2012-12-29

La primera escuela


Festividad de la Sagrada Familia

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Lc 2, 41-45.

La familia, clave para la cohesión social

La familia de Nazaret se convierte en un ejemplo para todas las familias del mundo y nos muestra la gran importancia de la institución familiar para el futuro de los niños y los jóvenes.

La familia es el primer espacio donde una persona crece, se desarrolla y se educa. En ella aprende sus valores, se ejercita en la convivencia y aprende a escuchar, a dialogar, a ser comprensiva y solidaria. Es la primera escuela, y la más importante, para la formación de los futuros ciudadanos. Los niños transmiten aquello que reciben en su hogar. Por eso es tan importante que en la familia haya armonía y, sobre todo, mucho amor.

Hoy día vemos que la institución familiar es cuestionada. Sociólogos y psicólogos hablan de la crisis de la familia. Los gobiernos, con diversas leyes, pretenden cambiar el concepto de familia, equiparándola a otras realidades humanas muy distintas. Al mismo tiempo, vemos cómo crecen graves problemas, como la violencia doméstica, en las calles y en las aulas; la droga, las adicciones y una gran desorientación entre los jóvenes. Todas estas problemáticas son en buena parte consecuencia de la inestabilidad familiar. Deberíamos ser muy conscientes del beneficio que una familia sólida y unida puede aportar a la sociedad. Si en ella se cultivan el respeto, el diálogo y la comprensión se pueden evitar muchos de estos males. Las familias equilibradas son pilares y agentes de cohesión social.

Qué se aprende en familia

Los hijos se alimentan del amor de sus padres. Una relación de pareja armoniosa, llena de afecto, ofrece un inmenso caudal de valores a los hijos. Les permitirá crecer y, un día, emprender su propio camino.

Es importante que en familia se viva la concordia, la coherencia, la transparencia y el diálogo. Es en familia donde mejor se pueden adquirir la capacidad de convivencia y el sentido de responsabilidad ante los demás.

Abandonar el afán posesivo

Los padres deben tener muy claro que los hijos, además de ser hijos suyos, ante todo, son hijos de Dios. Como Ana, la madre de Samuel el profeta, deben saber ofrecer a sus hijos a Dios y a la vida. No son meramente fruto de su unión biológica, sino fruto de la historia y de la vida de Dios que fluye a través de la humanidad. Por tanto, llegado el momento, deben propiciar que los hijos vuelen y lleven a cabo sus propios proyectos, aunque éstos sean muy diferentes de aquello que los padres deseaban, o los puedan llevar por caminos muy diversos.

Este momento de separación es duro y a veces difícil de sobrellevar, pero tanto padres como hijos deben estar preparados para dar el salto. Si en la familia ha habido respeto, amor y diálogo, la separación será menos traumática y podrá superarse. La relación entre padres e hijos entrará en una nueva dimensión, de libertad y amistad.

La otra gran familia: la Iglesia

Tan importante como la familia de sangre es la familia espiritual: la Iglesia. Esta familia también nos llama y pide nuestra entrega y dedicación. La comunidad cristiana es nuestra otra gran familia. Y también requiere de amor, generosidad, diálogo y comprensión. Nos pide una parte de nuestro tiempo y nuestros esfuerzos. Es importante que los cristianos fortalezcamos nuestras comunidades, allá donde estemos. ¿Cómo podemos ser familia cristiana si no nos saludamos, si no nos preocupamos unos por otros? ¿Qué comunidad somos si no conocemos los nombres unos de otros?

La familia espiritual está unida por algo aún más fuerte que los vínculos de la sangre: es Jesús quien une a todos los cristianos. Es una familia sin territorios, pero con un gran corazón.

La familia de Nazaret, un ejemplo vivo

Aprendamos de la familia de Nazaret. Cada uno de sus miembros nos da un magnífico ejemplo, tanto para vivir en la familia carnal como en la Iglesia.

Aprendamos la entrega decidida de María, su apertura a Dios, su valor, su confianza. Aprendamos de la discreción y la humildad de José, siempre atento, siempre velando por el bien y la seguridad de su familia. Y, finalmente, aprendamos de Jesús, nuestro mejor maestro. Obediente a sus padres, no descuidó su gran familia espiritual ni renunció a su vocación. Era muy consciente de que, por encima de sus padres terrenales, su Padre era Dios. Y, como dijo a María y a José en el templo, “también debo ocuparme de los asuntos de mi Padre”. El deber familiar no fue obstáculo para que Jesús viviera plenamente su filiación divina y se lanzara a construir esta otra gran familia de la que todos formamos parte: la Iglesia.

Presentación de diapositivas. Para descargar, clicar sobre "Slideshare" y luego "save".


2012-12-25

La palabra acampa entre nosotros


Día de Navidad

«En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios». Jn 1, 1.

Dios es comunicación y vida

El evangelio de Juan comienza con este himno de la palabra, o del verbo, identificándolo con Dios. Jesús es la palabra de Dios. Una palabra que se convierte en verbo, en acción. Y esta acción es donarse, entregarse por amor. La comunicación más directa entre el ser humano y Dios Padre es el mismo Cristo.

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Con esta frase, Juan quiere expresar que desde el principio Jesús estaba en el corazón de Dios Padre. Pero Dios también habitaba en Jesús.

En la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La comunicación es vida. La palabra de Dios contiene vida en sí, transforma al ser humano, penetrando hasta lo más hondo. No es una palabra muerta, vacía o frívola. En la medida en que nos abrimos, esta palabra va haciendo mella en nosotros y nos convierte.

De espaldas a la luz

La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió [...] al mundo vino, y en el mundo estaba […] y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron.

Cuánta gente aún desconoce a Dios. Y muchos incluso lo rechazan, negándose a conocerlo. Nuestra misión como cristianos es ser rayos de luz, faros que iluminan esa frontera oscura donde mucha gente vive en el arcén, ansiando ver.

El hombre y la mujer de hoy buscan el éxito sin Dios, descartando su presencia. En cambio, Dios quiere contar siempre con el ser humano. Lo convierte en su compañero, aún más: lo hace hijo suyo. Quiere confiar y compartir con él su tarea creadora. Se arriesga al rechazo y a la negación, porque ama apasionadamente a su criatura y busca su amor.

Dios desea enamorarnos

Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios... Y la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Aquellos que acogen la Palabra tendrán vida eterna. Los humildes de corazón, los que esperan, los que confían, a ellos se les da la plenitud. El Padre comparte su gloria con el Hijo.

Cuando nos abrimos, también compartimos con él la gracia de Dios. Siendo tan frágiles, apenas motitas de polvo en el abismo, Dios se enamora de nosotros. Nos seduce con pasión y con delicadeza a la vez. Incansable, nos llama a su cálida presencia. Ansía conquistarnos para saborear con él su gloria. 

2012-12-22

Dos mujeres cantan a Dios


IV Domingo de Adviento

«Así que Isabel oyó el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, clamó con fuerte voz: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme?».

Una mujer solidaria

María, como su hijo Jesús, siempre es sensible a las necesidades humanas. Siempre dispuesta, siempre atenta, sale corriendo para visitar a Isabel, su prima, que está encinta. Acude a su lado para atenderla en los últimos meses de su embarazo y la acompaña el tiempo necesario para darle su apoyo en el momento crucial del nacimiento de su hijo, Juan.

