2008-01-27

El pueblo en tinieblas vio una gran luz

...Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
Mt 4, 12-23

Jesús llama a los primeros discípulos

El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz. Después de la muerte de Juan Bautista, Jesús aparece como una luz que brilla en medio de su tierra. Tomando el relevo de Juan, comenzará con entusiasmo su ministerio público, predicando el mismo mensaje que proclamara el Bautista: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Jesús recoge esta misiva para ir preparando al pueblo de Galilea, que entonces era tierra de gentiles, donde los fieles judíos formaban una minoría, rodeada de población pagana.

Pero Jesús sabe que esta gran misión de la palabra pasa por interpelar a los primeros discípulos. No quiere permanecer sólo, sino que llama a un grupo de seguidores para que estén junto a él y expandan también la noticia del Reino de Dios. Podríamos decir que con ellos nace el germen de la iglesia, que luego estallará en Pentecostés: la iglesia fundacional.

Pedro, Andrés, Juan y Santiago dejan el negocio del mar para seguir a Jesús. Él llama a estos hombres de la mar para que lo sigan y juntos recorrerán los caminos de Galilea, proclamando el Reino de los Cielos.

Jesús nos llama a nosotros hoy

Esa luz que iluminó las tierras galileas asoma también en nuestro corazón. Hoy, Jesús nos llama a seguirle, a estar con él, a recorrer nuestras calles y ciudades, nuestras Galileas contemporáneas. Nos pide dejar las redes, todo aquello que nos impide ser libres para confiar totalmente en él. No nos pedirá, quizás, que dejemos nuestros negocios, nuestras familias, nuestros hogares. Pero sí nos pedirá que dejemos atrás todo cuanto aprisiona nuestra valentía para poder caminar junto a él.

Esto implica confianza y una profunda conversión. La palabra conversión significa girarnos hacia él, emprender un nuevo itinerario, fiarse pese a las dudas o a la oscuridad. Como los primeros discípulos, estamos llamados a seguirle inmediatamente, sin vacilar. Esta es nuestra vocación cristiana: en el centro de nuestra vida religiosa ha de brillar Cristo. Sin miedo, inmediatamente, hemos de decir sí al proyecto de nuestra vocación cristiana. Hoy, más que nunca, el mundo necesita cristianos firmes y decididos que prediquen con todas sus fuerzas que Dios nos ama.

La necesaria conversión

Hoy estamos aquí porque ya hemos dicho sí, ya le hemos seguido. Por eso participamos de la eucaristía, del sacramento del amor de Dios. Quizás nuestra conversión será ser conscientes de nuestra identidad misionera y evitar la apatía, no dejando que la frialdad religiosa de nuestro entorno ponga obstáculos en nuestros pasos hacia Jesús. Quizás creemos estar totalmente convertidos cuando todavía hay desunión dentro de los mismos seguidores de Jesús. San Pablo en su carta a los Corintios nos recuerda que somos uno, que el cuerpo de Cristo no está dividido. Sólo en la medida en que estemos unidos a Cristo estaremos convertidos.

Como comunidad de la Iglesia, hemos de anunciar y proclamar el evangelio, igual que hicieron Jesús y los suyos. Y, además de difundir esta buena nueva, también tendremos que aliviar el dolor y curar enfermedades, especialmente las dolencias del alma, aquellas que nos hacen sentirnos vacíos. Hoy, más que nunca, el mundo necesita la dulzura y el amor de Dios. Nosotros, como cristianos, somos las manos sanadoras y amorosas de Dios Padre.

2008-01-20

Este es el cordero de Dios

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo"... “Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios".
Jn 1, 29-34


El cordero, símbolo de una entrega

Con este evangelio, podemos decir que ha culminado la misión de Juan el Bautista de preparar al pueblo judío ante la venida del Mesías.

El Mesías, el hijo del Hombre, el hijo de Dios, ya es un adulto consciente de su tarea ministerial. Juan lo ve llegar y dice de él: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. ¿Qué significan estas frases? ¿Qué evoca la palabra cordero, más allá de una connotación bucólica?

