2012-08-25

¿También vosotros queréis iros?


XXI domingo tiempo ordinario

“Luego de haberlo oído, muchos de sus discípulos dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas? Conociendo Jesús que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: ¿Esto os escandaliza?... ¿Queréis iros vosotros también? Respondióle Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Jn 6, 60-69

Una vivencia diferente de Dios

Jesús era un hombre libre, con una experiencia de Dios que no tenían sus coetáneos. Mucha gente no llegaba a comprenderlo y le echaban en cara su forma de hablar: estas palabras son inaceptables, decían.
Su intensa vivencia interior dio lugar a un nuevo concepto de Dios: el Dios Padre, cercano, misericordioso, que no desea otra cosa que la felicidad de sus criaturas.
La personalidad atractiva y arrolladora de Jesús arrastraba a muchas personas. Con sus predicaciones y sus curaciones sabía tocar sus corazones y comprendía sus anhelos más hondos. Pero muchos otros lo criticaban. La crítica es un fenómeno antropológico muy antiguo, tan viejo como la humanidad. Su origen son los celos, las comparaciones o los juicios desacertados. Jesús no fue inmune al impacto de la envidia y las difamaciones.

Palabras que son vida

Y, sin embargo, sus palabras son vida y alimento. Jamás el mensaje de Jesús ha sido contrario a la vida y a la felicidad humana. Su misión es que toda persona llegue a crecer y a madurar, hasta llegar a su plenitud personal. He venido para que tengan vida, y vida en abundancia, dice el Evangelio de San Juan.
Pero Jesús intuía que un sector de su pueblo e incluso de sus propios seguidores no lo comprendería, y sabía que esto lo llevaría a la muerte y a la cruz.
Hoy día mucha gente se aleja de la Iglesia. La pregunta de Jesús se dirige igualmente a los cristianos de hoy: ¿También vosotros queréis iros?
¿Qué queremos hacer? ¿Continuamos dentro o fuera?
Pedro contesta con hermosa rotundidad: ¿A quién vamos a acudir? Sin ti no somos nada... ¡Tus palabras son vida!
Así es. Reconocer que Cristo es el Santo de Dios es reconocer su bondad y descubrir que es la imagen más perfecta del Padre. Aceptarlo y acogerlo es dejar que se convierta en el eje de nuestra vida. Es abrazarlo y adherirnos a él. Y Dios quiere que nuestra existencia sea plena y colmada de alegría. La vida que nos da es eterna.

Iglesia y comunión

Es muy frecuente oír esta frase: Soy creyente, pero no practicante. No podemos juzgar a nadie, por supuesto. Pero la eucaristía es una consecuencia de nuestra fe, vivida y encarnada. ¿Cómo vamos a llegar a la plenitud espiritual sin participar en la vida de la comunidad?  
Si decimos sí a Jesús, estamos diciendo sí a la Iglesia. Jesús no quiso llevar a cabo su misión solo, llamó a unos discípulos y les confió continuar su tarea. Creó una nueva familia, unida no por vínculos de sangre, sino por la fuerza del Espíritu Santo. Insistió una y otra vez en la importancia de la unión, de la caridad mutua, de la fraternidad. Por tanto, no podemos concebir la fe sin una experiencia comunitaria y sin la vivencia de la comunión eucarística.
Finalmente, vivir coherentemente nuestra fe tiene sus consecuencias: matiza toda nuestra vida cotidiana y nuestra presencia en el mundo. La luz de Cristo, que alienta en nosotros, no puede pasar desapercibida. 

2012-08-18

El ágape del Señor

XX domingo tiempo ordinario
“Jesús les dijo: En verdad os digo, que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día”.
Jn 6, 51-58

Una invitación

Jesús nos invita a un ágape festivo, donde él es el alimento que se ofrece. Jesús es el pan del cielo. Quien lo coma, vivirá para siempre. ¿Qué significan estas palabras?
Cada domingo recibimos una invitación a encontrarnos con él, en la Eucaristía. Jesús es la fuente de nuestra vida espiritual. Por tanto, la eucaristía no es algo accesorio, sino un hecho fundamental en la vida de los creyentes.
El pan, la carne, significa la vida. Con el sacramento del pan y el vino Jesús decide estar presente para siempre en el mundo, cercano y accesible a toda persona.
En la celebración eucarística, Jesús nos invita a gozar de una vida en plenitud, ya aquí, en este mundo, y para siempre. La eucaristía anticipa el encuentro gozoso y definitivo con Dios. Es una antesala del cielo, un banquete, un ágape fraterno, un encuentro entre Dios y su criatura.