De la actitud de servicio nace la auténtica alegría. El encuentro de las dos mujeres es gozoso. Unidas y felices, comparten una misma experiencia interior. Se saludan, se elogian, alaban a Dios. Isabel reconoce la vida de Dios que hay en el corazón de María, y esta canta la grandeza del Señor. Se siente profundamente amada por Dios, llena de un don inmenso que sabe derramar, contagiando a su prima Isabel de un gozo inagotable.

El alborozo del bebé en las entrañas

La criatura salta de gozo en su vientre. Es hermoso constatar cómo el pequeño Juan, desde el seno materno, percibe la alegría del encuentro entre las dos mujeres.

Los niños, aún antes de nacer, ya comparten las experiencias de sus padres, especialmente de la madre. Desde las entrañas maternas, los bebés captan sus emociones, sus palabras, los abrazos que dan y reciben. Por esto las vivencias de la madre son muy importantes en la vida y desarrollo posterior de sus hijos, ya desde los meses del embarazo. Cuando un niño percibe el amor de sus padres o la alegría a su alrededor, salta en el vientre; de alguna manera, quiere participar también de esa experiencia.

María, portadora de Dios

María hace algo más que ser solidaria. Visita a Isabel, la acompaña, la atiende en sus necesidades y la ayuda. Pero aún va más allá. María trae un regalo muy especial a su prima, y esta se percata inmediatamente. Le trae a Dios, cobijado en su seno. Isabel exclama y alaba a Dios con alegría profunda, porque ha comprendido que María lleva dentro un gran don.

La Iglesia, como María, tiene esta doble misión. Como institución humana, no puede desatender las necesidades de las personas y debe estar al lado de quienes sufren o padecen carencias. Pero no se limita a su labor humanitaria. La Iglesia tiene como gran misión ser portadora de Cristo, como lo hizo María. Ha de llevar a Dios a todas las gentes. Cuando la Iglesia llega a personas con el corazón abierto y sensible, como Isabel, se produce un encuentro gozoso. Aquel que recibe el gran regalo de Dios estalla en alegría, como el hijo de Isabel saltó alborozado en su vientre.

Dios siempre cumple sus promesas

Isabel dice a María: «Bendita tú porque has creído; las promesas de Dios se cumplirán en ti».

Esta frase contiene un gran mensaje para todos los creyentes. Benditos somos cuando creemos y confiamos en Dios. Porque Él tiene un sueño para nosotros, que solo pide nuestra fe y nuestra disposición. Si sabemos ser fieles y nos ponemos en camino, como María, el sueño de Dios se cumplirá en nosotros. Y ese sueño no es otro que una promesa llena de todo cuanto puede hacernos más plenos y felices.

Dios sueña, también, que cada uno de nosotros sepa llevar su presencia a las demás gentes. Esta es nuestra misión como cristianos. María nos muestra el camino para que cada cual sea visitador y lleve la luz y la alegría de Dios a quienes le rodean. 


2012-12-15

¿Qué hemos de hacer?

A petición de algunos de vosotros, volvemos a publicar íntegro el texto comentario del evangelio de cada domingo. Más abajo, de todas maneras, encontraréis el enlace a la presentación que podéis descargar para ilustrar la lectura y meditar sobre ella.

3r domingo de Adviento

“Las muchedumbres le preguntaban: Pues, ¿qué hemos de hacer? El respondía: El que tiene dos túnicas, dé una al que no tiene, y el que tiene alimentos haga lo mismo…
Hallándose el pueblo en ansiosa expectación y pensando todos entre sí de Juan si sería él el Mesías, Juan respondió: Yo os bautizo en agua, pero llegando está otro más fuerte que yo… El os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego”.
Lc 3, 10-18

Juan, el precursor

El pueblo judío vive expectante ante la venida del Señor. Juan el Bautista predica su inminente llegada. Y muchos, en este contexto, le preguntan: “¿Qué tenemos que hacer?”. La respuesta de Juan contiene una fuerte carga social y moral, que implica una profunda conversión: compartir los bienes, no abusar de los cargos ni aprovecharse del poder sobre los demás… Para el Bautista la expectación ha ir seguida por un cambio profundo y radical de los corazones. Muy especialmente apela a la generosidad y la solidaridad con los más necesitados. Juan anuncia que el que tiene que venir elevará aún más estas exigencias.

Bautizar con Espíritu Santo y fuego significa que del ritualismo del agua se pasa a la entrega generosa de la propia vida. No hay mayor purificación que la del corazón que se da, inflamado en amor. Refiriéndose a Jesús, Juan dice: él os bautizará con la fuerza del amor de Dios, que transformará totalmente vuestras vidas.

Conversión de vida

En un momento en que el mundo está falto de esperanza, cabe preguntarse qué hemos de hacer. Esta pregunta es tan importante como cuestionarnos qué debemos saber o tener.

Saber implica conocimiento; tener alude a nuestra riqueza. Hacer refleja una actitud moral. Cuanto hacemos tiene que ver con nuestros valores y con aquello en que creemos.

San Juan Bautista exhorta a sus seguidores. Le están pidiendo una orientación moral y él les da varias indicaciones, que son pistas para los creyentes de hoy.

La primera de todas es compartir. En un mundo donde se dan enormes desigualdades e injusticias, Juan propone una ética solidaria y generosa. El estado se ocupa de atender una parte importante de las necesidades sociales. Pero no debe ser el único. La sociedad también debe preguntarse qué hacer ante los retos que se le presentan. Paliar la pobreza es una responsabilidad que nos atañe a todos.

Otras recomendaciones que da Juan se refieren al abuso de poder y de autoridad. Con esto, nos está invitando a reflexionar sobre nuestra vida y a replantearnos nuestra conducta.

En todos nuestros ámbitos

¿Qué hacer en los diferentes ámbitos de nuestra vida? Podemos ir revisando uno por uno.
En la familia, ¿qué hacemos para mejorar nuestras relaciones, la comunicación, la afectividad?
En el ámbito social, ¿cómo mejoramos nuestra relación con nuestros vecinos, nuestros compromisos públicos, nuestro trabajo?
En la comunidad de creyentes, ¿podemos aportar más?
En nuestra relación con Dios, ¿qué podemos mejorar?
Dios nos ha creado para el amor. La gran respuesta a esta pregunta: ¿qué hemos de hacer?, es ésta: Amar. Olvidarse de uno mismo. Darse cuenta de que el yo no tiene sentido sin un tú; es el “nosotros” el que tiene sentido y nos hace crecer. Estamos llamados a vivir como familia de Dios.
En esta familia, la esperanza es nuestro estandarte. Trabajar por la paz desde el amor fraterno es nuestra gran misión.

Presentación en power point: III Domingo de Adviento

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2012-12-08

II Domingo de Adviento

Juan el Bautista, el precursor, nos enseña cómo preparar el camino al Señor. Si deseáis verlo más grande, clicad abajo a la izquierda, en "Slideshare" y se abrirá en otra pantalla. si queréis descargar la presentación, una vez estéis en Slideshare, clicad sobre la opción "Save" y se abrirá en otra pestaña. Podréis escucharla con música y guardarla en vuestro ordenador.

2012-12-07

Inmaculada Concepción

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2012-11-30

I Domingo de Adviento

Iniciamos un nuevo año litúrgico y también una nueva etapa del blog. A partir de ahora, podréis ver y descargar mis reflexiones sobre los evangelios dominicales en power point.

