2018-12-28

Revestíos de bondad

Fiesta de la Sagrada Familia - ciclo C

Lecturas
Eclesiástico 3, 2-14
Salmo 127
Colosenses 3, 12-21
Lucas 2, 41-52

Homilía

Las lecturas de hoy, festividad de la Sagrada Familia, nos presentan unas escenas familiares. En el libro del Eclesiástico leemos consejos que enlazan con el cuarto mandamiento: quien ama y honra a sus padres tendrá una vida larga y buena. Incluso cuando los padres flaquean y pierden facultades, algo que hoy vemos a menudo, con la larga esperanza de vida, no hay que olvidar quiénes son y cuánto nos han dado. Sin ellos no estaríamos aquí. Para la Biblia, el amor a los padres equivale al amor a Dios.

San Pablo a los colosenses da consejos a los cristianos para que su vida familiar y comunitaria sea armónica y sana: revestíos de bondad, de paciencia, de humildad. A veces lo que más nos cuesta es esto: sobrellevarnos y perdonarnos unos a otros. Quizás sea este el secreto para unas relaciones duraderas, y quizás esto es lo que falla tanto, provocando peleas y rupturas. Nos hemos despojado del amor, la humildad y la benevolencia. Buscamos nuestro beneficio y no aguantamos al otro con sus problemas. El individualismo fractura la convivencia y nos hiere a todos. No se trata de someternos sin más, sino de amarnos y adaptarnos unos a otros por amor. Cuando Pablo habla de la docilidad de las mujeres, no se queda ahí, sino que pide también que los hombres no sean egoístas y amen a sus esposas. En aquella época, en que muchos matrimonios eran pactos de conveniencia donde la mujer apenas tenía nada que decir, un consejo así resultaba revolucionario. Cuando habla del respeto a los padres, también pide a estos que no agobien a sus hijos ni los desanimen con exigencias desmedidas. La clave es el amor.

El evangelio nos presenta un cuadro diferente. Jesús, “perdido” en el templo y conversando con los sabios, parece un adolescente algo rebelde. María lo reprende, ella y su padre han sufrido por él. ¿Qué significa esto? El evangelio sugiere que la familia de sangre no siempre entiende la vocación personal. A veces incluso puede estorbarla. Pero Jesús, aunque defiende con firmeza su posición, tampoco quiere dañar a sus padres terrenales. Como buen hijo, regresa con ellos a casa y está sujeto a ellos. Ser dócil a sus padres no le impedirá crecer, ante Dios y ante los hombres, y cumplir su vocación.

La discreción y la obediencia de su vida oculta ocupará la mayor parte de su vida sobre la tierra. Pero en esos años de vida familiar, sencilla y aldeana, se forjaron aquellos otros tres años, breves y fulgurantes, de su vida pública. El amor aprendido en los años de silencio, de María y de José, estalló en un Jesús adulto, valiente y decidido a mostrar ante su pueblo que Dios, por encima de todo, también es familia. Dios es padre, Dios es madre, Dios es hermano nuestro y también se hace hijo. Toda familia, toda comunidad y toda relación humana regida por el amor y la entrega son un destello del amor de Dios.

2018-12-20

Aquí estoy para hacer tu voluntad

4º Domingo de Adviento - C

Lecturas
Miqueas 5, 1-4
Salmo 79
Hebreos 10, 5-10
Lucas 1, 39-45

Homilía (descargar pdf)

La primera lectura de hoy es una profecía de Miqueas, que señala a Belén como el lugar donde nacerá un rey, que será pastor del pueblo y lo regirá con bondad y justicia. Pero ¿qué experiencia tenían los pueblos antiguos de sus reyes? Pocos eran realmente justos y benevolentes. Las monarquías antiguas podían ir desde la crueldad hasta la gloria, pero siempre exigían muchos sacrificios al pueblo sencillo. ¿Quién será el rey que se comporte con su pueblo como un buen pastor? El salmo es una oración al verdadero buen pastor, el que cuida de su gente, la defiende, no la explota ni permite que la depreden. El verdadero rey, el buen pastor, en realidad es Dios.

