2023-05-26

Domingo de Pentecostés

Antes de subir al cielo, Jesús envía su Espíritu Santo sobre los discípulos reunidos con él y les da una misión. Lecturas: Hechos 2, 1-11; Salmo 103; 1Cor 12, 3b-13; Juan 20, 19-23.

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Dios es Señor de vivos, y no de muertos. Nuestra fe se sustenta en la resurrección: el paso de una vida terrenal, finita, a otra vida eterna y gloriosa. Dios es autor de la vida y amigo de la belleza, la alegría, la fiesta. No le ha bastado crear el universo y crearnos a nosotros, sus hijos: ha querido estar entre nosotros para que nuestra vida y nuestro gozo sean completos.

Primero envió a Jesús, su hijo. Jesús es nuestro pan y nuestra agua viva, el alimento que nos sostiene, el camino hacia la Vida con mayúsculas. La vida de Jesús es la que todos estamos llamados a vivir: una vida de servicio, de humildad, de amor a los amigos y ayuda a los que sufren. Una vida que trae luz y alegría allí donde hay oscuridad, miedo y muerte.

Jesús regresa junto al Padre… pero no nos deja solos. Ahora es el Espíritu Santo quien viene. Si Jesús era pan y agua viva, el Espíritu Santo es fuego y viento. Jesús nos sostiene, el Espíritu nos transforma y nos impulsa. Jesús enseñó a sus discípulos y los amó hasta el fin; el Espíritu los cambió por completo, convirtiendo a un grupo de hombres acobardados e indecisos en un equipo de valientes apóstoles. El Espíritu les infundió coraje y fortaleza para anunciar la vida de Dios incansablemente, afrontando toda clase de peligros y hasta la muerte. Y les dio capacidad de comunicación: todos los oían hablar en sus lenguas. Y es porque hay un lenguaje universal, el del amor, que todos pueden entender.

La Iglesia nace en Pentecostés. Hoy estamos aquí, reunidos, porque un día el Espíritu sopló sobre los apóstoles, reunidos con María. ¿Qué significa para nosotros esta fiesta? No es un mero recuerdo: Pentecostés sucede hoy, y el Espíritu Santo está soplando siempre. ¿Sabemos oír su voz? ¿Nos dejamos llevar por su soplo? ¿Dejamos que su fuego descongele nuestro corazón? Nuestras plegarias, ¿se abren a su acción?

Jesús sigue alimentándonos en la eucaristía y el Espíritu está presente en todos los sacramentos. ¡Es el mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles! No somos tan diferentes de ellos. ¿Sabemos recibirlo y acoger a este dulce huésped del alma? Quizás tenemos miedo de tanto viento, de tanto fuego, y nos pertrechamos tras mil excusas porque, en el fondo, no queremos cambiar. No queremos anunciar, no queremos vivir con tanta plenitud. ¿Nos da miedo el gozo? ¿Nos da miedo la vida eterna? ¿Nos asusta el cielo? ¿Nos atrevemos a vivir de verdad o nos contentamos con sobrevivir?

Nuestro Dios nos llama a una vida grande. Somos antorchas llamadas a sembrar luz. No tengamos miedo. Con el Espíritu Santo llegan muchos dones: el primero, la paz. Otro gran don: la unidad y la fraternidad. Y otros: un coraje y una alegría desbordante, sin límites.

2023-05-19

Domingo de la Ascensión del Señor

Reflexiones sobre la Ascensión del Señor (7º domingo de Pascua, según el ciclo A). Jesús sube junto al Padre del cielo y deja una misión a sus discípulos. Una llamada que continúa viva hoy, igual que su promesa de acompañarnos hasta el final de los tiempos. ¡Ayúdanos a difundir este contenido subscribiéndote al canal y dándonos tu like! Muchos lo agradecerán. Lecturas: Hechos 1, 1-11; Salmo 46; Efesios 1, 17-23; Mateo 28, 16-20.

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Después de su resurrección, Jesús pasó un tiempo apareciéndose a sus discípulos y amigos más íntimos. En esos días los fue preparando para su misión: continuar la tarea que Cristo inició en la tierra. Mateo recoge su último mensaje antes de subir al cielo: «Id y haced discípulos míos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

¿Qué significan estas palabras? ¿Cómo entenderlas? Hoy día, entre los mismos cristianos, hay un claro rechazo al proselitismo. Si reconocemos que fuera de la Iglesia también se pueden salvar muchas personas buenas que sigan su conciencia y hagan el bien, ¿qué sentido tiene el mandato de Jesús? No se trata de convencer y arrastrar a las gentes para que se coloquen la etiqueta de “cristianos”. ¿Qué significa ser discípulos de Jesús? ¿Qué supone bautizarse? ¿Por qué a todos los pueblos? ¿No son respetables las otras religiones y culturas? ¿Qué tiene el reino de Dios que vino a anunciar Jesús, que pueda ser bueno para todo el mundo?

