2012-03-31

Domingo de Ramos

Lectura de la Pasión según San Marcos
Mc 14, 1-15, 47

Entrar con humildad

El domingo de Ramos precede a la pasión de Cristo. Jesús, que ha predicado la buena nueva del Reino por pueblos y aldeas, dirige finalmente sus pasos a Jerusalén. Allí hace su entrada con un gesto profundamente simbólico. Pide a dos de sus discípulos que le busquen un borrico. “El maestro lo necesita”, dicen a su dueño. Jesús, líder carismático de fuerza arrolladora, con una enorme aceptación social en aquel momento, decide entrar en Jerusalén de manera sencilla y humilde. Tras recorrer los caminos de Palestina empujado por una clara misión, llega a su punto final sereno, gozoso, pero a la vez consciente de que se halla a las puertas de unos días intensos que finalizarán con sufrimiento y lo llevarán hasta la cruz. Sabe que, muy pronto, se enfrentará a la tortura y a las vejaciones más inhumanas. Pero en ese día de su entrada triunfal en Jerusalén, hasta el aire proclama su victoria. “Si éstos callan, gritarán las piedras”.
Las gentes que lo aclaman reconocen en él al bendito, que viene en nombre del Señor. En él se cumplen las expectativas mesiánicas del pueblo. El reino de David culmina en Jesús. Todo es fiesta y alegría a su paso, y tienden alfombras y mantos a sus pies, pues reconocen en él al Hijo del Altísimo.
Sin embargo, Jesús sabe que son los primeros pasos hacia su pasión. El pueblo que le vitorea será el mismo que, días más tarde, gritará “¡Crucifícale!”. Jesús sabe que su entrega radical al Padre no le ahorrará el suplicio, el abandono y la soledad, ni tampoco el sorbo amargo de la traición.

La injusticia de la condena

La pasión de Cristo aúna las torturas despiadadas con un proceso legal injusto e irregular. La muerte de un inocente marcará nuestra historia occidental. Los sumos sacerdotes, alejándose de la justicia, abusan del poder y de la autoridad moral que el pueblo les ha otorgado. Saben que el mensaje de Jesús puede amenazar su posición y toman su decisión movidos por el miedo y las implicaciones políticas y religiosas de su cargo.
La tragedia de la pasión de Jesús nos ha de interpelar en lo más hondo de nuestro corazón. En el desarrollo de la pasión se dan elementos que se siguen repitiendo a lo largo de la historia. El dolor de Jesús sigue siendo real hoy, en pleno siglo XXI, en los más desfavorecidos, en los excluidos socialmente, en los que viven aplastados por la pirámide de poder que asfixia a muchos inocentes. El poder sigue destruyendo vidas y personas; la ambición y el miedo de los líderes, la incoherencia religiosa, la traición, la injusticia, continúan cobrándose víctimas. Hoy podemos decir que hay países enteros que viven bajo regímenes totalitarios y corruptos, que abusan de los débiles y que impiden su crecimiento como pueblo y como personas. La pasión de hoy en el mundo no difiere mucho de la pasión de Jesús de Nazaret. Muchos inocentes siguen muriendo y el derecho internacional no impide que los gobernantes corruptos continúen hundiendo en la miseria a miles de personas. La justicia internacional clama al cielo. Cuántas personas mueren sin un juicio justo, gente que quizás ha dado su vida por los demás, auténticos mártires de nuestro tiempo.

¿Qué significado tiene la Pasión?

