2007-02-25

Las tentaciones

Ante la flaqueza y el cansancio

Después del bautismo en el Jordán, Jesús se retira al desierto. En el Jordán queda de manifiesto su filiación con Dios y su misión apostólica.
Este relato en el desierto es significativo para dar cohesión a la figura de Jesús. Las tentaciones responden a una hábil sutileza del diablo. El diablo conoce bien al hombre, sus lagunas, su ego, sus ambiciones. Y también conoce muy bien a Jesús.

Jesús, después de cuarenta días, pasa hambre. El diablo aprovecha la fragilidad y el cansancio del momento para manipular la voluntad de Jesús.

Está claro que Jesús está unido profundamente al Padre y el demonio no puede con él. Pero, cuántas veces por cansancio, por dolor, por debilidad, caemos en las sutiles manifestaciones del diablo. Con diferentes apariencias, él sabe aprovechar la debilidad y el desencanto, las malas experiencias, para mostrarse como un seudo salvador y prometer el cielo que él ha perdido.

La tentación del poder económico

El diablo le propone a Jesús convertir las piedras en pan. Él puede hacerlo y acabar así con su necesidad. Se trata de una tentación que alude al poder económico. Jesús multiplicó los panes y las multitudes entusiastas querían hacerlo rey. Es una trampa muy hábil del demonio. Bajo la apariencia de humanidad, reduce la salvación y la felicidad del ser humano al bienestar puramente material.

La tentación de sucumbir al poder económico para comprar con él falsas seguridades, falsos paraísos, es muy grande. Especialmente en los momentos de angustia y dificultades. Hoy día, en que la inestabilidad del mundo es acusada y las personas nos acostumbramos rápidamente a vivir con cierta comodidad, ceder al poder del dinero y rendir culto a la riqueza económica es una tentación muy frecuente, en la que es fácil caer movidos por causas que parecen muy razonables.

Es cierto que toda persona debe luchar por su supervivencia y por una vida digna y próspera, también económicamente. Pero nuestra salvación y la plenitud de nuestros deseos no se encuentran solamente en los bienes materiales.

El afán por dominar el mundo

La segunda tentación es esta: “Si me adoras, te daré todos los reinos que el mundo me ha dado”. En esta tentación el diablo se siente por encima de Jesús. Pero en realidad, es un ángel excluido, que ha participado de los poderes celestiales y que en su momento cayó y quedó reducido. Ahora quiere recuperar su estatus y su poder.

Esta tentativa del demonio se refiere al poder político y a todas las formas de potestad sobre las personas, desde la dominación militar, la represión, la manipulación… Cuando una persona vive centrada en sí misma y desea que el mundo gire a su alrededor, no resiste la tentación de dominar y someter a los demás a sus antojos. El poder es una droga sutil que atrapa a muchas personas, ávidas de protagonismo y henchidas de orgullo. Pero tiene un precio muy alto, como el diablo indica. “Todo esto te daré si te postras ante mí”.

Jesús responde: “Adorarás a tu Señor y sólo a él darás culto”. Cuando somos egoístas, cuando nuestra única meta en el mundo es el dinero, el sexo, el poder, la ambición, todo los que nos complace sin tener en cuenta a los demás, ¿no nos estaremos arrodillando ante el diablo?

Jesús dirá que sólo tenemos que adorar a aquel que es la bondad, aquel que desea nuestra felicidad sin engaño, aquel que es Amor. Aún va más allá; a Dios no sólo hay que adorarlo, sino abrazarlo y tenerlo adentro.

La tentación del poder religioso

Con la tercera tentación, el demonio insta a Jesús a arrojarse de lo alto del templo: “Los ángeles del Señor te recogerán”. Jesús responde: “No tentarás al Señor tu Dios”. El diablo aprovecha toda ocasión para engrandecer nuestro ego. Cuando la persona alcanza cierto prestigio y un elevado reconocimiento puede llegar a pensar que tiene licencia para hacer cualquier cosa. Está por encima del bien y el mal y acaba endiosándose a sí misma. El diablo sabe que Jesús tiene poder. Es un hombre carismático. El pueblo lo escucha y lo sigue. Jesús podría manipular y dominar fácilmente a sus adeptos. Pero renuncia a ello. No quiere alardear, haciendo una exhibición de su capacidad para hacer milagros. Su poder es el poder del amor, el servicio, la misericordia.

Por el bautismo todo cristiano participa del poder de Cristo. Cuanto más vivamos nuestra condición de cristianos unidos a Dios el diablo más se alejará de nosotros, porque no nos podrá hacer caer en la tentación.