Comenzamos con el I Domingo de Adviento, siguiendo las lecturas del ciclo C.

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2012-11-24

Cristo Rey, la renuncia al poder


“Entró Pilato de nuevo al pretorio y, llamando a Jesús, le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Por tu cuenta dices esto o te lo han dicho otros de mí? Pilato contestó: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación y los pontífices me han entregado a mí, ¿qué has hecho? Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo. Si fuera de este mundo, mis soldados habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos, pero mi reino no es de aquí”.
Jn 18, 33-37

Un reino diferente

En el contexto de la Pasión, Pilatos, inseguro y presionado por el pueblo judío, pregunta a Jesús si él es rey. En ese momento de dolor, camino hacia la cruz, Jesús contesta de una manera trascendida. Su respuesta refleja la clave de su misión: Mi reino no es de este mundo. Está claro que su misión es eminentemente espiritual. El trabajo apostólico de Jesús es anunciar, incluso asumiendo la muerte, el reinado de Dios, un reinado que va más allá de los criterios lógicos de este mundo. En él se asume una concepción del mundo basada en el amor y en el servicio a los demás. Una visión que para muchos puede llegar a ser contradictoria y opuesta a la tendencia actual; una visión que llega a cuestionar los poderes fácticos, fundamentados en el egoísmo y en el enriquecimiento personal.

La ambición, llevada al límite, es el reino de las tinieblas. El reinado de Dios es un reinado de luz, de amor, de vida, donde el pobre y el desvalido, los que sufren, los humildes, son especialmente amados. En este reinado ellos son los preferidos de un rey que dobla su rodilla para poner su corona a los sencillos de corazón. Es un rey que asume su propia muerte para salvar la humanidad, un rey que no tiene nada, que lo entrega todo, hasta su propia vida. La salvación es la misión de Cristo, Rey del universo. Es soberano también de nuestro mundo, donde reina para siempre, si nos abrimos a él.


Una pedagogía de la libertad

En este diálogo, Jesús interpela a todos los gobernantes y personas con cargos de responsabilidad. En el reino de Dios se da una renuncia a todo poder. Como consecuencia, es un reinado basado en la libertad. Jesús es un rey que no se arma, no tiene ejércitos, ni propiedades ni territorios. Su único territorio es el corazón de cada persona. En el reino de Dios no se producen luchas ideológicas, sino que impera el servicio, la entrega, la generosidad.

El poder, allí donde se forja, acaba siendo corrupto, incluso dentro de la propia Iglesia o en otros ámbitos, donde se manifiesta de formas muy subliminales: en la familia, entre los matrimonios, en el mundo de la empresa... Detentar el poder es, en cierto modo, jugar a ser dioses, dominando todo y a todos.

Cristo nos propone abandonar toda ambición de poder. El Dios "todopoderoso" sólo lo es en el amor. Jesús no necesita el poder. En cambio, es el poder quien lo mata, porque toda clase de poder lleva consigo la muerte. La renuncia al poder es vida, libertad, donación. Jesús así lo demostró. Fue profundamente libre, hasta entregar su vida por amor. Cristo Rey se convierte en el gran pedagogo de la libertad y nos invita a seguirlo. Nos invita a abandonar el poder y a aprender a ser libres. Porque la renuncia al dominio nos da una enorme fuerza interior y la alegría sana e inagotable de saber que no tenemos nada, nada nos ata ni atamos a nadie; sólo nos quedan el amor y la libertad para entregarnos.

2012-11-16

Llamada a la esperanza


XXXIII domingo tiempo ordinario


“Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, se oscurecerá el sol, y la luna no dará su brillo, y las estrellas caerán de los cielos, y los poderes de los cielos se conmoverán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes, con gran poder y majestad…”
Mc 13, 24-32


En Dios superamos las dificultades

Con un tono apocalíptico, Jesús se dirige a los suyos. En el fondo, Jesús nos está comunicando que, por encima de todas las calamidades y dificultades, siempre sale el sol de la esperanza. Después de un crudo invierno llega la suavidad de los colores de la primavera.

Muchas veces, en nuestra vida, podemos sentir angustia, vemos cómo nuestros grandes valores parecen perder su brío y toda nuestra existencia se tambalea. El evangelio de hoy nos llama a tener serenidad y confianza en Dios. Ni un átomo del universo se mueve sin que él lo quiera. Él está con nosotros.

Pero, más allá de una lectura existencial, Jesús nos quiere decir algo más hondo. Podemos extraer la dimensión moral y espiritual de sus palabras. Para muchos sociólogos y sicólogos, más allá de una crisis económica el mundo atraviesa una crisis de valores. Se multiplican problemas como el deterioro del medio ambiente, la desigualdad económica entre el norte y el sur, la corrupción política, el neoliberalismo exacerbado, el terrorismo, las injusticias hacia los más pobres, la falta de visión ética de los gobernantes… ¿No creemos que el universo de nuestras estructuras y organizaciones se está derrumbando?

Las consecuencias de apartarse de Dios

Una falta de visión moral sobre nuestros actos provoca situaciones límite. Si todo va hacia el abismo es porque en el fondo queremos apartar del mundo a aquel que lo ha erigido: el mismo Dios. Por respeto y amor a la libertad del hombre tal vez Dios se retire sigilosamente, permitiendo que ocurran estos acontecimientos y las consecuencias a veces catastróficas de sus actos. Pero ni los cielos artificiales, ni las ideas, ni la ciencia ni la tecnología pueden quitar el sitio a Dios.

Cuando nos apartamos de la luz, todos quedamos en las tinieblas y nos precipitamos hacia el vacío. Pero, a pesar de todo, a todos aquellos que aman Dios nunca los dejará de lado. Él siempre aparecerá entre las nubes del egoísmo para darnos esperanza.

2012-11-09

El óbolo de la viuda


XXXII domingo tiempo ordinario


“Estando sentado enfrente del gazofilacio, observaba cómo la multitud iba echando monedas en el tesoro, y muchos echaban muchas. Llegándose una viuda pobre, echó dos leptos… Llamando a sus discípulos, les dijo: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado más que todos cuantos echan en el tesoro, pues todos echan de lo que les sobra, pero ésta de su indigencia ha echado cuanto tenía para vivir”.
Mc 12, 38-44

El valor del sacrificio

Una de las características más importantes para educar e instruir es la capacidad de observar. Jesús sabe ver, meditar, interiorizar y comunicar, aspectos muy importantes en un pedagogo. En esta ocasión, Jesús observa a la gente que acude al templo y sus actitudes delante del arca de las ofrendas. Y aprovecha las circunstancias para asentar doctrina. Se percata de que muchos echan enormes cantidades de dinero y, sin embargo, una anciana, viuda, echa unas pocas monedas. Jesús se da cuenta de que, pese a ser poco, es todo cuanto tiene. E inmediatamente señala a sus discípulos el valor del gesto de aquella anciana. Su generosidad es más auténtica y sincera que la de aquellos que echan sin esfuerzo alguno, dando de aquello que les sobra. Para Jesús no hay que donar lo que a uno le sobra, sino algo más, que implique un poco de sacrificio y hasta renuncia por aquello que crees. En el esfuerzo se encuentra el sentido último de la generosidad y de la solidaridad.
Ese poquito esfuerzo de muchos podría, hoy, ayudar a cubrir muchas necesidades de la Iglesia. Muchos somos los creyentes y la Iglesia aún está muy carente. Necesita de nuestro tiempo, de nuestro dinero y de nuestra libertad para extender el Reino de los Cielos.

