2015-12-26

La familia, espacio sagrado

Fiesta de la Sagrada Familia – ciclo C

Eclesiástico 3, 3-7. 14-17
Salmo 127
Colosenses 3, 12-21
Lucas 2, 45-52

Las tres lecturas de hoy son densas y hermosas: hablan de la realidad humana más entrañable y esencial, la familia. Todos hemos nacido en una familia. Más o menos estable, con traumas y con amor, con unión y rupturas, la familia es la tierra donde nuestra vida arraigó, y es la raíz de la que procedemos.

La Biblia nos exhorta a amar y honrar estas raíces, especialmente a los padres. Los psicólogos dicen que la persona no madura bien si su relación con los progenitores no es sanada y reconciliada. Hoy nuestras sociedades envejecen y vemos a muchísimos hijos que deben afrontar el deterioro físico y mental de sus mayores. En muchos casos esto supone un problema, una molestia, y los abuelos son aparcados, en casa o en asilos donde esperan la muerte en soledad y no siempre son tratados con dignidad. El Papa Francisco ha advertido muchas veces sobre la cultura del descarte, para la cual los ancianos, los impedidos, los que ya no son productivos, se convierten en una carga de la que nadie quiere ocuparse. Las instituciones asistenciales suplen de manera insuficiente la falta de humanidad, tiempo y cariño de unas familias desintegradas, donde cada cual persigue sus metas individuales sin ganas de sacrificarse y dedicar tiempo a los más frágiles.

Todos envejeceremos, todos seremos dependientes y falibles algún día. ¿Cómo aceptar esta vulnerabilidad? San Pablo en su lectura nos da pistas valiosas. Revestíos de misericordia, de bondad, de humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos. Bañad vuestras relaciones de afecto y ternura. Tened paciencia. Perdonad y dad todo el amor que desearíais. ¿Puede haber mejor consejo? Si las familias adoptaran este vestido que indica Pablo, cuántos problemas dejarían de serlo y se convertirían en situaciones desafiantes, sí, pero también en oportunidades para mostrar nuestro amor y reforzar los vínculos que nos unen.

Jesús mismo, siendo Dios, se sujetó a la vida familiar, aceptando la autoridad de sus padres y dejándose educar por ellos. Su escapada en el templo de Jerusalén es un atisbo de lo que sería su misión futura, marcada por la audacia, la libertad y el desapego de los lazos familiares. Pero, hasta que llegó su hora, Jesús demostró que podía cultivar su fidelidad al Padre del cielo sin dejar de amar y honrar a sus padres de la tierra.

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2015-12-25

El Dios que se hace niño

Isaías 9, 1 - 3, 5-6
Salmo 95
Tito 2, 11-14
Lucas 2, 1-14

En esta noche oscura, de las más largas del año, brilla una luz resplandeciente. Un rayo de luz atraviesa toda nuestra historia: Dios se encarna. Dios se hace niño en un pequeño bebè, nacido en Belén. 

Vivimos en una cultura donde se ensalza la  competitividad, el éxito, el destacar. Todos nos afanamos por ser alguien, por ser el primero, el más reconocido. Todos queremos subirnos a un pedestal. En cambio, el que es Alguien, con mayúsculas, se hace pequeño, con minúsculas. El grande se abaja, hasta hacerse casi nadie. Esta es la lógica de Dios. 

La lógica de Dios va por caminos diferentes a los nuestros. Solo puede entenderse desde un corazón inmenso y lleno de ternura, de misericordia, de amor hacia sus criaturas. Como dice san Juan, Dios amó tanto al hombre que envió a su único Hijo al mundo para poder salvar a todos. El Dios que se hace niño nos invita a reconocer nuestro niño interior. Todos fuimos un niño pequeño, que está ahí, latente, dentro de cada uno de nosotros. El reino de los cielos es para los que se hacen niños. La Navidad es una fiesta para rescatar a ese niño interior que sigue vivo. 

Volver a ser niños significa volver a mirar el mundo y las cosas con la limpieza y la claridad de un niño: con admiración, con sorpresa, con apertura de mente y de corazón, siempre esperando el bien, sin miedo a lo nuevo. Ser como niños significa aprender a mirar y a escuchar sin la amargura de los adultos, sin la rabia de los adultos, sin el orgullo de los adultos. 

Cuando nos desprendamos de todo el resentimiento, los celos, la ira y los prejuicios que hemos ido acumulando durante toda una vida podremos hacer revivir a este niño interior, abierto al amor, capaz de amar. 

