2006-12-31

La sagrada familia

La familia, clave para la cohesión social

La familia de Nazaret se convierte en un ejemplo para todas las familias del mundo y nos muestra la gran importancia de la institución familiar para el futuro de los niños y los jóvenes.

La familia es el primer espacio donde una persona crece, se desarrolla y se educa. En ella aprende sus valores, se ejercita en la convivencia y aprende a escuchar, a dialogar, a ser comprensiva y solidaria. Es la primera escuela, y la más importante, para la formación de los futuros ciudadanos. Los niños transmiten aquello que reciben en su hogar. Por eso es tan importante que en la familia haya armonía y, sobre todo, mucho amor.

Hoy día vemos que la institución familiar es cuestionada. Sociólogos y psicólogos hablan de la crisis de la familia. Los gobiernos, con diversas leyes, pretenden cambiar el concepto de familia, equiparándola a otras realidades humanas muy distintas. Al mismo tiempo, vemos cómo crecen graves problemas, como la violencia doméstica, en las calles y en las aulas; la droga, las adicciones y una gran desorientación entre los jóvenes. Todas estas problemáticas son consecuencias de la inestabilidad familiar. Debiéramos ser muy conscientes del beneficio que una familia sólida y unida puede aportar a la sociedad. La familia es pilar de estabilidad. Si en ella se cultivan el respeto, el diálogo y la comprensión se pueden evitar muchos de estos males. Las familias equilibradas son agentes de cohesión social.

Qué se aprende en familia

Los hijos se alimentan del amor de sus padres. Una relación de pareja armoniosa, llena de afecto, ofrece un inmenso caudal de valores a los hijos. Les permitirá crecer y, un día, emprender su propio camino.

Es importante que en familia se viva la concordia, la coherencia, la transparencia y el diálogo. Es en familia donde mejor se pueden adquirir la capacidad de convivencia y el sentido de responsabilidad ante los demás.

Abandonar el afán posesivo

Los padres deben tener muy claro que los hijos, además de ser hijos suyos, ante todo, son hijos de Dios. Como Ana, la madre de Samuel el profeta, deben saber ofrecer a sus hijos a Dios y a la vida. No son meramente fruto de su unión biológica, sino fruto de la historia y de la vida de Dios que fluye a través de la humanidad. Por tanto, llegado el momento, deben propiciar que los hijos vuelen y lleven a cabo sus propios proyectos, aunque éstos sean muy diferentes de aquello que los padres deseaban, o los puedan llevar por caminos muy diversos.

Este momento de separación es duro y a veces difícil de sobrellevar, pero tanto padres como hijos deben estar preparados para dar el salto. Si en la familia ha habido respeto, amor y diálogo, la separación será menos traumática y podrá superarse. La relación entre padres e hijos entrará en una nueva dimensión, de libertad y amistad.

La otra gran familia: la Iglesia

Tan importante como la familia de sangre es la familia espiritual: la Iglesia. Esta familia también nos llama y pide nuestra entrega y dedicación. La comunidad cristiana es nuestra otra gran familia. Y también requiere de amor, generosidad, diálogo y comprensión. Nos pide una parte de nuestro tiempo y nuestros esfuerzos. Es importante que los cristianos fortalezcamos nuestras comunidades, allá donde estemos. ¿Cómo podemos ser familia cristiana si no nos saludamos, si no nos preocupamos unos por otros? ¿Qué comunidad somos si no conocemos los nombres unos de otros?

La familia espiritual, la Iglesia, está unida por algo aún más fuerte que los vínculos de la sangre: es Jesús quien une a todos los cristianos. Es una familia sin territorios, pero con un gran corazón.

La familia de Nazaret, un ejemplo vivo

Aprendamos de la familia de Nazaret. Cada uno de sus miembros nos da un magnífico ejemplo, tanto para vivir en la familia carnal como en la Iglesia.

Aprendamos la entrega decidida de María, su apertura a Dios, su valor, su confianza.

Aprendamos de la discreción y la humildad de José, siempre atento, siempre velando por el bien y la seguridad de su familia.

Y, finalmente, aprendamos de Jesús, nuestro mejor maestro. Obediente a sus padres, Jesús no descuidó su gran familia espiritual ni renunció a su vocación. Era muy consciente de que, por encima de sus padres terrenales, su Padre era Dios. Y, como dijo a María y a José en el templo, “también debo ocuparme de los asuntos de mi Padre”. El deber familiar no fue obstáculo para que Jesús viviera plenamente su filiación divina y se lanzara a construir esta otra gran familia de la que todos formamos parte: la Iglesia.

2006-12-25

La palabra que acampa entre nosotros

El evangelio de Juan comienza con este himno de la palabra, o el verbo, identificándolo con Dios. Jesús es la palabra de Dios. Una palabra que se convierte en verbo, en acción. Y esta acción es donarse, entregarse por amor. La comunicación más directa entre el hombre y Dios Padre es el mismo Cristo.

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Con esta frase, Juan quiere expresar que desde el principio Jesús estaba en el corazón de Dios Padre. Pero también Dios habitaba en Jesús.

En la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La comunicación es vida. La palabra de Dios contiene vida en sí, transforma al ser humano, penetrando hasta lo más hondo. No es una palabra muerta, vacía o frívola. En la medida en que nos abrimos, esta palabra va haciendo mella en nosotros y nos convierte.

La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió... Al mundo vino, y en el mundo estaba... y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Cuánta gente aún desconoce a Dios. Y muchos incluso lo rechazan, negándose a conocerlo. Nuestra misión como cristianos es ser rayos de luz, faros que iluminan esa frontera oscura, donde mucha gente vive en el arcén, ansiando ver.

El hombre hoy busca el éxito sin Dios, descartando su presencia. En cambio, Dios quiere contar siempre con el hombre. Lo hace su compañero, aún más: lo hace su hijo. Quiere confiar y compartir con él su tarea creadora. Se arriesga al rechazo y a la negación. Porque está apasionadamente enamorado de su criatura, y busca su amor.

Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios... Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Aquellos que acogen la Palabra tendrán vida eterna. Los humildes de corazón, los que esperan, los que confían, a ellos se les da la plenitud. El Padre comparte su gloria con el Hijo.

Cuando nos abrimos, también compartimos con él la gracia de Dios. Tan frágiles, apenas motitas de polvo en el abismo, Dios se enamora de nosotros. Nos seduce con pasión, con delicadeza. Incansable, nos llama a su cálida presencia. Nos conquista para saborear con él su gloria.

2006-12-24

María se pone en camino

Una mujer solidaria

María, como su hijo Jesús, siempre es sensible a las necesidades humanas. Siempre dispuesta, siempre atenta, María sale corriendo para visitar a Isabel, su prima, que está encinta. Acude a su lado para atenderla en los últimos meses de su embarazo. La acompaña el tiempo necesario para darle su apoyo en aquel momento tan crucial del nacimiento de su hijo, Juan.

De la actitud de servicio nace la auténtica alegría. El encuentro de las dos mujeres es gozoso. Unidas y felices, comparten una misma experiencia de Dios. Se saludan, se elogian, alaban a Dios. Isabel reconoce la vida de Dios que hay en el corazón de María, y ésta canta la grandeza del Señor. Se siente profundamente amada por Dios, llena de un don inmenso que sabe derramar, contagiando a su prima Isabel de un gozo inagotable.

Los fieles al Señor son compensados con una fecundidad divina. De nuestro corazón, desierto y estéril, pasamos a ser un oasis fecundo. Para Dios no hay nada imposible.

El alborozo del bebé en las entrañas

En esta lectura es hermoso constatar cómo el pequeño Juan, desde el seno materno, percibe la alegría del encuentro entre las dos mujeres. La criatura salta de gozo en su vientre.

Los niños, aún antes de nacer, ya comparten las experiencias de sus padres, especialmente de la madre. Desde las entrañas maternas, los bebés captan sus emociones, sus palabras, los abrazos que dan y reciben. Por esto las vivencias de la madre son muy importantes en la vida y desarrollo posterior de sus hijos, ya desde los meses del embarazo. Cuando un niño percibe el amor de sus padres o la alegría a su alrededor, salta en el vientre; de alguna manera, quiere participar también de esa experiencia.

María, portadora de Dios

María hace algo más que ser solidaria. Visita a Isabel, la acompaña, la atiende en sus necesidades y la ayuda. Pero aún va más allá. María trae un regalo muy especial a su prima, y ésta se percata inmediatamente de ello. María le trae a Dios, cobijado en su seno. Isabel se exclama y alaba a Dios con alegría profunda porque reconoce ese gran don que María lleva dentro y que le trae con su presencia.

La Iglesia, como María, tiene esta doble misión. Como institución humana, no puede desatender las necesidades de las personas y debe estar al lado de quienes sufren o padecen carencias. Pero no se limita a esta labor humanitaria. La Iglesia tiene como gran misión ser portadora de Cristo, como lo hizo María. Ha de llevar a Dios a todas las gentes. Cuando la Iglesia llega a personas con el corazón abierto y sensible, como Isabel, se produce un encuentro gozoso. Aquel que recibe el gran regalo de Dios estalla en alegría, como el hijo de Isabel saltó alborozado en su vientre.

Isabel dice a María: “Bendita tú porque has creído; las promesas de Dios se cumplirán en ti”.
Esta frase contiene un gran mensaje para todos los creyentes. Benditos somos cuando creemos y confiamos en Dios. Porque él tiene un sueño para nosotros, que sólo pide nuestra fe y nuestra disposición. Si sabemos ser fieles y ponernos en camino, como María, el sueño de Dios se cumplirá en nosotros. Y ese sueño no es otro que una promesa llena de todo cuanto puede hacernos más plenos y felices.

Dios sueña, también, que cada uno de nosotros sepa llevar su presencia a las demás gentes. Esta es nuestra misión como cristianos. María nos muestra el camino. Que cada cual sea visitador y lleve la luz y la alegría de Dios a quienes le rodean.

2006-12-17

¿Qué hemos de hacer?

Juan, el precursor

El pueblo judío vive expectante ante la venida del Señor. Juan el Bautista predica su inminente llegada. Y muchos, en este contexto, le preguntan: “¿Qué tenemos que hacer?”. La respuesta de Juan contiene una fuerte carga social y moral, que implica una profunda conversión: compartir los bienes, no abusar de los cargos ni aprovecharse del poder sobre los demás… Para el Bautista la expectación implica un cambio profundo y radical de los corazones. Muy especialmente apela a la generosidad y la solidaridad con los más necesitados. Juan anuncia que el que tiene que venir elevará aún más las exigencias evangélicas.

Bautizar con Espíritu Santo y fuego significa que del ritualismo se pasa a la entrega generosa de la propia vida. Refiriéndose a Jesús, Juan dice: El os bautizará con la fuerza del amor de Dios, que transformará totalmente vuestras vidas.

Conversión de vida

En un momento en que el mundo está falto de esperanza, cabe preguntarse qué hemos de hacer. Esta pregunta es tan importante como cuestionarnos qué debemos saber o tener.

Saber implica conocimiento; tener alude a nuestra riqueza. Hacer refleja una actitud moral. Cuanto hacemos tiene que ver con nuestros valores y con aquello en que creemos.
San Juan Bautista exhorta a sus seguidores. Estos le están pidiendo una orientación moral, y él les da varias indicaciones, que son pistas para los creyentes de hoy.