Saborear el cielo

Venir a misa no es una obligación, es un regalo de Dios que hace madurar nuestra conciencia cristiana de ser hijos suyos.
La eucaristía no es el mero cumplimiento de un deber, sino un encuentro con Cristo, participando de la plenitud del cielo. En ese encuentro, lo tomamos a él mismo. Cada domingo tenemos la ocasión de vivir un acontecimiento trascendental y místico. Somos invitados a  saborear el cielo en la tierra.
Mi cuerpo es verdadera carne y mi sangre verdadera bebida. Este es el misterio de la eucaristía: Dios mismo, en Cristo, está realmente presente, aunque no podamos percibirlo físicamente. Por tanto, la eucaristía debería provocar en cada uno de nosotros una convulsión espiritual.

El ágape

Comer con los demás es importante. Antropológicamente, la comensalidad es un encuentro que fomenta la relación interpersonal, la amistad, la convivencia. Encontrarse en una celebración es necesario, tanto cristiana como humanamente.
En la misa, Cristo es el anfitrión que nos invita y nos acoge. ¿Cómo podemos declinar su convite? ¿Cómo negarnos a venir?
Para los cristianos, la misa es momento central de la celebración de nuestra fe. Solemos seguir la rutina de los domingos, pero las otras fiestas de precepto no son menos importantes. La santa Iglesia es muy sabia cuando nos exhorta a guardar los preceptos. De la misma manera que necesitamos el alimento físico y emocional, también necesitamos el alimento espiritual, que debe complementar los otros dos. Con la celebración de la eucaristía se nos está ofreciendo una experiencia mística de cielo y un alimento que necesitamos. Es la fiesta del encuentro de Dios con sus hijos. ¡No fallemos a ese encuentro!

2012-08-10

El pan del cielo


XIX domingo tiempo ordinario

“Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del cielo, para que el que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo”.
Jn 6, 41-52

Levántate y repón tus fuerzas

En la vida se dan momentos de alegría y otros de dolor y desesperación. En los momentos de hundimiento, algunas personas se sienten tan desgraciadas que llegan incluso a desear la muerte o a quitarse la vida. Otras, deciden resistir con valor y con la esperanza de que la situación mejore.
El profeta Elías se encontró en uno de estos momentos desesperados. Perseguido por la reina Jezabel por haber predicado la verdad, fiel a la misión que Dios le había encomendado, se ve obligado a huir por el desierto. Allí, en medio del vacío, cansado y abatido, ruega a Dios que le quite la vida. Se siente abandonado y perdido. El cumplimiento de su misión profética le ha acarreado incomprensión y persecución. Es entonces cuando Dios le envía un ángel que lo anima y le da alimento, no una, sino dos veces. Lo invita a comer, a recuperar fuerzas y a seguir adelante. Entonces Elías retoma su camino y comprende que su misión también entraña una cruz.

El pan del cuerpo

Dios ha hecho al ser humano con un cuerpo y unas necesidades. Necesitamos comer para vivir y hemos de agradecer profundamente los alimentos que podemos tomar. ¡Bendigamos a Dios por ello! Hoy día el hombre ha aprendido a cultivar la tierra y a producir lo bastante como para acabar con el hambre. Pero, a pesar de esto, en los países ricos se da una sobreabundancia mientras que en los países pobres aún hay gentes que mueren de hambre. Agradecer lo que tenemos nos ha de impulsar a ayudar a los que no tienen para que el alimento básico no falte a nadie.

El pan de Dios

Jesús es el pan de Vida. Dios no sólo nos da el alimento de la carne, para nutrir el cuerpo. Nos da el alimento del espíritu. Y ese alimento es él mismo, Dios, que se nos ofrece. “No sólo de pan vive el hombre”. En la vida humana hay otra dimensión que necesita la luz, el amor y el perdón de Dios. Este es el Pan del Cielo, Dios mismo se nos entrega como alimento.
Descubrir la profundidad del Hijo nos hará comprender mejor al Padre. Hemos de aceptar que necesitamos de su persona. Dejémonos alimentar por él.