Durante la Semana Santa, la memoria de la pasión y la muerte de Jesús nos hace reflexionar sobre dos realidades íntimamente ligadas a nuestra naturaleza humana: el sufrimiento y la muerte. Jesús nos muestra que el amor no nos evitará sufrir. Pero en su entrega a Dios y a los demás, Jesús acepta todas las consecuencias. Su amor es un acto supremo de libertad. Por esto, ante la muerte, su actitud es de serenidad y de aceptación. Sabe que amar sin límites puede conducirlo a este dolor extremo, y lo acepta.
La muerte de Jesús en cruz es fruto de un trágico enfrentamiento de libertades. La libertad de Dios choca con la voluntad de los hombres, que él ha querido hacer libres. Dios asume la herida sangrante de la ruptura entre él y los hombres rebeldes. Y Jesús, fiel al Padre, también la asume, abandonándose dócilmente en brazos de la muerte. Pero el amor es mucho mayor que la muerte y sobrepasa sus límites humanos. Dios llora ante su hijo muerto, pero responderá con una contundencia luminosa. Al tercer día, lo resucitará. La muerte de Jesús es el preludio de una nueva vida gloriosa. Una vida que será eterna.

2012-03-24

Si el grano de trigo no muere...

V domingo de Cuaresma

“En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo, después de echado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto.
Quien ama su vida, la perderá: pero el que aborrece la vida en este mundo, la conserva para la vida eterna.
Quien quiera servirme, que me siga, y allí donde yo estoy, también estará el que me sirve, y a quien me sirviere, también le honrará mi Padre”
Jn 12, 20-33

Jesús es cada vez más consciente de su muerte inminente. El texto evangélico nos dice que le ha llegado la hora. Su alma está agitada, pero también sabe que el Hijo de Dios será glorificado. Este fin es consecuencia de su actitud de amor radical.
“Si el grano de trigo no muere, no dará fruto”. Esta afirmación va precedida por otra: “El que quiera salvar su vida, la perderá. Y el que la pierda, se salvará”. Son dos importantes máximas cristianas. Jesús nos habla de una opción decidida por el amor. Quien ama es feliz y tendrá vida eterna. Con sus palabras, Jesús hace un retrato de sí mismo. Su fidelidad al Padre lo llevará a entregarse, sin reservas, con un amor sin límites. Por él lo dará todo, hasta la vida.

Ver al Señor

El evangelio nos relata cómo algunos gentiles querían ver al Señor. Hoy también son muchos los que ansían ver al Señor porque no lo conocen. ¡Cuánta gente desea conocer a Dios! Para los griegos, ver significa conocer, profundizar, adentrarse en lo más hondo. Por eso dice el texto que querían ver; en realidad, querían conocer del corazón de Dios.
Los cristianos, que nos reunimos cada domingo, también queremos encontrar sentido a todo lo que estamos haciendo. Venimos atraídos por la fuerza inmensa del amor de Dios, a quien conocemos a través de Jesús. Su mensaje nos descubre la grandeza del ser humano. Por eso queremos verlo y vibrar con él. Necesitamos hallar respuestas esperanzadas ante un mundo decaído.

Asumir la muerte, rechazar la violencia

Las frases de esta lectura son conmovedoras; es un momento duro para Jesús. Sabe que enfrentarse al poder y a las autoridades religiosas de su tiempo le va a costar la vida. Su coherencia radical y su unión con Dios Padre le llevarán a hipotecar su vida. Y Jesús lo asume. Así lo explica la segunda lectura de San Pablo, cuando describe el clamor profundo de su corazón, derramando lágrimas vivas. Es un fragmento impresionante. Encontramos a un Jesús no rendido pero sí angustiado. ¡Dios mío!, ¿Tengo que pasar por aquí? ¿Tengo que tragar el terrible dolor de la soledad? ¿Asumir la lejanía de los míos? ¿Tengo que encontrarme completamente solo en Getsemaní? ¿Tengo que beber este cáliz? Jesús sabe que el precio de sus palabras, que han revolucionado el mundo judío y los criterios religiosos de su tiempo, será la entrega de su vida. Y acepta el dolor y la muerte.
Quien verdaderamente quiere hacer algo nuevo tiene que salir de los moldes establecidos. Justamente, el primer cristianismo rompe con las estructuras de los poderes jurídicos de su tiempo. El pueblo judío esperaba un Mesías que levantara una revolución en contra del poder romano. Entre los apóstoles había simpatizantes del grupo de los celotes, movimiento armado opuesto a la dominación de Roma, que quería utilizar el mensaje de Jesús para sus fines.
Pero Jesús rechaza la violencia. El domingo de ramos, se presentará a las puertas de Jerusalén montado en un pollino. No entra sobre un caballo, símbolo del poder y la victoria. Si tiene que comunicar la voluntad de Dios para el hombre, tiene que ser consecuente con las formas y con su actitud.
Jesús podría haberse aliado con un grupo rebelde. Sin embargo, rehusa entrar en el juego político y religioso. Su misión es anunciar el amor de  Dios, exhotar a que la gente se quiera y descubra que sólo amando la vida tiene sentido. 