La primera de todas es compartir. En un mundo donde se dan enormes desigualdades e injusticias, Juan propone una ética solidaria y generosa. El estado se ocupa de atender una parte importante de las necesidades sociales. Pero no debe ser el único. La sociedad también debe preguntarse qué hacer ante los retos que se presentan.

Otras recomendaciones que da Juan se refieren al abuso de poder y de autoridad. Con esto, nos está invitando a reflexionar sobre nuestra vida y a replantearnos nuestra conducta.

En todos nuestros ámbitos

¿Qué hacer en los diferentes ámbitos de nuestra vida? Podemos ir revisando uno por uno.

En la familia, ¿qué hacemos para mejorar nuestras relaciones, la comunicación, la afectividad?

En el ámbito social, ¿cómo mejoramos nuestra relación con nuestros vecinos, nuestros compromisos públicos, nuestro trabajo?

En la comunidad de creyentes, ¿cómo podemos aportar más?

En nuestra relación con Dios, ¿qué podemos mejorar?

Dios nos ha creado para el amor. La gran respuesta a esta pregunta: ¿qué hemos de hacer?, es ésta: Amar. Olvidarse de uno mismo. Darse cuenta de que el yo no tiene sentido sin un tú; es el “nosotros” el que tiene sentido y nos hace crecer. Estamos llamados a vivir como familia de Dios.
En esta familia, la esperanza es nuestro estandarte. Trabajar por la paz es nuestra gran misión.

2006-12-10

Una voz que grita en el desierto

La voz que despierta

20 siglos después, la Palabra de Dios sigue irrumpiendo en nuestro tiempo llena de significado. El autor sagrado nos sitúa en el contexto histórico de la llamada de Dios a Juan, hijo de Zacarías. Esta lectura es de una enorme vigencia hoy. Dios sigue penetrando con su palabra en nuestra sociedad, apelando a los cristianos y a las personas que creen.

Juan Bautista recorría toda la región predicando un bautismo de conversión para los pecados. Su misión es ir calentando el corazón de las personas para el momento decisivo. La Palabra de Dios ya es penetrante por sí misma, pero su venida a nuestro corazón requiere que esté totalmente preparado, convertido, limpio para que Dios pueda albergarse en él. Por eso Juan es la voz que grita, potente, para sacudirnos de nuestro letargo.

Una voz grita en el desierto.
Muchas veces necesitamos que alguien grite en el yermo de nuestra existencia y nos haga despertar. Vivimos ensimismados en nuestras cosas y sólo una voz apremiante nos puede interpelar. Preparad el camino al Señor. Allanemos sus senderos, dejemos vía libre, quitemos del alma todo aquello que impide que Dios entre en nuestra vida. Hemos de allanar los senderos de nuestro corazón.

Elévense los valles, desciendan los montes y colinas. El autor sagrado nos está llamando a mirar alto, desde la trascendencia, superando nuestra pequeñez limitada. Nos llama a mirar con anchura de corazón el horizonte inmenso. Contemplemos la vida, los acontecimientos, la naturaleza, a Dios mismo, con toda la amplitud de nuestra mira espiritual.

Lo que está torcido se enderezará. ¿Cuántas veces vamos por caminos errados y retorcidos? Necesitamos abandonar los recónditos parajes de nuestro egoísmo interior que impiden la entrada a Dios. Enderecemos nuestra vida hacia Él. Miremos más allá de nosotros mismos: Dios sigue actuando en nuestra propia vida. ¡De cuántas cosas buenas somos testigos! Podemos admirar la bondad, la justicia, la belleza de tantas personas que, antes que nosotros, han decidido enderezar su vida para dejar de mirarse a si mismas y mirar hacia afuera, personas que han apostado por algo hermoso, como lo es la misión de evangelizar. En ellas, hasta lo más escabroso se nivela.

¿Con qué fin hacía todo esto Juan Bautista, el más grande entre los judíos pero el más pequeño de los cristianos, porque todavía no lo era del todo? Con el único fin de que todos vieran la salvación de Dios. Este es el gran cometido de la Iglesia: que todo el mundo pueda descubrir a Dios. La misión de la Iglesia es que las gentes puedan descubrir el sentido trascendente de su vida y saborear el amor de Dios. En definitiva, que todos puedan ser salvados por la infinita misericordia de Dios Padre.

Una misión para hoy

Aquellos que nos nutrimos de la Eucaristía, alimentándonos del pan de Cristo y de su sangre, también tenemos la misión de allanar los corazones de la gente. Pero, para poder hablar, primero hemos de creer nosotros, disponiendo nuestro corazón y toda nuestra vida ante Dios. Es así como nos convertiremos en voces que gritan en medio de la sociedad estéril y fría, invitando a las gentes a abrir su corazón. Los cristianos hemos de ser esas voces que denuncian lo que es injusto y que predican el inmenso amor de Dios. Voces entusiastas, creativas, con ilusión. Si nos faltan las ganas de trabajar y el entusiasmo, no saldrá la voz potente que habla del amor de un Dios que nos ama.

La palabra de Dios, que es preciosa, nos entra como una miel deliciosa y exquisita, pero, una vez la tenemos dentro, se vuelve exigente. Seamos precursores de nuestro tiempo, como Juan Bautista, aunque el mundo aparezca como un desierto árido, seco y escabroso. La sociedad necesita rejuvenecerse espiritualmente. Y depende de nosotros que la Iglesia aporte esa semilla de renovación y de vida plena a todas las gentes.

2006-12-08

María Inmaculada

Llena de gracia

En esta fiesta que celebramos, de la Concepción Inmaculada de María, quisiera centrarme en algunas palabras del hermoso diálogo entre la Virgen y el ángel.

El ángel Gabriel la saluda con estas palabras: “María, llena de gracia”. ¿Por qué se produce este encuentro? Porque María está llena de Dios. Su corazón se abre al don del Espíritu Santo y es fecundada por él.

Podemos trazar un paralelo entre la figura de María y la Iglesia. Al igual que la Virgen, la Iglesia está en manos del Espíritu Santo y debe abrirse continuamente a él. El Espíritu nunca deja de actuar, aún hoy. A pesar de sus errores históricos, a pesar de las luchas y del descrédito que recibe, la Iglesia subsiste y sigue viva porque el soplo del Espíritu Santo sigue alentándola. “El Señor está contigo”, dice el ángel a María. También está con la Iglesia, y continua fecundándola.

María y Eva

Las lecturas de hoy comparan a dos mujeres: el libro del Génesis nos habla de Eva, que, seducida por la serpiente, rompe su pacto de amistad con Dios y es expulsada del Edén. El nuevo testamento nos presenta a María, en contraposición, como la mujer que sella una alianza imperecedera con Dios.

Eva desconfió de Dios. Esta pérdida de confianza la hizo perder el paraíso. En cambio. María cree y se fía de Dios. Y se convierte ella misma en el paraíso de Dios. Sus entrañas serán el cielo que albergará al Hijo.

La encarnación de Dios viene por una mujer. Con ella, toda mujer queda potenciada y el género femenino es enaltecido. ¡Qué trascendencia tan grande en una palabra tan pequeña, en un sí!

La oración de la presencia

María no hace grandes cosas ni destaca por hechos llamativos. Pero su gran hazaña es que está, ahí donde tiene que estar. Por eso el Espíritu Santo la encuentra. María sabe estar ante Dios, en oración y en silencio. Sabe estar donde tiene que estar y cuando tiene que estar. Qué gran lección para todo cristiano. A veces nos afanamos por hacer mucho, cuando tal vez la primera misión es saber estar allí donde tenemos que estar, con presencia abierta y receptiva.

Y Dios fecunda la vida de María. En los planes de Dios, no sólo interviene la voluntad humana, sino su fuerza divina. María pregunta, “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”. Al igual que María, muchos podemos preguntarnos cómo será posible que Dios haga fructificar nuestra vida, nuestros esfuerzos. Pero nuestras limitaciones y nuestro egoísmo no son obstáculo para Él. Nada hay imposible para Dios. Quien se abre a él ve cómo su vida se inunda de belleza y, en su momento, dará frutos.

Servir es reinar

Las palabras de María, “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, merecen una explicación. En su respuesta debe leerse su total aceptación y disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. La palabra “esclava” no ha de interpretarse como signo de esclavitud. Nada más lejos de Dios que querernos esclavos. Él siempre cuenta con nuestra libertad, y de ahí que la encarnación venga precedida por este diálogo entre el ángel y la joven María. Dios espera el sí libre y decidido de la Virgen. Por “esclava” debemos leer una actitud de entrega y de servicio. María se pone a entera disposición del Señor. Como Jesús, su Hijo, quien dijo tantas veces que “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida”. Pues en el Reino de Dios, el primero es el último y se arrodilla para servir. Quien reina, sirve. Es así como María, siendo servidora de Dios, se convierte en Reina en el cielo.

2006-12-03

Adviento, tiempo de esperanza

Apocalipsis interior

Leemos en el evangelio de Lucas hechos apocalípticos que no dejan de recordarnos la situación de los tiempos presentes. El caos se apodera del el universo, se adueña de nuestro corazón y nos invade por dentro. Pero, más allá de la literalidad del texto, más allá de los temblores de la tierra y de la caída de los astros, mucho más hondamente, tiembla nuestra alma, se sacude nuestro corazón y rebrotan nuestras inquietudes. Hoy, podemos hablar de profundas crisis en las relaciones personales, en las familias, en el mundo político, económico y cultural...

En nuestro corazón también se dan apocalipsis, luchas interiores que nos acongojan, como si el Sol se apagara dentro de nosotros. Recordemos las noches oscuras de San Juan de la Cruz, o la agonía del propio Cristo ante la inmediatez de su pasión.

Cuando se produzca todo esto, dice Jesús, levantaos y alzad la cabeza, porque llega el momento de vuestra liberación. Frente a este caos, es importante asumir el conflicto interior y levantar la mirada.

Adviento, tiempo de esperanza

La Iglesia, sabia pedagoga, aprovecha este tiempo de Adviento, de espera, para tomar el pulso a nuestra esperanza. El cristiano está llamado a vivir la esperanza, una virtud teologal que debe convertirse en actitud vital.

En este marco del Adviento, la espera se convierte en preparación. No esperamos algo, sino a alguien. De la misma manera que con cada cambio de estación hacemos modificaciones en nuestro hogar, cambiamos la decoración, preparamos la casa para el invierno, en esta época del año también hemos de adecuar nuestro corazón, vistiéndolo con el color de la esperanza. Aquel a quien esperamos es Jesús, el que culmina todos nuestros deseos y expectativas.

Educar para la esperanza

La esperanza no es un estado psicológico, sino una actitud –una virtud –que pide ser trabajada y ejercida. Una persona sin esperanza es alguien sin ilusión, sin metas, sin sueños… Tener encendida la esperanza nos da un norte. Hemos de esperar en la humanidad, esto es, en quienes nos rodean: en nuestros familiares, en los amigos, los sacerdotes en sus feligreses, los maestros en sus alumnos, los empresarios en sus trabajadores, los políticos en los ciudadanos… Para ello se necesita saber esperar, tener paz interior, confianza, paciencia y comprensión con los ritmos vitales de las personas.