Juan reconoce que Jesús es el Hijo de Dios. También él esperaba al Mesías; preparaba al pueblo, pero no sabía quién sería el elegido. Aunque conocía a Jesús como primo, ignoraba su dimensión trascendente, su relación con Dios. Por eso dice dos veces, “no lo conocía”, en un sentido espiritual de la palabra.

Después del Jordán, Jesús inicia su ministerio público siendo consciente de que cumplir la voluntad de Dios será un itinerario que pasará por entregar su vida. El que quita el pecado del mundo es el que derramará su sangre, el que se entregará por amor, hasta dar la vida por rescate de todos. Este es el sentido de la palabra cordero. Jesús mismo se entregará como víctima, de la misma manera que en la antigüedad los corderos eran sacrificados para aplacar la ira divina. Pero, esta vez, su entrega será libre y voluntaria, unida a la voluntad de Dios.

Juan, el hombre despierto

Juan se exclama, al ver a Jesús. Vemos en él dos actitudes muy importantes. Una, la de reconocer al hijo de Dios. Los cristianos ya no estamos en esa etapa de expectación, pues sabemos que Jesús ha venido. Pero no siempre sabemos reconocerlo. Él se manifiesta de mil maneras por todo el mundo. ¿Sabemos descubrir la presencia de Cristo en el mundo? ¿Cómo y de qué manera viene a nosotros? Hemos de estar muy despiertos, abiertos a los signos de los tiempos, para darnos cuenta de que Dios habla con un lenguaje diferente al nuestro –el lenguaje del amor, de la caridad, de la generosidad– y en él descubriremos la huella de su bondad en medio del mundo.

Jesús no tiene otra misión que salvar la humanidad; no tiene otro cometido que perder su vida por amor. Sabe que ha de sufrir para rescatarnos del yugo de la esclavitud de todo lo que nos aleja de Dios. Deberá padecer para limpiar nuestras almas y lavar el orgullo que impide que Dios entre en nuestra existencia.

Podríamos establecer un paralelismo entre la vida del cristiano coherente y la vida de Jesús. En nuestro testimonio, los demás han de poder ver que somos seguidores de Jesús de Nazaret. Aunque esto a veces pase por un itinerario de dolor, de cruz. Con nuestro trabajo apostólico, estamos redimiendo el mundo. Estamos llamados a luchar y a trabajar para que en el mundo haya menos pecado, menos egoísmo, menos envidias; para que el mundo gire hacia Dios y no se vuelva contra él.

La humildad de Juan: saber apartarse

Es hermoso constatar la humildad de Juan Bautista. Cuando señala a sus discípulos, “Este es el cordero de Dios”, está cediendo paso a Jesús. Se retira, y deja que Jesús culmine el proyecto de Dios. Juan ha realizado una tarea pedagógica de preparación a la esperanza, y ahora Jesús toma el relevo y convierte la esperanza en alegría y en amor. Por eso Juan, humildemente, se reconoce poca cosa ante él. Asume que su labor educativa ante el pueblo de Israel ha acabado y que Jesús tomará el testigo.

Los padres y los educadores también hemos de ser conscientes que, a veces, hemos de apartarnos para que los otros crezcan. A veces se crean relaciones de dependencia o de sumisión entre padres e hijos, o en las empresas, cuando alguien demuestra capacidades de gestión y se le ponen trabas para que no destaque sobre los otros. Juan se aparta. Los cristianos, también, muchas veces tendremos que apartarnos para que otros retomen con entusiasmo la propagación de la fe.

Hoy, en nuestras eucaristías, a vista de pájaro, vemos que hay muy poca gente joven. Los sacerdotes han de confiar en ellos. Hemos de dejar que la gente joven ascienda, que crezcan en su potencia intelectual, espiritual, de generosidad y de amor. Juan lo hizo. Él se apartó para que Jesús tomara el relevo.