La recompensa de la generosidad

La historia de la primera lectura, del profeta Elías, nos muestra otro acto de generosidad, casi heroico. La viuda de Sarepta que acoge al profeta en su casa es una mujer pobre. Apenas tienen para comer, ella y su hijo. Y, no obstante, Elías le pide que le amase un panecillo para él y que tenga confianza en Dios. Ella así lo hace, y ve cómo las palabras del profeta se cumplen. Jamás faltará la harina en su hogar ni el aceite en su alcuza. Dios es providente con aquellos que han sabido ser generosos y han dado, aún de lo que les hacía falta.

Podríamos trasladar esta bella historia a nuestra realidad de hoy. Todos nos sentimos conmovidos ante el desprendimiento de la viuda de Sarepta. Ese gesto nos invita a hacer lo mismo.

Vemos a nuestro alrededor muchas necesidades que la Iglesia, en sus múltiples apostolados y obras sociales, intenta buenamente cubrir. Ante todo, en la Iglesia encontramos el mayor alimento que nos da fuerzas y alienta nuestra vida interior: el mismo Dios. Y Dios nos lo ha dado todo. Cuanto tenemos es un don suyo: la vida, la inteligencia, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra prosperidad mayor o menor, nuestro pan de cada día… ¡Todo, finalmente, nos lo ha dado Dios!

¿Qué podemos darle a él? Toda ofrenda será pequeña. Pero él no mirará su cuantía, sino el valor que le hemos dado. Cuando Dios forma parte importante de nuestra vida, cuando sentimos que su familia ―la Iglesia― es nuestra familia y se convierte en una realidad entrañable e imprescindible para nosotros no podemos dejar de ser generosos. La medida del esfuerzo, del pequeño sacrificio, del amor con que hagamos nuestra aportación, será la medida de nuestro auténtico amor y compromiso con Él.

Por eso no hay excusas. Hasta la persona más pobre puede dar su óbolo, su talento, para ayudar a la Iglesia y contribuir a la obra de Dios en el mundo. Y Dios vela por aquellos que son generosos, respondiendo con el ciento por el uno. No hay acto de desprendimiento realizado con amor que no quede recompensado.

2012-11-03

El primer mandamiento


XXXI domingo tiempo ordinario


“Se le acercó uno de los escribas y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús contestó: El primero es: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento alguno mayor que éstos.”
Mc 12, 28-34

Una respuesta vivida

A lo largo de su ministerio público, Jesús se ve abordado muchas veces por gente que le plantea cuestiones decisivas relativas a la ley judía. En esta ocasión un escriba, conocedor de la Ley, le pregunta qué mandamiento es el primero. Jesús contesta, no sólo desde el punto de vista teórico, sino desde su adhesión vital a Dios. Dios lo es todo para él. El sabe que la fe no sólo consiste en hablar y en conocer, sino en actuar y vivir. Le responde desde una perspectiva pedagógica nítida: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios”. Jesús vive y manifiesta la centralidad de Dios en su vida. Dios ocupa todo su corazón, no hay lugar para otros. En su respuesta refleja la intensidad de un amor que es a la vez afectivo, intelectual y espiritual. Amar a Dios con todas nuestras fuerzas: este es el mensaje de Jesús, desde su madurez espiritual, es decir, con la máxima lucidez, con todo el sentir y con toda su pasión.

El reto consecuente es amar de esta manera también a nuestro prójimo, no sólo de forma abstracta. Un amor intenso y total se ha de demostrar en los pequeños detalles de cada día que, no por diminutos que parezcan, dejan de tener su trascendencia. Cada gesto hacia nuestros semejantes es un gesto que dirigimos a Dios.

Escuchar

En su respuesta al letrado, Jesús antepone el verbo escuchar. No se trata sólo de captar con el oído, sino de escuchar con la mente abierta, con el corazón, con todo el ser. Escuchar es imprescindible para que haya comunicación; sólo cuando uno escucha el otro puede hablar y transmitir su mensaje.

Para escuchar es necesario pararse, hacer silencio y disponerse con una actitud receptiva. Jesús habla de escuchar a Dios. En medio del silencio sosegado, Él podrá llegar a nuestro corazón sin interferencias. Y podremos saber con nitidez lo que quiere de cada uno de nosotros.

Escuchar se convierte en la base de toda pedagogía. Todo el mundo habla mucho. Especialmente locuaces son los políticos, los filósofos, los intelectuales, los profesores, los sacerdotes… Pero, justamente estas personas, que tienen a su cargo la educación y la orientación de muchos, son las primeras que deben aprender a escuchar, para descubrir la hondura de las palabras del otro, para poder comprender sus inquietudes y establecer un diálogo fecundo.

No estás lejos del Reino de Dios

Con estas palabras, Jesús muestra su simpatía hacia el escriba que le ha interrogado. El hombre es un buen conocedor y, seguramente, cumplidor de la Ley de Moisés. Sólo le falta llevarla a su plenitud. Cuando reconoce que amar a Dios y al prójimo son los primeros mandamientos, por encima de todo holocausto y sacrificio, está dando un paso hacia esa plenitud, que se encarna en Jesús.

Jesús desvela que la auténtica ley es el amor, más allá de los rituales, los méritos y los sacrificios. Con esto, arroja un nuevo concepto de Dios: el Dios Padre, cercano, amigo. Del Dios severo de la Torah, Jesús pasa a un Dios personal, que refleja en él –su Hijo- su enorme bondad. Jesús se convierte en el rostro vivo y humano de Dios.

2012-10-24

Hijo de David, ten piedad de mí


XXX domingo tiempo ordinario


“Bartimeo, un mendigo ciego que estaba sentado junto al camino, oyendo que era Jesús de Nazaret comenzó a gritar y a decir: ¡Hijo de David, ten piedad de mí! … Se detuvo Jesús y dijo: Llamadle. … Tomando Jesús la palabra le dijo: ¿Qué quieres que haga? El ciego le respondió: Señor, que vea”.
Mc 10, 46-52


Dios nos quiere sanos y libres

Jesús cura al ciego Bartimeo, quien le llama insistentemente y suplica que le ayude. El evangelio recalca su reiterada petición, ante la impaciencia y la rudeza de cuantos lo rodean, regañándolo.

Jesús lo llama pero, antes de curarlo, le hace una pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?” Cuando el ciego abre los ojos, Jesús pronuncia estas palabras, que se oirán muchas veces en el evangelio: “Tu fe te ha curado”.

Es la fe, la fuerza que mueve montañas, la que provoca el milagro. Claro que Dios tiene todo el poder para sanar, pero a menudo, en muchas dolencias humanas, es necesario algo más: Dios nos pide nuestra fe, nuestro querer estar sanos, nuestro deseo de ser libres de la enfermedad. A menudo, para que el bien se desencadene, lo único que hace falta es nuestra voluntad.

El amor de Jesús libera. Sus manos abren los ojos del ciego, sanan su vista y su espíritu abatido en la oscuridad, al igual que sanaban el cuerpo y las almas de tantos enfermos y tullidos que acudían a él. Con su gesto, Jesús revela el rostro afable de un Dios que cuida de sus criaturas y las quiere sanas y libres. Las manos sanadoras de Jesús se convierten en las manos de Dios.