Pero mantengámonos unidos, fieles y alerta. Porque la realidad del mal siempre está acechando, intentando debilitarnos y apartarnos de Dios.

2007-02-18

Un tratado del amor cristiano

Más allá de la ética y el humanismo

Jesús se dirige a los suyos, a aquellos que de verdad y sinceramente lo escuchan. Con un tono exigente, dice a sus discípulos: Amad a vuestros enemigos. Jesús va nucleando lo que es esencial de su mensaje, especialmente dirigido a sus apóstoles.

Jesús establece los límites del amor por debajo. Tratar a los demás como queremos que ellos nos traten es un amor que roza los mínimos. Corresponde a la ética y al civismo más elementales. Pero es también el principio del amor cristiano: el amor humano.

Con contundencia, afirma de nuevo: Amad a los enemigos. Del amor filantrópico y los gestos de solidaridad hemos de pasar al amor de caridad, del ágape, porque si no, nos quedamos en un mero humanismo. Hemos de pasar al humanismo cristiano.

Amar al enemigo

Amar a los enemigos es la prueba para medir la autenticidad del amor cristiano. Jesús nos da unas pistas para definir lo que es específico de este amor. Bendecid a los que os maldigan. Es decir, no tengáis en cuenta los maltratos verbales y amad con dulzura y comprensión a quienes nos atacan. Rezad por aquellos que quieren dañar vuestra dignidad y vuestra buena fama, aquellos que os injurian, por celos o maldad; rezad por aquellos que quieren manchar vuestro nombre.

A quien te pegue, preséntale la otra mejilla. El perdón es consustancial al amor. Jesús está llevando hasta el extremo la definición del amor y cómo ha de ser la actitud radical del cristiano: asumir con paz todas las agresiones.

El perdón, consustancial al amor

Amad a los enemigos. Esta es una característica esencial del amor cristiano. Es la forma de amar de Jesús, un amor sin límites, sin barreras, un amor trascendental, que supone no tener al agresor como enemigo, sino como alguien receptor de perdón.

Llegar a considerar al enemigo como a un amigo pide una gran conversión personal. Si no podemos convertir al otro en amigo, al menos podemos respetarlo y perdonarlo. Para una víctima, es tremendamente costoso llegar a perdonar a su agresor. Pero el coste de su odio es mucho mayor aún que el del perdón. Cuando la víctima es capaz de perdonar a quien la dañó podrá ganar la paz interior y, tal vez un día, ese enemigo podrá llegar a ser su amigo o, al menos, dejará de ser motivo de odio y amenaza.

La justicia ante los crímenes y las ofensas cometidas es necesaria, pero no suficiente para cerrar heridas. El perdón es necesario para completar la justicia, es lo único que puede sanar a las personas rotas por el dolor.

El amor tampoco juzga. Jesús nos enseña a ser indulgentes con los límites de los demás.

Doctores en amor

Podemos saber mucho sobre doctrina y religión. Muchas personas son doctas en teología. Pero Jesús nos llama a ser doctores en amor. Y esto pasa por el sacrificio y la cruz. No basta con tener una gran formación; hemos de trascender del conocimiento para hacerlo realidad, vida en nosotros. Estamos llamados a pasar de la teología al Cristocentrismo: hacer de Cristo el centro de nuestra vida. De la teoría hemos de pasar a la praxis del amor cristiano.

El amor es generoso

Otra característica del amor cristiano es la donación generosa sin esperar nada a cambio. Dar tiempo, nuestro conocimiento, ayuda, dulzura, e incluso algo de nosotros, de nuestros bienes materiales, si fuera preciso. Propios del amor son la bondad y la compasión; sufrir con el que sufre y acompañarlo en su dolor. También lo es la humildad, nadie está totalmente en posesión de la verdad.

El amor implica cuidar, mimar, tratar bien al otro. Demostrar cuidado hacia aquellos que amamos es muestra de nuestra generosidad. El amor no ha de ser frío y distante, sino cálido y cercano. Cuidar es una forma de amar.

El amor de Dios no tiene límites, es generoso, rebosante, nos colma y plenifica. Así ha de ser el amor de los cristianos.

2007-02-11

Las bienaventuranzas

Un tiempo de retiro necesario

Antes de hacer algo importante, vemos cómo Jesús siempre se aparta un tiempo a solas para orar y meditar. Después de elegir a los Doce, sube al monte, donde permanece horas en soledad antes de descender para continuar su misión. Los cristianos, a ejemplo suyo, deberíamos hacer lo mismo. Antes de los momentos cruciales de nuestra vida, un tiempo de retiro y reflexión nos puede ayudar a dar los pasos más acertados.

