2015-05-29

Santísima Trinidad

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Santísima Trinidad - ciclo B from Joaquin Iglesias

Me ha sido dado pleno poder en el cielo y en la tierra; id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumación del mundo.
Mt 28, 16-20

Dios es comunidad

El misterio de la Trinidad nos revela las entrañas de Dios, lo más profundo de su corazón. Dios es una única naturaleza y tres personas. ¿Cómo entenderlo? La Iglesia ha hecho un gran esfuerzo para comprenderlo y llegarlo a explicar.

Dios es Padre y Creador. Decide entrar en la historia de la humanidad a través de Jesús y en el devenir de la Iglesia a través del Espíritu Santo. Nunca os dejaré solos, dice Jesús. Y así es.

Hoy atravesamos épocas difíciles. Parece que, en Occidente, entramos en una era de enorme frialdad religiosa. La fiesta de la Trinidad nos recuerda que dentro de Dios hay una familia, una unidad inquebrantable. Son tres en uno, con la misión de santificar el mundo y hacer el Reino de Dios presente en la tierra.

Dios Padre

Dios Padre está muy lejos de esa imagen que algunas tendencias culturales han transmitido, la de un Dios juez y fiscalizador. No es autoritario ni coarta nuestra libertad, es un Dios amigo. Aún más, es un padre. De ahí que podamos dirigirnos a él como hijos. ¡Qué diferente es hablar a Dios como a un padre! Jesús lo llamaba Abbá, palabra cariñosa que significa, literalmente, papaíto. Dios ama tanto a sus hijos que les otorga completa libertad, sin condicionamiento alguno, permitiendo que, incluso, puedan volverse contra él y matar a su hijo. Siempre estaremos en deuda con él, pues es inmensamente generoso. Pero Dios no desea una relación interesada ni mercantilista. No quiere amor a cambio de favores. Tan solo hemos de reconocer su gratuidad. Nos regala el universo entero, el cielo estrellado, el canto de los pájaros, la luz de un amanecer o la belleza del ocaso, la sonrisa de los niños y la madurez de los ancianos… ¡Dios es bueno!

Dios Hijo

El Hijo tiene una sintonía especial con el Padre. Por él es capaz de sacrificarlo todo, incluso la vida. Y trabaja para que todos conozcan su palabra: es un empresario del Reino de Dios en el mundo. El Hijo también es nuestro hermano y nos acompaña en nuestra trayectoria como creyentes. Jesús pasa por el mundo predicando el evangelio y haciendo el bien. Cura, perdona, obra milagros. No por hacer algo espectacular, sino para hacernos felices y devolvernos la paz. La intención de los milagros es siempre pedagógica o terapéutica, jamás busca la vanagloria.

En Jesús, como señala San Juan en su evangelio, vemos el rostro de Dios: A Dios nadie lo vio jamás; su hijo unigénito es quien nos lo ha dado a conocer. Este evangelio insiste constantemente en la íntima unidad entre el Padre y el Hijo, de manera que Jesús llega a proclamar que el Padre y yo somos uno. Esta hermosa relación de paternidad y filiación es la que nos confiere, a toda la humanidad, el don de ser hijos de Dios. Jesús es el puente, el camino más directo que nos lleva hacia el Padre.

El Espíritu Santo y una misión

El Espíritu Santo es un hermoso don. Todos los bautizados lo tenemos dentro y estamos llamados a cultivarlo y comunicarlo. Si este don explotara el mundo entero cambiaría, de la misma manera que los primeros apóstoles, movidos por su soplo, cambiaron la historia. No podemos ignorar la potencia del amor de Dios.

Id y bautizad en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, dice Jesús a los suyos. La Iglesia ha de seguir creciendo y haciendo realidad el reino de Dios en el mundo. Es necesario descubrir una dimensión divina y trascendente más allá de la realidad material. Como bautizados somos discípulos, apóstoles, co-responsables en la misión de hacer presente a Dios en el mundo.

Ser amigos de Dios

La fiesta de la Trinidad nos invita a ser amigos de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los cristianos deberíamos guardar una profunda devoción a la Santísima Trinidad. ¿Cómo cultivar esta amistad?

A Dios Padre le podemos rezar de muchas maneras. Ante la belleza de la creación podemos elevar un canto de alabanza, una bendición, hacer poesía, arte. Podemos disfrutar de un paseo junto al mar, al amanecer, o subir a una montaña… A la caída de la tarde, Dios paseaba con Adán por el paraíso.

