2015-12-26

La familia, espacio sagrado

Fiesta de la Sagrada Familia – ciclo C

Eclesiástico 3, 3-7. 14-17
Salmo 127
Colosenses 3, 12-21
Lucas 2, 45-52

Las tres lecturas de hoy son densas y hermosas: hablan de la realidad humana más entrañable y esencial, la familia. Todos hemos nacido en una familia. Más o menos estable, con traumas y con amor, con unión y rupturas, la familia es la tierra donde nuestra vida arraigó, y es la raíz de la que procedemos.

La Biblia nos exhorta a amar y honrar estas raíces, especialmente a los padres. Los psicólogos dicen que la persona no madura bien si su relación con los progenitores no es sanada y reconciliada. Hoy nuestras sociedades envejecen y vemos a muchísimos hijos que deben afrontar el deterioro físico y mental de sus mayores. En muchos casos esto supone un problema, una molestia, y los abuelos son aparcados, en casa o en asilos donde esperan la muerte en soledad y no siempre son tratados con dignidad. El Papa Francisco ha advertido muchas veces sobre la cultura del descarte, para la cual los ancianos, los impedidos, los que ya no son productivos, se convierten en una carga de la que nadie quiere ocuparse. Las instituciones asistenciales suplen de manera insuficiente la falta de humanidad, tiempo y cariño de unas familias desintegradas, donde cada cual persigue sus metas individuales sin ganas de sacrificarse y dedicar tiempo a los más frágiles.

Todos envejeceremos, todos seremos dependientes y falibles algún día. ¿Cómo aceptar esta vulnerabilidad? San Pablo en su lectura nos da pistas valiosas. Revestíos de misericordia, de bondad, de humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos. Bañad vuestras relaciones de afecto y ternura. Tened paciencia. Perdonad y dad todo el amor que desearíais. ¿Puede haber mejor consejo? Si las familias adoptaran este vestido que indica Pablo, cuántos problemas dejarían de serlo y se convertirían en situaciones desafiantes, sí, pero también en oportunidades para mostrar nuestro amor y reforzar los vínculos que nos unen.

Jesús mismo, siendo Dios, se sujetó a la vida familiar, aceptando la autoridad de sus padres y dejándose educar por ellos. Su escapada en el templo de Jerusalén es un atisbo de lo que sería su misión futura, marcada por la audacia, la libertad y el desapego de los lazos familiares. Pero, hasta que llegó su hora, Jesús demostró que podía cultivar su fidelidad al Padre del cielo sin dejar de amar y honrar a sus padres de la tierra.

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2015-12-25

El Dios que se hace niño

Isaías 9, 1 - 3, 5-6
Salmo 95
Tito 2, 11-14
Lucas 2, 1-14

En esta noche oscura, de las más largas del año, brilla una luz resplandeciente. Un rayo de luz atraviesa toda nuestra historia: Dios se encarna. Dios se hace niño en un pequeño bebè, nacido en Belén. 

Vivimos en una cultura donde se ensalza la  competitividad, el éxito, el destacar. Todos nos afanamos por ser alguien, por ser el primero, el más reconocido. Todos queremos subirnos a un pedestal. En cambio, el que es Alguien, con mayúsculas, se hace pequeño, con minúsculas. El grande se abaja, hasta hacerse casi nadie. Esta es la lógica de Dios. 

La lógica de Dios va por caminos diferentes a los nuestros. Solo puede entenderse desde un corazón inmenso y lleno de ternura, de misericordia, de amor hacia sus criaturas. Como dice san Juan, Dios amó tanto al hombre que envió a su único Hijo al mundo para poder salvar a todos. El Dios que se hace niño nos invita a reconocer nuestro niño interior. Todos fuimos un niño pequeño, que está ahí, latente, dentro de cada uno de nosotros. El reino de los cielos es para los que se hacen niños. La Navidad es una fiesta para rescatar a ese niño interior que sigue vivo. 

Volver a ser niños significa volver a mirar el mundo y las cosas con la limpieza y la claridad de un niño: con admiración, con sorpresa, con apertura de mente y de corazón, siempre esperando el bien, sin miedo a lo nuevo. Ser como niños significa aprender a mirar y a escuchar sin la amargura de los adultos, sin la rabia de los adultos, sin el orgullo de los adultos. 

Cuando nos desprendamos de todo el resentimiento, los celos, la ira y los prejuicios que hemos ido acumulando durante toda una vida podremos hacer revivir a este niño interior, abierto al amor, capaz de amar. 

Miremos el pesebre. Miremos a María y a José. Navidad también es la fiesta de la maternidad y la paternidad. María da su cuerpo y su vida entera para ser el hogar de Dios. Su entrega es total e incondicional, ella es la primera casa de Dios en este mundo. José cuida y prepara un lugar: es el que protege el hogar donde se gesta la vida, donde el mismo Dios crece y se hace hombre. José también será el educador de este niño. Santa Teresa le tenía una gran devoción, y decía que este santo, a quien el mismo Dios obedeció siendo niño, es un gran abogado y amigo. 

Miremos la humildad de este lugar. Dios no quiso nacer en un palacio, ni entre lujos. Miremos al buey y la vaca, que, como decía el Papa Benedicto, representan la naturaleza, el mundo de las criaturas. Todo el universo asiste al nacimiento de Dios niño. La ecología tiene un lugar en Navidad: con la encarnación de Dios, no solo el ser humano, sino toda la creación es salvada.

Cuando adoremos al Niño, miremos a este Dios que se nos hace pequeño para que podamos besarlo con ternura. Nuestro Dios no es temible ni distante. No quiere miedo ni sometimiento, sino solo amor. Dios se nos hace niño para que podamos sostenerlo en brazos, para que podamos hacerle un lugar en nuestro corazón. En esta noche, nosotros también somos pesebre donde Dios busca refugio y calor. El que es autor de la luz viene a iluminar el mundo; viene a iluminar nuestra vida con el fuego de su ardiente amor.

2015-12-17

Aquí estoy para hacer tu voluntad

4º Domingo de Adviento - C

Miqueas 5, 1-4a
Salmo 79
Hebreos 10, 5-10
Lucas 1, 39-45

Las lecturas de hoy nos hablan de la maternidad y del cuerpo. La madre es la que lleva en su seno otra criatura: su cuerpo se convierte en templo de la vida, cuna de un nuevo ser. Ser madre es el sacrificio más primigenio: la mujer da su cuerpo y parte de su vida para que su hijo pueda crecer. Esta donación, en María, se hace inmensa: su vientre se convierte en el santuario de Dios. Nadie como ella se ha abierto tanto, nadie como ella ha dispuesto su cuerpo y su alma, de manera total e incondicional, para que se cumpla la voluntad divina.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo… Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad. San Pablo recoge estas palabras para alentar a los creyentes. Atrás queda la religión del sacrificio, se acabó la fe condicionada por las ofrendas. Dios no puede ser comprado ni aplacado, no es eso lo que pide. El mejor sacrificio no son animales, ni tesoros, ni méritos ganados. El mejor don es el ofrecimiento de uno mismo. No puedo darte nada, Señor del universo, pero puedo darte a mí mismo. Que tu sueño se cumpla en mí.

¿Quiénes son nuestros maestros? Jesús, que se entregó a sí mismo, y María, que se dejó habitar por Dios. Confiando la vida en manos de Dios, esta adquiere un sentido nuevo y profundo.

