2007-03-25

La mujer adúltera

Una situación comprometida

Jesús ve ya próxima su pasión y se retira al monte de los olivos para orar. Necesita meditar sobre el sentido de su donación, que pasa inevitablemente por la muerte. Al amanecer, sereno y lleno de Dios, acude al templo para instruir a su pueblo. Es en este momento cuando los fariseos y los escribas aprovechan para traerle a una mujer sorprendida en adulterio. Quieren comprometerlo, haciendo referencia a la ley y la tradición judías.
La dureza de los fariseos está lejos de entender el corazón misericordioso de Dios. Acusan a la mujer y quieren condenarla a morir. Jesús, lleno de misericordia, responde con una táctica inteligente a la tendenciosa pregunta, y les da una respuesta lapidaria: “Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra”.

Llenos de odio y de rencor, los fariseos y los escribas reconocen, no obstante, que en ellos también hay pecado. Se alejan, uno a uno. Los acusadores no soportan la franqueza de su oponente. Y dejan a Jesús solo con la mujer. Entonces Jesús ejerce el ministerio del perdón. Tiene piedad de la mujer adúltera y la perdona. Con un talante dulce y exigente a la vez, le pide que no peque más. Jesús refleja el corazón compasivo y ardiente de Dios que nos invita a vivir llenos de su gracia y de su amor.

El legalismo religioso

En esta intensa lectura, Jesús se nos muestra como un hombre libre respecto a la ley. Por encima de la rigidez legal, él antepone el bien de la persona. También hay en su respuesta una apelación a la coherencia. Muchas veces las personas guardamos una extremada dureza en el cumplimiento de la ley, pero en cambio se nos escapan otras actitudes de delicadeza, comprensión y misericordia. La ley debe estar al servicio de la persona, éste es el mensaje de Jesús.

Contra el machismo judío

El mundo semita marginaba a la mujer. En esa cultura, como en otras tantas, las mujeres sufrían las consecuencias de un menosprecio social. Muchas conductas que hoy consideramos moralmente reprobables eran permitidas a los varones, por el hecho de ser hombres, y, en cambio, eran condenadas en la mujer. Jesús sale a favor de la mujer. En esta ocasión, la defiende porque está en una situación débil y vulnerable. Pero también la defiende porque para él la mujer es digna y valiosa, igual que el hombre. Jesús rompe con esa tendencia machista y apuesta por el valor de lo femenino y la paridad en la dignidad de ambos sexos.

Otra concepción del sentido religioso de la ley

La ley es el amor. Esta es la gran revolución de Jesús. No hay ley que valga por encima de la dignidad de la persona. La ley no lo justifica todo. Este mensaje de Jesús es especialmente actual hoy, cuando las leyes se politizan para servir a diversas ideologías. Muchas veces se quieren justificar algunas leyes y decisiones apelando a los sentimientos humanitarios, jugando con la buena fe de las gentes, para conseguir favorecer intereses ocultos de grupos de poder. Jesús, en la cruz, muestra la máxima expresión del amor y de la libertad, que la ley ha intentado aniquilar. Toda ley que trata de suprimir la vida de un ser humano no está fundamentada en valores humanitarios. La vida es un valor supremo. Si la ley no está al servicio de las personas y de su dignidad, está sirviendo a las ideologías y se convierte en un sutil instrumento de dominación.

El perdón, muestra del mayor amor

Una de las características que distinguen a los cristianos es el perdón. Quien ama perdona sin límites, como recuerda San Pablo en su carta a los corintios. “Porque tanto has amado, tanto se te perdona”, son las palabras de Jesús a la mujer pecadora que le ungía los pies.

A la mujer adúltera, que buscaba el amor tal vez de manera un tanto frívola y errada, Jesús le enseña el amor incondicional y verdadero. La mujer conoce la pureza del amor auténtico con el perdón de Jesús. Y queda restaurada. No condenada, se siente amada y perdonada, a punto para empezar una nueva vida. El perdón regenera y da fuerzas para recomenzar y vivir de otra manera.