El pan de la amistad

Hay un tercer tipo de alimento. Es el pan que nos dan los amigos: unas palabras de afecto, ternura, palabras iluminadoras, comprensión. Este alimento nos sostiene. Los amigos nos dicen aquello que nos consuela y también aquello que no nos gusta tanto pero que nos puede hacer reaccionar, porque nos quieren. Su alimento nos hace crecer. La convivencia en la comunidad cristiana es el otro gran alimento.

Fuerza para vivir

Sin Jesús nuestra vida no tiene sentido. Él nos da la fuerza para vivir y nos hace comprender el significado de nuestra existencia. Él alimenta e ilumina nuestra vida.
Con la fuerza del pan de Cristo podremos caminar y otros seguirán las huellas de nuestra fe.
No perdamos la fe. Cuando llegan los recios vendavales que sacuden nuestras raíces es el momento de levantarse y seguir. El Espíritu del Señor nos ayudará a encontrar quien nos apoye.
Para ello, buscad vuestro desierto. Buscad un lugar de intimidad para estar a solas con Él. Dios siempre se da. Sólo necesita nuestro corazón abierto para poderlo recibir.

Con la colaboración del P. Michel Djaba, de Camerun.

2012-08-04

El pan que perdura

XVIII domingo tiempo ordinario

“Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre…” Jn 6, 24-35

Una promesa de vida eterna

En su ejercicio de la palabra, Jesús interpela tan profundamente que no deja a nadie indiferente. Tiene la capacidad de llegar al corazón y las gentes lo buscan incansablemente porque necesitan luz en su vida.

No obstante, esa búsqueda no siempre es limpia. Algunas personas quieren utilizarlo para conseguir sus fines. Después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, son muchos los que lo persiguen para satisfacer sus necesidades materiales. En su respuesta, exigente, Jesús desafía a quienes lo siguen y alude a otro tipo de pan y a otras necesidades, de orden espiritual. El hombre no puede vivir sólo de bienes materiales que perecen, sino del alimento que perdura. Con este discurso, Jesús va definiendo el sentido último de su misión: el centro de su tarea apostólica es dar la vida eterna.

La verdadera misión de la Iglesia

En el mundo de hoy, vemos que están surgiendo muchas iniciativas sociales y solidarias, a cargo de instituciones filantrópicas que se ponen al servicio de los más necesitados. Aunque es necesario responder con responsabilidad a los diversos problemas sociales, la misión de la Iglesia no se limita a la beneficencia, siendo ésta muy importante. La principal tarea de la Iglesia es anunciar su mensaje e invitar a las personas a crecer humana y espiritualmente.

Erradicar el hambre y la pobreza son imperativos éticos de toda sociedad y de los gobernantes. Es tarea de todos luchar contra la miseria y el dolor. La Iglesia también lo hace a través de sus instituciones caritativas. Pero nunca hemos de olvidar el sentido último de su misión: anunciar a Cristo e interpelar el corazón humano para que se aventure a vivir su vida centrada en el amor al prójimo. En definitiva, se trata de ocuparnos de las cosas de Dios. Y el deseo de Dios, según Jesús, es que creamos en la persona de Cristo como su enviado.

¿Qué significa esto? Dios quiere que trabajemos en todo aquello que nos ayude a conocerlo y amarlo mejor. Y lo podemos hacer si todo cuanto decimos y hacemos gira en torno a su persona. Se trata de situar a Dios en el centro de la familia, del trabajo, del ocio, de todo cuanto llena nuestra vida. Para ello, es necesario dedicar tiempo a la oración, a la formación y a la celebración. Además, materializamos nuestra fe ejerciendo la caridad hacia los demás.

Cristo, nuestro alimento

Desde la lógica humana es comprensible que uno pida signos para poder creer. Jesús hace referencia al pasaje del Éxodo en el que Moisés da de comer a su pueblo en el desierto y responde muy bien a aquellos que lo buscan. No es Moisés, sino su Padre, a través de él, quien alimenta a su gente. El pan de Dios no procede de este mundo, sino del cielo. También está haciendo una alusión a si mismo: él es el pan bajado del cielo.

La clave de la madurez cristiana es reconocer que Cristo es nuestro alimento. Una vez integrado en nuestra dieta espiritual, el hambre y la sed interior quedarán totalmente saciadas. Nuestra búsqueda del sentido último de la vida habrá culminado con su encuentro.