Muchas personas persiguen su felicidad y su propósito vital. La tendencia es buscarse a sí mismo y ser artífice de uno mismo, con esfuerzo y constancia. Se ensalza el hombre hecho a sí mismo, la mujer diosa, la persona autosuficiente que avanza a golpe de voluntad. Hay otro camino, más humilde, más oculto, menos reconocido pero mucho más luminoso: dejar que sea Dios el escultor de tu vida y el jardinero de tu semilla única. ¿Quién nos conoce mejor que él, que nos ha formado? ¿Quién nos hará crecer siendo nosotros mismos, auténticos, hasta nuestra plenitud? María lo entendió muy bien y se abrió. Por eso fue bendita entre las mujeres. Y en su vida sencilla, entre aldeas de montaña, vio florecer el milagro de un Dios que se hace pequeño. Un Dios que se hace niño, un Dios que se hace pan.

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2015-12-10

Estad alegres

3r Domingo de Adviento - ciclo C

Sofonías 3, 14-18.
Filipenses 4, 4-7.
Lucas 3, 10-19.

Grita de júbilo, Israel, alégrate y goza de todo corazón, Jerusalén. El Señor será rey en medio de ti... Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra… Con estas palabras el profeta Sofonías invita a su pueblo a vivir ya el júbilo de una promesa. Es la alegría anticipada del que espera la plenitud. ¿Cuál es el motivo? La presencia de Dios. Cuando Dios reina en nuestra vida nos sentimos bañados en su amor y esto nos da fuerzas y nos ilumina el corazón.

Comenzamos este domingo con una lectura que nos habla de la alegría por una promesa. De aquí pasamos al clamor del último profeta, Juan Bautista, que leemos en el evangelio. Su mensaje es exigente: ¡hay que preparar la venida del Señor! La gente lo escucha con atención porque es un hombre auténtico, que dice las verdades sin miedo y no vacila ante nadie. ¿Qué tenemos que hacer?, preguntan. Juan responde con unos consejos muy sencillos, de sentido común, de caridad elemental. Exhorta a cumplir con las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, compartir los bienes. Y también recuerda los mandamientos de la ley: no robar, no ejercer violencia, no abusar del poder. La fe no se puede separar de las obras. La fe se vive en el día a día, con acciones concretas.

Entre estas dos lecturas, encontramos un bello párrafo de la carta de san Pablo a los filipenses. Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres. Los primeros cristianos ya han visto la promesa cumplida. El Señor está cerca, no en el tiempo, pues ya llegó, sino en el espacio presente. En realidad, Dios habita el centro de las comunidades. Está, hoy también, entre nosotros. Por eso no hay motivo alguno para preocuparse ni angustiarse. Aunque la vida sea dura y surjan dificultades, la presencia de Dios nos ayuda. Esta es la fuente de una paz duradera, que sobrepasa todo juicio. No es la paz negociada, conquistada, motivada por hechos exteriores. Es la paz interior del que se sabe inmensamente amado por Dios, protegido, acompañado por él. Esta paz irradia desde adentro hacia afuera. Quien vive agradecido, lleno del amor de Dios, esparcirá paz y gozo a su alrededor. Esta es nuestra misión: prendidos por su fuego, iluminar el mundo como candelas vivas de Adviento. 

2015-12-03

Allanad los caminos

2º Domingo de Adviento - C

Baruc 5, 1-9.
Filipenses 1, 4 - 6. 8-11.
Lucas 3, 1-6.

Las lecturas de hoy nos hablan de una espera gozosa. El profeta Baruc ve un día glorioso en que Jerusalén dejará atrás su luto y sus derrotas para resplandecer con la presencia de Dios. Ponte en pie, Jerusalén, contempla a tus hijos. El Señor allanará los caminos. Serán días de fiesta y de luz: Israel experimentará que es amado tiernamente por su Dios.

San Pablo en su carta a los filipenses anima a una comunidad que ya está viviendo el Reino, pero que también espera la llegada definitiva de Cristo. Mientras tanto, ¿qué hacer? Seguir creciendo en el amor, perseverar en la justicia y en los valores.

Espera activa y alegre: esta es la actitud para hoy, domingo segundo de Adviento. Los profetas anunciaban promesas que colmarían las aspiraciones de paz y justicia del pueblo. Los apóstoles exhortan a los cristianos a mantenerse fieles, porque también hay una promesa. El cielo en la tierra no está completo, es un proyecto en construcción, que gime con dolores de parto. Para quien solo ve el presente del mundo, tan lleno de guerras, injusticias y tormento, no parece que haya motivos para alegrarse. Pero si elevamos la mirada al cielo y leemos la historia con ojos trascendidos veremos que todo tiene un sentido, y que Dios no puede dejarnos abandonados. 

¿Queremos pruebas? La presencia amorosa de Dios es más que un deseo, una ilusión o un invento para consolar a los ingenuos. Lucas, con precisión de historiador, comienza a redactar su evangelio citando fechas y personajes reales. Su relato no es un mito, sino una experiencia real. Dios vino al mundo y su llegada fue precedida por el último gran profeta: Juan Bautista. Él no esperó que Dios allanara los senderos, sino que interpeló al pueblo para que todos fueran parte activa. ¿Viene el Señor? Abre tu corazón, limpia tus intenciones, purifica tus obras. Vive esta esperanza con acciones concretas, en tu día a día. «Conviértete» es otra manera de decir: cambia tu estilo de vida, sé solidario, no te dejes arrastrar por la corriente consumista y deshumanizadora, que aturde las mentes y duerme las conciencias. Vive despierto y vive alegre, porque el Señor está cerca y te ama. No hay noche larga que no termine en una alborada. Deja que el sol de Dios amanezca en ti.  

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2015-11-24

Estad despiertos

1 Domingo de Adviento – ciclo C

Jeremías 33, 14-16.
1 Tesalonicenses 3, 12 - 4, 2.
Lucas 21, 25-36.

Iniciamos el tiempo de Adviento, tiempo de espera activa, de preparación para una de las dos grandes fiestas del año cristiano: la Navidad.

Las lecturas de este domingo nos hablan de un anhelo de justicia y de paz constante en todas las épocas, especialmente en tiempos de crisis. El profeta Jeremías anuncia una promesa al pueblo de Israel, perdido en el exilio. Llegará un día en que vendrá un líder que instaure la justicia en la tierra. San Pablo va más allá y ya no habla de justicia, sino de amor: el amor es toda la ley y en él se contiene y se supera toda la justicia. Sin amor mutuo, el gran mandamiento de Cristo, todo esfuerzo por hacer justicia será inútil. San Pablo ruega encarecidamente a sus comunidades que se amen. Así agradarán a Dios: «proceded así y seguid adelante».

Jesús, en el evangelio, habla de signos apocalípticos: guerras y angustia, catástrofes naturales y cósmicas. ¿No resultan familiares estas imágenes? Hoy vivimos en una crisis mundial. El cambio climático amenaza y el terrorismo azota nuestros países. El miedo se infiltra en nuestras sociedades y nos paraliza. A diario somos bombardeados por noticias que nos hacen sentirnos impotentes y nos quitan la alegría y la esperanza. ¿Qué podemos hacer? 

Jesús nos da pistas. No durmáis, dice. Velad. Estad despiertos. Que no se os embote la mente, ni con evasiones fáciles y placeres, ni con agobios y angustia. Nos está diciendo que no valen las actitudes escapistas: diversión y vientres llenos. Pero tampoco sirve de nada angustiarse y vivir estresado, corriendo sin saber a dónde. Ni negar la realidad ni dejarse abrumar por ella. «Estad despiertos, pidiendo fuerzas, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.» ¿Qué es mantenerse en pie? Seguir firmes. Ser responsables: responder ante las necesidades y el dolor. Permanecer activos. Incluso en las peores circunstancias, siempre podemos hacer algo. Aunque solo sea acompañar, apoyar, estar ahí, ante la humanidad que sufre. De pie, amando siempre. Y sin perder la esperanza. Mientras estemos vivos, hay un amor que nos sostiene, mucho más grande que todos los males que parecen azotar el mundo. Escuchemos a Jesús: ¡vivamos despiertos y conscientes! 