Tres pasos hacia la sanación

Para que se opere la curación, Jesús casi siempre solicita algo del enfermo. No es un acto pasivo, requiere cooperación. Vemos que en la sanación del ciego Bartimeo se dan tres pasos muy claros. En primer lugar, él grita. Clama misericordia. Cuando la persona toca muy hondo en su miseria y enfermedad, cuando roza sus límites y es capaz de aceptar su pequeñez, humilde, es cuando de su boca puede elevarse una súplica. Su grito no es un por qué desgarrador contra el cielo, sino un ¡ayúdame!, ¡ten piedad! Cuando se llega a este punto, es porque comienza a apuntar en su interior una pequeña luz: la confianza.

El segundo paso es levantarse. Cuando Jesús oye que el ciego lo llama con insistencia lo llama. Dios nos llama. Levántate, son las palabras que curan al paralítico. También al ciego le dice: acércate. Ven. Y él da un salto y acude, presuroso. Para sanar no sólo es necesario pedir ayuda, sino dar un paso adelante y correr hacia aquel que puede darte su auxilio.

Finalmente, el tercer paso es una afirmación. Jesús le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Dios también pide de nuestro deseo, que éste sea firme, sincero y claro. Cuando Jesús oye la respuesta de Bartimeo se opera el milagro. El invidente ha formulado su petición porque confía que Jesús puede curarlo. Y su fe no se ve defraudada.

La ceguera espiritual

Esta lectura puede interpretarse también en otro plano más trascendente. Hoy, el mayor drama no son tanto las dolencias físicas, como las espirituales. La mayor tragedia es un corazón ciego, sordo y mudo, cerrado. No hay mayor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán.

Casi todos los médicos están de acuerdo en que el origen de buena parte de las enfermedades es anímico o emocional. Un corazón que no quiere ver, que no se abre al mundo y a las demás personas, se hunde en una gran tiniebla interior, provocando la peor de las enfermedades. Para abrir el corazón, como los ojos, es necesario seguir el mismo camino del ciego Bartimeo: llamar, responder, confiar. Además, Bartimeo da otro paso. Una vez curado, va siguiendo a Jesús y proclama lo que ha hecho con él. Sin saberlo, se convierte en apóstol y en portavoz del milagro que Dios ha obrado en él.

Los cristianos, que hemos recibido tantos dones espirituales, que lo  tenemos todo para ser sanos de alma y de cuerpo, también debemos recorrer ese proceso y exultar, alegres, proclamando, como el ciego, la grandeza de Dios en nuestras vidas. 

2012-10-20

No he venido a ser servido, sino a servir


XXIX domingo tiempo ordinario

El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida como rescate para todos.
Mc 10, 35-45

Un afán muy humano

Los Zebedeos eran dos hermanos impetuosos, conocidos entre sus compañeros como los hijos del trueno. Su fuerza interior también los hacía muy cercanos a su maestro. En una ocasión piden a Jesús un cierto privilegio. Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Quieren estar cerca de Él, desean tener relevancia respecto al grupo y gozar de su preferencia. ¡Esto es tan humano! El autor sagrado refleja algo tan arraigado en el hombre como el afán de ser el primero y buscar el reconocimiento de los demás.

Jesús, como buen educador de la fe, responde. Primero, quiere comprobar si serán capaces de llegar al límite del amor. ¿Seréis capaces llegar hasta la muerte, por amor? Ellos responden que sí y, ciertamente, años más tarde, lo demostraron con su testimonio.

Esta lectura nos invita a reflexionar sobre nuestras motivaciones más hondas. Por mucho que cumplamos nuestro deber, por mucho que hagamos méritos, la recompensa es un don que Dios da a quien quiere y como quiere. Hay que trabajar por el Reino de los Cielos, luchar, amar, evangelizar, construir... Ante nuestro esfuerzo, Dios responde con entera libertad.

Saber pedir

A menudo las personas pedimos cosas a Dios, a veces un tanto erradas. Nuestra lógica no siempre coincide con la lógica divina. Nuestras súplicas pueden estar cargadas de vanidad, o de ansias de poder, o de deseos que no corresponden con aquello que realmente necesitamos para crecer. Por esto sucede que, en ocasiones, él no nos concede exactamente lo que hemos pedido.

Hemos de saber vislumbrar cuál es el plan de Dios para nosotros, un plan que no desea otra cosa que nuestra felicidad y plenitud, para poder dirigirle peticiones más prudentes y acertadas.

El servicio, auténtica vocación cristiana

Por otra parte, Jesús aprovecha la pregunta de los dos discípulos y la reacción airada del resto del grupo para ofrecerles una lección sobre su auténtica vocación.

El que quiera ser grande sea vuestro servidor. Estas palabras reflejan un cambio radical de la concepción del ser humano. El hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino a servir y a dar vida en rescate por los demás. No se entiende un apostolado, una misión, una tarea cualquiera en el seno de la Iglesia, sin ese espíritu de servicio, de entrega, de anteponer el bien de los demás al interés propio. Ante los ojos de Dios destaca aquel que sirve más, sin pretender ser el mayor ni el más importante. El servicio es la auténtica vocación de todo cristiano. 

2012-10-13

Véndelo todo... y sígueme


XXVIII domingo tiempo ordinario


“Salido al camino, corrió a él uno que, arrodillándose, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?”
Mc 10, 17-30

Una pregunta crucial y una respuesta desafiante

Un fiel seguidor de la ley judía le pregunta a Jesús qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Quien hace la pregunta es una persona ejemplar, considera a Jesús como un buen rabino y reconoce su bondad llamándolo maestro bueno.

Jesús aprovecha la ocasión para asentar doctrina y clarificar su posición en cuestiones religiosas. En primer lugar, afirma que el fundamento del bien está en Dios, que es la máxima y absoluta bondad. Como buen conocedor de su interlocutor, le recuerda los mandamientos de la ley de Dios. El joven rico, observador de la ley, contesta que todo lo cumple desde pequeño. Y entonces es cuando Jesús da un giro copernicano, yendo más allá del precepto judío. Jesús le pide que no se limite a ser un mero cumplidor de la ley, sino que haga un gesto que lo trascienda. Le pide que se vuelva como niño, que se haga pobre y humilde y que empiece a caminar de nuevo, cambiando radicalmente su vida.

Su mirada debía ser penetrante y exigente, y al joven le da vértigo. Está muy atado a su dinero, a sus criterios, a su visión religiosa y, sobre todo, a sí mismo, a su modo de hacer. Es un buen cumplidor pero sus apegos le impiden asumir un cambio radical. Jesús, mirando a la gente, señala que con un corazón ambicioso y posesivo nadie entra en la vida eterna. Los discípulos se espantan ante la radicalidad de sus planteos. La exigencia es fuerte, admite Jesús, pero con la ayuda de Dios todo es posible. Él puede dar un vuelco a nuestro corazón y ayudarnos a iniciar una vida nueva.

Más allá de los preceptos

Jesús está hablando de una religión que va más allá de los preceptos y se compromete en las obras, en la caridad. Más allá del cumplimiento de unas normas, Jesús nos llama a afrontar el desafío de ser coherentes con nuestra fe, asumiendo sus riesgos con audacia.