La crisis de la esperanza

En cada etapa vital se dan profundas crisis de fe, esperanza y caridad. La crisis de la fe es propia de los jóvenes y adolescentes, la crisis del amor se da agudamente en la ancianidad y, a su vez, la crisis de la esperanza es propia de la edad adulta. Es en esta etapa, llegada la adultez, cuando surge esa duda angustiosa: todo aquello por lo que hemos trabajado y luchado, todo aquello que creíamos, parece haber sido inútil o parece haber llegado al fracaso. ¿Es realmente así?

No. Si hemos luchado y trabajado con empeño porque creíamos en ello, sin esperar otra compensación a cambio, nunca es un fracaso.
¿Cómo superar la crisis de esperanza?

Cuando esto suceda, nos encontramos ante el reto de demostrar que realmente somos cristianos y que esperamos, contra toda esperanza. Es el momento de aprender a manejar el conflicto interior, que sólo se resuelve delante de Dios. Sólo con Él llegará la liberación. Instalarse en la esperanza nos libera de la apatía, de la desconfianza, del abatimiento. Es entonces cuando nace la madurez espiritual. Cuando alguien es capaz de asumir y dar un sentido trascendente a su dolor, ese hombre, esa mujer, o esa comunidad está creciendo y camina hacia el reino de Dios Padre.

2006-11-26

Cristo Rey, la renuncia al poder


34 Domingo Tiempo Ordinario - A


Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Mateo 25, 31-46

Un reino diferente


En el contexto de la Pasión, Pilatos, inseguro y presionado por el pueblo judío, le pregunta a Jesús si él es rey. En ese momento de dolor, camino hacia la cruz, Jesús contesta de una manera trascendida. En esa respuesta refleja la clave de su misión: Mi reino no es de este mundo

Está claro que su misión es eminentemente espiritual. El trabajo apostólico de Jesús es anunciar, incluso asumiendo la muerte, el reinado de Dios, un reinado que va más allá de los criterios lógicos de este mundo. En él se asume una concepción del mundo basada en el amor y en el servicio a los demás. Una visión que para muchos puede llegar a ser contradictoria y opuesta a la tendencia actual; una visión que llega a cuestionar los poderes fácticos, fundamentados en el egoísmo y en el enriquecimiento personal. 

 La ambición, llevada al límite, es el reino de las tinieblas. El reinado de Dios es un reinado de luz, de amor, de vida, donde el pobre y el desvalido, los que sufren, los humildes, son especialmente amados. En este reinado ellos son los preferidos del rey. Éste dobla su rodilla para poner su corona a los sencillos de corazón. Es un rey que asume su propia muerte para salvar la humanidad. Un rey que no tiene nada, que lo entrega todo, hasta su propia vida. La salvación es la misión de Cristo, Rey del universo. Es rey también de nuestro mundo, donde reina para siempre, si nos abrimos a él. 

Una pedagogía de la libertad 


En este diálogo, Jesús interpela a todos los gobernantes y personas con cargos de responsabilidad. En el reino de Dios se da una renuncia a todo poder. Como consecuencia, es un reinado basado en la libertad. Jesús es un rey que no se arma, no tiene ejércitos, ni propiedades ni territorios. Su único territorio es el corazón de cada persona. 

En el reino de Dios no se producen luchas ideológicas, sino que impera el servicio, la entrega, la generosidad. El poder, allí donde se forja, acaba siendo corrupto, incluso dentro de la propia Iglesia o en otros ámbitos, donde adopta aspectos muy subliminales: en la familia, entre los matrimonios, en el mundo de la empresa... El poder es, de alguna manera, querer jugar a ser dioses, dominando todo y a todos. 

Cristo nos propone abandonar toda ambición de poder. El Dios "todopoderoso" sólo lo es en el amor. Jesús no necesita el poder. En cambio, es el poder quien lo mata. Porque toda clase de poder lleva consigo la muerte. La renuncia al poder es vida, libertad, donación. Jesús así lo demostró. Fue profundamente libre, hasta para entregar su vida por amor. Cristo Rey se convierte en el gran pedagogo de la libertad y nos invita a seguirlo: nos invita a abandonar el poder y a aprender a ser libres. Porque la renuncia al dominio nos da una enorme libertad interior y la alegría sana e inagotable de saber que no tenemos nada, nada nos ata ni atamos a nadie; sólo nos resta el amor y la libertad para entregarnos.

2006-11-19

Llamada a la esperanza

Con un tono apocalíptico, Jesús se dirige a los suyos. En el fondo, Jesús nos está comunicando que, por encima de todas las calamidades y dificultades, siempre sale el sol de la esperanza. Después de un crudo invierno llega la suavidad de los colores de la primavera.

Muchas veces, en nuestra vida, podemos sentir angustia, vemos cómo nuestros grandes valores parecen perder su brillo y toda nuestra existencia se tambalea. El evangelio de hoy nos llama a tener serenidad y confianza en Dios. Ni un átomo del universo se mueve sin que él lo quiera. Él está con nosotros.

Pero, más allá de una lectura existencial, Jesús nos quiere decir algo más hondo. Podemos extraer la dimensión moral y espiritual de sus palabras. Para muchos sociólogos y sicólogos el mundo atraviesa una crisis de valores. Se multiplican problemas como el deterioro del medio ambiente, la desigualdad económica entre el norte y el sur, la corrupción política, el neoliberalismo exacerbado, el terrorismo, las injusticias hacia los más pobres, la falta de visión ética de los gobernantes… ¿No creemos que el universo de nuestras estructuras y organizaciones se está derrumbando?

En Dios superamos las dificultades

Una falta de visión moral sobre nuestros actos provoca situaciones límite, incluso más. Si todo va hacia el abismo, es porque en el fondo queremos apartar del mundo a aquel que lo ha erigido: el mismo Dios. Por respeto y amor a la libertad del hombre tal vez Dios se aparte sigilosamente, permitiendo que ocurran estos acontecimientos y las consecuencias a veces catastróficas de sus actos. Ni los cielos artificiales, ni la ciencia ni la tecnología pueden quitar el sitio a Dios. Cuando nos apartamos de la luz, todos quedamos en las tinieblas y nos precipitamos hacia el vacío. Pero, a pesar de todo, a todos aquellos que aman Dios nunca los dejará de lado. Él siempre aparecerá entre las nubes del egoísmo para darnos esperanza.

2006-11-12

El óbolo de la viuda

El valor del sacrificio

Una de las características más importantes para educar e instruir es la capacidad de observar. Jesús sabe ver, meditar, interiorizar y comunicar, aspectos muy importantes de un pedagogo. En esta ocasión Jesús observa a la gente y sus actitudes delante del arca de las ofrendas. Y aprovecha las circunstancias para asentar doctrina. Se percata de que muchos echan enormes cantidades de dinero y, sin embargo, una anciana, viuda, echa unas pocas monedas. Jesús rápidamente se da cuenta de que, pese a ser poco, es todo cuanto tenía. Jesús señala a sus discípulos el valor del gesto de aquella anciana. Su generosidad es más auténtica y sincera que la de aquellos que echan sin esfuerzo alguno, dando de aquello que les sobra. Para Jesús no hay que donar lo que a uno le sobra, sino algo más, que implique un poco de sacrificio y hasta renuncia por aquello que crees. En el esfuerzo se encuentra el sentido último de la generosidad y de la solidaridad.

Ese poquito esfuerzo de muchos podría, hoy, ayudar a cubrir muchas necesidades de la Iglesia. Muchos somos los creyentes y la Iglesia aún está muy carente. Necesita de nuestro tiempo, de nuestro dinero y de nuestra libertad para extender el Reino de los Cielos.

La recompensa de la generosidad

La historia de la primera lectura, del profeta Elías, nos muestra otro acto de generosidad, casi heroico. La viuda de Sarepta que acoge al profeta en su casa es una mujer pobre. Apenas tienen para comer, ella y su hijo. Y, no obstante, Elías le pide que le amase un panecillo para él y que tenga confianza en Dios. Ella así lo hace, y ve cómo las palabras del profeta se cumplen. Jamás faltará la harina en su hogar ni el aceite en su alcuza. Dios es providente con aquellos que han sabido ser generosos y han dado, aún de lo que les hacía falta.

Podríamos trasladar esta bella historia a nuestra realidad de Iglesia hoy. Todos nos sentimos conmovidos ante el desprendimiento de la viuda de Sarepta. Ese gesto nos invita a hacer lo mismo.

Vemos a nuestro alrededor muchas necesidades, que la Iglesia, en sus múltiples apostolados y obras sociales, intenta buenamente cubrir. Ante todo, en la Iglesia encontramos el mayor alimento que nos da fuerzas y alienta nuestra vida interior: el mismo Dios. Y Dios nos lo ha dado todo. Cuanto tenemos es un don suyo: la vida, la inteligencia, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra prosperidad mayor o menor, nuestro pan de cada día... ¡Todo, finalmente, nos lo ha dado Dios!

¿Qué podemos darle a él? Toda ofrenda será pequeña. Pero él no mirará su cuantía, sino el valor que le hemos dado. Cuando Dios forma parte importante de nuestra vida, cuando sentimos que su familia -la Iglesia- es nuestra familia, y se convierte en una realidad entrañable e imprescindible, no podemos dejar de ser generosos. La medida del esfuerzo, del pequeño sacrificio, del amor con que donemos nuestra aportación, será la medida de nuestro auténtico amor y compromiso con Él.

Hasta la persona más pobre puede dar su óbolo, su pequeño talento, para ayudar a la Iglesia, para contribuir a la obra de Dios en el mundo. Y Dios vela por aquellos que son generosos, respondiendo con el ciento por el uno. No hay acto de desprendimiento realizado con amor que no quede recompensado.

2006-11-05

El primer mandamiento

Una respuesta vivida

A lo largo de su ministerio público, Jesús se ve abordado muchas veces por gente que le plantea cuestiones decisivas relativas a la ley judía. En esta ocasión un escriba, conocedor de la Ley, le pregunta qué mandamiento es el primero. Jesús contesta, no sólo desde el punto de vista teórico, sino desde su adhesión vital a Dios. Dios lo es todo para él. El sabe que la fe no sólo consiste en hablar y en conocer, sino en actuar y vivir. Le responde desde una perspectiva pedagógica: "Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios". Jesús vive y manifiesta la centralidad de Dios en su vida. Dios ocupa todo su corazón, no hay lugar para otros. En su respuesta refleja la intensidad de un amor que es a la vez afectivo, intelectual y espiritual. Amar a Dios con todas nuestras fuerzas: este es el mensaje de Jesús, desde su madurez espiritual, es decir, con la máxima lucidez, con todo el sentir y con toda su pasión.

El reto consecuente es amar de esta manera también a nuestro prójimo, no sólo de forma abstracta. Un amor intenso y total se ha de demostrar en los pequeños detalles de cada día que, no por diminutos que parezcan, dejan de tener su trascendencia. Cada gesto hacia nuestros semejantes es un gesto que dirigimos a Dios.

Escuchar

En su respuesta al letrado, Jesús antepone el verbo escuchar. No se trata sólo de captar con el oído, sino de escuchar con la mente abierta, con el corazón, con todo el ser. Escuchar es imprescindible para que haya comunicación, sólo cuando uno escucha el otro puede hablar y transmitir su mensaje.