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2015-11-20

Rey del universo

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Entró Pilato de nuevo al pretorio y, llamando a Jesús, le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Por tu cuenta dices esto o te lo han dicho otros de mí? Pilato contestó: ¿Soy yo acaso judío? Tu gente y los sumos sacerdotes me han entregado a mí, ¿qué has hecho? Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo. Si fuera de este mundo, mis soldados habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos, pero mi reino no es de aquí.
Juan 18, 33-37

Un reino diferente


En el contexto de la Pasión, Pilatos, inseguro y presionado por el pueblo judío, pregunta a Jesús si él es rey. En ese momento de dolor, camino hacia la cruz, Jesús contesta de una manera trascendida. Su respuesta refleja la clave de su misión: Mi reino no es de este mundo.

El trabajo apostólico de Jesús es anunciar, incluso asumiendo la muerte, el reinado de Dios, un reinado que va más allá de los criterios lógicos de este mundo. Asume una concepción del mundo basada en el amor y en el servicio a los demás. Una visión que para muchos puede llegar a ser contradictoria y opuesta a la tendencia actual; una visión que llega a cuestionar los poderes fácticos, fundamentados en el egoísmo y en el enriquecimiento personal.

El Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’ nos habla de los dos polos que mueven a los poderosos del mundo: el dinero y el poder. La economía no tiene otro fin que la rentabilidad y la ganancia a toda cosa; la política gira en torno al afán de poder. Pero un mundo sostenido sobre estos móviles ya no se sostiene. El cristiano coherente debe luchar por el reino de Dios en este mundo, donde los valores que rigen son otros. El norte no es el lucro ni el dominio, sino el bien de todo ser humano.

La ambición, llevada al límite, es el reino de las tinieblas. El reinado de Dios es un reinado de luz, de amor, de vida, donde el pobre y el desvalido, los que sufren, los humildes, son especialmente amados. En este reinado ellos son los preferidos de un rey que dobla su rodilla para poner su corona a los sencillos de corazón. Es un rey que asume su propia muerte para salvar la humanidad, un rey que no tiene nada, que lo entrega todo, hasta su propia vida. La salvación es la misión de Cristo, Rey del universo. Es soberano también de nuestro mundo, donde reina para siempre si nos abrimos a él.

Una pedagogía de la libertad


En el diálogo con Pilato, Jesús interpela a todos los gobernantes y personas con cargos de responsabilidad. En el reino de Dios se da una renuncia a todo poder. Como consecuencia, es un reinado basado en la libertad. Jesús es un rey que no se arma, no tiene ejércitos, ni propiedades ni territorios. Su único territorio es el corazón de cada persona. En el reino de Dios no se producen luchas ideológicas, sino que impera el servicio, la entrega, la generosidad.

El poder, allí donde se forja, acaba siendo corrupto, incluso dentro de la propia Iglesia o en otros ámbitos, donde se manifiesta de formas muy subliminales: en la familia, entre los matrimonios, en el mundo de la empresa... Detentar el poder es, de alguna manera, jugar a ser dioses, dominando todo y a todos.

Cristo nos propone abandonar toda ambición de poder. El Dios "todopoderoso" sólo lo es en el amor. Jesús no necesita el poder. En cambio, es el poder quien lo mata, porque toda clase de dominio lleva consigo la muerte. La renuncia al poder es vida, libertad, donación. Jesús así lo demostró. Fue profundamente libre, hasta entregar su vida por amor. Cristo Rey se convierte en el gran pedagogo de la libertad y nos invita a seguirlo. Nos invita a abandonar la tiranía y a aprender a ser libres. Porque la renuncia al dominio nos da una enorme fuerza interior y la alegría sana e inagotable de saber que no tenemos nada, nada nos ata ni atamos a nadie; sólo nos quedan el amor y la libertad para entregarnos.


2015-11-13

Llamada a la esperanza

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Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, se oscurecerá el sol, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán de los cielos, y astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes, con gran poder y majestad…
Mc 13, 24-32


En Dios superamos las dificultades

Con un tono apocalíptico, Jesús se dirige a los suyos. En el fondo, Jesús nos está comunicando que, por encima de todas las calamidades y dificultades, siempre sale el sol de la esperanza. Después de un crudo invierno llega la suavidad de los colores de la primavera.

Muchas veces, en nuestra vida, podemos sentir angustia, vemos cómo nuestros grandes valores parecen perder su brío y toda nuestra existencia se tambalea. El evangelio de hoy nos llama a tener serenidad y confianza en Dios. Ni un átomo del universo se mueve sin que él lo quiera. Él está con nosotros.

Pero, más allá de una lectura existencial, Jesús nos quiere decir algo más hondo. Podemos extraer la dimensión moral y espiritual de sus palabras. Para muchos sociólogos y sicólogos, más allá de una crisis económica el mundo atraviesa una crisis de valores. Se multiplican problemas como el deterioro del medio ambiente, la desigualdad económica entre el norte y el sur, la corrupción política, el neoliberalismo exacerbado, el terrorismo, las injusticias hacia los más pobres, la falta de visión ética de los gobernantes… ¿No creemos que el universo de nuestras estructuras y organizaciones se está derrumbando?

Las consecuencias de apartarse de Dios


Una falta de visión moral sobre nuestros actos provoca situaciones límite. Si todo va hacia el abismo es porque en el fondo queremos apartar del mundo a aquel que lo ha erigido: el mismo Dios. Por respeto y amor a la libertad del hombre tal vez Dios se retire sigilosamente, permitiendo que ocurran estos acontecimientos y las consecuencias a veces catastróficas de sus actos. Pero ni los cielos artificiales, ni las ideas, ni la ciencia ni la tecnología pueden quitar el sitio a Dios.


Cuando nos apartamos de la luz, todos quedamos en las tinieblas y nos precipitamos hacia el vacío. Pero, a pesar de todo, a todos aquellos que aman Dios nunca los dejará de lado. Él siempre aparecerá entre las nubes del egoísmo para darnos esperanza.

2015-11-06

Auténtica generosidad

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Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba cómo la multitud iba echando monedas, y muchos ricos echaban cantidad. Llegándose una viuda pobre, echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado más que nadie, pues todos echan de lo que les sobra, pero ésta de su indigencia ha echado cuanto tenía para vivir.
Mc 12, 38-44

El valor del sacrificio


Una de las características más importantes para educar e instruir es la capacidad de observar. Jesús sabe ver, meditar, interiorizar y comunicar, aspectos muy importantes en un pedagogo. En esta ocasión, Jesús observa a la gente que acude al templo y sus actitudes delante del arca de las ofrendas. Y aprovecha las circunstancias para asentar doctrina. Se percata de que muchos echan enormes cantidades de dinero y, sin embargo, una anciana, viuda, echa unas pocas monedas. Jesús se da cuenta de que, pese a ser poco, es todo cuanto tiene. E inmediatamente señala a sus discípulos el valor del gesto de aquella anciana. Su generosidad es más auténtica y sincera que la de aquellos que echan sin esfuerzo alguno, dando de aquello que les sobra. Para Jesús no hay que donar lo que a uno le sobra, sino algo más, que implique un poco de sacrificio y hasta renuncia por aquello que crees. En el esfuerzo se encuentra el sentido último de la generosidad y de la solidaridad.