Un teólogo dijo que Jesús no fundó ningún sistema religioso, sino que vino a mostrarnos el camino para llegar a Dios. Un camino que pasa por aceptar dos verdades. La primera es que Dios es Padre amoroso y nos llama a una vida plena y eterna. Somos hijos suyos, reyes y no huérfanos de la creación. Bautizarse es recibir esta paternidad de forma consciente, sabernos hijos amados de Dios y llamados a la plenitud. La segunda verdad es que Jesús es el camino: él nos enseñó cómo hacer realidad esta vida plena siguiendo un único mandato, el del amor. Amando como él, entregándonos como él, guardando lo que él enseñó a los suyos, podemos alcanzar esta vida que todos, en el fondo, anhelamos. El reino de Dios, como escribió Unamuno, es el reino del hombre. Dios Padre no desea otra cosa que nuestro crecimiento y nuestro gozo. Y nos ha enviado todas las ayudas posibles, culminando en Jesús, su propio Hijo, y en el Espíritu Santo.

Hoy, dos mil años después, cuando Jesús ya está en el cielo y no podemos verlo como hombre, todavía podemos “verlo y tocarlo”: en la eucaristía. Jesús ha cumplido su promesa. No nos ha dejado solos. Está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo, como alimento, como pan, como palabra viva en las escrituras, como presencia oculta y preciosa en el corazón de cada persona que se cruza en nuestro camino. El mandato de Jesús también se dirige a nosotros. Si realmente vivimos esta alegría de sentirnos amados y sostenidos por Dios, ¿no vale la pena anunciarlo a los cuatro vientos? Todos podemos comunicar, de una u otra manera. Todos somos apóstoles en potencia. ¿Quién se guarda para sí una buena noticia, algo grande que ha cambiado su vida por completo? Lo que me ha pasado a mí, lo que nos ha pasado a todos, no podemos callarlo.

2023-05-12

6º Domingo de Pascua - A

En su discurso del adiós, Jesús dirige palabras profundas a sus amigos: quiere expresarles su amor y, al mismo tiempo, su deseo de que permanezcan unidos a él. Se va, pero no los dejará huérfanos. En el amor del Padre y el Hijo hay también lugar para ellos. Lecturas: Hechos 8,5-8.14-17; Salmo 65; 1 Pedro 3,15-18 y Juan 14,15-21.



Las tres lecturas de este domingo tienen un protagonista: el Espíritu Santo. ¿Quién es el Espíritu Santo? Todos tenemos una idea más o menos forjada por nuestra imaginación, la doctrina que hemos aprendido o la catequesis. Pero quizás todavía nos resulta algo lejano y un tanto inaccesible. Algo muy elevado, ajeno a nuestra realidad terrenal del día a día. Jesús se ocupa de quitarnos esta idea con sus palabras. El Espíritu Santo es fuego puro. Es fuego ardiente y amoroso, el mismo fuego que arde entre dos que se aman, tanto, que allí donde está uno está el otro: se pertenecen, se poseen y se entregan mutuamente. Son uno solo, siendo dos. Su unidad es tan fuerte que nada la puede romper. Se habitan mutuamente, se sostienen y de su amor brota vida, proyectos, creaciones… El Espíritu Santo es la llama que funde, amalgama y une. Es el aliento que da vida y el impulso amante que une personas y libertades. El Espíritu habla en boca de Jesús cuando dice que «yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros». ¿Quién puede decir eso, sino quien ama hasta el extremo?

Toda la vida de Jesús y su mensaje resultan incomprensibles si no se leen y se meditan a la luz de este fuego abrasador. El amor es la clave para entender el evangelio entero. Desde el amor se puede entender la unidad entre Jesús y el Padre, entre Jesús y sus discípulos, entre los creyentes de las primeras comunidades. Desde el amor se puede entender que alguien dé su vida por otros, y que convierta su obediencia en la máxima libertad. Cuando amas, lo que quiere tu amado es lo que tú quieres, y escuchar un mandamiento y guardarlo ya no es una obligación, sino un deseo apasionado. Quien ama obedece con pasión, prontitud y alegría.

Es muy difícil ser bueno sólo con nuestro esfuerzo y ejerciendo la virtud personal. Finalmente, todos acabamos fallando y cayendo. Y si no, caemos en algo peor, que es el orgullo de creer que somos casi perfectos por mérito propio. Por eso contamos con el Espíritu Santo. Con él hasta lo más difícil se hace posible. Él nos permite amar hasta al enemigo, perdonar a quien nos perjudica, aguantar con paciencia los defectos ajenos y aceptar los nuestros con paz. El Espíritu Santo, que es pura vida, nos permite escapar de los patrones de muerte que tanto nos aprisionan: patrones de miedo, de rutina, de búsqueda de seguridad por encima de la plenitud. Patrones de fijación, de inmovilidad, de desaliento y de resignación pasiva. Patrones de “mínimos”, de mediocridad, de conformidad con el “mal menor”, de la ley del mínimo esfuerzo. El Espíritu Santo nos ayuda a superar esa vida a medio gas para vivir al completo, dando lo mejor de nosotros, poniendo a trabajar nuestros talentos y abriéndonos a todos los dones que Dios nos quiere otorgar.