Dar testimonio, prueba de valor

Pero Juan también recibe un don. “He contemplado al Espíritu Santo que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él”. En aquel que está bautizando, definitivamente se cumplen las expectativas del pueblo judío. Por fin llega el que tiene que salvar a su pueblo, Israel. Y, de nuevo, lo reconocerá con hermosas palabras: “Yo he dado testimonio de que realmente es hijo de Dios”.

Los cristianos de hoy, ¿damos testimonio, en un mundo en el que nada parece favorecernos? ¿Somos lo bastante valientes? En una sociedad fría quizás no apetece mucho hablar de Dios y testimoniar lo que somos. Sin embargo, esto es muy importante. Si decimos que somos cristianos, si participamos del don eucarístico y recibimos la gracia de los sacramentos; si rezamos y decimos que creemos en Dios, ¿cómo vivimos todo esto de puertas afuera? No puede haber un divorcio entre lo que decimos que somos y lo que manifestamos afuera. ¿Nos es un problema testificar, decir quiénes somos? ¿Damos testimonio de ser cristianos? ¿Reconocemos que estamos aquí porque nos vincula algo trascendente? ¿Creemos realmente que Cristo resucitado está presente en medio del mundo, en medio de la sociedad, en medio de nuestra comunidad? ¿Creemos de verdad que Jesús nos ha cambiado la vida y que, a partir de ahora, todo cuanto hagamos configurará nuestra existencia con la existencia de Jesús?

Es el momento en que el laicado dé testimonio de su fe. Así lo vimos en esa manifestación celebrada en Madrid, hace unas semanas, con el fin de promocionar la familia. Es importante que los cristianos seamos muy conscientes de lo que realmente somos, aunque esto comporte rechazo social.

La exigencia del Cristianismo

Hoy día, vemos cómo crecen las religiones de moda y otras grandes creencias, como el Budismo o el Islam. En cambio, en la Iglesia, parece que cada vez quedamos menos. En Occidente, somos una minoría que decrece. Creo que una de las razones es que ser cristiano es exigente. Seguir una religión a la medida de uno mismo, o crearse la imagen de un Dios que nos permite lo que queremos, es fácil. Muchas seudo religiones nos invitan a fabricar un Dios a nuestra manera. No estamos siguiendo al Dios de Jesús de Nazaret; estamos fabricando nuestra propia concepción de Dios. Y todo cuanto signifique adaptar las exigencias de un Dios que nos va bien, finalmente, rebaja la calidad espiritual de la vocación y del seguimiento a Jesús. No es fácil, por eso somos poquitos. No porque digan que la Iglesia está metida en política, o por otros motivos.

Jesús cambió el mundo, y lo seguirá cambiando. Pero el crecimiento de la Iglesia dependerá de nuestra autenticidad. Nosotros somos herederos de ese legado espiritual y, en la medida en que seamos conscientes de que hemos de transmitirlo, la fe cristiana crecerá.

Somos pocos, entre otras cosas, porque en el fondo nos cuesta identificarnos con Cristo. Venir a misa nos ayuda, y la oración nos fortalece. Pero no puede haber una disociación entre fe y vida pública, entre fe y relaciones civiles. No podemos separar nuestra creencia entre nuestro ámbito laboral y social. Si se produce esta separación, la frialdad religiosa y al alejamiento crecen y nos acaba invadiendo la apatía.

Un reto para el futuro próximo

Entiendo que hoy la sociedad y la cultura nos ofrecen sistemas de creencias muy diferentes, y hemos de respetar mucho las opciones personales de cada cual; nadie es mejor que nadie. Que nadie crea que el marxismo o el budismo son mejores que el cristianismo, o al revés. Hemos de ser personas encarnadas en nuestra cultura, allá donde estamos, en nuestro lugar. No es lo mismo vivir en Sudamérica, que en esta Europa fría. Ahora, más que nunca, los cristianos necesitamos despertar, levantarnos y entusiasmarnos, empujándonos unos a otros para construir nuestro futuro. De lo contrario, ¿qué será de la Iglesia? ¿Qué será de nuestra fe, dentro de treinta o cuarenta años? ¿Habremos pasado el relevo a nuestros hijos y nietos? ¿Qué sucederá con los futuros políticos que no crean?