Ese poquito esfuerzo de muchos podría, hoy, ayudar a cubrir muchas necesidades de la Iglesia. Muchos somos los creyentes y la Iglesia aún está muy carente. Necesita de nuestro tiempo, de nuestro dinero y de nuestra libertad para extender el Reino de los Cielos.

La recompensa de la generosidad


La historia de la primera lectura, del profeta Elías, nos muestra otro acto de generosidad, casi heroico. La viuda de Sarepta que acoge al profeta en su casa es una mujer pobre. Apenas tienen para comer, ella y su hijo. Y, no obstante, Elías le pide que le amase un panecillo para él y que tenga confianza en Dios. Ella así lo hace, y ve cómo las palabras del profeta se cumplen. Jamás faltará la harina en su hogar ni el aceite en su alcuza. Dios es providente con aquellos que han sabido ser generosos y han dado, aún de lo que les hacía falta.

Podríamos trasladar esta bella historia a nuestra realidad de hoy. Todos nos sentimos conmovidos ante el desprendimiento de la viuda de Sarepta. Ese gesto nos invita a hacer lo mismo.

Vemos a nuestro alrededor muchas necesidades que la Iglesia, en sus múltiples apostolados y obras sociales, intenta buenamente cubrir. Ante todo, en la Iglesia encontramos el mayor alimento que nos da fuerzas y alienta nuestra vida interior: el mismo Dios. Y Dios nos lo ha dado todo. Cuanto tenemos es un don suyo: la vida, la inteligencia, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra prosperidad mayor o menor, nuestro pan de cada día… ¡Todo, finalmente, nos lo ha dado Dios!

¿Qué podemos darle a él? Toda ofrenda será pequeña. Pero él no mirará su cuantía, sino el valor que le hemos dado. Cuando Dios forma parte importante de nuestra vida, cuando sentimos que su familia ―la Iglesia― es nuestra familia y se convierte en una realidad entrañable e imprescindible para nosotros no podemos dejar de ser generosos. La medida del esfuerzo, del pequeño sacrificio, del amor con que hagamos nuestra aportación, será la medida de nuestro auténtico amor y compromiso con Él.

Por eso no hay excusas. Hasta la persona más pobre puede dar su óbolo, su talento, para ayudar a la Iglesia y contribuir a la obra de Dios en el mundo. Y Dios vela por aquellos que son generosos, respondiendo con el ciento por el uno. No hay acto de desprendimiento realizado con amor que no quede recompensado.

2015-10-30

Todos los santos

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Al ver el gentío, subió Jesús al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Él tomó la palabra y se puso a enseñarles así:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los que sufren, porque ellos serán consolados. Dichosos los que sufren, porque ellos heredarán la tierra.  Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por ser justos, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros toda suerte de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos…
Mt 5, 1-12

Un camino distinto hacia la felicidad


En esta fiesta de todos los santos leemos el evangelio de las bienaventuranzas. Dichosos son los que… o felices, en otras traducciones. La idea de fondo que subyace en estas sentencias es una promesa de dicha y felicidad plena.

En la cultura del antiguo Israel era tradicional que se pronunciaran bendiciones a los justos que cumplían la voluntad de Dios, así como maldiciones a los impíos y a los enemigos. Jesús toma esta forma literaria para proclamar sus bienaventuranzas. Como todo su mensaje, rompen esquemas antiguos y están impregnadas de novedad.

Cuando oímos la palabra felicidad, solemos asociarla con el bienestar, el placer, la prosperidad y, en general, con un estado emocional positivo. Identificamos la felicidad con sus consecuencias y, por tanto, nos dedicamos a perseguir estos resultados a toda costa, a veces de forma un tanto interesada y egoísta.

Los antiguos judíos creían que una vida próspera y feliz era consecuencia de la buena conducta, una especie de premio que Dios concedía a los justos. Siguiendo este razonamiento, si a una persona no le van bien las cosas es porque no ha sido justo y Dios le ha castigado. Por tanto, la felicidad es un pago, una recompensa a la buena conducta y al cumplimiento de la ley. Esta forma de pensar, por un lado, lleva a enorgullecerse a aquellos a quienes les van bien las cosas. Y, por otro, no explica el misterio del dolor, por qué las personas buenas a veces padecen injustamente o sufren reveses que no se merecen.

Jesús propone un camino totalmente opuesto a esta mentalidad. Es una paradoja, incluso para nosotros, los creyentes de hoy. Jesús dice que serán felices los marginados, los pobres, los sufridos… ¿Por qué?

Jesús mira a sus discípulos


Aunque Jesús habla ante una multitud, estas bienaventuranzas, señala el evangelista, están dirigidas especialmente a sus discípulos. Por tanto, son para todos aquellos que lo han seguido a lo largo de los siglos y también hoy.

Para quienes critican el cristianismo las bienaventuranzas son una apología de la mediocridad, un consuelo para que los pobres se resignen a su suerte. Incluso hay quien hace una lectura masoquista de este evangelio. La consecuencia es que esta forma de pensar es opuesta a la plenitud y a la dignidad del ser humano, ya que ensalza los valores contrarios.

Pero esta lectura, que se ha extendido mucho gracias a algunos pensadores célebres, como Nietzsche, se queda en la superficie y es muy parcial e inexacta. Entender el cristianismo como opuesto al humanismo es no entender nada de su mensaje. Jesús conoce muy bien la naturaleza humana, conoce sus anhelos y sus aspiraciones y sabe que, a menudo, el camino hacia lo que más desea nuestro corazón pasa por una serie de dificultades y de pruebas.

Jesús no está a favor del sufrimiento porque sí. Lo que está diciendo a sus discípulos es que, por el hecho de seguirlo y de predicar el Reino, van a toparse con muchas dificultades. Van a ser pobres, los rechazarán, sufrirán soledad, llorarán por la incomprensión de los suyos, incluso serán perseguidos y algunos encarcelados por orden de la justicia. Jesús está avisando de lo que les espera a sus seguidores. No es un profeta que “vende” su doctrina con falsas promesas de éxito fácil. Es muy realista y sabe que tendrán que afrontar muchas pruebas dolorosas.

Poseerán el Reino


Pero, pese a todo, ¡felices ellos! ¿Por qué? Porque serán saciados, consolados, compadecidos y apoyados. Porque suyo será el Reino de los Cielos. No lo poseerán como se posee una casa o una tierra, porque el Reino es el mismo Dios, amor entregado. Serán poseídos y colmados por ese amor. Y ese amor será su alimento, su paz, su alegría y su consuelo. No podemos leer las bienaventuranzas separadas del resto del evangelio. Jesús siempre nos habla de su Reino. Y el Reino es la perla preciosa que vale más que todos los tesoros del mundo. Por ella vale la pena dejarlo todo, como lo hicieron los discípulos.

Esta perla preciosa, en realidad, es el mismo Jesús. El mismo que se hará pan, alimento y agua de vida para saciar a los que creen en él. Los bienaventurados no serán los cumplidores de la ley ni los afortunados, sino los sencillos de corazón que se han fiado de Dios, que han creído en él, que se dejan llenar por él.

Y esta felicidad, que pertenece al cielo, no pensemos que empezará en el más allá, después de la muerte. El Reino comienza aquí, sobre la tierra. Los santos ―sancti, beati, en latín― son los felices. Porque han decidido, no tomar, sino dar; no centrarse en sí mismos, sino abrirse a los demás. Felices de verdad porque han decidido, no buscar su felicidad egoísta y personal, sino a Jesús. Y, encontrándolo, han encontrado también la verdadera dicha, el gozo que nunca se acaba.