Nuestra cultura cristiana todavía es muy farisea, en este sentido. A menudo preferimos cumplir con los mandamientos y los rituales establecidos, nos apegamos a las tradiciones y a las formas y creemos ser fieles y buenas personas. Pero creer en Dios no es obediencia ciega a unas reglas. Creer en Dios no nos quita la libertad, sino que nos impulsa a ser creativos.

Vivimos en medio de un mundo convulso, donde la sociedad se agita al ritmo acelerado de los cambios. Estamos en una era tecnológica y de la comunicación, donde se dan otras necesidades y carencias, y donde las gentes tienen interrogantes y desafíos diferentes. La religión debe ponerse al servicio de la humanidad, y no al contrario, sabiendo encontrar cauces para expresar su mensaje y ofrecer su don a las gentes. No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.

No comerciar con Dios

Jesús también nos previene contra el mercantilismo espiritual: es decir, querer obtener la  vida eterna a cambio del cumplimiento de ciertas normas o rituales. Queremos comprar a Dios. La auténtica fe no consiste en este intercambio de favores, sino en ser coherente con aquello que creemos. La fe implica una conversión profunda, un cambio de mentalidad.

Dios es gratuito y nos da la vida eterna sin que se la pidamos o tengamos que ganarla. El cielo es un regalo que ya tenemos; la promesa del don ya ha sido dada. Sólo hace falta mantenerlo. No convirtamos la religión en mero ritualismo. El cristiano no sólo está salvado: está llamado a vivir una vida nueva y a proclamarla.

El cielo ya está entre nosotros

Cuando Pedro dice: Nosotros que lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué obtendremos?, aún no ha sufrido esta honda conversión interior. No se da cuenta de que ya ha recibido el mayor don: el mismo Jesús.

Esta tensión que se da entre el reino de Dios que ha de venir y el que ya es se ha resuelto con la muerte y resurrección de Cristo. El Reino ya está entre nosotros. Con Jesús, el cielo es una realidad presente, no tenemos por qué esperar más. Con su resurrección y Pentecostés, nos envió al Espíritu Santo. En la Eucaristía, se nos da él mismo. ¿Qué más esperamos?

Ya estamos salvados y redimidos. Ahora es el momento de comenzar a vivir la gran pasión de una vocación. Déjalo todo y sígueme, dice Jesús. Deja atrás tus apegos, tu historia, tu pasado, tu cultura, tus posesiones... déjate atrás a ti mismo y tu narcisismo. Ya estás salvado, tienes la vida eterna. Ven y sígueme en la gran tarea de la evangelización.

Se trata de pasar de la salvación a la vocación para la misión.

Renunciar al apego

Es en este momento cuando el joven rico se echa atrás. Lo que le detiene, lo que nos detiene tantas veces a todos, no es tanto el dinero o las riquezas, sino el apego. Aún una persona modesta puede sentir apego y aferrarse a sus pequeños tesoros, ya sean materiales o actitudes. Y esta es la gran traba que Jesús indica para poder llegar a la vida eterna. No es tanto el dinero o los bienes materiales en sí, como la resistencia a renunciar a uno mismo y a ser libre de tantas cosas que nos llenan y nos atan.

Dios no sólo nos llama a ser buenos cristianos, sino a ser santos cristianos. Esta es nuestra misión.

2012-10-06

El amor y la unión


Llegándose unos fariseos, le preguntaron, tentándole, si es lícito al marido repudiar a la mujer. El respondió: ¿Qué os ha mandado Moisés? Contestaron ellos: Moisés manda escribir el libelo de repudio y despedirla. Les dijo Jesús: Por la dureza de vuestro corazón os dio Moisés esta ley; pero al principio de la creación, los hizo Dios varón y hembra; por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y serán los dos una sola carne...”
Mc 10, 2-16

La soledad, la mayor tragedia

El evangelio de este domingo viene precedido por un fragmento del Génesis que relata la creación de la mujer y cómo Dios bendice su unión con el hombre.

Este texto es rico en contenido antropológico y teológico. El mayor drama humano, previo incluso al pecado original, es la soledad. “No es bueno que el hombre esté solo”, dice Dios. Y por eso crea una compañera, “una ayuda”, dice el Génesis, para que llene ese vacío. Cuando el hombre la ve, exclama, lleno de alegría: “¡Esta sí!”. Ningún otro ser de la Creación es como ella. La mujer es su apoyo, su sostén, su gozo. Sólo una compañera como ella puede saciar su soledad. El Génesis, más allá de cualquier lectura sexista, insiste en la igualdad: ambos son iguales ante Dios, ambos son hechos a imagen de su Creador. Ni uno es más importante que el otro. Ambos, unidos, alcanzan la plenitud humana.

La anécdota de la costilla también tiene otra lectura que trasciende las interpretaciones sesgadas de género: decir que nace de la costilla del hombre significa que sale de lo más hondo de su ser. El hombre tiene a la mujer junto a su corazón, en sus entrañas. El amor une a las personas hasta hacerlas “una misma carne”. “Esta es carne de mi carne y sangre de mi sangre”, exclama el hombre, al verla. La imagen de la costilla de Adán no significa inferioridad, sino íntima y entrañable unión.

La plenitud humana se alcanza cuando una persona se une a otra. El ser humano no está hecho para vivir solo, no es autosuficiente. Una pareja que se ama es la imagen más bella de esta unión. Ambos son, el uno para el otro, ese sostén, esa ayuda, esa salvación. La mujer salvadora ya se prefigura en el Génesis. Y el varón también es, para ella, un apoyo que la plenifica.

Una pregunta capciosa

Los fariseos abordan a Jesús con una pregunta tendenciosa, para ponerlo a prueba: “¿Es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”.

Así lo establecía la ley judía. Es una pregunta delicada que puede comprometer a Jesús. Jesús es buen conocedor de la Ley, pero también conoce a fondo las escrituras sagradas y ha penetrado en su sentido más profundo. A una pregunta legal, él da un respuesta teológica, que va mucho más allá de la mera legislación.
Jesús contesta que, por la terquedad y la dureza de corazón, Moisés permitió el divorcio. Pero no era éste el plan original de Dios. Él nunca puede querer una ruptura. Que sea legalmente correcto no quiere decir que lo sea moralmente.

Por supuesto que, en ciertos casos, cuando la convivencia es imposible y una relación se ha roto, no hay más remedio que establecer una separación. Hay ocasiones en que las relaciones se hacen insostenibles. Tal vez en su origen estas uniones no fueron lo bastante sólidas, o ya estaban heridas en su misma base. Por eso, con el tiempo, acaban resquebrajándose y la ruptura se sucede, inevitable. Pero no es este el deseo de Dios.
Dios quiere que las personas se amen, sean fieles y generosas y sean capaces de decir sí para siempre. Aquí radica la felicidad de la persona. Dios ha hecho una alianza con la humanidad, que no rompe jamás. Y nosotros, a imagen suya, estamos llamados a vivir un amor imperecedero.

Dios también sabe el dolor inmenso que se deriva de la ruptura y la soledad, y no desea ese sufrimiento para sus criaturas. Por esto Jesús insiste en el carácter sagrado e indisoluble del amor.