Nuestro reto es ser capaces de formar a nuestros hijos y jóvenes en la fe. En otros países, en América Latina, es extraordinario contemplar la vitalidad de una Iglesia más joven, de sólo quinientos años, y el gran número de jóvenes creyentes. En Europa, si los adultos no damos testimonio, ¿qué será de los que vienen? Tenemos la obligación de comunicar que, más allá de lo material, hay otros elementos que nos hacen existir y que dan sentido a nuestra vida. No todo es hedonismo, narcisismo, relativismo. No todo es imperialismo ni poder. También existen el amor, la generosidad, la lucha por los derechos humanos y civiles de los más pobres.

Venir a la eucaristía ha de ser un revulsivo extraordinario para llegar a identificarnos totalmente con Cristo. Seamos valientes, intrépidos. Seamos gallardos y tenaces para proclamar lo que somos; para testimoniar que somos cristianos y seguimos a Jesús de Nazaret.

2008-01-13

El bautismo de Cristo

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciendo: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?” Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así lo que Dios quiere”. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto”.
Mt 3, 13-17

Consciente de ser Hijo de Dios

Cerramos el ciclo de Navidad con el Bautismo de Cristo, otra de las manifestaciones de Dios hecho hombre. Este momento marca el inicio del ministerio público de Jesús, siendo él plenamente consciente de su filiación con el Padre.

Los evangelios no relatan apenas nada de la infancia y la adolescencia de Jesús. Durante sus primeros treinta años de vida, vivió como un hebreo más, pero posiblemente fue un hombre con grandes inquietudes intelectuales, culturales y sociales. Algunos exegetas piensan que quizás viajó y conoció culturas diversas. Finalmente, llegada su adultez, Jesús decide no quedarse en Nazaret, con su familia, e iniciar su empresa evangelizadora.

El bautismo es el momento en que toma conciencia plena de su filiación divina y comprende que ha de empezar su misión. Ya se siente preparado y se lanza a iniciar un itinerario que no será fácil, en absoluto. Sufrirá un fuerte rechazo por parte de los poderes religiosos de su tiempo y por algunas fuerzas políticas.

Llamado a revelar el corazón de Dios

Jesús no puede emprender su tarea apostólica sin una profunda convicción y coherencia con aquello que cree. Predica la buena nueva, la noticia del Dios amor. En la lectura de Isaías, cuando se habla del elegido del Señor, se define muy bien su labor ministerial: curar a los enfermos, devolver la vista a los ciegos, liberar de las tinieblas a los que viven en mazmorras. Este es el trabajo de Jesús: revelar un sentido totalmente nuevo de la vida a partir de la experiencia íntima que tiene con Dios. Tras el bautismo, ya está preparado para la gran batalla: empezar, con todas sus fuerzas, a descubrir las entrañas del corazón de Dios. Un Dios que para Jesús es un Dios Padre, un Dios cercano, que se aproxima a la realidad de los hombres y mujeres de su tiempo; un Dios que desea que el hombre encuentre el sentido de su existencia.

La misión de los cristianos

¿Qué consecuencias podemos sacar del episodio del bautismo en el Jordán? Haciendo un salto analógico a la realidad que vivimos los creyentes del siglo XXI, en esta era digital, de la cultura tecnológica, los cristianos deberíamos ser muy conscientes de que también estamos aquí para culminar una misión. Estamos de paso hacia una realidad hermosísima que nos ultrapasa. Una primera consecuencia que podemos derivar de este evangelio es la experiencia de sentirnos hijos de Dios. Jesús vivió esa sintonía en plenitud: la escena del Jordán nos revela la relación paterno-filial entre Jesús como Hijo y Dios como Padre. Por tanto, la pregunta que cabe hacerse es: ¿Nos sentimos hijos de Dios?, ¿nos sentimos hijos del Padre? Desde nuestra condición de bautizados y confirmados, que participamos asiduamente en la eucaristía, ¿sentimos una comunión especial con Aquel que siempre nos amó, desde el momento en que nos formó?