2015-10-23

Quiero ver

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Bartimeo, un mendigo ciego que estaba sentado junto al camino, oyendo que era Jesús de Nazaret comenzó a gritar y a decir: ¡Hijo de David, ten piedad de mí! [] Se detuvo Jesús y dijo: Llamadle. [] Tomando Jesús la palabra le dijo: ¿Qué quieres que haga? El ciego le respondió: Señor, que vea.
Marcos 10, 46-52

Dios nos quiere sanos y libres


El ciego Bartimeo llama a Jesús insistentemente y suplica que le ayude. El evangelio recalca su reiterada petición, ante la impaciencia y la rudeza de cuantos lo rodean, regañándolo.

Jesús le responde pero, antes de curarlo, le hace una pregunta:¿Qué quieres que haga por ti? Cuando el ciego abre los ojos, Jesús pronuncia estas palabras, que se oirán muchas veces en el evangelio: Tu fe te ha curado.

Es la fe, la fuerza que mueve montañas, la que provoca el milagro. Claro que Dios tiene todo el poder para sanar pero a veces es necesario algo más: Dios nos pide nuestra fe, nuestro querer estar sanos, nuestro deseo de ser libres de la enfermedad. A menudo, para que el bien se desencadene, lo único que hace falta es nuestra voluntad.

El amor de Jesús libera. Sus manos abren los ojos del ciego, sanan su vista y su espíritu abatido en la oscuridad, al igual que sanaban el cuerpo y las almas de tantos enfermos y tullidos que acudían a él. Con su gesto, Jesús revela el rostro afable de un Dios que cuida de sus criaturas y las quiere sanas y libres. Las manos sanadoras de Jesús se convierten en las manos de Dios.

Tres pasos hacia la sanación


Para que se opere la curación, Jesús casi siempre solicita algo del enfermo. No es un acto pasivo, requiere cooperación. Vemos que en la sanación del ciego Bartimeo se dan tres pasos muy claros.

En primer lugar, grita. Clama misericordia. Cuando la persona toca muy hondo en su miseria y enfermedad, cuando roza sus límites y es capaz de aceptar su pequeñez, es cuando de su boca puede elevarse una súplica. Su grito no es un por qué desgarrador contra el cielo, sino un ¡ayúdame!, ¡ten piedad! Cuando llega a este punto comienza a despuntar en su interior una pequeña luz: la confianza.

El segundo paso es levantarse. Cuando Jesús oye que el ciego lo llama con insistencia lo llama. Dios nos llama. Levántate, son las palabras que curan al paralítico. También al ciego le dice: acércate. Ven. Y él da un salto y acude, presuroso. Para sanar no sólo es necesario pedir ayuda, sino dar un paso adelante y correr hacia aquel que puede darte su auxilio.

Finalmente, el tercer paso es una afirmación. Jesús le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Dios también pide de nuestro deseo, que éste sea firme, sincero y claro. Cuando Jesús oye la respuesta de Bartimeo se opera el milagro. El invidente ha formulado su petición porque confía que Jesús puede curarlo. Y su fe no se ve defraudada.

La ceguera espiritual


Esta lectura puede interpretarse también en otro plano más trascendente. Hoy, el mayor drama no son tanto las dolencias físicas, como las espirituales. La mayor tragedia es un corazón ciego, sordo y mudo, cerrado. No hay mayor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán.

Casi todos los médicos están de acuerdo en que el origen de buena parte de las enfermedades es anímico o emocional. Un corazón que no quiere ver, que no se abre al mundo y a las demás personas, se hunde en una gran tiniebla interior, provocando la peor de las enfermedades. Para abrir el corazón, como los ojos, es necesario seguir el mismo camino del ciego Bartimeo: llamar, responder, confiar. Además, Bartimeo da otro paso. Una vez curado, va siguiendo a Jesús y proclama lo que ha hecho con él. Sin saberlo, se convierte en apóstol y en portavoz del milagro que Dios ha obrado en él.

Los cristianos, que hemos recibido tantos dones espirituales, que lo tenemos todo para ser sanos de alma y de cuerpo, también debemos recorrer ese proceso y exultar, alegres, proclamando, como el ciego, la grandeza de Dios en nuestras vidas. 

2015-10-14

Quien quiera ser grande...

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Se le acercaron Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos hagas lo que vamos a pedirte. Les dijo él: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le respondieron: Concédenos sentarnos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu gloria.
Mc 10, 35-45

Un afán muy humano


Los Zebedeos eran dos hermanos impetuosos, conocidos entre sus compañeros como los hijos del trueno. Su fuerza interior también los hacía muy cercanos a su maestro. En una ocasión piden a Jesús un cierto privilegio. Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Quieren estar cerca de él, desean tener relevancia respecto al grupo y gozar de su preferencia. ¡Esto es tan humano! El autor sagrado refleja algo tan arraigado en el hombre como el afán de ser el primero y buscar el reconocimiento de los demás.

Jesús, como buen educador de la fe, responde. Primero, quiere comprobar si serán capaces de llegar al límite del amor. ¿Os atreveréis a llegar hasta la muerte, por amor? Ellos responden que sí y, ciertamente, años más tarde, lo demostraron con su testimonio.

Esta lectura nos invita a reflexionar sobre nuestras motivaciones más hondas. Por mucho que cumplamos nuestro deber, por mucho que hagamos méritos, la recompensa es un don que Dios da a quien quiere y como quiere. Hay que trabajar por el Reino de los Cielos, luchar, amar, evangelizar, construir... Ante nuestro esfuerzo, Dios responde con entera libertad.

Saber pedir


A menudo las personas pedimos cosas a Dios, a veces un tanto erradas. Nuestra lógica no siempre coincide con la lógica divina. Nuestras súplicas pueden estar cargadas de vanidad, de ansias de poder, o de deseos que no corresponden con aquello que realmente necesitamos para crecer. Por esto sucede que, en ocasiones, él no nos concede exactamente lo que hemos pedido.

Hemos de saber vislumbrar cuál es el plan de Dios para nosotros, un plan que no desea otra cosa que nuestra felicidad y plenitud, para poder dirigirle peticiones más prudentes y acertadas.

El servicio, auténtica vocación cristiana


Por otra parte, Jesús aprovecha la pregunta de los dos discípulos y la reacción airada del resto del grupo para ofrecerles una lección sobre su auténtica vocación.

El que quiera ser grande sea vuestro servidor. Estas palabras reflejan un cambio radical de la concepción del ser humano. El hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino a servir y a dar vida en rescate por los demás. No se entiende un apostolado, una misión, una tarea cualquiera en el seno de la Iglesia, sin ese espíritu de servicio, de entrega, de anteponer el bien de los demás al interés propio. Ante los ojos de Dios destaca aquel que sirve más, sin pretender ser el mayor ni el más importante. El servicio es la auténtica vocación de todo cristiano.

2015-10-09

Salvación y misión

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28 domingo ordinario - B from Joaquin Iglesias

Salido al camino, corrió a él uno que, arrodillándose, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?
Mc 10, 17-30

Una pregunta crucial y una respuesta desafiante


Un fiel seguidor de la ley judía le pregunta a Jesús qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Quien hace la pregunta es una persona ejemplar, considera a Jesús como un buen rabino y reconoce su bondad llamándolo maestro bueno.