Compromiso ante el mundo

Hoy ya no vivimos en aquellos tiempos en que los cristianos eran arrojados a los leones. Sin embargo, hay ideologías que quieren fagocitar o desprestigiar el cristianismo. Y es ahora cuando los cristianos hemos de dar una respuesta a nuestro mundo, que se define mayoritariamente como agnóstico o ateo. Nadie debe ser obligado a creer, pero el cristianismo marca un talante, una forma de ser. Históricamente, ha sido una instancia ética y moral inspiradora de los derechos humanos. Europa es cristiana desde sus raíces, no podemos negarlo de ninguna manera. Creemos en una cultura de la paz, en la civilización del amor. Queremos dar respuestas a la sociedad, implicándonos en la construcción de un mundo mejor. Y esto pasa por replantearse repetidas veces lo que estamos haciendo.
Con el paso del tiempo ha crecido una cultura pasotista e indiferente. Los cristianos convencidos, serios, responsables social y políticamente hablando, tenemos que responder a esta desidia. No podemos permitir que el mundo intelectual, la política, la economía, los medios, construyan una cultura del tener antes que del ser. El cristianismo puede arrojar mucha luz en estas cuestiones. Hemos de defender el valor altísimo de la persona y no permanecer impasibles. Pero siempre mostrando capacidad conciliadora. Nuestro talante ha de ser humilde, cálido, cordial, atento, exquisito, renunciando a todo aquello que nos aparta de la paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

2012-03-17

Tanto amó Dios...

IV domingo de Cuaresma

Había un hombre de la secta de los fariseos, llamado Nicodemo, varón principal entre los judíos. Fue de noche a Jesús y le dijo: “Maestro, nosotros conocemos que eres un enviado de Dios, porque ninguno puede hacer los milagros que tú haces, de no tener a Dios contigo”. Respondió Jesús: “Pues en verdad, en verdad te digo que quien no naciere de nuevo no puede ver el Reino de Dios”...
“…tanto amó Dios al mundo que no paró hasta dar a su Hijo unigénito, a fin que todos los que creen en él no perezcan, sino que vivan vida eterna. Pues no envió Dios a su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo”.
Jn 3, 14-21

Dios desea una vida plena para sus hijos

En este cuarto domingo de Cuaresma, el relato del evangelio recoge el sentido último de la revelación cristiana: Dios es amor. En su afán porque el mundo se salve, hace un gesto sublime entregando a su hijo. Su amor no tiene límites, y en Jesús vemos la encarnación de este amor llevado al extremo: entrega su vida en rescate para otros. El denso diálogo entre Jesús y Nicodemo es una catequesis sobre este amor de Dios, como tan bien recoge Benedicto XVI en su encíclica Deus Caritas est. En el texto vemos muy clara la misión que encomienda Dios Padre a Jesús: dar sentido y plenitud a la vida. La gran afirmación teológica del Cristianismo es que el hombre es criatura de Dios y está llamado a vivir para siempre con él. Sólo así será feliz. Su verdad será vivir según Dios.
La vocación de Jesús abriga un hermoso deseo, que comparte con el Padre: que todos se salven. En lo más hondo de su corazón desea que todos crean en Dios. También sabe que esto va ligado a una entrega que lo llevará hasta la muerte.