Estas lecturas presagian al “rey” que vendrá: Jesús. Es el mismo Dios, pero hecho hombre, y no será un rey tirano ni un conquistador. No se servirá de las armas ni de la fuerza, ni siquiera del oro ni del poder. Tampoco exigirá grandes sacrificios a su pueblo. No le pedirá nada, al contrario: se entregará a sí mismo por todos.

La venida de Jesús cambia todo el concepto antiguo de religión. Si Dios era concebido como un rey y los fieles como vasallos, ahora Dios es el que se convierte en servidor del hombre. ¿Y qué pide? Ya no pide holocaustos ni sacrificios. Se acabaron las religiones del ritual y la ofrenda. Lo único que podemos ofrecerle de valor es… ¡a nosotros mismos! Ya los profetas atisbaron esta nueva religión, que es una relación de amor y no de sumisión, y que se basa en la libre gratuidad, y no en el intercambio de favores.

San Pablo en la segunda lectura así lo recoge. Habla de Jesús y dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».

Jesús se ofrece a sí mismo y nos marca el camino a seguir. ¿Queremos una relación armoniosa y auténtica con Dios? No se trata de acumular méritos, ni oraciones ni preceptos, sino de iniciar con él una gran amistad. Una amistad marcada por la entrega mutua, por la confianza, por el amor.

El evangelio nos relata el encuentro gozoso de dos mujeres que así lo entendieron y que también son modelo para nosotros. María e Isabel son dos amigas de Dios, que han ofrecido su vida y sus cuerpos para hacer la voluntad divina. En ellas se gestan dos niños llamados a hacer cosas grandes… En María se gesta el mismo Dios, hecho bebé. Cuando confiamos en Dios y ponemos nuestra voluntad en sintonía con la suya, todos quedamos «preñados» de cosas grandes y hermosas.

Igual que Jesús, igual que María, podemos decir: «Dios mío, no quieres de mí grandes cosas… pero tú me lo has dado todo: mi cuerpo, mi alma, la vida. Aquí estoy, ¡soy tuyo! Que sea en mí como tú deseas.» Nadie deseará algo más grande, más bello y mejor para nosotros que el mismo Dios.

2018-12-13

Alégrate, el Señor te renueva

3r Domingo de Adviento  - C

Lecturas

Sofonías 3, 14-18
Salmo 12
Filipenses 4, 4-7
Lucas 3, 10-18

Homilía

Este tercer domingo de Adviento se caracteriza por la alegría. Ya empezamos a saborear la buena noticia que se acerca. Me gustaría, hoy, recoger algunas frases de las tres lecturas, porque todas ellas desprenden luminosidad. Podemos leerlas como anuncios que se dirigen a nosotros, hoy. Cada uno de nosotros es el tú de estos mensajes.

La primera es la profecía de Sofonías. Y dice: «¡No temas! ¡Sión, no desfallezcas! El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor». Todos somos Sión. Criaturas de Dios que quizás han pasado por muchos avatares y desgracias. Quizás nos sentimos cansados, enfermos o rotos. Somos como una vieja ciudad, atacada por los problemas. Pero el Señor habita en nosotros y su amor basta para renovarnos. ¿Somos conscientes de ello? Cada domingo vamos a comulgar, recibimos al mismo Dios dentro de nuestro cuerpo… ¿Nos dejamos renovar y transformar por él?

La segunda lectura, de san Pablo, contiene dos exhortaciones y una promesa. La primera: «Alegraos en el Señor, os lo repito, ¡alegraos!». Si Dios está con nosotros, ¿acaso no es motivo de gozo? Es el gran invitado, que trae consigo la fiesta. Si él está cerca, no hay motivos para la tristeza, aunque pensemos que hay mil razones para preocuparnos y angustiarnos. Todas esas razones no son tan grandes como el huésped divino que viene.

«Nada os preocupe», sigue Pablo, sino que cualquier preocupación o petición, dejadla en manos de Dios. Poned en él los problemas y dolores, y también la gratitud por las cosas buenas que llenan nuestra vida.