Para escuchar es necesario pararse, hacer silencio y disponerse con una actitud receptiva. Jesús habla de escuchar a Dios. Sólo así, con nuestro silencio sosegado, Él podrá llegar a nuestro corazón, sin interferencias. Y podremos saber con nitidez lo que quiere de cada uno de nosotros.
Escuchar se convierte en la base de toda pedagogía. Todo el mundo habla mucho. Especialmente locuaces son los políticos, los filósofos, los intelectuales, los profesores, los sacerdotes... Pero, justamente estas personas, que tienen a su cargo la educación y la orientación de muchos, son las primeras que deben aprender a escuchar, para descubrir la hondura de las palabras del otro, para poder comprender sus inquietudes y establecer un diálogo fecundo.

No estás lejos del Reino de Dios

Con estas palabras, Jesús muestra su simpatía hacia el escriba que le ha interrogado. El hombre es un buen conocedor y, seguramente, cumplidor de la Ley de Moisés. Sólo le falta llevarla a su plenitud. Cuando reconoce que amar a Dios y al prójimo son los primeros mandamientos, por encima de todo holocausto y sacrificio, está dando un paso hacia esa plenitud, que se encarna en Jesús.

Jesús desvela que la auténtica ley es el amor, más allá de los rituales, los méritos y los sacrificios. Con esto, arroja un nuevo concepto de Dios: el Dios Padre, cercano, amigo. Del Dios severo de la Torah, Jesús pasa a un Dios personal, que refleja en él -su Hijo- su enorme bondad. Jesús se convierte en el rostro vivo y humano de Dios.

2006-10-29

El ciego Bartimeo

Dios nos quiere sanos y libres

Jesús cura al ciego Bartimeo, quien le llama insistentemente y suplica que le ayude. El evangelio recalca su reiterada petición, ante la impaciencia y la rudeza de cuantos lo rodeaban, regañándolo.

Jesús lo llama pero, antes de curarlo, le hace una pregunta: ¿qué quieres que haga por ti? Cuando el ciego abre los ojos, Jesús pronuncia estas palabras, que se oirán muchas veces en el evangelio: "Tu fe te ha curado".

Es la fe, la fuerza que mueve montañas, la que provoca el milagro. Claro que Dios tiene todo el poder para sanar, pero a menudo, en muchas dolencias humanas, es necesario algo más: Dios nos pide nuestra fe, nuestro querer estar sanos, nuestro deseo de ser libres de la enfermedad. A menudo, para que el bien se desencadene, lo único que hace falta es nuestra voluntad.

El amor de Jesús libera. Sus manos abren los ojos del ciego, sanan su vista y su espíritu abatido en la oscuridad, al igual que sanaban el cuerpo y las almas de tantos enfermos y tullidos que acudían a él. Con su gesto, Jesús revela el rostro afable de un Dios que cuida de sus criaturas y las quiere sanas y libres. Las manos sanadoras de Jesús se convierten en las manos de Dios.

Tres pasos hacia la sanación

Para que se opere la curación, Jesús casi siempre solicita algo del enfermo. No es un acto pasivo, requiere cooperación. Vemos que en la sanación del ciego Bartimeo se dan tres pasos muy claros. En primer lugar, él grita. Clama misericordia. Cuando la persona toca muy hondo en su miseria y enfermedad, cuando roza sus límites y es capaz de aceptar su pequeñez, humilde, es cuando de su boca puede elevarse una súplica. Su grito no es un "por qué" desgarrador contra el cielo, sino un ¡ayúdame!, ¡ten piedad! Cuando se llega a este punto, es porque comienza a apuntar en su interior una pequeña luz: la confianza.

El segundo paso es levantarse. Cuando Jesús oye que el ciego grita con insistencia lo llama. Dios nos llama. Levántate, son las palabras que curan al paralítico. También al ciego le dice: acércate. Ven. Y él da un salto y acude, presuroso. Para sanar no sólo es necesario pedir ayuda, sino dar un paso adelante y correr hacia aquel que puede darte su auxilio.

Finalmente, el tercer paso es una afirmación. Jesús le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Dios también pide de nuestro deseo, que éste sea firme, sincero y claro. Cuando Jesús oye la respuesta de Bartimeo se opera el milagro. El invidente ha formulado su petición porque confía que Jesús puede curarlo. Y su fe no se ve defraudada.

La ceguera espiritual

Esta lectura puede interpretarse también en otro plano más trascendente. Hoy, el mayor drama no son tanto las dolencias físicas, como las espirituales. La mayor tragedia es un corazón ciego, sordo y mudo, cerrado. No hay mayor ciego que el que no quiere ver.

Casi todos los médicos están de acuerdo en que el origen de buena parte de las enfermedades es anímico o emocional. Un corazón que no quiere ver, que no se abre al mundo y a las demás personas, provoca una gran tiniebla interior y la peor de las enfermedades, el egoísmo. Para abrir el corazón, como los ojos, es necesario seguir el mismo camino del ciego Bartimeo: llamar, responder, confiar. Además, Bartimeo da otro paso. Una vez curado, va siguiendo a Jesús y proclama lo que ha hecho con él. Sin saberlo, se convierte en apóstol y en portavoz del milagro que Dios ha obrado en él.

Los cristianos, que hemos recibido tantos dones espirituales, que lo tenemos todo para ser sanos de alma y de cuerpo, también debemos recorrer ese proceso y exultar, alegres, proclamando, como el ciego, la grandeza de Dios en nuestras vidas.

2006-10-22

Servir, la genuina vocación cristiana

Un afán muy humano

Los Zebedeos eran dos hermanos impetuosos, conocidos entre sus compañeros como los hijos del trueno. Su fuerza interior también los hacía muy cercanos a su maestro. En una ocasión piden a Jesús un cierto privilegio. Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Quieren estar cerca de Él, desean tener relevancia respecto al grupo y gozar de su preferencia. ¡Esto es tan humano! El autor sagrado refleja algo tan arraigado en el hombre como el afán de ser el primero y buscar el reconocimiento de los demás.

Jesús, como buen educador de la fe, responde. Primero, quiere comprobar si serán capaces de llegar al límite del amor. ¿Seréis capaces llegar hasta la muerte, por amor? Ellos responden que sí y, ciertamente, años más tarde, lo demostraron con su testimonio.

Esta lectura nos invita a reflexionar sobre nuestras motivaciones más hondas. Por mucho que cumplamos nuestro deber, por mucho que hagamos méritos, la recompensa es un don que Dios da a quien quiere y como quiere. Hay que trabajar por el Reino de los Cielos, luchar, amar, evangelizar, construir... todo, gratuitamente, por amor. Ante nuestro esfuerzo, Dios responde con entera libertad.

Saber pedir

A menudo las personas pedimos cosas a Dios, a veces un tanto erradas. Nuestra lógica no siempre coincide con la lógica divina. Nuestras súplicas pueden estar cargadas de vanidad, o de ansias de poder, o de deseos que no corresponden con aquello que realmente necesitamos para crecer. Por esto sucede que, en ocasiones, él no nos concede exactamente lo que hemos pedido.

Hemos de saber vislumbrar cuál es el plan de Dios para nosotros, un plan que no desea otra cosa que nuestra felicidad y plenitud, para poder dirigirle peticiones más prudentes y acertadas.

El servicio, auténtica vocación cristiana

Por otra parte, Jesús aprovecha la pregunta de los dos discípulos y la reacción airada del resto del grupo para ofrecerles una lección sobre su auténtica vocación.

El que quiera ser grande sea vuestro servidor. Estas palabras reflejan un cambio radical de la concepción del ser humano. El hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino a servir y a dar vida en rescate por los demás. No se entiende un apostolado, una misión, una tarea cualquiera en el seno de la Iglesia, sin ese espíritu de servicio, de entrega, de anteponer el bien de los demás al interés propio. Ante los ojos de Dios destaca aquel que sirve más, sin pretender ser el mayor ni el más importante. El servicio es la auténtica vocación de todo cristiano.

2006-10-15

Salvación y misión

Una pregunta crucial y una respuesta desafiante

Un fiel seguidor de la ley judía le pregunta a Jesús qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Quien hace la pregunta es una persona ejemplar, considera a Jesús como un buen rabino y reconoce su bondad llamándolo maestro bueno. Jesús aprovecha la ocasión para asentar doctrina y clarificar su posición en cuestiones religiosas. En primer lugar, afirma que el fundamento del bien está en Dios, que es la máxima y absoluta bondad. Como buen conocedor de su interlocutor, le recuerda los mandamientos de la ley de Dios. El joven rico, observador de la ley, contesta que todo lo cumple desde pequeño. Y entonces es cuando Jesús da un giro copernicano, yendo más allá del precepto judío. Jesús le pide que no se limite a ser un mero cumplidor de la ley, sino que haga un gesto que lo trascienda. Le pide que se vuelva como niño, que se haga pobre y humilde y que empiece a caminar de nuevo, cambiando radicalmente su vida. Su mirada debía ser penetrante y exigente. Al joven le da vértigo. Está muy atado a su dinero, a sus criterios, a su visión religiosa y, sobre todo, a si mismo, a su modo de hacer. Es un buen cumplidor pero sus apegos le impiden asumir un cambio radical. Jesús, mirando a la gente, señala que con un corazón ambicioso y posesivo nadie entra en la vida eterna. Los discípulos se espantan ante la radicalidad de sus planteos. La exigencia es fuerte, admite Jesús, pero con la ayuda de Dios todo es posible. Él puede dar un vuelco a nuestro corazón y ayudarnos a iniciar una vida nueva.

Más allá de los preceptos

Jesús está hablando de una religión que va más allá de los preceptos y se compromete en las obras, en la caridad. Más allá del cumplimiento de unas normas, Jesús nos llama a afrontar el desafío de ser coherentes con nuestra fe, asumiendo sus riesgos con audacia.

Nuestra cultura cristiana todavía es muy judía, en este sentido. A menudo preferimos cumplir con los mandamientos y los rituales establecidos, nos apegamos a las tradiciones y a las formas y creemos ser fieles y buenas personas. Pero creer en Dios no es obediencia ciega a unas reglas. Creer en Dios no nos quita la libertad, sino que nos impulsa a ser creativos.

Vivimos en medio de un mundo convulso, donde la sociedad se agita al ritmo acelerado de los cambios. Estamos en una era tecnológica y de la comunicación, donde se dan otras necesidades y carencias, y donde las gentes tienen interrogantes y desafíos diferentes. La religión debe ponerse al servicio de la humanidad, y no al contrario, sabiendo encontrar cauces para expresar su mensaje y ofrecer su don a las gentes. No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.

No comerciar con Dios

Jesús también nos previene contra el mercantilismo espiritual: es decir, querer obtener la vida eterna a cambio del cumplimiento de ciertas normas o rituales. Queremos comprar a Dios. La auténtica fe no consiste en este intercambio de favores, sino en ser coherente con aquello que creemos. La fe implica una conversión profunda, un cambio de mentalidad.

Dios es gratuito y nos da la vida eterna sin que se la pidamos o tengamos que ganarla. El cielo es un regalo que ya tenemos. La promesa del don ya ha sido dada. Sólo hace falta mantenerlo. No convirtamos la religión en mero ritualismo. El cristiano no sólo está salvado: está llamado a vivir una vida nueva y a proclamarla.

El cielo ya está entre nosotros

Cuando Pedro dice: Nosotros que lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué obtendremos?, aún no ha sufrido esta honda conversión interior. No se ha dado cuenta de que ya ha recibido el mayor don: el mismo Jesús.