Amar a Dios Hijo se traduce en obras de amor. La participación en la Eucaristía, no obligada sino vivida como una invitación, es un gesto sublime de caridad. La misa tiene una profunda dimensión trinitaria. Nuestras liturgias comienzan en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta es nuestra realidad cristiana más genuina: en la eucaristía Jesús se nos hace presente y vivo, regalándose a través del pan y el vino.

Finalmente, ¿cómo ser amigos del Espíritu Santo? Dejándonos llenar por él. Somos templo, sagrario del amor vivo del Espíritu Santo. Albergándole en nuestro interior nos convertimos en llamaradas que arden en amor hacia los demás e iluminan el mundo.

2015-05-21

Domingo de Pentecostés

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Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: 
—Paz a vosotros. 
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: 
—Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. 
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: 
—Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidas. 
Jn 20, 19-23

La familia de Dios

En esta fiesta celebramos un acontecimiento clave en nuestra historia: el nacimiento de la Iglesia. No se entendería el largo trayecto de más de dos mil años de Cristianismo sin el soplo del Espíritu Santo sobre los primeros discípulos.

La Iglesia naciente predica con fuerza, tenacidad y entusiasmo, convencida del mensaje redentor de Jesús. Somos parte de una institución que va más allá de las estructuras: somos familia de Dios, amigos de Dios. Le pertenecemos. Y él, con inmensa generosidad, nos regala su Espíritu Santo.
Ese Espíritu Santo que descendió sobre los apóstoles es el mismo que recibimos en el Bautismo, en la Confirmación y en la Eucaristía. Siempre presente, vela por nosotros.

Muchas personas argumentan diciendo que creen en Dios, pero no en la Iglesia, y dicen no necesitar de una institución para relacionarse con él. Pero nuestra adhesión a Jesús implica algo más que la fe individual y personal. La verdadera adhesión a su mensaje nos lleva a vivir en comunidad. No podemos vivir la fe en solitario, al margen de la familia de la Iglesia. Necesitamos un sentido de pertenencia a una comunidad. Más allá de la liturgia, ser cristiano significa sentirse parte de la familia de Dios y saber vivir las consecuencias de esta experiencia puertas afuera, en medio del mundo.

La eucaristía no es otra cosa que pregustar el paraíso, saborear un anticipo de la eternidad que nos espera. Pasado el umbral del templo, ¿somos testimonios vivos de esta experiencia de cielo en la tierra? Nuestra actitud al salir de la celebración debería ser un testimonio de profunda gratitud a Dios por el regalo de su Espíritu.

Herederos de una misión

Para los cristianos es importante sentirnos familia, pertenecientes a una realidad trascendente en medio del mundo. Somos parte de Dios y herederos de la misión que Jesús dio a sus apóstoles: «Id y predicad la buena nueva a todas las gentes». Como los atletas, hoy tomamos el relevo de esa misión y estamos llamados a llevar el fuego del Espíritu Santo al mundo.

La fuerza de los primeros apóstoles fue enorme. El Espíritu caló en lo más hondo de su corazón. ¡No tenían miedo! Jesús había atravesado los muros del cenáculo, saludándoles con estas palabras: «Paz a vosotros». No sólo atraviesa los muros, sino que penetra su corazón, abriéndoles el entendimiento. Vencido el miedo y las reservas, los discípulos serán capaces de dar un salto en su fe: ahora no sólo creerán, sino que darán su vida. No permanecen quietos y salen a predicar.

Un fuego que cala hondo

El Espíritu Santo colma a los discípulos de alegría. Ante la recepción de un regalo tan grande, ¡qué menos podemos hacer que alegrarnos! Hemos de salir de nuestro cenáculo interior, cerrado y egoísta, abandonar nuestras miserias, resquebrajando la rígida estructura humana, y dejando que la brisa fresca del Espíritu penetre en nuestro corazón, para darnos fuerza y entusiasmo.

Celebramos el nacimiento de la Iglesia en el mundo. Celebramos que quien está a nuestro lado es nuestro hermano. Nuestro hogar es éste. Nuestra familia va más allá de los vínculos de sangre o de las ideologías: nos une el amor de Dios. Pese a nuestras flaquezas somos llamados a generar Reino de Dios en el mundo. Hemos de llenar el mundo de esperanza, de ilusiones, de solidaridad. Hemos de ser bálsamo para los pobres y para los que sufren, tónico para el alma que padece. Ante el dolor y el sufrimiento ―dos realidades muy humanas― la esperanza se erige como un anhelo genuino de toda persona. La esperanza y el amor salvan al hombre de perderse en el vacío.

