre. Hemos de aceptar que necesitamos de su persona. Dejémonos alimentar por él.

El pan de la amistad

Hay un tercer tipo de alimento. Es el pan que nos dan los amigos: unas palabras de afecto, ternura, palabras iluminadoras, comprensión. Este alimento nos sostiene. Los amigos nos dicen aquello que nos consuela y también aquello que no nos gusta tanto pero que nos puede hacer reaccionar, porque nos quieren. Su alimento nos hace crecer. La convivencia en la comunidad cristiana es el otro gran alimento.

Fuerza para vivir

Sin Jesús nuestra vida no tiene sentido. Él nos da la fuerza para vivir y nos hace comprender el significado de nuestra existencia. Él alimenta e ilumina nuestra vida.

Con la fuerza del pan de Cristo podremos caminar y otros seguirán las huellas de nuestra fe. No perdamos la fe. Cuando llegan los recios vendavales que sacuden nuestras raíces, es el momento de levantarse y seguir. El Espíritu del Señor nos ayudará a encontrar quien nos apoye.

Para ello, buscad vuestro desierto. Buscad un lugar de intimidad para estar a solas con Él. Dios siempre se da. Sólo necesita nuestro corazón abierto para poderlo recibir.

P. Michel Djaba
Camerun

2006-08-06

La verdad resplandece

Un momento de plenitud

La transfiguración de Jesús en el monte Tabor fue un acontecimiento crucial en la vida de Pedro, Santiago y Juan, aquellos tres discípulos más cercanos a Jesús. Su maestro les abre el corazón totalmente y se les revela como Hijo de Dios. Es un momento de intensa emoción y calidez espiritual. La experiencia mística los asombra y los aturde. La presencia gloriosa de Dios se manifiesta a través de Jesús (es un momento de teofanía). En esos instantes, Dios habla: Este es mi hijo amado, escuchadlo.

Pedro, deslumbrado, reacciona en seguida. Quiere eternizar el momento: hagamos tres tiendas... Cuando nos encontramos en una situación de plenitud, queremos alargar la experiencia. Es hermoso y natural.

Pero Jesús lo hace volver a la realidad y, a continuación, anuncia a sus discípulos su muerte inminente. Es muy consciente de su misión y de las consecuencias que le acarreará ser consecuente hasta el final. El Tabor es un preludio de la gloria, pero ese instante no ahorrará el sufrimiento a Jesús.

Finalmente, Jesús pide a sus amigos discreción. Las experiencias íntimas y místicas deben conservarse en el corazón, sin descubrirlas imprudentemente, sin precipitar los acontecimientos. Llegará el momento adecuado en que serán reveladas.

El Tabor, cerca de lo cotidiano

El episodio del Tabor se reproduce cada vez que sabemos escuchar, reconocer y vivir a Dios en nuestra vida. Pero la prisa y el ajetreo diario nos dificultan detenernos, estar tranquilos y descubrir la presencia de Dios. Por ello es necesario retirarse, de vez en cuando, y encontrar espacios de calma, quietud y silencio.

Hoy, Jesús se hace presente cada día en nuestra vida. Cada vez que participamos en la eucaristía, cada vez que se produce una comunión profunda, a través de la Iglesia y los sacramentos, Dios se nos manifiesta continuamente.

Creer en Dios no és sólo hablar o creer, sino adherirse a él y encarnarlo en lo cotidiano. Dios se nos muestra de mil maneras. Abramos el corazón a su intimidad. Retirémonos a la montaña (la liturgia es un Tabor) y escuchémosle.

Tú eres mi hijo amado

¿Qué nos dice Dios? Este es mi hijo amado... Todos somos hijos amados y predilectos de Dios. Saberlo eleva nuestra autoestima y nuestra espiritualidad. Sentirnos hijos amados de Dios es el primer paso en nuestra labor evangelizadora, como parte de la Iglesia. Jesús desveló lo que tenía en su interior. Dios mismo habitaba en él. En el Tabor se dio la apertura de su experiencia íntima de amor de Dios. Si no sentimos ese amor, difícilmente podremos sentirnos cristianos.

Cómo escuchar a Dios

Escuchar es mucho más que oír. Es abrir el corazón, la mente, los sentimientos, para dejar que Dios entre de lleno en nuestra vida. Sólo si escuchamos podremos digerir y metabolizar aquello que viene de Dios.

¿Cómo escuchar a Dios? Hay muchas maneras.

Una es ocupar un tiempo para estar con él, cultivando su amistad y el diálogo con Dios. Esta intimidad enriquece la vida entera.

Otra forma es leer a Dios en los signos de los tiempos, como decía Juan XXIII. Dios nos habla a través de nuestra realidad cultural y social. Pero no escucharemos su mensaje si no sabemos contemplar, con quietud y serenidad, ni podremos entender su lenguaje. El lenguaje de Dios va mucho más allá del lenguaje verbal. Está formado por signos, por hechos, por convergencias.

Otra manera de escuchar a Dios es a través de los demás. Parafraseando a San Juan, podríamos decir: ¿Escuchas a Dios, al que no ves, y no escuchas al prójimo, al que ves? ¡Hipócrita!

Dios se sirve de otros muchos canales para expresarse. La Iglesia es uno de los más importantes. En ella se da la plenitud de la salvación. Canaliza directamente su voluntad: hacer crecer el reino de Dios en el mundo. Para ello necesitamos vivir experiencias de Tabor, de celebración compartida, de comunión intensa, de fraternidad y de caridad.

Cada liturgia, cada domingo celebrado, es un Tabor. En esta teofanía (manifestación de Dios) se nos revela la Trinidad. Dios Padre nos exhorta a escuchar a su Hijo, el amado, el predilecto. Y esta exhortación se extiende de Jesús a la Iglesia. Por ello es tan importante escuchar cuanto dicen el Papa y nuestros pastores. La Iglesia es mucho más que el Vaticano. Es comunión, es presencia de Dios, es Iglesia militante: somos todos nosotros. Es un torrente permanente de riqueza espiritual. Escuchemos bien, pues escuchando encontraremos sentido pleno a nuestra vida cristiana, nuestra vida de amados hijos de Dios.