Una segunda pregunta que debiéramos hacernos es esta: ¿reconocemos a Dios como nuestro Padre? Y una tercera: ¿nos abrimos en nuestra experiencia cristiana al soplo del Espíritu Santo que reposa sobre Jesús y también sobre nosotros, como cristianos?

Jesús es la persona adulta que lleva a cabo el cometido de la redención del mundo. ¿Somos conscientes de nuestra misión apostólica?

Alcanzar la madurez cristiana

Este evangelio es una llamada a redescubrir nuestra identidad cristiana, y reforzar nuestra unión profunda con Cristo. Siendo la liturgia importante, así como la oración, es fundamental el compromiso de salir afuera y testimoniar, anunciar, encarnar, ese deseo de Dios para nuestras vidas. Si nos quedamos aquí, en nuestras comunidades y parroquias, estamos muy bien, pero es como si los hijos nunca salieran de sus casas. Llega el momento en que los hijos han de crecer, madurar y salir de sus hogares para proyectarse, profesional, laboral e intelectualmente. Por tanto, también llega un momento en que los cristianos hemos de salir de nuestros orígenes familiares y culturales para convertirnos en cristianos adultos. Los niños reciben formación en la catequesis, pero los adultos hemos de dar un paso más allá.

Ya no somos niños, adolescentes o personas pusilánimes, temerosas… ¿de qué? Los adultos se atreven, son valientes, responsables, maduros; asumen responsabilidades. Nosotros, como bautizados y cristianos, estamos llamados a tomar parte de ese gran trabajo misionero de la Iglesia. El evangelio que hemos leído refleja la toma de conciencia de Jesús de que ha de comenzar su vida pública. No puede quedarse en casa. Hoy vemos que muchos jóvenes, con treinta años cumplidos, aún viven en sus hogares paternos. Entendemos que no es sencillo para ellos independizarse, dadas las dificultades y el encarecimiento de las cosas, pero en la vida hay que arriesgarse. Y aún más si es por Dios.

Hemos decidido configurar nuestra existencia en torno a la figura de Jesús de Nazaret. Hemos decidido que él sea la referencia de nuestra vida. Llenos de Dios, estamos llamados a contribuir, como Iglesia, al gran cometido de la expansión de la noticia del Reino de los Cielos.

Los cristianos en el mundo

Además de alimentarnos con la eucaristía y la formación, hemos de ser conscientes de nuestra misión como cristianos en medio del mundo. Es verdad que el mundo no ayuda. En nuestra sociedad, lo vemos en los medios de comunicación y nos alertan los sociólogos, se da una progresiva frialdad y lejanía de los valores cristianos. Justamente por esto se hace más que nunca necesario recordar nuestras raíces cristianas, vivirlas y tomar una decisión.

En su encíclica Spe Salvi, “Salvados por la Esperanza”, Benedicto XVI nos recuerda esta misión. Los cristianos hemos de convertirnos en referentes de esperanza para un mundo totalmente caído. ¿Qué hacemos? Estamos aquí porque hemos decidido que Cristo invada nuestra vida. A partir de ahora, nos llama a ser co-partícipes de la redención. Todos estamos llamados a salvar las almas. La gente está perdida, desorientada, confunde los dioses. Es muy necesario hacer una tarea pedagógica, instructiva, aclaratoria, sobre lo que significa ser cristiano y lo que conlleva esta actitud.