Esta tensión que se da, entre el reino de Dios que ha de venir y el que ya es, se ha resuelto con la muerte y resurrección de Cristo. El Reino ya está entre nosotros. Con Jesús, el cielo es una realidad presente, no tenemos por qué esperar más. Con su resurrección y Pentecostés, nos envió al Espíritu Santo. En la Eucaristía, se nos da él mismo. ¿Qué más esperamos?

Ya estamos salvados y redimidos. Ahora es el momento de comenzar a vivir la gran pasión de una vocación. Déjalo todo y sígueme, dice Jesús. Deja atrás tus apegos, tu historia, tu pasado, tu cultura, tus posesiones... déjate atrás a ti mismo y tu narcisismo. Ya estás salvado, tienes la vida eterna. Ven y sígueme en la gran tarea de la evangelización.

Se trata de pasar de la salvación a la vocación para la misión.

Renunciar al apego

Es en este momento cuando el joven rico se echa atrás. Lo que le detiene, lo que nos detiene tantas veces a todos, no es tanto el dinero o las riquezas, sino el apego. Aún una persona modesta puede sentir apego y aferrarse a sus pequeñas riquezas, ya sean materiales o actitudes. Y esta es la gran traba que Jesús indica para poder llegar a la vida eterna. No es tanto el dinero o los bienes materiales en sí, como la resistencia a renunciar a uno mismo y a ser libre de tantas cosas que nos llenan y nos atan.

Dios no sólo nos llama a ser buenos cristianos, sino a ser santos cristianos. Esta es nuestra misión.

2006-10-08

El amor y la unión

La soledad, la mayor tragedia

El evangelio de este domingo viene precedido por un fragmento del Génesis que relata la creación de la mujer y cómo Dios bendice su unión con el hombre.

Este texto es rico en contenido antropológico y teológico. El mayor drama humano, previo incluso al pecado original, es la soledad. "No es bueno que el hombre esté solo", dice Dios. Y por eso crea una compañera, "una ayuda" dice el Génesis, para que llene ese vacío. Cuando el hombre la ve, exclama, lleno de alegría: "¡Esta sí!". Ningún otro ser de la Creación es como ella. La mujer es su apoyo, su sostén, su gozo, su salvación. Sólo una compañera como ella puede saciar su soledad. El Génesis, más allá de cualquier lectura machista, insiste en su igualdad: ambos son iguales ante Dios, ambos son hechos a imagen de su Creador. Ni uno es más importante que el otro. Ambos, unidos, alcanzan la plenitud humana.

La anécdota de la costilla también tiene otra lectura que trasciende las interpretaciones sesgadas de género: decir que nace de la costilla del hombre significa que sale de lo más hondo de su ser. El hombre tiene a la mujer junto a su corazón, en sus entrañas. El amor une a las personas hasta hacerlas una misma carne. "Esta es carne de mi carne y sangre de mi sangre", exclama el hombre, al verla. La costilla de Adán no significa inferioridad, sino íntima y entrañable unión.

La plenitud humana se alcanza cuando una persona se une a otra. El ser humano no está hecho para vivir solo, no es autosuficiente. Una pareja que se ama es la imagen más bella de esta unión. Ambos son, el uno para el otro, ese sostén, esa ayuda, esa salvación. La mujer salvadora ya se prefigura en el Génesis. Y el varón es, para ella, también un apoyo que la plenifica.

Una pregunta capciosa

Los fariseos abordan a Jesús con una pregunta tendenciosa, para ponerlo a prueba. "¿Es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?". Así lo establecía la ley judía. Es una pregunta delicada que puede comprometer a Jesús. Jesús es buen conocedor de la Ley, pero también conoce a fondo las escrituras sagradas y ha penetrado en su sentido más profundo. A una pregunta legal, él da un respuesta teológica, que va mucho más allá de la mera legislación.

Jesús contesta que, por la terquedad y la dureza de corazón, Moisés permitió el divorcio. Pero no era éste el plan original de Dios. El nunca puede querer una ruptura. Que sea legalmente correcto no quiere decir que lo sea moralmente.

Por supuesto que, en ciertos casos, cuando la convivencia es imposible y una relación se ha roto, no hay más remedio que establecer una separación. Hay ocasiones en que las relaciones se hacen insostenibles. Tal vez en su origen estas uniones no fueron lo bastante sólidas, o ya estaban heridas en su misma base. Por eso, con el tiempo, acaban resquebrajándose y la ruptura se sucede, inevitable. Pero este no es el deseo de Dios.

Dios quiere que las personas se amen, sean fieles y generosas y sean capaces de decir sí para siempre. Aquí radica la felicidad de la persona. Dios ha hecho una alianza con la humanidad, que no rompe jamás. Y nosotros, a imagen suya, estamos llamados a vivir un amor imperecedero.

Dios sabe el dolor inmenso que se deriva de la ruptura y la soledad, y no desea ese sufrimiento para sus criaturas. Por esto Jesús insiste en el carácter sagrado e indisoluble del amor.

Otros divorcios

Pero no sólo se dan rupturas entre hombres y mujeres. Los divorcios humanos pueden alcanzar otros tipos de relaciones. Por ejemplo, la separación y el aislamiento entre padres e hijos -la llamada ruptura generacional-, el divorcio entre unos políticos y su sociedad, la separación entre los jefes y sus empleados, entre los fieles y su comunidad, o entre la persona y su vocación.

El mayor divorcio, y el más doloroso, quizás es la ruptura del hombre con Dios. Esta es la herida más honda y sangrante que aflige a buena parte de la humanidad hoy. Romper con Dios, querer apartarlo de nuestra vida, supone cortar con la fuente de nuestra existencia, de nuestro ser, y también de nuestro gozo. El hombre desarraigado de Dios navega a la deriva en medio de una soledad existencial trágica. Nada ni nadie puede llenar esa grieta tan profunda. Una persona que rompe con Dios corta con el manantial que le infunde vida interior. Comete un suicidio espiritual.
Sólo Dios puede llenar ese hueco insondable. Y la unión con él hará posible la unión con los otros seres humanos.

2006-10-01

Un evangelio con muchos mensajes

El evangelio de este domingo es muy rico. De él pueden extraerse muchos mensajes de gran trascendecia, pero vamos a destacar dos.

Nadie tiene la exclusiva de la verdad

En la primera parte, Jesús amonesta a sus discípulos porque éstos quieren impedir que otros, no pertenecientes a su grupo, curen y prediquen en su nombre.

Jesús quiere dejar muy claro que él no tiene la exclusiva del bien. Reconoce que puede haber otros grupos que también estén en sintonía con él, aunque no formen parte de los suyos. Jesús no sólo no lo impide. Él sabe que, en lo más hondo de su corazón, están con él. ¡Cuántos grupos religiosos, congregaciones, movimientos creen tener la exclusiva del evangelio! Hacen pasar su espiritualidad por encima del mismo Jesús. Ésta ha de tener su fundamento en Jesús y su evangelio. Si no es así, están creando una línea religiosa particular. Los líderes de estos movimientos han de vigilar en no caer en la tentación de pensar que sus palabras son palabra de Dios. La arrogancia religiosa puede llegar a ser un pecado de orgullo.

Por encima de la ideologización del evangelio está la caridad, y esta implica ser muy comprensivo y tolerante, aceptar y amar al que es diferente, ¡incluso al enemigo! Esta es la auténtica actitud cristiana ante la diversidad.

Las palabras de Jesús abren la puerta al enorme esfuerzo ecuménico que debe llevarse a cabo, por parte de la Iglesia, pero también por parte de las otras confesiones.

Arrancar de nosotros ciertas actitudes

La segunda parte del texto es muy conocida e impacta por su dureza y radicalidad. "Si tu mano te hace pecar, arráncatela", ..."Y si tu pie te hace caer, córtatelo; más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo".

En primer lugar, no podemos interpretar literalmente este texto. La exégesis nos muestra que todos los escritos de la Biblia deben interpretarse, para no caer en confusiones. El evangelio está escrito en clave de oferta salvífica, no de condena. Por esto la teología nos enseña que muchas de las lecturas evangélicas son géneros literarios, formas didácticas para transmitir un mensaje.

No podemos tomar estas palabras de Jesús al pie de la letra. Dios no quiere que nos autoagredamos, ¡lejos del Dios amor que nos inflinjamos tales daños! Con estas imágenes tan duras, Jesús está aludiendo a las actitudes humanas. No se trata de cortar manos y pies, sino de arrancar todas aquellas conductas que nos impiden crecer humana y espiritualmente, apartándonos de Dios y de los demás.

Manos creadoras
Las maravillosas manos humanas están hechas para recrear la creación, para acariciar, para trabajar, para rezar... También son manos hechas para ser generosas, para dar. Todo cuanto hagamos con las manos, que no sea constructivo y lleno de amor, equivale a ser manco. Nuestra pereza o falta de generosidad nos cortan las manos y las hacen inútiles. Las manos tampoco pueden servir para dañar y herir.

Hermosos son los pies del mensajero...
Los pies, que nos sostienen y nos llevan, deben moverse y caminar siempre para acercarnos a las demás personas, para andar hacia Dios, para salir a anunciarlo y recorrer los caminos del mundo. "Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la buena nueva del Señor", reza un verso de la Biblia. Así, nuestros pies están hechos para caminar incesantemente, para servir y para amar, como María, que corrió a la montaña para asistir a su prima Isabel, encinta.

Dios no quiere que nos cortemos los pies. El no corta nuestras alas. Pero, ¡cuánta cojera espiritual podemos ver hoy en día! Somos cojos, tetrapléjicos espirituales, cuando nuestro egoísmo, nuestra pereza o nuestros reparos nos impiden caminar y entregarnos a los demás.

Los ojos de Dios
Finalmente, los ojos, ese don tan grande, están hechos para ver a Dios. El evangelio nos llama a saber ver a Dios en el acontecer diario, leyendo los signos de los tiempos, adivinando su presencia en todo lo que es bello, en la naturaleza y en los demás. En cambio, a veces es necesario cerrarlos a todo cuanto nos perjudica y nos aleja de Dios. Cuántas cosas vemos que no sólo nos apartan del amor, sino que nos aíslan o nos distancian de nuestros hermanos, de la belleza y del bien (como la televisión basura, y tantas otras) No seamos ciegos espirituales. Sepamos ver a Dios en el envés de la realidad. Nos dará una visión diferente y profunda del mundo. Y nos hará ver la belleza oculta dentro de cada corazón humano.

2006-09-24

Haced lo que él os diga

Patrona de la libertad

Celebramos hoy la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, patrona de Barcelona. Bajo la advocación de la Merced, se invoca a María como libertadora de los cautivos. Cuánta gente vive cautiva hoy, no sólo en sentido literal, sino prisionera de sí misma, de sus convicciones y sus ideas. Esta fiesta nos invita a descubrir que el ser humano es un ser libre y responsable. Nos invita a alcanzar la libertad de los hijos de Dios.

Esclavitudes contemporáneas

Hay muchos tipos de esclavitud. En el plano espiritual, la esclavitud no sólo es física. Podríamos hablar de las grandes esclavitudes de la postmodernidad en un mundo tecnológico y opulento.

La mayor de ellas es, quizás, el egoísmo. Pensamos sólo en nosotros mismos y nos falta caridad. Nuestras ataduras, nuestros vicios, nuestros miedos, nos atan y nos impiden ser libres.