Cada domingo somos convocados a misa por el Espíritu Santo. Él está presente. Sepamos atisbar más allá de la realidad inmanente y veremos que nuestro horizonte se abre hacia la eternidad. ¡Vale la pena creer! Hoy, hemos de salir con alegría de este templo. Recemos mucho por nuestros barrios y ciudades y trabajemos por su bienestar. Para ello, Dios nos llena y nos colma con su mayor regalo: el Espíritu Santo.

2015-05-13

Ascensión del Señor

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Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, se salvará, mas el que no creyere se condenará. A los que creyeren les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, tomarán en las manos las serpientes y, si bebieren veneno, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos y estos sanarán.
Mc 16, 15-20

La misión de los apóstoles

En este evangelio escuchamos las últimas palabras de Jesús a los suyos. Son palabras capaces de cambiar la historia y la cultura del mundo. Los apóstoles están preparados. Jesús tiene que trascender hacia Dios Padre y deja a sus discípulos una misión: ir a proclamar a todo el mundo la buena noticia.

El evangelio de Jesús se ha extendido por los cinco continentes, llegando a millones de personas. ¡Cuánta fuerza debía haber en este arranque inicial de los apóstoles, cuando ha llegado hasta dos mil años después! Creían en lo que transmitían. Se abrieron totalmente a la buena nueva de Dios y se adhirieron a ella con toda su vida. Estaban entusiasmados y la experiencia de Jesús los había marcado profundamente. Tan solo doce hombres, algunos de ellos analfabetos, muchos de ellos con profundas carencias, fueron capaces de retar las mentes frías de su tiempo. Hoy estamos aquí porque se lanzaron a anunciar su vivencia y su fe. Somos herederos de un enorme esfuerzo derramado en palabras, trabajo, obras de caridad y sacrificios por amor.

Jesús les dice: el que crea, se salvará. Quien cree es aquel que abre su corazón a la novedad de Dios. Su adhesión se concreta en el bautismo. En cambio, quien se resista, dice Jesús, se perderá. Aquí vale la pena hacer un inciso.

Dios no quiere que se pierda nadie. Jesús lo dice bien claro: predicad a toda la creación, a toda persona, a todas las gentes. Todo el mundo está llamado a ser salvado, por encima de las culturas y las ideologías. Se pierden aquellos que no abren su corazón, los que desconfían, temen o creen ser engañados. Pero el sol ilumina todo el mundo y luce para todos, aún por encima de las nubes y las borrascas, traspasando hasta el hielo más frío. El amor de Dios es luz y es fuego, Espíritu Santo capaz de encender los corazones más gélidos.

Carismas de los apóstoles

Quienes creen acaban animándose a participar en el gran combate de la evangelización. Jesús dice de ellos que echarán demonios. Esto significa que la fuerza de Dios alejará el maligno, todo aquello que pueda impedir que Dios arraigue.

Hablarán en diferentes lenguas. Porque cuando hay sintonía, aprecio y amor la persona llega a comunicarse con quien sea. La lengua es una herramienta de la comunicación, pero no la única. Existe el llamado lenguaje no verbal expresado en gestos, miradas, actitudes… y aún más allá: existe el lenguaje de la caridad, del amor. Es un lenguaje universal que todos entienden, pues nos hace sintonizar incluso con personas de otras culturas alejadas.

El veneno no les hará daño. Dios nos defenderá ante el mal. Si nos abrimos sinceramente a Dios, él nos protegerá del veneno más sutil: el egoísmo, que paraliza e impide amar.

Curarán enfermedades. No sólo enfermedades físicas, sino psíquicas. Más allá de las dolencias del cuerpo y de la mente, aún hay patologías más profundas que nos deshacen por dentro: la falta de fe y la ausencia de convicciones que orientan y sostienen toda una vida. La salud no consiste en el mero bienestar físico y psicológico, sino en una fortaleza anímica y espiritual. Los cristianos necesitamos estar sanos, equilibrados y maduros. La fuente de nuestra salud es Dios; el alma ansía profundamente a Dios. Necesitamos beber de su presencia y hallar el sentido de nuestra vida. Si no lo encontramos, enfermaremos.