Dios es el único libre de pecado y de culpa. Jesús, pudiendo condenar, no lo hace. La Iglesia, los cristianos, tampoco podemos juzgar ni condenar a nadie. Hemos de ser misericordiosos y compasivos, como el mismo corazón de Dios.

2007-03-18

El hijo pródigo

Retrato del corazón de Dios

La narración del hijo pródigo es una de las más bellas del Nuevo Testamento. Jesús revela las entrañas del corazón misericordioso de Dios para con su criatura. El padre del hijo pródigo, pese a saber que con él su hijo lo tiene todo, respeta con delicadeza su libertad, aunque sabe que es una decisión que hará sufrir a los dos. Esta ruptura conmueve al padre, pero deja marchar a su hijo libremente. El padre misericordioso se asoma cada atardecer para divisar en lontananza si ve llegar a su hijo. Su corazón está volcado ante su posible regreso.

Por otra parte, el hijo, después de dilapidar su herencia, siente la necesidad de volver. Echa en falta el calor del padre. Lejos se siente solo y vacío, pensando en todo lo que ha perdido. Para el padre esta separación sólo ha sido un paréntesis. Él espera con ansia la vuelta de su hijo.

El hijo vuelve porque, pese a su orgullo, tiene la certeza absoluta en su corazón de que el padre lo acogerá de nuevo. Por eso regresa convencido. Padre e hijo se abrazan. El dolor y el arrepentimiento del hijo se funden en la profunda alegría del padre. El abrazo acaba con una hermosa fiesta de reencuentro.

La lógica del perdón

Pero, en estas ocasiones, la bondad y la misericordia no siempre son entendidas. Es la postura del hermano mayor, que siente celos y se enfada con su padre por lo que ha hecho con su hermano menor. De nuevo se produce un alejamiento y una ruptura. El que no se había ido está lejos del corazón del padre. Éste vuelve a sentir otro dolor: el de su hijo mayor, que también lo tiene todo, pero no entiende su amor misericordioso. A pesar de todo, el padre quiere continuar la fiesta. Porque su hijo pequeño estaba lejos y ha vuelto; lo daban muerto y lo han recobrado vivo.

Muchas veces no entendemos la lógica del amor y del perdón de Dios. Los cristianos estamos dentro de una comunidad, dentro del mismo corazón de Dios. Hemos de entender que uno de los rasgos característicos del cristiano es el perdón. Sin perdón no puede haber fiesta ni eucaristía. El perdón es una de las claves del amor de Dios al hombre.

2007-03-11

La higuera sin frutos

La conversión, un giro

Uno de los núcleos del mensaje de Jesús es la llamada a la conversión. La palabra griega para designarla, metanoia, significa cambio, giro. Convertirse es dar un giro hacia Dios. Es decir, dejar de lado la parte frívola y egoísta de la vida para girarse hacia el amor.

¿A qué convertirnos? Para la conversión es necesario un proceso gradual de cambio de actitudes muy arraigadas en nuestra forma de ser. Podemos empezar a convertirnos en muchas cosas que, aunque parezcan pequeñas, no dejan de tener una importancia trascendental.

Cuántas veces nos cuesta sonreír cuando el día en nuestro universo interior amanece gris. La conversión pasa por sonreír. Cuántas veces somos duros y fríos con los demás. Convertirse significa ser amables. Muchas veces, a causa del estrés y nuestro ritmo acelerado, no nos damos cuenta de lo importante que es estar sereno, ir al ritmo de Dios. Otro aspecto a convertirnos puede ser la mezquindad, que nos lleva a empobrecernos. Ser generosos y espléndidos es otro paso hacia la conversión.

No creamos ser mejores

Otras veces nos sucede que, por el hecho de ser creyentes o practicantes, nos creemos mejores que los demás. Hemos de ser más humildes y reconocer que no lo somos. También estamos necesitados del perdón y de la misericordia. Solemos señalar, juzgar y criticar a otras personas, pensando estar por encima de ellos. Jesús nos advierte, como hizo con los judíos. Si no abrís vuestro corazón a Dios, también pereceréis.