Las nuevas tecnologías, que tanto contribuyen a facilitar muchas cosas, también pueden convertirse en otro lazo. La cultura digital es importante para el progreso, pero ¡no la idolatremos ni seamos esclavos de ella!

Otra atadura es el culto al sexo por encima de la dignidad de la persona y el cuidado y el respeto hacia el cuerpo humano.

Las adicciones, al alcohol, a las drogas, a los juegos, a la velocidad o a las distracciones digitales, son otras esclavitudes muy frecuentes hoy.

Finalmente, la peor forma de esclavitud es la que se autoimpone uno mismo, cuando se encierra en la contemplación de si mismo.

Quizás sin ser conscientes tenemos muchas pequeñas y grandes ataduras que nos impiden ser libres y felices.

María nos quiere libres. No nos quiere atados a nada ni a nadie. Las relaciones humanas deben ser fundamentadas en la libertad. Por esto el matrimonio cristiano, requiere de ambos novios que vengan "libremente, sin coacción alguna".

Esta puede ser una buena oración a María en el día de hoy: libérame de todo cuanto me impide amar, crecer, construir, llegar a la santidad a la que estoy llamado.

María y la fiesta

La liturgia nos propone un texto, el episodio de las bodas de Caná, que nos da una hermosa lección de confianza en Cristo, reflejada en su madre, María.

El evangelista nos coloca en una situación festiva, unas bodas. María se muestra como mujer atenta y realista. De todos los evangelistas, Juan es el único que hace referencia directa a María y pone en su boca dos frases, muy breves. "Hijo, no tienen vino", y "Haced lo que él os diga". ¡Cuánta densidad en pocas palabras! María ordena a los criados que se presenten ante su hijo porque confía en él, sabe que obrará el milagro.

Esta escena revela la enorme confianza de María en Jesús y la estrecha unidad entre ambos.

María no quiere que la fiesta acabe, tristemente interrumpida. Quiere que la alegría siga, que no se convierta en tristeza. Desea que no se agote el júbilo. No sólo confía en Jesús, sino que vela por todos.

María vela para que la tristeza no invada nuestro corazón, para que el sufrimiento no apague nuestro gozo, para que nuestra vida esté colmada de alegría. Otra hermosa advocación de la Virgen, también venerada en Barcelona, es Nuestra Señora de la Alegría.

María puede ayudarnos a liberarnos de la tristeza y la desesperación. ¡Que no falte el vino! Que no falte el gozo ni el entusiasmo.

La eucaristía, desposorio místico

Las diez tinajas, que los criados llenan de agua, simbolizan los diez mandamientos del Antiguo Testamento. Es una imagen de la antigua ley judía, con su contenido purificador. Jesús convierte el agua en vino nuevo. El agua de la antigua alianza se transforma en su propia sangre, derramada por amor.

En la eucaristía se produce el desposorio de Jesús y la humanidad. Jesús nos invita y nos quiere presentes, y nos ofrece su vino -su sangre- para que lo tomemos. El vino es el alimento espiritual y nos da la vida divina.

Más allá de un estado emocional, la alegría es un don de Dios. Pidamos a María que la sociedad no caiga en la tristeza, en el ensimismamiento. Que nada nos arrebate la alegría de los hijos de Dios.

Pidamos a María que nos libere, que nos conserve el gozo, que nos ayude a arrancar las cadenas que nos impiden vivirlo así.

Estamos llamados a ser libertadores de una sociedad que necesita de los valores cristianos. Estamos llamados a vivir la profunda alegría de sentirnos hijos de Dios.

2006-09-17

¿Quién dice la gente que soy?

Una pregunta al corazón

Marcos resalta la dimensión misionera de Jesús, siempre en camino. Su evangelio narra su trayectoria de uno a otro lugar, incansable en su misión de anunciar al Dios amor.

Jesús generaba interrogantes en la gente de su tierra. Sus coetáneos decían muchas cosas de él: para unos era un visionario, otros lo consideraban un profeta, otros veían a un loco, otros reconocían el misterio del Hijo de Dios.

Cuando Jesús se dirige a los suyos, la respuesta será crucial, porque demostrará hasta qué punto llega su adhesión. ¿Quién dice la gente que soy?, comienza.

Mucho se ha escrito sobre Jesús. Libros, estudios, universidades enteras, facultades de teología y asignaturas, como la Cristología, estudian la figura de Jesús y dicen muchas cosas sobre él.

Pero la segunda pregunta de Jesús es más directa: ¿Quién decís vosotros que soy yo? Es una pregunta que va dirigida al corazón de sus seguidores. Vosotros, que habéis caminado junto a mí, que habéis convivido conmigo, que habéis visto y oído, que habéis compartido tantos ágapes, ¿quién decís que soy yo?

Una respuesta sincera y vehemente

La respuesta implica un conocimiento afectivo y emocional, una adhesión profunda, amor y reconocimiento de su dimensión divina. Pedro, impulsivo y espontáneo, responde inmediatamente: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.

Contesta perfectamente a la pregunta. Ha reconocido la filiación divina del Hijo con el Padre.

Mesías no sólo es el ungido de Dios. También es el que salva. Pedro reconoce que, sin él, todos están perdidos. En Jesús se da un hondo misterio. Dios está profundamente arraigado en su corazón. Los discípulos están caminando con Dios mismo.

El secreto

Jesús advierte a sus seguidores que callen y no digan nada. Es el llamado secreto mesiánico. Hay misterios que deben desvelarse poco a poco. El pueblo judío no estaba preparado aún. No tenía la madurez suficiente para comprender el mensaje de Jesús y su relación con Dios Padre.

La incomprensión y el rechazo

Al mismo tiempo, Jesús les habla con claridad de su muerte en cruz. No les oculta que tiene que padecer y morir a manos de aquellos que detentan el poder en su tiempo, tanto político como religioso: los senadores, los letrados, los sumos sacerdotes.

Jesús sabe que será ejecutado y que resucitará. Se arriesga a explicar a sus discípulos las consecuencias de su adhesión a Dios. Sabe que morirá por el rechazo de las autoridades. Es muy consciente de que su mensaje, novedoso y diferente, que toca los corazones, topa con el poder. Jesús podía hacer tambalear los criterios y las estructuras civiles y religiosas de su tiempo.

Pero no esquiva el sufrimiento y asume el rechazo y el dolor del peso del pecado de la humanidad. Es el peso de la negligencia y el repudio. Y señala a los suyos la importancia de sus palabras. No deben pasarlo por alto.

Estas palabras son muy actuales hoy. Ser fiel al Padre, reafirmar nuestra identidad cristiana, implica dolor, sufrimiento y rechazo. Hoy no se dan martirios cruentos, como en la época de las persecuciones de los primeros cristianos. Pero sí existen otras formas de cruz y de persecución. Por ejemplo, las leyes que se promulgan para arrinconar la fe de la vida. Políticamente se atacan las convicciones y la práctica cristiana, e incluso se critican sus obras sociales y de caridad.

Pedro, ingenuo y de buena fe, quiere apartar a Jesús de todo mal y lo increpa. De la afirmación de la fe cae en la reacción, ¡tan humana!, de evitar el sufrimiento. Jesús le contesta con rotundidad. ¡Apártate, Satanás! No piensas como Dios, sino como los hombres.

No olvidemos que la dimensión sacrificial, heroica y el martirio está en las entrañas mismas de nuestra fe.

Toma tu cruz y sígueme

Jesús mira a los suyos y luego a toda la gente que lo sigue. Escuchad todos, continúa. La consecuencia del seguimiento a Cristo es ésta. "Quien quiera venir tras de mí, que se niegue a sí mismo..."

Uno mismo es a menudo el mayor obstáculo para seguir a Jesús: nuestros egoísmos, inmadurez, tonterías... Cargar con nuestra cruz significa tomar nuestras incoherencias y contradicciones, nuestras pequeñeces, nuestro pecado. Jesús ya cargó con el mal de todos, nuestra carga aún es de poco peso. Pero hemos de llevar la cruz de nuestras limitaciones, miedos y orgullo, que nos pesan y dificultan nuestro crecimiento.

Carga con todo y sígueme, continúa Jesús. Venir conmigo significa tomar la cruz. No es fácil. Requiere de un proceso interno de cambio en el pensamiento, en la actitud, hasta en nuestra visión del mundo y nuestra forma de entender la religión. Pide una conversión total.

Hoy la Iglesia necesita gente valiente, heroica y buena, que se sienta familia de Jesús y esté dispuesta a seguirlo. Necesita voceros que anuncien el amor de Dios y su deseo de felicidad para la humanidad.

Quien pierda su vida, la ganará

Quien vive sólo para él, en su burbuja, en su pequeño nirvana personal, se perderá. Es la consecuencia de cerrarse en si mismo y aferrarse a los miedos y las falsas seguridades, negándose a oír y a cambiar.

En cambio, quien esté dispuesto a abrirse, a sacrificarlo y a darlo todo por amor, lo ganará todo. Obtendrá la felicidad plena, el encuentro con Dios Padre para disfrutar de su amor inmenso.

Darlo todo, darse a sí mismo, es la única vía para encontrar la plenitud humana y espiritual.

2006-09-10

¡Abrete!

El milagro es la apertura

En su incansable itinerario, Jesús llega a tierras paganas y frías religiosamente, la región de Tiro y Sidón. Allí le presentan a una persona sorda y muda. Jesús siempre desea que el que sufre recobre la calma, la paz y la alegría. Esta es su misión: dar vida, abrir el corazón y la mente para que los oídos se abran y la lengua se desate para alabar a Dios.

¡Ábrete! Así exhorta Jesús al sordo y mudo, antes de curarlo. Con estas palabras, Jesús también nos habla a los cristianos de hoy. La actitud de apertura significa dejar a un lado el ensimismamiento y la cerrazón. Abramos nuestro corazón a Dios, a la vida, al esposo o esposa, al amigo, a la sociedad, al mundo entero.

El sordo no es sólo el enfermo. Es también el que no quiere oír. Para abrirse es necesario dar un vuelco a nuestra vida y cambiar radicalmente.

A menudo la rutina nos ensordece y nos impide leer el sentido profundo de la historia y de la vida cotidiana. Cuando la persona se abre se produce un milagro. En psicología se conoce bien este proceso. Es cuando la persona se abre y expresa lo que lleva dentro cuando puede ser ayudada.

Jesús mete sus dedos en los oídos del sordo. Más allá del prodigio sobrenatural de la curación, el auténtico milagro es la apertura. Cuando uno se abre a la vida su energía estalla en su interior y aflora en el exterior.

El reto de hablar

Dios es un gran terapeuta. Quizás no somos conscientes de que no vemos ni oímos lo suficiente. Tampoco hablamos lo bastante de Dios. Todos somos, en cierto modo, sordos y mudos.

¡Cuántas veces no queremos oír ni escuchar! Porque escuchar puede implicar un cambio radical en nuestras vidas y no queremos cambiar. También se nos hace cuesta arriba hablar: nos cuesta asumir el compromiso de evangelizar. Tenemos un buen pretexto. Si somos tan imperfectos y pecadores, ¿quiénes somos para predicar? La excusa nos tienta a callar, cuando deberíamos prorrumpir en alabanzas a Dios por todo cuanto nos ha dado.