Proclamar la Buena Nueva

Los cristianos estamos llamados a dar a conocer al mundo la Buena Nueva de Jesús de Nazaret. Y esta Buena Nueva no es otra cosa que todos conozcan a Dios, lo amen y descubran el sentido trascendente de la vida. Esta es la gran misión de la Iglesia, a tiempo y a destiempo, y es tarea de todos los laicos bautizados y comprometidos, que forman la iglesia militante, el cuerpo místico de Jesús en la tierra. Después de encontrar el sentido de nuestras vidas, la misma vocación cristiana nos empuja a expandir el reino de los cielos.

Asumir el sacrificio

Dios ama tanto al mundo que entrega a su propio Hijo en rescate por todos. Bañados por la sangre de Cristo, todos estamos redimidos. Jesús asume libremente la situación límite de la muerte, el dolor, el sacrificio, el rechazo, para que todos, sin excepción, se salven. Ante esta generosidad de Dios, que nos entrega lo que más quiere, su propio Hijo, ¡qué menos podemos hacer que responder a su gesto! La respuesta puede implicar entregar parte de nuestra vida, de nuestro tiempo, para que otros puedan conocer a Jesús y descubrir la obra maravillosa de un Dios creador, generador de paz y de justicia. Estamos llamados a responder con la misma generosidad de Jesús, que fue capaz de dar su vida.
Cada cristiano, como bautizado, está invitado a seguir el itinerario de Jesús, hasta llegar a la completa comunión con Dios Padre. Este caminar muchas veces nos acarreará dolor y rechazo. Será nuestra cruz, la misma cruz que nos elevará para poder mirar el mundo con los ojos trascendidos de Dios, con su misericordia.

Dios nunca condena

Dios nunca condena a nadie. Como hemos oído muchas veces, Jesús nos dice que no ha  venido a condenar sino a salvar. Pero cuando alguien rehúsa la luz, cuando no ama, cuando es egoísta y vive ignorando el proyecto de Dios, se está auto-condenando. No hace falta que nadie le condene, él mismo se está apartando de la luz y, cuando vive lejos de la luz, cae en las tinieblas, ese abismo terrible.
Se salvará quien crea, nos dice el evangelio. Creer no es otra cosa que adherirse libremente a Jesús de Nazaret y, con él, ser apóstol y trabajar para que muchos otros puedan salvarse.
Esta es la ardua tarea de la Iglesia. Como cristianos, ¿cómo no vamos a comunicar algo que es tan importante para nosotros? Si no lo hacemos es porque vivimos al margen de esta realidad que debería centrar toda nuestra vida. Si realmente Dios colma nuestra existencia y nos sentimos elevados a la categoría de hijos suyos, trabajaremos para que su deseo se haga realidad.

Llamados a cultivar una fe viva

Los catequistas, los sacerdotes y la formación que brinda la Iglesia nos ayudan a ir profundizando en aquello que realmente Dios sueña del hombre. Nos orientan para que podamos contribuir a crear Reino de los Cielos en medio del mundo. La formación nos prepara para este combate tan importante. Pero nuestra forma de creer no ha de ser meramente abstracta o intelectual. Ha de ser una fe viva. Como bien dice San Pablo, una fe sin obras está muerta. Nuestra fe ha de ir acompañada de acciones, de una actitud, de una conducta vital cristiana. Esto pasa por dejar que nuestro corazón se revolucione, enamorado de Jesús y de su Iglesia. Pasa por convertirnos en auténticos militantes y anunciadores del evangelio. De esta manera estaremos salvados. Si creemos de verdad, permaneceremos en la luz y tendremos vida eterna, ya aquí.
La vida eterna empieza con Cristo resucitado. Cuando cumplimos el plan de Dios ya estamos instalados en el Reino de los cielos. Aunque no definitivamente, empezamos a saborear la plenitud de la vida y del amor.
Más allá  de los rituales, más allá de cumplir con unas normas, hemos de  responder con tenacidad ante la desidia de la gente que no cree. Tenemos la responsabilidad de que poco a poco la sociedad cada vez sea más cristiana. No dependerá  sólo de las escuelas, ni de las parroquias; dependerá de que en los hogares se hable de Dios y se rece. Es en las casas, en la calle, en nuestro ámbito cotidiano, donde se trata de dar una respuesta afirmativa a Dios.