De la montaña mística, Jesús baja a la realidad pastoral en medio del mundo. Entonces, levantando los ojos, se dirige a sus discípulos, que aguardan en medio de la multitud. Jesús no sólo comunica con la voz. Es un hombre que mira al frente y transmite un mensaje con la mirada. Sus ojos son interpeladores, llegan al alma de quien lo contempla. Esta vez, Jesús se dirige a sus apóstoles. Lo que va a decir, aunque sea ante todo el pueblo, está especialmente destinado a los suyos.

Dichosos los pobres de espíritu

Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Jesús nos exhorta a ser humildes y a reconocer que la máxima riqueza es la experiencia de Dios en nuestra vida. La pobreza evangélica se entiende como desprendimiento, entrega, generosidad. Jesús bendice en sus seguidores estas actitudes.

Dios no bendice la pobreza como carencia física y social. Dios bendice al pobre que sufre por ello. Con sus palabras, Jesús nos expresa que Dios está al lado de los pobres. Pero las bienaventuranzas no son un mero consuelo, una promesa de una recompensa en el más allá por los sufrimientos que se viven en la tierra.

Jesús no habla en clave sociológica ni política, sino espiritual. El pobre de espíritu es la persona sencilla, humilde, que no cae en la soberbia ni se endiosa. Reconoce su pequeñez y sus límites con realismo. Esta bienaventuranza también debe entenderse en su contexto. Jesús habla a sus discípulos, que un día serán pastores y guiarán a otras personas, y les advierte que no sean orgullosos ni se otorguen un poder espiritual sobre las gentes. Jesús es el primer pobre: siempre insiste en que sus palabras son las del Padre, que le envía; recuerda a sus seguidores que no llamen a nadie bueno, ni a nadie maestro, sino a Dios, y se llama a sí mismo servidor de Dios. San Pablo, más tarde, dirá que no es él, sino Cristo, quien vive en él, y avisará con energía a aquellos que colocan en un pedestal a los pastores olvidando que, finalmente, todos son enviados de Dios. Esta bienaventuranza es una llamada a la humildad espiritual y a la renuncia a todo poder e influencia sobre las almas.

Dichosos los que pasan hambre

Dichosos los que padecen hambre y sed de justicia, porque un día serán saciados. No podemos ser indiferentes ni dejar de ocuparnos del hambre física, que azota a tantas personas. Pero el gran hambre del mundo es el hambre de Dios. Como cristianos, hechos a imagen de Dios, necesitamos alimentarnos de aquel que nos ha creado. Quedamos saciados ya aquí, cuando nos nutrimos del pan de la eucaristía y de la palabra. La comunión y la palabra de Dios son nuestro alimento. Si abrimos nuestro corazón a la vida de Dios, seremos saciados ya en esta vida sobre la tierra.

Los que estamos saciados hemos de procurar que otros puedan comer, tanto del pan material, necesario para vivir, como del pan espiritual.

Dichosos los que lloran

Bienaventurados los que lloran porque serán consolados. Consuelo no significa simple conmiseración ni complacencia en el dolor. Dios es inmensamente misericordioso. Las lágrimas del hombre son las lágrimas de Dios. Él sufre con el hombre que llora.

Seguir a Dios requiere de un estiramiento espiritual, de una exigencia, que tal vez nos hará llorar. El crecimiento espiritual también implica un sufrimiento, un dolor como el del parto, que acaba en gozo. Dios no se complace en el dolor, pero se apiada del que llora y está a su lado.

Con estas palabras, Jesús también avisa a sus discípulos que sufrirán por su causa. El seguimiento de Jesús les comportará dolor e incomprensión.

Dichosos cuando os persigan por mi causa

Bienaventurados cuando seáis perseguidos, calumniados y rechazados por causa mía. Hoy, nadie es perseguido por su fe, pero sí puede ser socialmente rechazado. Ciertas ideologías y tendencias políticas persiguen de forma sutil e intelectual la fe. Las arenas del circo son hoy los medios de comunicación. Y este combate es cruel: hay quienes desean destruir la dimensión religiosa del hombre, debilitando la fe con ideologías y doctrinas que ofrecen pseudo cielos.

A los discípulos, Jesús les recuerda que la fe a menudo pasa por el martirio. Y así será. La mayoría de ellos morirán por seguir a Jesús y difundir el evangelio.