Miremos el pesebre. Miremos a María y a José. Navidad también es la fiesta de la maternidad y la paternidad. María da su cuerpo y su vida entera para ser el hogar de Dios. Su entrega es total e incondicional, ella es la primera casa de Dios en este mundo. José cuida y prepara un lugar: es el que protege el hogar donde se gesta la vida, donde el mismo Dios crece y se hace hombre. José también será el educador de este niño. Santa Teresa le tenía una gran devoción, y decía que este santo, a quien el mismo Dios obedeció siendo niño, es un gran abogado y amigo. 

Miremos la humildad de este lugar. Dios no quiso nacer en un palacio, ni entre lujos. Miremos al buey y la vaca, que, como decía el Papa Benedicto, representan la naturaleza, el mundo de las criaturas. Todo el universo asiste al nacimiento de Dios niño. La ecología tiene un lugar en Navidad: con la encarnación de Dios, no solo el ser humano, sino toda la creación es salvada.

Cuando adoremos al Niño, miremos a este Dios que se nos hace pequeño para que podamos besarlo con ternura. Nuestro Dios no es temible ni distante. No quiere miedo ni sometimiento, sino solo amor. Dios se nos hace niño para que podamos sostenerlo en brazos, para que podamos hacerle un lugar en nuestro corazón. En esta noche, nosotros también somos pesebre donde Dios busca refugio y calor. El que es autor de la luz viene a iluminar el mundo; viene a iluminar nuestra vida con el fuego de su ardiente amor.

2015-12-17

Aquí estoy para hacer tu voluntad

4º Domingo de Adviento - C

Miqueas 5, 1-4a
Salmo 79
Hebreos 10, 5-10
Lucas 1, 39-45

Las lecturas de hoy nos hablan de la maternidad y del cuerpo. La madre es la que lleva en su seno otra criatura: su cuerpo se convierte en templo de la vida, cuna de un nuevo ser. Ser madre es el sacrificio más primigenio: la mujer da su cuerpo y parte de su vida para que su hijo pueda crecer. Esta donación, en María, se hace inmensa: su vientre se convierte en el santuario de Dios. Nadie como ella se ha abierto tanto, nadie como ella ha dispuesto su cuerpo y su alma, de manera total e incondicional, para que se cumpla la voluntad divina.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo… Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad. San Pablo recoge estas palabras para alentar a los creyentes. Atrás queda la religión del sacrificio, se acabó la fe condicionada por las ofrendas. Dios no puede ser comprado ni aplacado, no es eso lo que pide. El mejor sacrificio no son animales, ni tesoros, ni méritos ganados. El mejor don es el ofrecimiento de uno mismo. No puedo darte nada, Señor del universo, pero puedo darte a mí mismo. Que tu sueño se cumpla en mí.

¿Quiénes son nuestros maestros? Jesús, que se entregó a sí mismo, y María, que se dejó habitar por Dios. Confiando la vida en manos de Dios, esta adquiere un sentido nuevo y profundo.

Muchas personas persiguen su felicidad y su propósito vital. La tendencia es buscarse a sí mismo y ser artífice de uno mismo, con esfuerzo y constancia. Se ensalza el hombre hecho a sí mismo, la mujer diosa, la persona autosuficiente que avanza a golpe de voluntad. Hay otro camino, más humilde, más oculto, menos reconocido pero mucho más luminoso: dejar que sea Dios el escultor de tu vida y el jardinero de tu semilla única. ¿Quién nos conoce mejor que él, que nos ha formado? ¿Quién nos hará crecer siendo nosotros mismos, auténticos, hasta nuestra plenitud? María lo entendió muy bien y se abrió. Por eso fue bendita entre las mujeres. Y en su vida sencilla, entre aldeas de montaña, vio florecer el milagro de un Dios que se hace pequeño. Un Dios que se hace niño, un Dios que se hace pan.

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2015-12-10

Estad alegres

3r Domingo de Adviento - ciclo C

Sofonías 3, 14-18.
Filipenses 4, 4-7.
Lucas 3, 10-19.

Grita de júbilo, Israel, alégrate y goza de todo corazón, Jerusalén. El Señor será rey en medio de ti... Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra… Con estas palabras el profeta Sofonías invita a su pueblo a vivir ya el júbilo de una promesa. Es la alegría anticipada del que espera la plenitud. ¿Cuál es el motivo? La presencia de Dios. Cuando Dios reina en nuestra vida nos sentimos bañados en su amor y esto nos da fuerzas y nos ilumina el corazón.