Jesús aprovecha la ocasión para clarificar su posición en ciertas cuestiones religiosas. En primer lugar, afirma que el fundamento del bien está en Dios, que es la máxima y absoluta bondad. Como buen conocedor de su interlocutor, le recuerda los mandamientos de la ley de Dios. El joven rico, observador de la ley, contesta que todo lo cumple desde pequeño. Y entonces es cuando Jesús da un giro copernicano, yendo más allá del precepto judío. Le pide que no se limite a cumplir la ley, sino que haga un gesto que lo trascienda. Le pide que se vuelva como niño, que se haga pobre y humilde y empiece a caminar de nuevo, cambiando radicalmente su vida.

Al joven le da vértigo. Está muy atado a su dinero, a sus criterios religiosos y, sobre todo, a sí mismo, a su modo de hacer. Es un buen cumplidor pero sus apegos le impiden asumir un cambio radical. Jesús, mirando a la gente, señala que con un corazón ambicioso y posesivo nadie entra en la vida eterna. Los discípulos se espantan ante la rotundidad de sus planteos. La exigencia es fuerte, admite Jesús, pero con la ayuda de Dios todo es posible. Él puede dar un vuelco a nuestro corazón y ayudarnos a iniciar una vida nueva.

Más allá de los preceptos


Jesús está hablando de una religión que va más allá de los preceptos y se compromete en las obras, en la caridad. Más allá del cumplimiento de unas normas, Jesús nos llama a afrontar el desafío de ser coherentes con nuestra fe, asumiendo sus riesgos con audacia.

Nuestra cultura cristiana todavía es muy farisea. A menudo preferimos cumplir con los mandamientos y los rituales establecidos, nos apegamos a las tradiciones y consideramos que ya somos fieles y buenas personas. Pero creer en Dios no es obediencia ciega a unas reglas. Creer en Dios no nos quita la libertad, sino que nos impulsa a ser creativos.

Vivimos en medio de un mundo convulso, donde la sociedad se agita al ritmo acelerado de los cambios. Estamos en una era tecnológica y de la comunicación, donde se dan otras necesidades y carencias, y donde las gentes tienen interrogantes y desafíos diferentes. La religión debe ponerse al servicio de la humanidad, y no al contrario, sabiendo encontrar cauces para expresar su mensaje y ofrecer su don a las gentes. No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.

No comerciar con Dios


Jesús también nos previene contra el mercantilismo espiritual: es decir, querer obtener la  vida eterna a cambio del cumplimiento de ciertas normas o rituales. Queremos comprar a Dios. La auténtica fe no consiste en un intercambio de favores, sino en ser coherente con aquello que creemos. La fe implica una conversión profunda, un cambio de mentalidad.

Dios es gratuito y nos da la vida eterna sin que se la pidamos o tengamos que ganarla. El cielo es un regalo que ya tenemos; la promesa del don ya ha sido dada, sólo hace falta mantenerlo. No convirtamos la religión en mero ritualismo. El cristiano no sólo está salvado: está llamado a vivir una vida nueva y a proclamarla.

El cielo ya está entre nosotros


Cuando Pedro dice: Nosotros que lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué obtendremos?, aún no ha experimentado esta honda conversión interior. No se da cuenta de que ya ha recibido el mayor don: el mismo Jesús.

Esta tensión entre el reino de Dios que ha de venir y el que ya es se ha resuelto con la muerte y resurrección de Cristo. El Reino ya está entre nosotros. Con Jesús el cielo es una realidad presente, no tenemos que esperar. Con su resurrección y Pentecostés nos envió al Espíritu Santo. En la Eucaristía se nos da él mismo. ¿Qué más esperamos?

Ya estamos salvados y redimidos. Ahora es el momento de comenzar a vivir la gran pasión de una vocación. Déjalo todo y sígueme, dice Jesús. Deja atrás tus apegos, tu historia, tu pasado, tu cultura, tus posesiones... Déjate atrás a ti mismo y tu narcisismo. Ya estás salvado, ya tienes la vida eterna. Ven y sígueme en la gran tarea de la evangelización.

Se trata de pasar de la salvación a la vocación para la misión.

Renunciar al apego


Es en este momento cuando el joven rico se echa atrás. Lo que le detiene, lo que nos detiene tantas veces a todos, no es tanto el dinero o las riquezas, sino el apego. Incluso una persona modesta puede sentir apego y aferrarse a sus pequeños tesoros, ya sean bienes materiales o actitudes. Y esta es la gran traba para poder llegar a la vida eterna. No es tanto el dinero o los bienes materiales en sí, como la resistencia a renunciar a uno mismo y a ser libre de tantas cosas que nos llenan y nos atan.


Dios no sólo nos llama a ser buenos cristianos, sino a ser santos cristianos. Esta es nuestra misión.

2015-10-02

No es bueno que el hombre esté solo...

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Llegándose unos fariseos, le preguntaron, tentándole, si es lícito al marido repudiar a la mujer. El respondió: ¿Qué os ha mandado Moisés? Contestaron ellos: Moisés manda escribir el libelo de repudio y despedirla. Les dijo Jesús: Por la dureza de vuestro corazón os dio Moisés esta ley; pero al principio de la creación, los hizo Dios varón y hembra; por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y serán los dos una sola carne...
Mc 10, 2-16

La soledad, la mayor tragedia


El evangelio de este domingo viene precedido por un fragmento del Génesis que relata la creación de la mujer y cómo Dios bendice su unión con el hombre.

Este texto es rico en contenido antropológico y teológico. El mayor drama humano, previo incluso al pecado original, es la soledad. No es bueno que el hombre esté solo, dice Dios. Y por eso crea una compañera, una ayuda, dice el Génesis, para que llene ese vacío. Cuando el hombre la ve, exclama, lleno de alegría: ¡Esta sí! Ningún otro ser de la Creación es como ella. La mujer es su apoyo, su sostén, su gozo. Sólo una compañera como ella puede saciar su soledad. El Génesis, más allá de cualquier lectura machista, insiste en la igualdad: ambos son iguales ante Dios, ambos son hechos a imagen de su Creador. Ni uno es más importante que el otro. Ambos, unidos, alcanzan la plenitud humana.

La anécdota de la costilla también tiene otra lectura que trasciende las interpretaciones sesgadas de género: decir que nace de la costilla del hombre significa que sale de lo más hondo de su ser. El hombre tiene a la mujer junto a su corazón, en sus entrañas. El amor une a las personas hasta hacerlas una misma carne. Esta es carne de mi carne y sangre de mi sangre, exclama el hombre, al verla. La imagen de la costilla de Adán no significa inferioridad, sino íntima y entrañable unión.

La plenitud humana se alcanza cuando una persona se une a otra. El ser humano no está hecho para vivir solo, no es autosuficiente. Una pareja que se ama es la imagen más bella de esta unión. Ambos son, el uno para el otro, ese sostén, esa ayuda, esa salvación. La mujer salvadora ya se prefigura en el Génesis. Y el varón también es, para ella, un apoyo que la plenifica.

Una pregunta capciosa


Los fariseos abordan a Jesús con una pregunta tendenciosa, para ponerlo a prueba. ¿Es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?

Así lo establecía la ley judía. Es una pregunta delicada que puede comprometer a Jesús. Jesús es buen conocedor de la Ley, pero también conoce a fondo las escrituras sagradas y ha penetrado en su sentido más profundo. A una pregunta legal, él da una respuesta teológica, que va mucho más allá de la mera legislación.

Jesús contesta que, por la terquedad y la dureza de corazón, Moisés permite el divorcio. Pero no es éste el plan original de Dios. Él nunca puede querer una ruptura. Que sea legalmente correcto no quiere decir que lo sea moralmente.