Ser bienaventuranza para los demás

Con las bienaventuranzas, Jesús está señalando cuatro grandes causas de dolor en el mundo: la pobreza, el hambre, la tristeza y la persecución por rechazo. Estos cuatro grandes males, causados por el hombre, tienen su solución. Los remedios están en nuestras manos. La pobreza puede ser combatida con generosidad. Ante el hambre y la sed, física, emocional y espiritual, podemos saciar a los demás con caudales de amor; la tristeza es vencida con alegría; la persecución y el rechazo se contrarrestan ofreciendo ayuda y amistad.

Cada uno de nosotros puede ser bienaventuranza para los demás: podemos ser el pan del pobre, el pañuelo para los que lloran, la compañía cálida para el que sufre. Podemos dar serenidad a los perseguidos, brindándoles aliento, infundiéndoles coraje, recordándoles que no están solos y que Dios está de su parte. En Dios está el consuelo, el gozo, el alivio y la paz. Cada cristiano está llamado a ser vaso del agua divina que apaga la sed del mundo, necesitado y ávido de Dios.

2007-02-04

La pesca milagrosa

El milagro de saber cambiar

Jesús se convierte en un gran comunicador de la palabra de Dios. No sólo porque es un buen retórico, sino porque tiene muy clara su misión: hacer llegar a todos la buena noticia del amor de Dios y su deseo de felicidad a todo hombre. La gente se agolpa a su alrededor porque necesita que esas palabras iluminen sus vidas. Jesús, enérgico y firme, cala en lo más hondo de esos corazones que buscan un sentido religioso a su existencia.

Después de dedicar horas a la predicación de la palabra, Jesús entra en acción. Devuelve la esperanza a unos pescadores que faenan en la oscuridad sin obtener nada. La crudeza del frío, bregando sin descanso y sin resultados, desanima a Simón y a sus compañeros. Jesús, con palabras llenas de aliento, les pide que remen mar adentro y que vuelvan a echar las redes. Simón, fiándose de sus palabras, abre su corazón. Dejando su desánimo, vuelve a lanzar las redes. Ese acto de fe se convierte en un milagro. Pescan tantos peces que las redes casi revientan. Pero el verdadero milagro es que Simón, a pesar del cansancio y del abatimiento, vuelve a lanzar las redes y se fía de la palabra de Dios.

Aquella dura noche se convierte en un amanecer cálido, su estéril acción en un fecundo y generoso trabajo, su desaliento en esperanza y alegría; y, sobre todo, su apatía en fe renovada. Simón cambia de rumbo, obedece las palabras de Jesús y se produce la pesca milagrosa.

Sacar fuerzas de donde no las hay, con una sincera oración, puede producir milagros. Llenar nuestra vida de esperanza y amor la hará fecunda, cargada de frutos y de inmensos dones de caridad.

Las tres misiones de Jesús

En esta lectura vemos que Jesús tiene muy claras tres misiones. La primera es instruir. Jesús dedica largas horas a predicar. Sentado en la barca de Pedro, enseña a las gentes, consciente de su vocación de anunciar la palabra de Dios.

Acompaña a la palabra su capacidad para obrar milagros. Estos prodigios respaldan su predicación. El milagro no sólo debe entenderse como un hecho sobrenatural, sino como el poder de llegar a tocar el corazón de la gente, moviendo su libertad, despertando su capacidad de amar.

Finalmente, la tercera misión de Jesús es la llamada. Sabe que para llevar a cabo su obra necesita discípulos, hombres liberados que se entreguen al servicio del evangelio y cooperen en su misión. Por eso Jesús llama a sus apóstoles. A la llamada siempre le precede una actitud humilde. Pedro así lo hace: reconoce, cayendo de rodillas, su pequeñez y sus muchas faltas. La sencillez de Pedro es clave en la llamada. Le pide a Jesús que se aparte de él, pecador. Pero Jesús hará lo contrario. Sin negar su pequeñez, lo llama a estar con él.

Dos actos de confianza

Pedro responde porque se fía de Jesús. Su primer acto de confianza es volver a remar mar adentro, echar las redes de nuevo, contra toda esperanza. El segundo se da cuando escucha su llamada y lo sigue. Jesús no necesita pedirle que renuncie a todo por él; ya sabe que Pedro se ha dado cuenta de que lo más grande que puede alcanzar es estar a su lado, aprender de su maestro.

Pedro, valiente, fiándose de él, sigue a Jesús. Su vida cambia de rumbo. A partir de ahora se adentrará en las aguas turbulentas del pecado para rescatar a las gentes que se ahogan. Esta será su vocación. Pedro deja sus redes de pescador para iniciar un ministerio de libertad.