Finalmente, podemos sentimos inseguros, o quizás dudamos de nuestras capacidades. Tal vez nos alegramos de sentirnos salvados, pero tememos ir más allá. ¿Qué podemos transmitir? La respuesta, sin embargo, es rotunda. ¿Por qué colaborar con Cristo en su tarea misionera? Porque también somos hijos amados de Dios. El Espíritu Santo también ha descendido sobre nosotros. Siempre que bautizo a un niño, pienso: “aquí tenemos a otro hijo amado de Dios”, otro niño predilecto. Todos nosotros somos hijos predilectos de Dios. Él nos ha amado primero, desde el mismo instante en que fuimos concebidos. Nos ha dado los dones más grandes, la vida natural y también otra vida, que es eterna. Qué menos podemos hacer que devolver con gratitud ese amor y sumarnos a su deseo de salvación para todo el mundo.

2008-01-06

Epifanía -la fiesta de los Magos

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de alegría. Entraron en la casa, vieron al niño y a María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron. Después, abriendo sus corres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un aviso para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino. Mt 2, 1-12

Celebramos hoy una fiesta entrañable: la Epifanía del Señor. Si en Navidad fue anunciado a unos humildes pastores, esta fiesta celebra que Dios se revela a toda la humanidad.

Es la fiesta de unos hombres sabios que se ponen en marcha, buscando el sentido auténtico de la verdad. Y descubren en el nacimiento de un bebé la expresión del misterio de Dios.

En la lectura del evangelio podemos ver diferentes actitudes hacia Dios reflejadas en los personajes que aparecen en el texto.

Los magos, símbolo el hombre que busca

Los magos representan al hombre en búsqueda de la verdad. En su figura descubrimos que ciencia y fe no están reñidas; eran personas cultas, inteligentes, astrónomos y científicos de su época que supieron ser humildes y reconocer que en el nacimiento de Dios se manifestaba una nueva realidad que ultrapasaba toda capacidad de raciocinio.

No se puede hacer teología si no nos abrimos a la filosofía y al estudio antropológico. Conociendo la humanidad de Dios podremos conocer su divinidad. Pero también la ciencia ha de ser humilde y no pretender encerrar toda la realidad en sus conceptos.

Ponerse en marcha y salir de un país lejano tiene un sentido más allá del trayecto geográfico: significa emprender un profundo éxodo interior. Salir de uno mismo nos puede ayudar a encontrar la estrella que nos guíe hacia el misterio de Dios.

Arrodillarse significa reconocer la trascendencia con humildad y, al mismo tiempo, comunicarse con ella, desde la sencillez y el reconocimiento de la propia pequeñez.

La fiesta de hoy es la fiesta de los que buscan, de los que se ponen en marcha y de los que, con corazón limpio y bondadoso, buscan el sentido pleno de la existencia, acariciada por el misterio. Los magos representan a aquellos hombres buenos que se dejan interpelar por la experiencia de Dios en sus vidas.

El hombre temeroso

Sin embargo, la actitud de Herodes es muy diferente. Con su miedo, revela la envidia, la inseguridad y su afán de dominio y de poder. Quiere impedir a toda costa que se culmine el nacimiento del Mesías. Recurre a la mentira y a la manipulación. Finge y utiliza a los magos para obtener información. Esta actitud es propia del que tiene poder y teme que éste tambalee. Cuántas veces el miedo nos hace mentir para no perder nuestra posición. Cuántas veces, por temor, matamos realidades de Dios en los demás. Pero Herodes no logra su propósito. Quiere saber para matar. Pero Dios nunca permitirá que la hermosa historia de la redención se detenga.

Acoger a Dios

María es todo lo contrario. Su actitud es acogedora, llena de ternura, de apertura a Dios. Ejerce su maternidad, cuidando del niño, protegiendo el misterio de Dios encarnado. Hace posible que el designio de Dios se culmine.

Los magos, saliendo de Jerusalén, llegan a la cueva de Belén. Esa cueva, hoy, es la Iglesia. Allí encontramos a Dios. En la Iglesia, María lo acoge en su seno y los cristianos, como los magos, podemos acercarnos a ella para recibir su amor. En nuestra búsqueda de Dios, nunca olvidemos que María es una estrella luminosa que nos guía hacia la Iglesia.