Comenzamos este domingo con una lectura que nos habla de la alegría por una promesa. De aquí pasamos al clamor del último profeta, Juan Bautista, que leemos en el evangelio. Su mensaje es exigente: ¡hay que preparar la venida del Señor! La gente lo escucha con atención porque es un hombre auténtico, que dice las verdades sin miedo y no vacila ante nadie. ¿Qué tenemos que hacer?, preguntan. Juan responde con unos consejos muy sencillos, de sentido común, de caridad elemental. Exhorta a cumplir con las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, compartir los bienes. Y también recuerda los mandamientos de la ley: no robar, no ejercer violencia, no abusar del poder. La fe no se puede separar de las obras. La fe se vive en el día a día, con acciones concretas.

Entre estas dos lecturas, encontramos un bello párrafo de la carta de san Pablo a los filipenses. Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres. Los primeros cristianos ya han visto la promesa cumplida. El Señor está cerca, no en el tiempo, pues ya llegó, sino en el espacio presente. En realidad, Dios habita el centro de las comunidades. Está, hoy también, entre nosotros. Por eso no hay motivo alguno para preocuparse ni angustiarse. Aunque la vida sea dura y surjan dificultades, la presencia de Dios nos ayuda. Esta es la fuente de una paz duradera, que sobrepasa todo juicio. No es la paz negociada, conquistada, motivada por hechos exteriores. Es la paz interior del que se sabe inmensamente amado por Dios, protegido, acompañado por él. Esta paz irradia desde adentro hacia afuera. Quien vive agradecido, lleno del amor de Dios, esparcirá paz y gozo a su alrededor. Esta es nuestra misión: prendidos por su fuego, iluminar el mundo como candelas vivas de Adviento. 

2015-12-03

Allanad los caminos

2º Domingo de Adviento - C

Baruc 5, 1-9.
Filipenses 1, 4 - 6. 8-11.
Lucas 3, 1-6.

Las lecturas de hoy nos hablan de una espera gozosa. El profeta Baruc ve un día glorioso en que Jerusalén dejará atrás su luto y sus derrotas para resplandecer con la presencia de Dios. Ponte en pie, Jerusalén, contempla a tus hijos. El Señor allanará los caminos. Serán días de fiesta y de luz: Israel experimentará que es amado tiernamente por su Dios.

San Pablo en su carta a los filipenses anima a una comunidad que ya está viviendo el Reino, pero que también espera la llegada definitiva de Cristo. Mientras tanto, ¿qué hacer? Seguir creciendo en el amor, perseverar en la justicia y en los valores.

Espera activa y alegre: esta es la actitud para hoy, domingo segundo de Adviento. Los profetas anunciaban promesas que colmarían las aspiraciones de paz y justicia del pueblo. Los apóstoles exhortan a los cristianos a mantenerse fieles, porque también hay una promesa. El cielo en la tierra no está completo, es un proyecto en construcción, que gime con dolores de parto. Para quien solo ve el presente del mundo, tan lleno de guerras, injusticias y tormento, no parece que haya motivos para alegrarse. Pero si elevamos la mirada al cielo y leemos la historia con ojos trascendidos veremos que todo tiene un sentido, y que Dios no puede dejarnos abandonados. 

¿Queremos pruebas? La presencia amorosa de Dios es más que un deseo, una ilusión o un invento para consolar a los ingenuos. Lucas, con precisión de historiador, comienza a redactar su evangelio citando fechas y personajes reales. Su relato no es un mito, sino una experiencia real. Dios vino al mundo y su llegada fue precedida por el último gran profeta: Juan Bautista. Él no esperó que Dios allanara los senderos, sino que interpeló al pueblo para que todos fueran parte activa. ¿Viene el Señor? Abre tu corazón, limpia tus intenciones, purifica tus obras. Vive esta esperanza con acciones concretas, en tu día a día. «Conviértete» es otra manera de decir: cambia tu estilo de vida, sé solidario, no te dejes arrastrar por la corriente consumista y deshumanizadora, que aturde las mentes y duerme las conciencias. Vive despierto y vive alegre, porque el Señor está cerca y te ama. No hay noche larga que no termine en una alborada. Deja que el sol de Dios amanezca en ti.  

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