Otros  divorcios

Pero no sólo se dan rupturas entre hombres y mujeres. Los divorcios humanos pueden alcanzar otros tipos de relaciones. Por ejemplo, la separación y el aislamiento entre padres e hijos —la llamada ruptura generacional—, el divorcio entre unos políticos y su sociedad, la separación entre los jefes y sus empleados, entre los fieles y su comunidad, o entre la persona y su vocación.

El mayor divorcio, y el más doloroso, es la ruptura del hombre con Dios. Esta es la herida más honda y sangrante que aflige a buena parte de la humanidad hoy. Romper con Dios, querer apartarlo de nuestra vida, supone cortar con la fuente de nuestra existencia, de nuestro ser, y también de nuestro gozo. El hombre desarraigado de Dios navega a la deriva en medio de una trágica soledad existencial. Nada ni nadie puede llenar esa grieta tan profunda. Una persona que rompe con Dios corta con el manantial que le infunde vida interior. Comete un suicidio espiritual.

Sólo Dios puede llenar ese hueco insondable. Y la unión con él hará posible la unión con los otros seres humanos.

2012-09-28

Nadie tiene la exclusiva...


XXVI domingo tiempo ordinario


“Le dijo Juan: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba los demonios y no es de los nuestros, se lo hemos prohibido. Jesús les dijo: No se lo prohibáis, pues ninguno que haga un milagro en mi nombre hablará luego mal de mí. El que no está contra nosotros, está con nosotros
...Si tu mano te escandaliza, córtatela. Mejor te será entrar manco en la vida que con ambas manos ir a la gehenna, al fuego inextinguible, donde ni el gusano muere ni el fuego se apaga”...
Mc 9, 37-47

Nadie tiene la exclusiva de la verdad

Jesús amonesta a sus discípulos porque éstos quieren impedir que otros, no pertenecientes a su grupo, curen y prediquen en su nombre.

Jesús quiere dejar muy claro que él no tiene la exclusiva del bien. Reconoce que puede haber otras personas que también estén en sintonía con él, aunque no formen parte de los suyos. Y no sólo no lo impide. Él sabe que, en lo más hondo de su corazón, están con él. ¡Cuántos grupos religiosos, congregaciones, movimientos creen tener la exclusiva del evangelio! Hacen pasar su espiritualidad por encima del mismo Jesús. Ésta ha de tener su fundamento en Jesús y  en su evangelio. Si no es así, están creando una línea religiosa particular. Los líderes de estos movimientos han de vigilar en no caer en la tentación de pensar que sus palabras son palabra de Dios. La arrogancia religiosa puede llegar a ser un pecado de orgullo.

Por encima de la ideologización del evangelio está la caridad, y esta implica ser muy comprensivo y tolerante, aceptar y amar al que es diferente, ¡incluso al enemigo! Esta es la auténtica actitud cristiana ante la diversidad.

Las palabras de Jesús abren la puerta al enorme esfuerzo ecuménico que debe llevarse a cabo, por parte de la Iglesia, pero también por parte de las otras confesiones.

Arrancar de nosotros ciertas actitudes

La segunda parte del texto es muy conocida e impacta por su dureza y radicalidad. “Si tu mano te hace pecar, arráncatela”, ...“Y si tu pie te hace caer, córtatelo; más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo”.

En primer lugar, no podemos interpretar literalmente este texto. La exégesis nos muestra que todos los escritos de la Biblia deben interpretarse para no caer en confusiones. El evangelio está escrito en clave de oferta salvífica, no de condena. Por esto la teología nos enseña que muchas de las lecturas evangélicas son géneros literarios, formas didácticas para transmitir un mensaje.

No podemos tomar estas palabras de Jesús al pie de la letra. Dios no quiere que nos autoagredamos, ¡lejos del Dios amor que nos inflijamos tales daños! Con estas imágenes tan duras, Jesús está aludiendo a las actitudes humanas. No se trata de cortar manos y pies, sino de arrancar todas aquellas conductas que nos impiden crecer humana y espiritualmente, apartándonos de Dios y de los demás.

Manos creadoras

Las maravillosas manos humanas están hechas para recrear la creación, para acariciar, para trabajar, para rezar... También son manos hechas para ser generosas, para dar. Todo cuanto hagamos con las manos, que no sea constructivo y lleno de amor, equivale a ser manco. Nuestra pereza o falta de generosidad nos cortan las manos y las hacen inútiles. Las manos tampoco pueden servir para dañar y herir.

Hermosos son los pies del mensajero...

Los pies, que nos sostienen y nos llevan, deben moverse y caminar siempre para acercarnos a las demás personas, para andar hacia Dios, para salir a anunciarlo y recorrer los caminos del mundo. “Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la buena nueva del Señor”, reza un verso de la Biblia. Así, nuestros pies están hechos para caminar incesantemente, para servir y para amar, como María, que corrió a la montaña para asistir a su prima Isabel, encinta.

Dios no quiere que nos cortemos los pies. El no corta nuestras alas. Pero, ¡cuánta cojera espiritual podemos ver hoy en día! Somos cojos, tetrapléjicos espirituales, cuando nuestro egoísmo, nuestra desidia o nuestros reparos nos impiden caminar y entregarnos a los demás.

Los ojos de Dios

Finalmente, los ojos, ese don tan grande, están hechos para saber ver a Dios. El evangelio nos llama a contemplar a Dios en el acontecer diario, leyendo los signos de los tiempos, adivinando su presencia en la belleza, en la naturaleza y en los demás. En cambio, a veces es necesario cerrarlos a todo cuanto nos perjudica y nos aleja de Dios. Cuántas cosas vemos que no sólo nos apartan del amor, sino que nos aíslan o nos distancian de nuestros hermanos, de la belleza y del bien ―como la televisión basura, y tantas otras―. No seamos ciegos espirituales. Sepamos ver a Dios en el envés de la realidad. Nos dará una visión diferente y profunda del mundo. Y nos hará ver la belleza oculta dentro de cada corazón humano.

2012-09-21

Quien quiera ser el primero...


XXV domingo tiempo ordinario

 “…Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó:
¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.
Mc 9, 29-36

Anuncio de una muerte inevitable

Jesús continúa su labor instructora a sus discípulos. Les comunica algo muy importante que marcará su trayectoria: su sufrimiento, su muerte y su resurrección. Pero será una muerte que no acaba en el desespero ni en un grito lanzado al vacío, sino que presagiará una nueva vida, la resurrección. Con estas palabras, Jesús sube la intensidad de la exigencia pedagógica y espiritual hacia los suyos. Les advierte que su misión tiene un precio muy elevado: su propia vida. Será inevitable pasar por una larga agonía; su fidelidad al Padre le pedirá apurar un sorbo terrible y amargo. Pero, finalmente, todo culminará con la resurrección, por la fuerza transformadora de su Espíritu.

Ante la hondura de este mensaje, los discípulos se inquietan y no osan preguntarle nada. Jesús, intuyendo lo que piensan, es quien se dirige a ellos para medir la resonancia de sus palabras. Sin embargo, los discípulos todavía están lejos del corazón de su maestro, y aún no entienden la dimensión martirial y el sacrificio que comporta su misión.

Acoger a Dios con corazón limpio

En cambio, por el camino, van discutiendo sobre quién es más importante entre ellos. Jesús, paciente, llama a los doce y les muestra a un niño, diciendo: «Quien acoge a un niño como éste a mí mi acoge, y quien me acoge a mí, acoge al que me ha enviado.»

