2015-11-24

Estad despiertos

1 Domingo de Adviento – ciclo C

Jeremías 33, 14-16.
1 Tesalonicenses 3, 12 - 4, 2.
Lucas 21, 25-36.

Iniciamos el tiempo de Adviento, tiempo de espera activa, de preparación para una de las dos grandes fiestas del año cristiano: la Navidad.

Las lecturas de este domingo nos hablan de un anhelo de justicia y de paz constante en todas las épocas, especialmente en tiempos de crisis. El profeta Jeremías anuncia una promesa al pueblo de Israel, perdido en el exilio. Llegará un día en que vendrá un líder que instaure la justicia en la tierra. San Pablo va más allá y ya no habla de justicia, sino de amor: el amor es toda la ley y en él se contiene y se supera toda la justicia. Sin amor mutuo, el gran mandamiento de Cristo, todo esfuerzo por hacer justicia será inútil. San Pablo ruega encarecidamente a sus comunidades que se amen. Así agradarán a Dios: «proceded así y seguid adelante».

Jesús, en el evangelio, habla de signos apocalípticos: guerras y angustia, catástrofes naturales y cósmicas. ¿No resultan familiares estas imágenes? Hoy vivimos en una crisis mundial. El cambio climático amenaza y el terrorismo azota nuestros países. El miedo se infiltra en nuestras sociedades y nos paraliza. A diario somos bombardeados por noticias que nos hacen sentirnos impotentes y nos quitan la alegría y la esperanza. ¿Qué podemos hacer? 

Jesús nos da pistas. No durmáis, dice. Velad. Estad despiertos. Que no se os embote la mente, ni con evasiones fáciles y placeres, ni con agobios y angustia. Nos está diciendo que no valen las actitudes escapistas: diversión y vientres llenos. Pero tampoco sirve de nada angustiarse y vivir estresado, corriendo sin saber a dónde. Ni negar la realidad ni dejarse abrumar por ella. «Estad despiertos, pidiendo fuerzas, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.» ¿Qué es mantenerse en pie? Seguir firmes. Ser responsables: responder ante las necesidades y el dolor. Permanecer activos. Incluso en las peores circunstancias, siempre podemos hacer algo. Aunque solo sea acompañar, apoyar, estar ahí, ante la humanidad que sufre. De pie, amando siempre. Y sin perder la esperanza. Mientras estemos vivos, hay un amor que nos sostiene, mucho más grande que todos los males que parecen azotar el mundo. Escuchemos a Jesús: ¡vivamos despiertos y conscientes! 

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2015-11-20

Rey del universo

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Entró Pilato de nuevo al pretorio y, llamando a Jesús, le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Por tu cuenta dices esto o te lo han dicho otros de mí? Pilato contestó: ¿Soy yo acaso judío? Tu gente y los sumos sacerdotes me han entregado a mí, ¿qué has hecho? Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo. Si fuera de este mundo, mis soldados habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos, pero mi reino no es de aquí.
Juan 18, 33-37

Un reino diferente


En el contexto de la Pasión, Pilatos, inseguro y presionado por el pueblo judío, pregunta a Jesús si él es rey. En ese momento de dolor, camino hacia la cruz, Jesús contesta de una manera trascendida. Su respuesta refleja la clave de su misión: Mi reino no es de este mundo.

El trabajo apostólico de Jesús es anunciar, incluso asumiendo la muerte, el reinado de Dios, un reinado que va más allá de los criterios lógicos de este mundo. Asume una concepción del mundo basada en el amor y en el servicio a los demás. Una visión que para muchos puede llegar a ser contradictoria y opuesta a la tendencia actual; una visión que llega a cuestionar los poderes fácticos, fundamentados en el egoísmo y en el enriquecimiento personal.

El Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’ nos habla de los dos polos que mueven a los poderosos del mundo: el dinero y el poder. La economía no tiene otro fin que la rentabilidad y la ganancia a toda cosa; la política gira en torno al afán de poder. Pero un mundo sostenido sobre estos móviles ya no se sostiene. El cristiano coherente debe luchar por el reino de Dios en este mundo, donde los valores que rigen son otros. El norte no es el lucro ni el dominio, sino el bien de todo ser humano.