¡Y nos ha dado tanto! Nos ha dado el olfato para sentir la fragancia de las flores, el tacto para dejarnos acariciar por la brisa y por una mano amiga, la vista, para contemplar la belleza de tantos amaneceres... Todos los sentidos nos hablan de los dones de Dios. Estallamos en comunicación. Pero, con el tiempo, nos vamos anquilosando y perdemos facultades. Dejamos de escuchar, de ver, de sentir. En cambio, tragamos cientos de mensajes, ruido y tonterías que nos invaden por la calle y los medios de comunicación. Nuestros sentidos están embotados, y también nuestra sensibilidad. No ejercemos, tampoco, nuestros sentidos espirituales. En cierto modo, somos ciegos y sordos, discapacitados espirituales.

El evangelio de hoy nos invita a cantar, alabar, hacer poesía de la creación, de la ternura, de los seres amados, de todo aquello que Dios nos regala cada día. Necesitamos abrir nuestro corazón, nuestra inteligencia, nuestro espíritu, para llenarnos de Dios y recuperar todos nuestros sentidos, para su mayor gloria.

2006-09-03

Coherencia de fe y vida

Ataque a la hipocresía

Jesús acusa a los fariseos ante su actitud rigurosa respecto a las leyes y el culto. Con duras palabras, los tacha de hipócritas, pues predican mucho pero no hacen nada. Su vida no se corresponde con sus palabras y creencias. En el contexto de Jesús, conviene saber que los fariseos eran un grupo social muy prestigioso e influyente, rígidamente observante de la ley, y que ejercía un importante poder sobre las gentes.

Jesús se aparta del rigor fariseo en cuanto al cumplimiento de los preceptos y la tradición judía. Y para ello recuerda las palabras de los mismos profetas: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; el culto que me da está vacío".

Coherencia entre vida y fe

Jesús apela a la coherencia religiosa. Nos interpela a unir lo que decimos con lo que hacemos. Hoy, en un mundo convulso y desorientado, es difícil expresar y vivir nuestra fe. No es fácil acordar la fe con las tendencias del mundo. Para comunicarla, necesitamos desarrollar una nueva pedagogía con un lenguaje actual y comprensible.

La interpelación de Jesús también se dirige a los cristianos de hoy. Los católicos decimos muchas cosas. Quizás tenemos muy clara nuestra doctrina. Pero nuestra vida cotidiana a veces se aleja mucho de ella y de la realidad que nos rodea. No siempre somos coherentes.

Jesús nos exhorta a honrar a Dios con el corazón, con los labios, con los hechos, con el testimonio y con la vida entera. Será entonces cuando todo aquello que digamos no será vacío, sino sincero y real.

De lo que está lleno el corazón habla la boca. Si vivimos nuestra fe y cultivamos la oración, nuestra vida se llenará de aquello que proclamamos. La consecuencia siguiente será la celebración, la eucaristía.

Un nuevo concepto de la pureza

Jesús también nos presenta un claro concepto de pureza e impureza. La pureza, nos dice, no tiene tanto que ver con lo que entra sino con lo que sale de uno mismo. No se refiere a aspectos físicos, sino a las actitudes morales que albergamos dentro de nosotros y que sacamos afuera.
Nada que entra de afuera hace impuro al hombre, sino lo que sale de su interior. Y a continuación, Jesús lista una serie de actitudes de rabiosa actualidad, pues podemos observarlas continuamente a nuestro alrededor:

- los malos propósitos, las intenciones torcidas dirigidas a perjudicar o dañar a alguien
- las fornicaciones, que se aprecian en el exagerado culto a la sexualidad y a la pornografía, desprovistas de todo horizonte ético
- los robos, no sólo de bienes materiales, sino de información, así como los fraudes, las malversaciones, la corrupción, que hacen perder la dignidad humana de quien los comete
- los homicidios, cuya expresión máxima es la guerra y la escalada bélica; no podemos dar culto a la muerte
- los desenfrenos de todo tipo, representados en esta cultura consumista que nos hace desear lo que tal vez no necesitamos, y en el ritmo acelerado en que vivimos, que nos arrebata la paz
- la envidia, un mal que empapa toda nuestra cultura
- la difamación, ¡cuántas veces quitamos la fama a las personas!, sin juicio alguno, sin conocimiento de causa, sólo por ser diferentes a nosotros; nos erigimos en jueces de los demás cuando ni el mismo Cristo lo hizo
- el orgullo, que hace perder el rumbo de la existencia
- la frivolidad, el actuar sin responsabilidad, sin tomarse en serio el trabajo, así como perder el tiempo en cosas absurdas e inútiles.

Limpieza de espíritu

¿Cómo limpiar el alma de esas impurezas? Convirtiendo todas las actitudes anteriores en su contrario, en positivo.

Todas estas cosas hacen el alma pura:

- los buenos propósitos, plantearse buenas metas y seguirlas
- rescatar el amor y la sexualidad
- la generosidad; no sólo se trata de no quitar, sino de dar a los demás
- para contrarrestar la muerte, dar vida, generar vida a nuestro alrededor amando y trabajando por los demás
- dar lo mejor de nosotros mismos
- renunciar a todo cuanto no necesitamos y puede generar envidia y rencillas
- la sobriedad
- la madurez y la responsabilidad
- hablar bien de la gente (o no hablar), sin jamás matar la fama de nadie ni su dignidad
- mantener una actitud de sana humildad

A medida que todas estas cosas vayan saliendo de nuestro interior, nuestro corazón será más puro y se asemejará, cada vez más, al corazón limpio y ardiente de amor de Dios.

2006-08-27

¿También vosotros queréis iros?

Una vivencia diferente de Dios

Jesús era un hombre muy libre con una experiencia de Dios que no tenían sus coetáneos. Mucha gente no llegaba a comprenderlo y le echaban en cara su forma de hablar: estas palabras son inaceptables, decían.

Su intensa vivencia interior dio lugar a un nuevo concepto de Dios: el Dios Padre, cercano, misericordioso, que no desea otra cosa que la felicidad de sus criaturas.

La personalidad atractiva y arrolladora de Jesús arrastraba a muchas personas. Sabía tocar sus corazones y llegar hasta sus anhelos más hondos, con sus predicaciones y sus curaciones. Pero muchos otros lo criticaban. La crítica es un fenómeno antropológico muy antiguo, tan viejo como la humanidad. Su origen son los celos, las comparaciones o los juicios desacertados.Jesús no fue inmune al impacto de los celos y las difamaciones.

Palabras que son vida

Y, sin embargo, sus palabras son vida y alimento. Jamás el mensaje de Jesús ha sido contrario a la vida y a la felicidad humana. Su misión es que toda persona llegue a crecer y a madurar, hasta llegar a su plenitud personal. He venido para que tengan vida, y vida en abundancia, dice el Evangelio de San Juan.

Pero Jesús intuía que un sector de su pueblo e incluso de sus propios seguidores no lo comprendería, y sabía que esto lo llevaría a la muerte y a la cruz.

Hoy día, mucha gente se aleja de la Iglesia. La pregunta de Jesús se dirige igualmente a los cristianos de hoy: ¿También vosotros queréis iros?

¿Qué queremos hacer? ¿Continuamos dentro o fuera?

Pedro contesta con hermosa rotundidad: ¿A quién vamos a acudir? Sin ti no somos nada... Tus palabras son vida.

Así es. Reconocer que Cristo es el santo de Dios es reconocer su bondad y que es la imagen máxima del Padre. Es dejar que se convierta en el eje de nuestra vida. Es abrazarlo y adherirnos a él. Y Dios quiere que nuestra existencia sea plena y colmada de alegría. La vida que nos da es eterna.

Iglesia y comunión

Es muy frecuente oír esta frase: Soy creyente, pero no practicante. No podemos juzgar a nadie, por supuesto. Pero la eucaristía es una consecuencia de nuestra fe. ¿Cómo vamos a llegar a la plenitud espiritual sin participar en la vida de la comunidad?
Si decimos sí a Jesús, estamos diciendo sí a la Iglesia. No podemos concebir la fe sin una experiencia comunitaria, sin la vivencia de la comunión eucarística.

Vivir coherentemente nuestra fe tiene sus consecuencias: matiza toda nuestra vida cotidiana y nuestra presencia en el mundo.

2006-08-20

El ágape de Dios

Una invitación

Jesús nos invita a un ágape. El es el alimento que se ofrece. Es el pan del cielo, nos dice. Quien lo coma, vivirá para siempre. ¿Qué significan estas palabras?

Cada domingo recibimos una invitación a encontrarnos con él, en la Eucaristía. Con sus palabras, Jesús nos expresa que él es la fuente de nuestra vida espiritual. Por tanto, la eucaristía no es algo accesorio, sino un hecho fundamental en la vida de los creyentes.

El pan, la carne, es la vida. Con el sacramento del pan y el vino Jesús decide estar presente en el mundo, cercano y accesible a toda persona y para siempre.

En la celebración eucarística, Jesús nos invita a gozar de una vida en plenitud, ya aquí, en este mundo, y en la eternidad. La eucaristía anticipa el encuentro gozoso y definitivo con Dios. Es una antesala del cielo, un banquete, un ágape fraterno, un encuentro entre Dios y su criatura.

Saborear el cielo

Venir a misa no es una obligación, es un regalo de Dios que hace madurar nuestra conciencia de ser hijos suyos.

La eucaristía no es el mero cumplimiento de un deber, sino un encuentro con Cristo, participando de la plenitud del cielo. En ese encuentro, lo tomamos a él mismo. Cada domingo tenemos la ocasión de vivir un acontecimiento trascendental y místico. Somos invitados a saborear el cielo en la tierra.

Mi cuerpo es verdadera carne y mi sangre verdadera bebida. Este es el misterio de la eucaristía: Dios mismo, en Cristo, está realmente presente, aunque no podamos percibirlo físicamente. La eucaristía debería provocar en cada uno de nosotros una convulsión espiritual.

El ágape

Comer con los demás es importante. Antropológicamente, la comensalidad es un encuentro que fomenta la relación interpersonal, la amistad, la convivencia. Encontrarse en una celebración es necesario, tanto cristiana como humanamente. En la misa, Cristo es el anfitrión que nos invita y nos acoge. ¿Cómo podemos declinar su convite? ¿Cómo negarnos a venir?

La misa es el centro de la celebración de nuestra fe. Solemos seguir la rutina de los domingos, pero las otras fiestas de precepto no son menos importantes. La Iglesia es muy sabia cuando nos exhorta a guardar los preceptos. De la misma manera que necesitamos el alimento físico y emocional, también necesitamos el alimento espiritual, que debe complementar los otros dos. Con la celebración de la eucaristía se nos está ofreciendo una auténtica experiencia religiosa y un alimento que nos refuerza. Es la fiesta de Dios con sus hijos. ¡No fallemos a ese encuentro!

2006-08-15

Mi espíritu se alegra en Dios

En medio del verano, la liturgia nos convoca a celebrar esta hermosa fiesta, con una larga y rica tradición. Es la fiesta de Santa María.

María es el modelo de mujer de fe, con el corazón totalmente abierto a Dios. En su hogar creó un espacio de diálogo e intimidad con Dios. Y Dios llegó a encarnarse en Cristo porque María creyó y dijo sí. Asumir la maternidad de Dios era volcar toda su vida en él. Por eso decimos que "está llena de gracia", llena de Dios.