Por un lado, Jesús está derribando sus pretensiones de poder y dominio sobre los demás. Abrazando a un niño, les muestra que para Dios hasta el más pequeño es importante, y que quien ama a un pequeño le está amando a él. El camino más corto para llegar a Dios pasa por el amor y la acogida al prójimo más cercano, incluso aquel que a veces nos pasa desapercibido.

También nos recuerda que si no nos volvemos como niños no entraremos en el Reino de los Cielos. Sólo si somos capaces de mirar, de sentir, de escuchar, como lo hacen los niños, podremos acoger a Dios. Porque un niño no está cargado de prejuicios; no está contaminado ideológicamente, siempre está abierto, receptivo. El adulto alberga desconfianzas y miedo, pasa todo cuanto ve por el tamiz de su experiencia subjetiva y, cuando ha sufrido una decepción, teme volver a confiar. Está mediatizado por todo lo que le sucede, haciendo lecturas a veces victimistas o muy parciales de la realidad. La apatía y la descreencia le impiden acoger como un niño a Jesús, con el corazón limpio y puro.

Acogerle también implica saber que estamos acogiendo a Dios. Aquel que tiene la capacidad de renacer sobre las cenizas del egoísmo, alberga en sí la semilla de una vida nueva. Desde una escucha silenciosa y serena podremos ser transformados y nuestra existencia se convertirá en un proyecto pleno de Dios.

2012-09-15

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?


XXIV domingo tiempo ordinario


“El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Mesías. Y les encargó que a nadie dijeran esto de él”.
Mc 8, 27-35

Una pregunta al corazón

Marcos resalta la dimensión misionera de Jesús, siempre en camino. Su evangelio narra su trayectoria de uno a otro lugar, incansable en su misión de anunciar al Dios amor.

Jesús generaba interrogantes en la gente de su tierra. Sus coetáneos decían muchas cosas de él: para unos era un visionario, otros lo consideraban un profeta, otros veían a un loco, otros reconocían el misterio del Hijo de Dios.

Cuando Jesús se dirige a los suyos la respuesta será crucial, porque demostrará hasta qué punto se sienten unidos a su maestro. ¿Quién dice la gente que soy?, comienza.

Mucho se ha escrito sobre Jesús. Libros, estudios, universidades enteras, facultades de teología y asignaturas, como la Cristología, estudian la figura de Jesús y dicen muchas cosas sobre él.

Pero la segunda pregunta de Jesús es más directa: ¿Quién decís vosotros que soy yo? Es una pregunta que va dirigida al corazón de sus seguidores. Vosotros, que habéis caminado junto a mí, que habéis convivido conmigo, que habéis visto y oído, que habéis compartido tantos ágapes… ¿quién decís que soy yo?

Una respuesta sincera y vehemente

La respuesta implica un conocimiento afectivo y emocional, una adhesión profunda, amor y reconocimiento de su dimensión divina. Pedro, impulsivo y espontáneo, responde de inmediato: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.

Contesta perfectamente a la pregunta porque ha reconocido la filiación divina del Hijo con el Padre.

Mesías no sólo es el ungido de Dios. También es el que salva. Pedro reconoce que, sin él, todos están perdidos. En Jesús se da un misterio profundo. Dios está profundamente arraigado en su corazón. Los discípulos están caminando con Dios mismo.

El secreto y la incomprensión

Jesús advierte a sus seguidores que callen y no digan nada. Es el llamado secreto mesiánico. Hay misterios que deben desvelarse poco a poco. El pueblo judío no estaba preparado aún, no tenía la madurez suficiente para comprender el misterio de Jesús y su relación con Dios Padre.

Al mismo tiempo, Jesús se arriesga a explicar a sus discípulos las consecuencias de su adhesión a Dios. Es muy consciente de que su mensaje, novedoso y diferente, que toca los corazones, topa con el poder. Jesús hace tambalearse los criterios, las estructuras civiles y religiosas de su tiempo, y sabe que será condenado por las autoridades. No oculta a sus discípulos que padecerá y morirá a manos de aquellos que detentan el poder, tanto político como religioso: los senadores, los letrados, los sumos sacerdotes. Les habla con claridad de su muerte; sabe que será ejecutado pero también que resucitará.

Asumir el rechazo y el dolor

Jesús no esquiva el sufrimiento. Asume el rechazo, el dolor y el pecado de la humanidad, el peso de la negligencia y el repudio. Y señala a los suyos la importancia de sus palabras. No deben pasarlo por alto.

Esas palabras son muy actuales. Ser fiel al Padre y reafirmar nuestra identidad cristiana implica dolor, sufrimiento y rechazo. Hoy, en Occidente, no se dan martirios cruentos, como en la época de las persecuciones de los primeros cristianos. Pero sí existen otras formas de cruz y de persecución. Por ejemplo, las leyes que se promulgan para arrinconar la fe de la vida pública. Desde algunos gobiernos se atacan las convicciones y la práctica cristiana, e incluso se critican sus obras sociales y de caridad. En otros países de Oriente hemos visto cómo los poderes políticos persiguen a los cristianos y estos sufren situaciones dolorosas, de persecución e incluso de muerte.

Pedro, ingenuo y de buena fe, quiere apartar a Jesús de todo mal y lo increpa. De la afirmación de la fe cae en la reacción, ¡tan humana!, de querer evitar el sufrimiento. Jesús le contesta con rotundidad. ¡Apártate, Satanás! No piensas como Dios, sino como los hombres.

No olvidemos que la dimensión sacrificial  y heroica del martirio está en las entrañas mismas de nuestra fe.

Toma tu cruz y sígueme

Jesús mira a los suyos y luego a toda la gente que lo sigue. Escuchad todos, continúa. La consecuencia del seguimiento a Cristo es ésta: Quien quiera venir tras de mí, que se niegue a sí mismo…

Uno mismo es a menudo el mayor obstáculo para seguir a Jesús: nuestros egoísmos, inmadureces y tonterías… Cargar con nuestra cruz significa tomar nuestras incoherencias y contradicciones, nuestras pequeñeces, nuestro pecado. Jesús ya cargó con el mal de todos, nuestra carga es liviana comparada con la suya. Pero hemos de llevar la cruz de nuestras limitaciones, miedos y orgullos, que nos pesan y dificultan nuestro crecimiento.

Carga con todo y sígueme, continúa Jesús. No es fácil. Seguirle requiere un proceso interno de cambio en el pensamiento, en la actitud, hasta en nuestra visión del mundo y nuestra forma de entender la religión. Pide una conversión total.

Hoy la Iglesia necesita gente valiente, heroica y buena, que se sienta familia de Jesús y esté dispuesta a seguirlo. Necesita voceros que anuncien el amor de Dios y su deseo de felicidad para la humanidad.

Quien pierda su vida, la ganará

Quien vive sólo para él, en su burbuja, buscando su pequeño nirvana personal, se perderá. Es la consecuencia de cerrarse en sí mismo y aferrarse a los miedos y las falsas seguridades, negándose a oír y a cambiar.

En cambio, quien esté dispuesto a abrirse, a sacrificarlo todo y a darlo todo por amor, lo ganará todo. Obtendrá la felicidad plena, el encuentro con Dios Padre para disfrutar de su amor inmenso.
Darlo todo, darse a sí mismo, es la única vía para encontrar la plenitud humana y espiritual.