La ambición, llevada al límite, es el reino de las tinieblas. El reinado de Dios es un reinado de luz, de amor, de vida, donde el pobre y el desvalido, los que sufren, los humildes, son especialmente amados. En este reinado ellos son los preferidos de un rey que dobla su rodilla para poner su corona a los sencillos de corazón. Es un rey que asume su propia muerte para salvar la humanidad, un rey que no tiene nada, que lo entrega todo, hasta su propia vida. La salvación es la misión de Cristo, Rey del universo. Es soberano también de nuestro mundo, donde reina para siempre si nos abrimos a él.

Una pedagogía de la libertad


En el diálogo con Pilato, Jesús interpela a todos los gobernantes y personas con cargos de responsabilidad. En el reino de Dios se da una renuncia a todo poder. Como consecuencia, es un reinado basado en la libertad. Jesús es un rey que no se arma, no tiene ejércitos, ni propiedades ni territorios. Su único territorio es el corazón de cada persona. En el reino de Dios no se producen luchas ideológicas, sino que impera el servicio, la entrega, la generosidad.

El poder, allí donde se forja, acaba siendo corrupto, incluso dentro de la propia Iglesia o en otros ámbitos, donde se manifiesta de formas muy subliminales: en la familia, entre los matrimonios, en el mundo de la empresa... Detentar el poder es, de alguna manera, jugar a ser dioses, dominando todo y a todos.

Cristo nos propone abandonar toda ambición de poder. El Dios "todopoderoso" sólo lo es en el amor. Jesús no necesita el poder. En cambio, es el poder quien lo mata, porque toda clase de dominio lleva consigo la muerte. La renuncia al poder es vida, libertad, donación. Jesús así lo demostró. Fue profundamente libre, hasta entregar su vida por amor. Cristo Rey se convierte en el gran pedagogo de la libertad y nos invita a seguirlo. Nos invita a abandonar la tiranía y a aprender a ser libres. Porque la renuncia al dominio nos da una enorme fuerza interior y la alegría sana e inagotable de saber que no tenemos nada, nada nos ata ni atamos a nadie; sólo nos quedan el amor y la libertad para entregarnos.


2015-11-13

Llamada a la esperanza

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Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, se oscurecerá el sol, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán de los cielos, y astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes, con gran poder y majestad…
Mc 13, 24-32


En Dios superamos las dificultades

Con un tono apocalíptico, Jesús se dirige a los suyos. En el fondo, Jesús nos está comunicando que, por encima de todas las calamidades y dificultades, siempre sale el sol de la esperanza. Después de un crudo invierno llega la suavidad de los colores de la primavera.

Muchas veces, en nuestra vida, podemos sentir angustia, vemos cómo nuestros grandes valores parecen perder su brío y toda nuestra existencia se tambalea. El evangelio de hoy nos llama a tener serenidad y confianza en Dios. Ni un átomo del universo se mueve sin que él lo quiera. Él está con nosotros.

Pero, más allá de una lectura existencial, Jesús nos quiere decir algo más hondo. Podemos extraer la dimensión moral y espiritual de sus palabras. Para muchos sociólogos y sicólogos, más allá de una crisis económica el mundo atraviesa una crisis de valores. Se multiplican problemas como el deterioro del medio ambiente, la desigualdad económica entre el norte y el sur, la corrupción política, el neoliberalismo exacerbado, el terrorismo, las injusticias hacia los más pobres, la falta de visión ética de los gobernantes… ¿No creemos que el universo de nuestras estructuras y organizaciones se está derrumbando?

Las consecuencias de apartarse de Dios


Una falta de visión moral sobre nuestros actos provoca situaciones límite. Si todo va hacia el abismo es porque en el fondo queremos apartar del mundo a aquel que lo ha erigido: el mismo Dios. Por respeto y amor a la libertad del hombre tal vez Dios se retire sigilosamente, permitiendo que ocurran estos acontecimientos y las consecuencias a veces catastróficas de sus actos. Pero ni los cielos artificiales, ni las ideas, ni la ciencia ni la tecnología pueden quitar el sitio a Dios.