En estos días de fiestas, todos intercambiamos regalos. Los niños son especialmente protagonistas, recibiendo obsequios de sus padres y familiares. Los padres, catequistas y educadores no debemos olvidar que el mejor regalo que podemos ofrecer a nuestros niños es Jesús. Regalarles al mismo Dios, que llena de sentido sus vidas, es el mayor don, y éste es el regalo que la Iglesia ofrece al mundo.

2008-01-01

Santa María

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Lc 2, 16-21

La maternidad de Dios

Celebramos hoy la fiesta de la maternidad de Dios. Es la fiesta de una mujer que abrió sus entrañas para hacer posible el misterio del verbo encarnado, el misterio de ese Dios que necesita de la humanidad y de María para hacerse presente en medio de nosotros.

Para los cristianos, es importante comenzar el año celebrando la fiesta de la primera creyente, la primera que supo abandonarse y confiar totalmente en Dios. Como decía Benedicto XVI en su mensaje de esta mañana, María ya esperaba a Jesús en su corazón. Después, milagrosamente, lo vivió en su carne, en su propia realidad física. En María convergen estas dos realidades: la actitud espiritual de apertura al designio de Dios y su disposición, su cuerpo, su vida, para que el Hijo de Dios se encarnara en ella.

Por eso la Iglesia celebra el día de la maternidad de Dios. Podríamos decir que cada cristiano ejerce de manera analógica una maternidad para hacer nacer proyectos de Dios en su entorno. La Iglesia, imagen de María, tiene esta gran misión. Y las mujeres, imagen de la Iglesia, tienen en María a un modelo de mujer dispuesta a cumplir la voluntad de Dios.

Confianza en Dios

A los cristianos, María nos enseña muchas cosas. La primera es la confianza. María confía plenamente en Dios y, porque confía, es posible que se lleve a cabo este misterio de su amor encarnado. Seremos felices de verdad si confiamos plenamente en Dios, si aprendemos a confiar en los demás; si confiamos plenamente en la Iglesia. La confianza hace posible que nazcan la sintonía y el amor profundo entre las personas. María es el arquetipo y el prototipo de la esperanza de la humanidad.

Disponibilidad, tiempo y espacio

Otro valor importante de María es la disponibilidad. A veces vamos tan aprisa que no tenemos tiempo para nada. En cambio, las cosas importantes de nuestra vida necesitan tiempo. De lo contrario, no será posible llevar a cabo ningún proyecto. Lo que hace fecunda la espiritualidad del cristiano es su apertura a Dios. Por eso, en la medida en que estamos abiertos, la historia de la encarnación se hace viva, real y actualizada en nosotros.

La Iglesia tiene una gran responsabilidad: ha de confiar en Dios. Los cristianos tenemos encomendado el trabajo de evangelizar para poder fecundar la sociedad y engendrar más cristianos. Como María, tenemos que abrir nuestras entrañas, nuestro corazón y nuestra libertad. Si no es así, será difícil que el Cristianismo siga avanzando en nuestra cultura.

María también es maestra de la escuela del silencio. Encontró tiempo y espacio. El espacio fueron sus propias entrañas. El tiempo, el pasado en su hogar de Nazaret, con pausa, dejando que Dios pudiera apearse allí para entrar en su historia. También nosotros, como Iglesia, estamos llamados a imitar a María, a tener tiempo para Dios, a confiar en él, a estar disponibles y a proteger y cuidar sus proyectos, como María cuidó al niño.