La mujer solícita, imagen de la Iglesia

Esta plenitud interior la empuja a ejercer la caridad, el amor fraterno. María corre, aprisa, para atender a quienes la necesitan. Así es como viaja para ver a su prima Isabel y la cuida durante unos meses, hasta que da a luz. Ese talante de cuidadora, de saber ocuparse de los suyos, entraña una forma de ser de la Iglesia.

La Iglesia es mujer, es feminidad. A través de María es posible la encarnación del Hijo de Dios. Pero también es ella quien aglutina a los apóstoles. Está presente en Pentecostés, asistiendo y apoyando el nacimiento de la Iglesia. María es la que jamás pierde la esperanza en el resucitado.

La promesa de Dios

El encuentro gozoso entre María e Isabel es un hermoso momento. ¡Qué importante es la amistad! En María se cumple la plenitud de lo que Dios sueña para la mujer. Ella es santuario, casa de su hijo. Como madre de Jesús, María es también madre de la Iglesia y de todos cuantos seguimos a Jesús. Así, nos convertimos en hijos de Dios, en hermanos de Jesús y también en hijos de la Madre. María es origen de la maternidad de la Iglesia.

"Dichosa tú, porque has creído", dice Isabel. El fundamento de nuestro ser cristiano, de nuestro gozo, de nuestra fidelidad, es haber creído y puesto nuestra vida en manos de Dios. Dichosa tú, porque todas las promesas de Dios se cumplirán en ti.

El canto de loanza

Ante el reconocimiento alborozado de Isabel, que ensalza la plenitud de Dios en María, llega la respuesta de ella. María entona el Magníficat, con la fuerza de un alma que siente la grandeza del Señor. Su espíritu se regocija y se alegra. María se siente salvada y esto la convertirá en co-salvadora.

"Dios ha mirado la sencillez de su sierva". Es así: la humildad, la apertura de corazón, es importante para que la semilla de Dios crezca.

La palabra "esclava" o "sierva" no debe entenderse en su sentido literal. María no es esclava de nadie, ¡y mucho menos de Dios! Dios no esclaviza. Sus palabras significan que se siente suya, entregada del todo a él. Cuando dos personas se aman, se libran el uno al otro. No pierden su identidad ni su libertad, sino que ganan en crecimiento y en proyección personal y humana: "Ha hecho en mí maravillas".

María está muy cercana a Dios y a la Trinidad. No podemos hablar de cristianismo pleno sin incorporar a María en el centro de la vida cristiana, junto a Jesús.

Feminizar y cristianizar las fiestas

Esta celebración nos invita también a introducir en la cultura de la fiesta el elemento del cuidado. Las fiestas no tendrían por qué ser ocasiones para el derroche o para los excesos dañinos. Rescatemos su sentido cristiano. La auténtica fiesta es una eucaristía, un acto de gratitud, un espacio de encuentro gozoso entre las personas que se aman.

Introduzcamos elementos femeninos en nuestras celebraciones: la estética, el cuidado, la limpieza, una comunicación bella y profunda. Los festejos no tienen por qué ser simple evasión o despilfarro sin medida. Feminizar las fiestas también supone impregnarlas de sencillez y alegría.

La fiesta de hoy, en clave cristiana, celebra el gozo pleno del sí de Dios a María. Es el gozo de toda mujer, de todo cristiano, que se abre al amor de Dios.

2006-08-13

El pan del cielo

Levántate y repon tus fuerzas

En la vida se dan momentos de alegría y otros de dolor y desesperación. En los momentos de hundimiento, algunas personas se sienten tan desgraciadas que llegan incluso a desear la muerte o a quitarse la vida. Otras, deciden resistir con valor y con la esperanza de que la situación mejore.

El profeta Elías se encontró en uno de estos momentos desesperados. Perseguido por la reina Jezabel, por haber predicado la verdad, fiel a la misión que Dios le había encomendado, se ve obligado a huir por el desierto. Allí, en medio del vacío, cansado, abatido, ruega a Dios que le quite la vida. Se siente abandonado y perdido. El cumplimiento de su misión profética le ha acarreado incomprensión y persecución. Es entonces cuando Dios le envía un ángel que lo anima y le da alimento, no una, sino dos veces. Lo invita a comer, a recuperar fuerzas y a seguir adelante. Entonces Elías retoma su camino y comprende que su misión también entraña una cruz.

El pan del cuerpo

Dios ha hecho al ser humano con un cuerpo y unas necesidades. Necesitamos comer para vivir y hemos de agradecer profundamente los alimentos que podemos tomar. ¡Bendigamos a Dios por ello! Hoy día el hombre ha aprendido a cultivar la tierra y a producir lo bastante como para acabar con el hambre. Pero, a pesar de esto, en los países ricos se da una sobreabundancia mientras que en los países pobres aún hay gentes que mueren de hambre. Agradecer lo que tenemos nos ha de impulsar a ayudar a los que no tienen para que el alimento básico no falte a nadie.

El pan de Dios

Jesús es el pan de Vida. Dios no sólo nos da el alimento de la carne, para nutrir el cuerpo. Nos da el alimento del espíritu. Y ese alimento es él mismo, Dios, que se nos da. ?No sólo de pan vive el hombre?. En la vida humana hay otra dimensión que necesita la luz, el amor y el perdón de Dios. Este es el Pan del Cielo, Dios mismo se nos entrega como alimento.

Descubrir la profundidad del Hijo nos hará comprender mejor al Padre. Hemos de aceptar que necesitamos de su persona. Dejémonos alimentar por él.

El pan de la amistad

Hay un tercer tipo de alimento. Es el pan que nos dan los amigos: unas palabras de afecto, ternura, palabras iluminadoras, comprensión. Este alimento nos sostiene. Los amigos nos dicen aquello que nos consuela y también aquello que no nos gusta tanto pero que nos puede hacer reaccionar, porque nos quieren. Su alimento nos hace crecer. La convivencia en la comunidad cristiana es el otro gran alimento.

Fuerza para vivir

Sin Jesús nuestra vida no tiene sentido. Él nos da la fuerza para vivir y nos hace comprender el significado de nuestra existencia. Él alimenta e ilumina nuestra vida.

Con la fuerza del pan de Cristo podremos caminar y otros seguirán las huellas de nuestra fe. No perdamos la fe. Cuando llegan los recios vendavales que sacuden nuestras raíces, es el momento de levantarse y seguir. El Espíritu del Señor nos ayudará a encontrar quien nos apoye.

Para ello, buscad vuestro desierto. Buscad un lugar de intimidad para estar a solas con Él. Dios siempre se da. Sólo necesita nuestro corazón abierto para poderlo recibir.

P. Michel Djaba
Camerun

2006-08-06

La verdad resplandece

Un momento de plenitud

La transfiguración de Jesús en el monte Tabor fue un acontecimiento crucial en la vida de Pedro, Santiago y Juan, aquellos tres discípulos más cercanos a Jesús. Su maestro les abre el corazón totalmente y se les revela como Hijo de Dios. Es un momento de intensa emoción y calidez espiritual. La experiencia mística los asombra y los aturde. La presencia gloriosa de Dios se manifiesta a través de Jesús (es un momento de teofanía). En esos instantes, Dios habla: Este es mi hijo amado, escuchadlo.

Pedro, deslumbrado, reacciona en seguida. Quiere eternizar el momento: hagamos tres tiendas... Cuando nos encontramos en una situación de plenitud, queremos alargar la experiencia. Es hermoso y natural.

Pero Jesús lo hace volver a la realidad y, a continuación, anuncia a sus discípulos su muerte inminente. Es muy consciente de su misión y de las consecuencias que le acarreará ser consecuente hasta el final. El Tabor es un preludio de la gloria, pero ese instante no ahorrará el sufrimiento a Jesús.

Finalmente, Jesús pide a sus amigos discreción. Las experiencias íntimas y místicas deben conservarse en el corazón, sin descubrirlas imprudentemente, sin precipitar los acontecimientos. Llegará el momento adecuado en que serán reveladas.

El Tabor, cerca de lo cotidiano

El episodio del Tabor se reproduce cada vez que sabemos escuchar, reconocer y vivir a Dios en nuestra vida. Pero la prisa y el ajetreo diario nos dificultan detenernos, estar tranquilos y descubrir la presencia de Dios. Por ello es necesario retirarse, de vez en cuando, y encontrar espacios de calma, quietud y silencio.

Hoy, Jesús se hace presente cada día en nuestra vida. Cada vez que participamos en la eucaristía, cada vez que se produce una comunión profunda, a través de la Iglesia y los sacramentos, Dios se nos manifiesta continuamente.

Creer en Dios no és sólo hablar o creer, sino adherirse a él y encarnarlo en lo cotidiano. Dios se nos muestra de mil maneras. Abramos el corazón a su intimidad. Retirémonos a la montaña (la liturgia es un Tabor) y escuchémosle.

Tú eres mi hijo amado

¿Qué nos dice Dios? Este es mi hijo amado... Todos somos hijos amados y predilectos de Dios. Saberlo eleva nuestra autoestima y nuestra espiritualidad. Sentirnos hijos amados de Dios es el primer paso en nuestra labor evangelizadora, como parte de la Iglesia. Jesús desveló lo que tenía en su interior. Dios mismo habitaba en él. En el Tabor se dio la apertura de su experiencia íntima de amor de Dios. Si no sentimos ese amor, difícilmente podremos sentirnos cristianos.

Cómo escuchar a Dios

Escuchar es mucho más que oír. Es abrir el corazón, la mente, los sentimientos, para dejar que Dios entre de lleno en nuestra vida. Sólo si escuchamos podremos digerir y metabolizar aquello que viene de Dios.

¿Cómo escuchar a Dios? Hay muchas maneras.

Una es ocupar un tiempo para estar con él, cultivando su amistad y el diálogo con Dios. Esta intimidad enriquece la vida entera.

Otra forma es leer a Dios en los signos de los tiempos, como decía Juan XXIII. Dios nos habla a través de nuestra realidad cultural y social. Pero no escucharemos su mensaje si no sabemos contemplar, con quietud y serenidad, ni podremos entender su lenguaje. El lenguaje de Dios va mucho más allá del lenguaje verbal. Está formado por signos, por hechos, por convergencias.

Otra manera de escuchar a Dios es a través de los demás. Parafraseando a San Juan, podríamos decir: ¿Escuchas a Dios, al que no ves, y no escuchas al prójimo, al que ves? ¡Hipócrita!

Dios se sirve de otros muchos canales para expresarse. La Iglesia es uno de los más importantes. En ella se da la plenitud de la salvación. Canaliza directamente su voluntad: hacer crecer el reino de Dios en el mundo. Para ello necesitamos vivir experiencias de Tabor, de celebración compartida, de comunión intensa, de fraternidad y de caridad.

Cada liturgia, cada domingo celebrado, es un Tabor. En esta teofanía (manifestación de Dios) se nos revela la Trinidad. Dios Padre nos exhorta a escuchar a su Hijo, el amado, el predilecto. Y esta exhortación se extiende de Jesús a la Iglesia. Por ello es tan importante escuchar cuanto dicen el Papa y nuestros pastores. La Iglesia es mucho más que el Vaticano. Es comunión, es presencia de Dios, es Iglesia militante: somos todos nosotros. Es un torrente permanente de riqueza espiritual. Escuchemos bien, pues escuchando encontraremos sentido pleno a nuestra vida cristiana, nuestra vida de amados hijos de Dios.