2012-03-10

Los mercaderes del templo

III domingo de Cuaresma

Estaba ya cerca la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontrando en el templo gentes que vendían bueyes, y ovejas y palomas, y cambistas sentados a sus mesas, habiendo formado de unas cuerdas un látigo, los echó a todos del templo, juntamente con las ovejas y los bueyes, y esparció por el suelo el dinero de los cambistas, derribando las mesas.
Y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad eso de aquí, y no queráis hacer de la casa de mi Padre un mercado”.
Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume.
Jn 2, 13-25

No podemos mercantilizar nuestra fe

En este tiempo de Cuaresma, deseamos mejorar nuestra vida. Caminamos hacia la Pascua, meta de la madurez espiritual de Cristo y de toda persona creyente: llegar a morir al hombre viejo y resucitar con Cristo, éste es nuestro fin.
La lectura de este domingo nos propone profundizar sobre la importancia del espacio sagrado para comunicarnos con Dios. Es poco frecuente la imagen de Jesús enfadado y colérico. Para él, la casa de Dios es un espacio vital que enriquece nuestra relación con Dios. Pero, cuántas veces lo utilizamos para comerciar con nuestra fe. Cuántas veces nuestra relación con Dios se reduce a un regateo: yo te doy, tú me das. Cuántas veces nuestra oración es un mero pedir sin cesar y, sin embargo, no damos nada. No podemos utilizar ni empequeñecer nuestra relación con Dios en función de lo que pedimos y de lo que él nos concede. Cuando vamos al templo a rezar o a participar de la eucaristía hemos de dejar que Dios nos hable al corazón y nos descubra qué quiere de nosotros, y no centrarnos solamente en lo que queremos de él.
En Jesús, Dios nos lo ha dado todo. Se ha dado a sí mismo y permanece siempre junto a nosotros, presente en la eucaristía. Nuestra oración debería ser de gratitud y de alabanza, ya que él sabe todo lo que tenemos y lo que necesitamos. No podemos mercantilizar nuestra relación con Dios buscando nuestro beneficio particular. Estaríamos traicionando la confianza en algo connatural en él, como es la providencia. Por eso, Jesús se enoja y se molesta con los mercaderes del templo y los expulsa de allí, con fuerza y una convicción rotunda. No puede tolerar que se utilice un espacio sagrado para fines totalmente alejados de Dios. Jesús siente que ese lugar es realmente la morada de su Padre y lo defiende con uñas y dientes. No puede consentir que la casa de Dios sea profanada y utilizada como un mercado.

Preludio de la pasión

El proceder de Jesús provoca irritación en los judíos y desata serias controversias. Le preguntan: “¿Qué signo nos muestras para actuar así?”. Jesús contesta desconcertando al adversario: “Destruid este templo y lo levantaré en tres días”. En realidad, se está refiriendo a su vida, su propio cuerpo, templo de Dios. Habla de su muerte inminente y de su resurrección al tercer día.
De manera progresiva, Jesús es consciente de que la celebración de la Pascua judía también marcará su camino hacia la pasión y su ascenso a la cruz. Ve acercarse el momento clave de su vida, su donación total al Padre.
Muchos lo rechazan, pero muchos otros se convierten ante los extraordinarios signos que hace. Con su ejemplo y su palabra, Jesús toca el alma de las gentes. No obstante, nos dice el evangelio, él actúa con prudencia y cuidado, porque las conoce bien. Sabe mirar el interior de cada persona y descubrir lo que hay dentro de ella. No podemos engañarle, pues conoce nuestras últimas intenciones. Si deseamos crecer interiormente, aprendamos a depurar nuestra relación con Dios para que, cada vez, sea más rica y sincera.