La eterna paciencia de Dios

Con la parábola de la higuera, Jesús nos está hablando de un Dios eternamente paciente e indulgente. El cristiano está llamado a dar fruto, como la higuera plantada en la viña. Pero si no se alimenta de la palabra de Dios y no bebe de la oración, se secará por dentro y no fructificará. Es muy humano, ante la esterilidad y la inutilidad de nuestros esfuerzos, cansarse y tener la tentación de abandonar, o dejar la conversión como algo imposible. La reacción más fácil es pensar: ¿para qué esperar? Cortemos la higuera y echemos la leña al fuego.

Sin embargo, el viñador pide al amo que no la corte y la deje un año más. Él la cavará y la abonará, para que dé fruto.

Dios sabe esperar nuestra conversión con infinita paciencia. Cada Cuaresma es ese tiempo de gracia que pide el viñador para aguardar un año más, para seguir luchando porque el corazón del hombre se convierta.

Las comunidades cristianas estamos llamadas a ser fructíferas. No cansemos a Dios ni agotemos su paciencia. Jesús, con su palabra, su cuerpo y su sangre, nos alimenta y riega nuestro corazón en cada eucaristía. Si sabemos abrirlo a su amor, habremos iniciado el camino de conversión y, llegado el momento, daremos fruto.

2007-03-04

La transfiguración

La oración, una experiencia de Tabor

Con este episodio, Jesús nos aparta del bullicio y del ruido, como hizo con sus discípulos, para llevarnos a un lugar tranquilo a rezar. La oración es consubstancial al cristiano. Para crecer en nuestra relación con Dios es preciso que se dé un diálogo continuo y profundo con él.

Orar equivale a subir a la montaña y contemplar la realidad con perspectiva más amplia y una mirada trascendente. Para escuchar a Dios necesitamos ese distanciamiento, y dos cosas imprescindibles: espacio y el clima adecuado. Es decir: soledad y silencio. Sin estos dos aspectos será muy difícil establecer una comunicación efectiva con Dios. La liturgia de hoy nos invita a buscar un tiempo de receso y a vivir la experiencia del Tabor, una experiencia de intimidad con Dios.

Jesús culmina las antiguas promesas

Pedro, Santiago y Juan ven a dos personajes del Antiguo Testamento junto a Jesús. Son Moisés y Elías. Uno representa la Ley, el otro la tradición profética. Jesús, en medio, significa la culminación de las expectativas del pueblo judío. En él se da la plenitud de la Ley y los profetas.

La manifestación de esta gloria tiene, sin embargo, una doble cara. Junto a la plenitud, encontramos la cruz. Gloria y cruz son dos manifestaciones del esplendor de Jesús. No se entendería el Tabor sin la cruz, ni tampoco la cruz sin el Tabor. De la muerte de Jesús en cruz sale también el esplendor del Hijo de Dios, entregado por amor.

Realismo cristiano

Pedro se siente tan a gusto que le propone a Jesús plantar tres tiendas y quedarse allí. Es muy humano. Todos queremos eternizar los momentos de interioridad, de gozo. ¡Qué bien estamos con Dios! No quisiéramos bajar nunca del Tabor de la comunión. Pero hemos de descender.

El Tabor sin la misión quedaría empobrecido. Dios nos llama a trabajar en el mundo para construir otros muchos Tabores, espacios de cielo donde las personas puedan experimentar la plenitud. La Eucaristía es un Tabor, un momento teofánico en el que la presencia de Cristo se hace real, a través del pan y el vino.

“Escuchadle”

Finalmente, de la nube del cielo sale una voz potente: “Este es mi hijo, el elegido, escuchadle”. Encontramos aquí una gran similitud con el episodio del bautismo de Cristo en el Jordán. Aquí hay que remarcar que Dios llama a Jesús su escogido. Él lo ha elegido para culminar su deseo, y Jesús, fiel al designio del Padre, marchará hacia Jerusalén para completar su misión.

El cristiano ha de tener el corazón y el oído receptivos para escuchar al Hijo de Dios. El siempre tendrá palabras de vida, de plenitud, de aliento, que darán sentido a nuestra existencia y nos llevarán a experiencias de Tabor, acercándonos cada vez más al cielo.