Cuando nos apartamos de la luz, todos quedamos en las tinieblas y nos precipitamos hacia el vacío. Pero, a pesar de todo, a todos aquellos que aman Dios nunca los dejará de lado. Él siempre aparecerá entre las nubes del egoísmo para darnos esperanza.

2015-11-06

Auténtica generosidad

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Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba cómo la multitud iba echando monedas, y muchos ricos echaban cantidad. Llegándose una viuda pobre, echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado más que nadie, pues todos echan de lo que les sobra, pero ésta de su indigencia ha echado cuanto tenía para vivir.
Mc 12, 38-44

El valor del sacrificio


Una de las características más importantes para educar e instruir es la capacidad de observar. Jesús sabe ver, meditar, interiorizar y comunicar, aspectos muy importantes en un pedagogo. En esta ocasión, Jesús observa a la gente que acude al templo y sus actitudes delante del arca de las ofrendas. Y aprovecha las circunstancias para asentar doctrina. Se percata de que muchos echan enormes cantidades de dinero y, sin embargo, una anciana, viuda, echa unas pocas monedas. Jesús se da cuenta de que, pese a ser poco, es todo cuanto tiene. E inmediatamente señala a sus discípulos el valor del gesto de aquella anciana. Su generosidad es más auténtica y sincera que la de aquellos que echan sin esfuerzo alguno, dando de aquello que les sobra. Para Jesús no hay que donar lo que a uno le sobra, sino algo más, que implique un poco de sacrificio y hasta renuncia por aquello que crees. En el esfuerzo se encuentra el sentido último de la generosidad y de la solidaridad.

Ese poquito esfuerzo de muchos podría, hoy, ayudar a cubrir muchas necesidades de la Iglesia. Muchos somos los creyentes y la Iglesia aún está muy carente. Necesita de nuestro tiempo, de nuestro dinero y de nuestra libertad para extender el Reino de los Cielos.

La recompensa de la generosidad


La historia de la primera lectura, del profeta Elías, nos muestra otro acto de generosidad, casi heroico. La viuda de Sarepta que acoge al profeta en su casa es una mujer pobre. Apenas tienen para comer, ella y su hijo. Y, no obstante, Elías le pide que le amase un panecillo para él y que tenga confianza en Dios. Ella así lo hace, y ve cómo las palabras del profeta se cumplen. Jamás faltará la harina en su hogar ni el aceite en su alcuza. Dios es providente con aquellos que han sabido ser generosos y han dado, aún de lo que les hacía falta.

Podríamos trasladar esta bella historia a nuestra realidad de hoy. Todos nos sentimos conmovidos ante el desprendimiento de la viuda de Sarepta. Ese gesto nos invita a hacer lo mismo.

Vemos a nuestro alrededor muchas necesidades que la Iglesia, en sus múltiples apostolados y obras sociales, intenta buenamente cubrir. Ante todo, en la Iglesia encontramos el mayor alimento que nos da fuerzas y alienta nuestra vida interior: el mismo Dios. Y Dios nos lo ha dado todo. Cuanto tenemos es un don suyo: la vida, la inteligencia, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra prosperidad mayor o menor, nuestro pan de cada día… ¡Todo, finalmente, nos lo ha dado Dios!

¿Qué podemos darle a él? Toda ofrenda será pequeña. Pero él no mirará su cuantía, sino el valor que le hemos dado. Cuando Dios forma parte importante de nuestra vida, cuando sentimos que su familia ―la Iglesia― es nuestra familia y se convierte en una realidad entrañable e imprescindible para nosotros no podemos dejar de ser generosos. La medida del esfuerzo, del pequeño sacrificio, del amor con que hagamos nuestra aportación, será la medida de nuestro auténtico amor y compromiso con Él.

Por eso no hay excusas. Hasta la persona más pobre puede dar su óbolo, su talento, para ayudar a la Iglesia y contribuir a la obra de Dios en el mundo. Y Dios vela por aquellos que son generosos, respondiendo con el ciento por el uno. No hay acto de desprendimiento realizado con amor que no quede recompensado.