Por supuesto que, en ciertos casos, cuando la convivencia es imposible y la relación se ha roto, no hay más remedio que establecer una separación. Hay ocasiones en que las relaciones se hacen insostenibles y violentas. Tal vez en su origen estas uniones no fueron lo bastante sólidas, o ya estaban heridas en su misma base. Por eso, con el tiempo, acaban resquebrajándose y la ruptura se hace inevitable. Pero no es este el deseo de Dios.

Dios quiere que las personas se amen, sean fieles y generosas y sean capaces de decir sí para siempre. Aquí radica la felicidad de la persona. Dios ha hecho una alianza con la humanidad, que no rompe jamás. Y nosotros, a imagen suya, estamos llamados a vivir un amor imperecedero.

Dios también sabe el dolor inmenso que se deriva de la ruptura y la soledad, y no desea ese sufrimiento para sus criaturas. Por esto Jesús insiste en el carácter sagrado e indisoluble del amor.

Otros  divorcios


Pero no sólo se dan rupturas entre hombres y mujeres. Los divorcios humanos pueden alcanzar otros tipos de relaciones. Por ejemplo, la separación y el aislamiento entre padres e hijos —la llamada ruptura generacional—, el divorcio entre los políticos y la ciudadanía, la separación entre los jefes y sus empleados, entre los fieles y su comunidad, o entre la persona y su vocación.

El mayor divorcio, y el más doloroso, es la ruptura del hombre con Dios. Esta es la herida más honda y sangrante que aflige a buena parte de la humanidad. Romper con Dios, querer apartarlo de nuestra vida, supone cortar con la fuente de nuestra existencia, de nuestro ser, y también de nuestro gozo. El hombre desarraigado de Dios navega a la deriva en medio de una trágica soledad existencial. Nada ni nadie puede llenar esa grieta tan profunda. Una persona que rompe con Dios corta con el manantial que le infunde vida interior. Comete un suicidio espiritual.

Sólo Dios puede llenar ese hueco insondable. Y la unión con él hará posible la unión con los otros seres humanos.

2015-09-26

Nadie tiene la exclusiva

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Le dijo Juan: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba los demonios y no es de los nuestros, se lo hemos prohibido. Jesús les dijo: No se lo prohibáis, pues ninguno que haga un milagro en mi nombre hablará luego mal de mí. El que no está contra nosotros, está con nosotros.
...Si tu mano te escandaliza, córtatela. Mejor te será entrar manco en la vida que con ambas manos ir a la gehenna, al fuego inextinguible, donde ni el gusano muere ni el fuego se apaga...
Marcos 9, 37-47

Nadie tiene la exclusiva de la verdad


Jesús amonesta a sus discípulos porque éstos quieren impedir que otros, no pertenecientes a su grupo, curen y prediquen en su nombre.

Jesús quiere dejar muy claro que él no tiene la exclusiva del bien. Reconoce que puede haber otras personas que también estén en sintonía con él, aunque no formen parte de los suyos. Y no sólo no lo impide. Él sabe que, en lo más hondo de su corazón, están con él. ¡Cuántos grupos religiosos, congregaciones, movimientos creen tener la exclusiva del evangelio! Hacen pasar su espiritualidad por encima del mismo Jesús. Ésta ha de tener su fundamento en Jesús y  en su evangelio. Si no es así, están creando una línea religiosa particular. Los líderes de estos movimientos han de vigilar en no caer en la tentación de pensar que sus palabras son palabra de Dios. La arrogancia religiosa puede llegar a ser un pecado de orgullo.

Por encima de la ideologización del evangelio está la caridad, y esta implica ser muy comprensivo y tolerante, aceptar y amar al que es diferente, ¡incluso al enemigo! Esta es la auténtica actitud cristiana ante la diversidad.

Las palabras de Jesús abren la puerta al enorme esfuerzo ecuménico que debe llevarse a cabo por parte de la Iglesia, pero también por parte de las otras confesiones.

Arrancar de nosotros ciertas actitudes


La segunda parte del texto es muy conocida e impacta por su dureza y radicalidad. «Si tu mano te hace pecar, arráncatela...Y si tu pie te hace caer, córtatelo; más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo.»

En primer lugar, no podemos interpretar literalmente este texto. La exégesis nos muestra que todos los escritos de la Biblia deben interpretarse para no caer en confusiones. El evangelio está escrito en clave de salvación, no de condena. Por esto la teología nos enseña que muchas de las lecturas evangélicas son géneros literarios, formas didácticas para transmitir un mensaje.

No podemos tomar estas palabras de Jesús al pie de la letra. Dios no quiere que nos autoagredamos, ¡lejos del Dios amor que nos inflijamos tales daños! Con estas imágenes tan duras, Jesús está aludiendo a las actitudes humanas. No se trata de cortar manos y pies, sino de arrancar todas aquellas conductas que nos impiden crecer humana y espiritualmente, apartándonos de Dios y de los demás.

Manos creadoras


Las maravillosas manos humanas están hechas para recrear la creación, para acariciar, para trabajar, para rezar... También son manos hechas para ser generosas, para dar. Todo cuanto hagamos con las manos, que no sea constructivo y lleno de amor, equivale a ser manco. Nuestra pereza o falta de generosidad nos cortan las manos y las hacen inútiles. Las manos tampoco pueden servir para dañar y herir.

Hermosos son los pies del mensajero...


Los pies, que nos sostienen y nos llevan, deben moverse y caminar siempre para acercarnos a las demás personas, para andar hacia Dios, para salir a anunciarlo y recorrer los caminos del mundo. «Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la buena nueva del Señor», reza un verso de la Biblia. Así, nuestros pies están hechos para caminar incesantemente, para servir y para amar, como María, que corrió a la montaña para asistir a su prima Isabel, encinta.

Dios no quiere que nos cortemos los pies. Él no corta nuestras alas. Pero, ¡cuánta cojera espiritual podemos ver hoy en día! Somos tetrapléjicos espirituales cuando nuestro egoísmo, nuestra desidia o nuestros reparos nos impiden caminar y entregarnos a los demás.

Los ojos de Dios


Finalmente, los ojos, ese don tan grande, están hechos para saber ver a Dios. El evangelio nos llama a contemplar a Dios en el acontecer diario, leyendo los signos de los tiempos, adivinando su presencia en lo bello, en el mundo natural, en los demás. En cambio, a veces es necesario cerrarlos a todo cuanto nos perjudica y nos aleja de Dios. Cuántas cosas vemos que no sólo nos apartan del amor, sino que nos aíslan o nos distancian de nuestros hermanos, de la belleza y del bien ―como la televisión basura, y tantas otras―. No seamos ciegos espirituales. Sepamos ver a Dios en el envés de la realidad. Nos dará una visión diferente y profunda del mundo. Y nos hará ver la belleza oculta dentro de cada corazón humano.

2015-09-19

Primeros y últimos

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…Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó:
¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
Mc 9, 29-36

Anuncio de una muerte inevitable


Jesús continúa su labor instructora a sus discípulos. Les comunica algo muy importante que marcará su trayectoria: su sufrimiento, su muerte y su resurrección. Pero será una muerte que no acaba en el desespero ni en un grito lanzado al vacío, sino que presagiará una nueva vida, la resurrección. Con estas palabras, Jesús sube la intensidad de la exigencia pedagógica y espiritual hacia los suyos. Les advierte que su misión tiene un precio muy elevado: su propia vida. Será inevitable pasar por una larga agonía; su fidelidad al Padre le pedirá apurar un sorbo terrible y amargo. Pero, finalmente, todo culminará con la resurrección, por la fuerza transformadora de su Espíritu.