2012-03-02

Revelación en el Tabor

II domingo de Cuaresma

Tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo solos a un elevado monte, en lugar apartado, y se transfiguró en medio de ellos. De forma que sus vestidos aparecieron resplandecientes y de un candor extremo, como la nieve… Y se les aparecieron Elías y Moisés, que estaban conversando con Jesús. Y Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: ¡Oh, Maestro! qué bien se está aquí. Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías…
En esto se formó una nube que los cubrió y salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo, escuchadle.
Mc 9, 2-10

Dios revela su rostro

Si en el bautismo Jesús iniciaba su ministerio público, en el Tabor se manifiesta la predilección de Dios Padre hacia él.
Esta manifestación es un momento álgido que descubre la intensa relación que lo une con el Padre. Pero, al mismo tiempo, también muestra una confianza progresiva de Jesús en sus discípulos, al revelarles su identidad más genuina: les muestra el mismo rostro de Dios. En esta revelación también anuncia su pasión y muerte. El hijo de Dios dará su vida en rescate por todos y después resucitará. Para nosotros, hoy, este pasaje tiene un hondo significado: el hombre viejo, con sus ataduras y sus lastres, ha de morir para renacer como hombre nuevo, libre y colmado del amor de Dios.
Es en un espacio de intimidad donde se revela la auténtica naturaleza de Jesús. Podríamos decir que el Tabor es una primicia de la resurrección. Sobre el monte, Jesús se transfigura y aparece glorificado. Esta imagen es una clara alusión a su resurrección.

Una experiencia que marcará a los discípulos

El texto cuenta que Jesús se lleva a una montaña alta a tres de sus seguidores y allí se transfigura ante ellos. Son los discípulos más cercanos y por eso da un paso más allá, descubriéndoles su auténtica identidad. En un acto de total confianza, abre su corazón a aquellos tres discípulos amados. Ellos son testimonios de un misterioso secreto. Jesús les revela las entrañas de su persona, su íntima relación con Dios, su filiación divina, su misión y su itinerario hacia la muerte por fidelidad al Padre.
Los discípulos quedan deslumbrados ante la blancura y la transparencia de esta visión, en la que ven a Jesús, con nitidez, como Hijo de Dios. Es un momento revelador y luminoso que quieren eternizar, un atisbo de cielo que saborean en lo alto del Tabor. Es un instante tan denso que parece haber transcurrido mucho más tiempo cuando, de pronto, se vuelven a encontrar solos con Jesús. Durante un momento, un destello de eternidad ha iluminado su corazón. “Qué bien se está aquí”, exclama Pedro. “Hagamos tres tiendas”. ¿Cómo no se va a estar bien en el cielo, con Cristo? ¿Cómo no se va a estar bien cerca del corazón de Jesús, que les hace ver su gloria?
También son testigos de la presencia de Moisés y Elías, a ambos lados de Jesús. La ley judía, representada por Moisés, y el profetismo, reflejado en Elías, convergen en Jesús de Nazaret. Él sintetiza la Ley y la tradición profética del Antiguo Testamento.
La transfiguración marcará para siempre a los discípulos amados y los acompañará en su trayectoria. Esa rica y novedosa experiencia los unirá mucho más a su maestro y se convertirá en una referencia para sus vidas. Será el norte que guiará la brújula de su espiritualidad.

Camino de la cruz

Una vez vivido ese momento de plenitud, serán conscientes de que esa experiencia íntima y secreta no les exime de la otra cara de la realidad. Por un lado, encuentran al Cristo glorioso. Por otro, al Cristo sufriente, el Cristo de la cruz. Al descender del monte, Jesús les pide que no digan nada a nadie. El camino hacia Jerusalén tiene una meta clara: su pasión y su muerte. El gesto sublime de total entrega de Jesús pasará por una larga agonía. Pero Jesús también les vaticina que resucitará a los tres días.
Pedro, Santiago y Juan, en la montaña del Tabor, son testigos de esa anticipación de su muerte y resurrección. Esta vivencia inundará para siempre sus corazones de paz y el recuerdo de esos instantes les dará valor en su firme deseo de seguir a Jesús hasta su pasión.