Finalmente, Pablo nos dice que la paz de Dios, que supera todo juicio, reinará en nuestros corazones y en nuestros pensamientos. Fijaos que dice que esta paz «supera todo juicio», es decir, que está por encima de todos nuestros razonamientos, obsesiones e ideas reiterativas. Nuestro discurso mental puede ser muy hábil para justificar nuestro estrés, nuestra dispersión y nuestra angustia. Es fácil aparcar a Dios porque… ¡tenemos tanto qué hacer! Pero si descansamos y nos apoyamos en Dios, nos llenará una paz que supera todas estas inquietudes que nos roban las fuerzas y la alegría. Y tendremos lucidez mental y paz emocional.

Juan Bautista, en el evangelio, también nos da sus consejos. La gente que se bautiza le pregunta: Bien, ¿qué hemos de hacer, para preparar este reino de Dios que se acerca? Y Juan les habla de cosas muy sencillas, pero difíciles de hacer. Pide que los ricos compartan lo que tienen con los pobres, que los poderosos no abusen de su poder, que los soldados no ejerzan violencia, que todos destierren la mentira, la codicia y las envidias de sus vidas. En el fondo, lo que pide Juan es que la gente renuncie a sus miedos: miedo a no tener, miedo a perder, miedo a no ser nadie… Esos miedos son los que cierran el corazón y disparan las ambiciones de poder y dinero que mueven el mundo, ¡y que causan tanto daño! Hagamos lo que tenemos que hacer, seamos generosos y confiemos en Dios. Tendremos paz y esparciremos paz a nuestro alrededor. Y nos llenará un gozo inmenso, mucho más allá de toda razón, todo juicio y toda medida. Es el gozo exultante de la fiesta de Dios. Quitémonos de la mente que Dios nos quiere a todos serios, rígidos y uniformados. Dios es fiesta y su reino es un banquete de bodas al que todos estamos invitados. ¡Aceptemos la invitación y vistámonos el alma de gala!

2018-12-07

La voz en el desierto

2 Domingo de Adviento - ciclo C

Lecturas:
Baruc 5, 1-9
Salmo 125
Filipenses 1, 4-6. 8-11
Lucas 3, 1-6

Homilía:


Las lecturas de hoy suenan a anuncio gozoso, a buenas noticias que se acercan. En medio del desierto, en medio del exilio de Israel, en medio de la penuria, un mensajero anuncia días felices, días de fiesta y abundancia, días de alegría. ¿Es un consuelo o un espejismo? ¿Son mensajes para ilusionar a los desesperados? No. La voz que resuena en el desierto no sale de una quimera, sino de una certeza muy profunda, de una vivencia que va más allá de nuestra realidad cotidiana: la certeza de que Dios nos ama y está con nosotros. No abandona a sus hijos y nos trae una vida plena, muy pronto. Ya.

El profeta Baruc anuncia la gloria de la Jerusalén futura cuando la ciudad santa ha sufrido la destrucción de la guerra y buena parte de sus habitantes han sido deportados. Juan Bautista anuncia el reino de Dios en medio de un pueblo sometido al imperio romano, donde los poderosos medran y los pobres sufren y sobreviven. También hoy podríamos pensar que la Navidad suena como campanas celestiales en medio de un mundo convulso, herido por las guerras, el terrorismo, el hambre, los conflictos y la falta de sentido. ¿Hacia dónde vamos?, se preguntan muchas voces, más o menos conscientes, a veces catastrofistas. Parece que hay pocos motivos para la esperanza… Pero si alzamos la mirada al cielo, los hay. 

El mundo no se acaba aquí y ahora. El mundo está en manos de Dios y nosotros somos quienes podemos mejorarlo tan sólo si cambiamos nuestro corazón. Pablo en su carta a los filipenses expresa su alegría: ¡qué hermoso ver una comunidad fiel, donde todos se aman y se apoyan, viviendo con alegría su vida diaria en medio del mundo! Sí, el reino de Dios siempre es posible allí donde pongamos amor. Y el amor de Jesús, la fuente de la que bebemos, no nos faltará nunca si nos abrimos para recibirlo. Por eso, este domingo es un día para abrir los oídos del alma y escuchar esa voz —interior y a veces exterior— que nos habla de Dios, un Dios amigo que está cerca y vive entre nosotros. Como la Jerusalén radiante, podemos alzar el rostro, sonreír y mirar al futuro con esperanza, trabajando en el presente con todo nuestro amor.