¿Cómo recibir al Espíritu Santo? Hay al menos dos maneras. Una, abriéndonos a él, en oración confiada y sincera, vaciando de ruido y egoísmos nuestro interior. De ahí la importancia de la oración y de buscar tiempo para rezar.

Pero hay otra todavía más sencilla, que es, simplemente, escuchar y hacer caso de lo que Jesús nos dice cada día, a través del evangelio, de la voz de un sacerdote, de un familiar, de un amigo que nos quiere bien. Se trata simplemente de hacer, confiando en aquellos que nos guían u orientan. A veces nos cuesta rezar, hacer silencio y sentir esa paz interior que tanto necesitamos. Los sentimientos y el estado anímico no siempre acompañan. Pero siempre, siempre, podemos obrar. Cuando aprendemos esta obediencia desde la libertad se produce el milagro: el alma se abre y recibe a raudales la bendición del aliento sagrado de Dios. Porque, como dice Jesús, escuchar y guardar sus mandamientos es la forma más clara de demostrar nuestro amor.

2023-05-05

5º Domingo de Pascua - A

Yo soy el camino, la verdad y la vida. En su última cena con los discípulos, Jesús desvela su corazón y pronuncia palabras que jamás se borrarán de la memoria de sus amigos. También las dirige a los cristianos de hoy. Lecturas: Hechos 6, 1-7; Salmo 32; 1 Pedro 2, 4-9 y Juan 14, 1-12.

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En la última cena, Jesús mantiene una conversación larga y profunda con sus amigos. Y expresa su deseo de que sigan juntos, incluso más allá de la muerte. De ahí que les diga que en casa del Padre hay muchas moradas, y él les preparará un sitio allí, junto a él, para que su amistad en la tierra se perpetúe en el cielo. ¿No es esto lo que todos deseamos con nuestros seres queridos? Nuestra esperanza es que en el cielo podamos reencontrarnos para no separarnos nunca más. Jesús tiene un corazón tierno y humano, y tampoco quiere alejarse de aquellos a quienes ama. Pero lo que en otros puede ser sólo deseo en él es promesa cierta. Porque él lo dice, sabemos que en el cielo todos tendremos un lugar.

A los discípulos, como a los hombres de hoy, les cuesta creer. ¿Cómo creer en un Dios al que no ves? Felipe expresa este anhelo: ¡Muéstranos al Padre! Cuántas personas dicen que creerían si pudieran ver, oír y tocar… Pero Dios no nos pone las cosas tan difíciles: ¡ya podemos verlo y tocarlo! Jesús reprende a sus amigos: Quien le ve a él ya ve al Padre, pues están unidos inseparablemente. Jesús es el rostro y el cuerpo humano, palpable de Dios. Pero aún se podría discutir: ¿por qué creer que Jesús, además de hombre, es Dios? Jesús también responde a esto: Si no creéis en mí, al menos creed en las obras, en lo que habéis visto y oído: creed en los milagros que habéis presenciado, en mis gestos, en mis enseñanzas y en mi forma de vivir. ¿Quién puede devolver la vida a los muertos y dominar las fuerzas de la naturaleza sino el mismo Creador y autor de la vida? Lo que Dios puede hacer, Jesús lo hace. Los milagros de Jesús no fueron otra cosa que señales para confirmar su divinidad. Pero, con todo, muchos no creyeron ni siquiera después de ver las obras de Jesús. La increencia no se da tanto por falta de evidencias, sino por la cerrazón del corazón y el rechazo de la confianza.

Hoy los cristianos también podemos ver y tocar a Dios en la eucaristía: Jesús se hace pan y podemos no sólo tocarlo, sino acogerlo dentro de nosotros y asimilarlo en nuestra vida. ¿Podemos imaginar una forma más íntima de relacionarnos con Dios? ¡Qué regalo!

La confianza es la clave y el fundamento de la fe. Confiar nos lleva a un amor de comunión, y dos que se aman lo comparten todo. Dios comparte con sus amigos también su capacidad para hacer grandes obras, y así lo explica Jesús: haréis obras aún mayores que yo si estáis unidos a mí y al Padre. Basta que sepamos entregarnos a él y confiar a él nuestra vida, y Dios hará maravillas en nosotros. Es lo que San Pedro explica en su carta cuando habla de las piedras rechazadas. Las personas que para el mundo quizás no valen, o son insignificantes, Dios no las desprecia. Él puede convertirlas en pilares de comunidades enteras. Todos somos piedras vivas, preciosas ante Dios. Sólo necesitamos confiar y mantenernos unidos a él, y su amor nos transformará.