Ante la hondura de este mensaje, los discípulos se inquietan y no osan preguntarle nada. Jesús, intuyendo lo que piensan, es quien se dirige a ellos para medir la resonancia de sus palabras. Sin embargo, los discípulos todavía están lejos del corazón de su maestro y no entienden el sacrificio que comporta su misión.

Acoger a Dios con corazón limpio


En cambio, por el camino, van discutiendo sobre quién es más importante entre ellos. Jesús, paciente, llama a los doce y les muestra a un niño, diciendo: «Quien acoge a un niño como éste a mí mi acoge, y quien me acoge a mí, acoge al que me ha enviado».

Por un lado, Jesús está derribando sus pretensiones de poder y dominio sobre los demás. Abrazando a un niño, les muestra que para Dios hasta el más pequeño es importante, y que quien ama a un pequeño le está amando a él. El camino más corto para llegar a Dios pasa por el amor y la acogida al prójimo más cercano, incluso aquel que a veces nos pasa desapercibido.

También nos recuerda que si no nos volvemos como niños no entraremos en el Reino de los Cielos. Sólo si somos capaces de mirar, de sentir, de escuchar, como lo hacen los niños, podremos acoger a Dios. Porque un niño no está cargado de prejuicios; no está contaminado ideológicamente, siempre está abierto, receptivo.

El adulto alberga desconfianzas y miedo, pasa todo cuanto ve por el tamiz de su experiencia subjetiva y, cuando ha sufrido una decepción, teme volver a confiar. Está mediatizado por todo lo que le sucede, haciendo lecturas a veces victimistas o muy parciales de la realidad. La apatía y la descreencia le impiden acoger como un niño a Jesús, con el corazón limpio y puro.

Acogerle también implica saber que estamos acogiendo a Dios. Aquel que tiene la capacidad de renacer sobre las cenizas del egoísmo, alberga en sí la semilla de una vida nueva. Desde una escucha silenciosa y serena podremos ser transformados y nuestra existencia se convertirá en un proyecto pleno de Dios.

2015-09-12

Tú eres el Mesías

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El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Mesías. Y les encargó que a nadie dijeran esto de él.
Mc 8, 27-35

Una pregunta al corazón

Jesús generaba interrogantes en la gente de su tierra. Sus coetáneos decían muchas cosas de él: para unos era un visionario, otros lo consideraban un profeta, otros veían a un loco, otros reconocían el misterio del Hijo de Dios.

Cuando Jesús se dirige a los suyos la respuesta será crucial, porque demostrará hasta qué punto se sienten unidos a su maestro. ¿Quién dice la gente que soy?, comienza.

Mucho se ha escrito sobre Jesús. Libros, estudios, asignaturas de las universidades de teología estudian la figura de Jesús y dicen muchas cosas sobre él.

Pero la segunda pregunta de Jesús es más directa: ¿Quién decís vosotros que soy yo? Es una pregunta que va dirigida al corazón de sus seguidores. Vosotros, que habéis caminado junto a mí, que habéis convivido conmigo, que habéis visto y oído, que habéis compartido tantos ágapes… ¿quién decís que soy yo?

Una respuesta sincera y vehemente

La respuesta implica un conocimiento afectivo y emocional, una adhesión profunda, amor y reconocimiento de su dimensión divina. Pedro, impulsivo y espontáneo, responde de inmediato: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.

Mesías no sólo es el ungido de Dios. También es el que salva. Pedro reconoce que, sin él, todos están perdidos. En Jesús se da un misterio profundo. Dios está profundamente arraigado en su corazón. Los discípulos están caminando con Dios mismo.

El secreto y la incomprensión

Jesús advierte a sus seguidores que callen y no digan nada. Es el llamado secreto mesiánico. Hay misterios que deben desvelarse poco a poco. El pueblo judío no estaba preparado aún, no tenía la madurez suficiente para comprender el misterio de Jesús y su relación con Dios Padre.

Al mismo tiempo, Jesús se arriesga a explicar a sus discípulos las consecuencias de su adhesión a Dios. Es muy consciente de que su mensaje, novedoso y diferente, que toca los corazones, hace tambalearse las estructuras civiles y religiosas de su tiempo. No oculta a sus discípulos que padecerá y morirá a manos de aquellos que detentan el poder, tanto político como religioso: los senadores, los letrados, los sumos sacerdotes. Les habla con claridad de su muerte: será ejecutado pero resucitará.

Asumir el rechazo y el dolor

Jesús no esquiva el sufrimiento. Asume el rechazo, el dolor y el pecado de la humanidad, el peso de la negligencia y el repudio. Y señala a los suyos la importancia de sus palabras. No deben pasarlo por alto.

Esas palabras son muy actuales. Ser fiel al Padre y reafirmar nuestra identidad cristiana implica dolor, sufrimiento y rechazo. Hoy, en Occidente, no se dan martirios cruentos, pero existen otras formas de cruz y de persecución. Por ejemplo, las leyes que se promulgan para arrinconar la fe de la vida pública. Desde algunos gobiernos se atacan las convicciones y la práctica cristiana, e incluso se critican sus obras sociales y de caridad. En diversos países de Oriente vemos cómo los cristianos sufren situaciones muy dolorosas, de persecución e incluso de muerte violenta.

Pedro, ingenuo y de buena fe, quiere apartar a Jesús de todo mal y lo increpa. De la afirmación de la fe cae en la reacción, ¡tan humana!, de querer evitar el sufrimiento. Jesús le contesta con rotundidad. ¡Apártate, Satanás! No piensas como Dios, sino como los hombres. No olvidemos que la dimensión sacrificial  y heroica del martirio está en las entrañas mismas de nuestra fe.

Toma tu cruz y sígueme

Jesús mira a los suyos y luego a toda la gente que lo sigue. Escuchad todos, continúa. La consecuencia del seguimiento a Cristo es ésta: Quien quiera venir tras de mí, que se niegue a sí mismo…

Uno mismo es a menudo el mayor obstáculo para seguir a Jesús: nuestros egoísmos, inmadureces y tonterías… Cargar con nuestra cruz significa tomar nuestras incoherencias y contradicciones, nuestras pequeñeces, nuestro pecado. Jesús ya cargó con el mal de todos, nuestra carga es liviana comparada con la suya. Pero hemos de llevar la cruz de nuestras limitaciones, miedos y orgullos, que nos pesan y dificultan nuestro crecimiento.

Carga con todo y sígueme, continúa Jesús. No es fácil. Seguirle requiere un cambio en el pensamiento, en la actitud, hasta en nuestra visión del mundo y nuestra forma de entender la religión. Pide una conversión total.

Hoy la Iglesia necesita gente valiente, heroica y buena, que se sienta familia de Jesús y esté dispuesta a seguirlo. Necesita voceros que anuncien el amor de Dios y su deseo de felicidad para la humanidad.

Quien pierda su vida, la ganará

Quien vive sólo para sí, buscando su pequeño nirvana personal, se perderá. Es la consecuencia de cerrarse en sí mismo y aferrarse a los miedos y las falsas seguridades, negándose a oír y a cambiar.

En cambio, quien esté dispuesto a abrirse, a sacrificarlo todo y a darlo todo por amor, lo ganará todo. Obtendrá la felicidad plena, el encuentro con Dios Padre para disfrutar de su amor inmenso. Darlo todo, darse a sí mismo, es la única vía para encontrar la plenitud humana y espiritual.