Nuestra misión, hoy

Hace décadas, el cardenal Ratzinger, hoy Papa emérito Benedicto XVI, advirtió de la profunda crisis espiritual que se avecinaba y que hoy ya estamos contemplando en nuestra sociedad. Vivimos los inicios de una era glacial espiritual. Sin valores, el discernimiento también se congela y se diluye. No podemos permitir que se hielen en nosotros los deseos de amar y de buscar sentido a la existencia. ¡Que no se nos congele la fe! Hemos recibido la fe de los apóstoles y el fuego del Espíritu. Con esa llama hemos de dar calor y alentar a muchas personas que sufren el frío intenso de vivir alejados de Dios.

Con la fiesta de la Ascensión la Iglesia celebra cada año el Día Mundial de las Comunicaciones Sociales. Para los cristianos Jesús es el paradigma de la buena comunicación. Tras muchas empresas de comunicaciones y canales televisivos hay un buen caudal de contravalores. El periodismo debe estar al servicio del bienestar humano y también del amor, de la verdad, de la felicidad. ¡Cuántos medios se convierten en armas ideológicas que atacan la verdad de la Iglesia! Recemos por los profesionales de los medios de comunicación, para que no lleguen a desvirtuar la buena noticia del Dios amor. 

2015-05-08

Como yo os he amado

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6 Domingo Pascua - B from Joaquin Iglesias

Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor… Esto os lo digo para que vuestro gozo sea cumplido. Este es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos.
Jn 15, 9-17

Este texto de San Juan relata uno de los momentos álgidos de la vida de Jesús, antes de su muerte. Son palabras cargadas de emoción, que expresan amistad y dulzura, pero que también entrañan una fuerte exigencia. Como maestro, es un momento clave para él. Sabe que tiene que partir y quiere dejar a sus discípulos un mensaje que impregnará su proyección apostólica. Sus palabras salen de lo más hondo de su corazón. Es un legado que marcará una pauta a sus discípulos cuando llegue la hora de testimoniar la buena nueva de Dios a los hombres.

Aprender a amar como Dios

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Jesús ha amado a los suyos con el corazón de Dios. Por tanto, su amor es sin límites, pleno, auténtico, gozoso, generoso. En definitiva, amor de Espíritu Santo y amor de Padre. Les está diciendo que, como fundadores de la Iglesia, ellos también están llamados a amar de esta manera, a modo de Dios.

Pero sólo podemos amar como Dios nos ama si permanecemos en él. Y aquí es  cuando se está refiriendo a la alegoría de la vid y los sarmientos. Si no vivimos una unidad plena con Dios, difícilmente amaremos como Él nos ama. Pero si estamos unidos a él y permanecemos en él, este amor fluirá solo.

El mandamiento de la amistad

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Y ya no sois siervos, sino amigos, nos dice Jesús. Este es el mensaje fundamental del Nuevo Testamento.

Por un lado, descubrimos una llamada a ser amigos de Dios. Dios no quiere sirvientes ni esclavos, sino amigos que, como él, son capaces de dar la vida por otros. En el corazón de Dios no hay otro deseo que la amistad libre y gozosa con su criatura. Este es el gran salto de la revelación cristiana: antes que el hombre busque su mirada, Dios quiere entrar en su corazón. Y no lo hace desde su superioridad, o imponiéndose, sino como un enamorado, poniéndose a la altura de la persona amada. De ahí que Jesús subraye ya no sois siervos, sino amigos.

La amistad con Dios tiene sus consecuencias prácticas en la vida cotidiana. Dios es Padre nuestro, es decir, Padre de todos los seres humanos. Esa paternidad define una fraternidad existencial. Si somos amigos de Dios, también seremos amigos de sus otros hijos, que son hermanos nuestros.

Un amor humano y divino a la vez

La amistad es una bella palabra que, por ser tan utilizada, a veces pierde su sentido o se banaliza acerca de su significado. ¿De qué amistad nos habla Jesús? En sus palabras no hay duda alguna: No hay mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Cuando exhorta a sus discípulos a amarse como él los ama, les está indicando el camino a seguir. La amistad del evangelio es una amistad que lo da todo, hasta la vida, por amor a los amigos.

Jesús ultrapasa el clásico mandamiento, pilar de la antigua ley judía y regla de oro de muchas religiones: ama al otro como a ti mismo. Jesús cambia un matiz: ama al otro como yo he amado. Las personas podemos tener mayor o menor autoestima; a veces nos amamos muy poco a nosotras mismas o, al contrario, pecamos de egocentrismo y nos amamos de forma obsesiva e inadecuada. El amor del que habla Jesús tiene otra cualidad. Es amor de Dios, ese amor que hace llover sobre justos e impíos; un amor que, como bellamente describe san Pablo, no pasa nunca. Es un amor sin medida, incondicional, fiel y eterno.