Cuidar la familia

La Iglesia ha de estar atenta a las necesidades de los niños y de las familias. Pese a vivir en tiempos de dificultades y de frialdad religiosa, concentraciones como la que hubo recientemente en Madrid nos demuestran que la Iglesia y la familia están vivas. Los valores cristianos siguen vivos y, por mucho que se opongan ciertas instancias políticas, nunca matarán algo que es de Dios. Porque, como bien decía Benedicto XVI, la familia es el mejor espacio de humanización de las personas, el espacio de crecimiento donde aprenden a ser referentes para un modelo de sociedad. Es necesario que el testimonio cristiano actúe como revulsivo. Por eso, pese a las críticas, lo importante es que jamás renunciemos a algo intrínseco del ser humano, que es el espacio armónico de la familia. El día que ésta perezca, o sea desplazada, ¿qué será de los niños? ¿Dónde quedarán? Tenemos ejemplos muy graves de la consecuencia de la disgregación de las familias. Quizás el más extremo son los niños de la calle, en las ciudades del Brasil, de África y otros países… ¿Quién se ocupa de esos niños? ¿El estado?, ¿la sociedad?... La Iglesia tiene que defender con todas sus fuerzas la presencia de la familia en nuestro mundo, en nuestra cultura.

Meditar desde el corazón

Como madre del Salvador, María meditaba todas las cosas en su corazón. Esta es otra característica de la primera cristiana: su capacidad de interiorizar, de ahondar en aquello que nos constituye como personas y como familia, como Iglesia. A menudo vamos corriendo de un lado a otro, despistados con tantas frivolidades, o nos dejamos caer por el tobogán de la apatía, y olvidamos que no podemos renunciar a algo tan propio de nuestro ser cristiano, como lo es la capacidad contemplativa. María meditaba las cosas en su corazón. ¿Meditamos los acontecimientos de nuestra vida de forma profunda y serena? ¿Profundizamos en cuanto ocurre a nuestro alrededor? Si no nos apartamos y no disponemos de un tiempo para Dios, nos faltará esa capacidad reflexiva para ahondar en el sentido de nuestra existencia y de nuestra misión como creyentes.

Comunicar con alegría

El autor sagrado también señala la alegría de los pastores ante el acontecimiento de la venida del Señor. El texto dice que todos se admiraban de cuanto decían de aquel niño. ¿Cómo lograron producir tal admiración en sus interlocutores? Seguramente vieron un cambio en los pastores. El encuentro con el niño Jesús transformó la vida de esos hombres y mujeres, otorgándoles una profunda alegría. Qué importante es crear admiración, interpelar. En la medida que creamos de verdad que este acontecimiento nos ha marcado; en la medida en que seamos capaces de testimoniar, vivenciar y comunicar, de transmitir con alegría la experiencia de sentirnos salvados y resucitados, de recibir el don del nacimiento de Dios, lograremos despertar el entusiasmo en quienes nos oyen. Esto es importante para el futuro de la Iglesia, para que siga siendo testimonio vivo en el mundo: la alegría y la alabanza de los cristianos.

Llamados a construir la paz

Hoy celebramos la jornada mundial de la paz. Ha habido momentos en la historia en que han surgido líderes que han llegado a dar su vida por la paz. Durante todo este año pasado hemos visto muchas tragedias y conflictos en el mundo. Si no dejamos que Cristo entre en nuestro corazón, difícilmente alcanzaremos la paz. El cristiano que se deja interpelar por el Príncipe de la Paz, será constructor de paz. Y esta paz llegará a atravesar toda nuestra sociedad. El mundo ha de saber que la auténtica paz sólo puede venir de aquel que la puede dar: de Dios. Viene también de las personas pacíficas, como dice la bienaventuranza: bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Pidamos a María que nos dé la fuerza, el coraje, la serenidad, la paz interior que nos hace falta. María es llamada Reina de la Paz. Esta paz, no la dan los políticos, ni las instituciones internacionales; es un don de Dios. Hemos de estar dispuestos a ser generadores de esa paz y a vivirla en nuestro corazón. Si nos dejamos interpelar por la noticia del nacimiento de Dios y por el sentido de esta fiesta mariana, podremos contagiar paz. En la medida en que confiamos, serenos, abiertos a Dios y a los demás, tendremos mucha paz y la podremos esparcir a nuestro alrededor.