2007-12-30

La sagrada familia –ciclo A–

Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, quédate allí hasta que yo te avise, pues Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: “Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto”…
Mt 2, 13-23

Dos personajes contrapuestos: José y Herodes

En los inicios de toda bella historia siempre aparece una sombra que quiere tapar la luz. En el nacimiento de Jesús, será Herodes quien dará la orden del matar al niño. En este evangelio de hoy vemos a dos personajes contrapuestos. José es el hombre justo y bueno, obediente a Dios y cumplidor de sus designios. Herodes es un personaje violento, ciego a la voluntad de Dios, que quiere impedir a toda costa que alguien le arrebate su poder.

José es el hombre de la casa de David que se fía, escucha las palabras de Dios y acepta su misión como custodio y padre adoptivo del niño. Herodes es el hombre que desconfía, tiene miedo de perder y no duda en aniquilar a cualquiera que amenace su trono. Representa el poder mundano y político, la ambición, el afán de riquezas y de dominio. En cambio, José representa la bondad, la sencillez, la docilidad y el amor generoso.

Herodes ordenará una masacre, pero no podrá llevar a cabo su cometido de asesinar al niño. No podrá matar la historia de Dios. José será quien lo impedirá. De esta lectura podemos extraer varias consecuencias.

Levántate

El verbo “levantarse” aparece tres veces en este texto. “Levántate”, dice el ángel a José. Y el se levanta y actúa. Para iniciar una empresa trascendente, como la que José tiene encomendada, debe estar erguido, bien despierto, lleno de confianza en Dios. Su cometido será cuidar, guiar y custodiar al niño y a su madre. En José esto tiene aún más mérito que en cualquier otro padre porque, no siendo Jesús su hijo natural, lo protege tanto como si lo fuera. Sabe que ese niño es de Dios y lo cuida como suyo. Sabe que, para encarnarse, Dios necesita de una familia humana; necesita de él y de María para desarrollar su plan salvífico.

José, firme, decidido, sin dudar un instante, y en silencio, lleva a cabo la misión encomendada. Su precaución al regreso, de no instalarse en Belén, por temor al nuevo rey Arquéalo, revela al hombre prudente hasta el último momento. Así es como la familia se instala en Nazaret.

El significado del exilio

Levantarse y marchar lejos, al exilio, todavía hace más compleja la misión de José. Como tantas familias hoy, que se ven obligadas a emigrar, la familia de Jesús comienza su andadura con un destierro. Los autores sagrados subrayan con este hecho que toda la vida de Jesús, en el futuro, estará marcada por el sufrimiento y el rechazo. Esta huída a Egipto preludia lo que será su vida adulta, cuando sea rechazado por su pueblo.

¡Cuántas realidades a nuestro alrededor están llenas de Dios! Hemos de cuidarlas y protegerlas, aunque no sean obra nuestra. En el mundo también hay muchos niños y personas desvalidas que, aunque no sean hijos nuestros, ni parientes de nuestra sangre, son hijos de Dios. La Iglesia debe cuidar de las cosas de Dios, debe atenderlos. Toda vida humana, y aún más la vida de la fe, pide una ardua y necesaria tarea de cuidado.

Necesidad de familias sólidas

Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. La familia de Nazaret es prototipo y modelo para las familias cristianas. Actualmente, se habla mucho de la crisis de vocaciones sacerdotales. Yo diría que hay una crisis de familias cristianas. Faltan hogares cristianos, pequeños Nazarets, donde puedan florecer las vocaciones. Mirando a José y a María las familias podrán construir una realidad armónica y consolidada.

Tener un hijo significa mucho más que parir un bebé. Los padres han de ser conscientes de que construir un hogar implica que entre el matrimonio haya una enorme capacidad de entrega, desprendimiento y amor. Los hijos necesitan ese amor de sus padres, y necesitan mucho tiempo de sus padres junto a ellos, educándoles. Las familias desestructuradas, cada vez más numerosas, no sólo lo son económicamente, sino emocionalmente. Estas situaciones exigen una profunda revisión desde la antropología cristiana. El equilibrio social dependerá del familiar, de que los roles de los padres queden bien definidos, así como su misión. Sólo así, con referencias sólidas, los niños crecerán de manera armónica.

Los padres tienen un espejo de referencia en José y María. Su ejemplo los enseñará a quererse, a confiar el uno en el otro, a confiar en Dios y cuidar y proteger a su familia. Y, sobre todo, que Jesús corone la existencia de esa familia, que esté en el centro, en el corazón del hogar.

Finalmente, todos los cristianos somos una gran familia. Participando de la eucaristía, tomando el pan y el vino, sentimos que formamos parte de la Iglesia. Esta otra familia, más allá de los lazos biológicos, llegará a ser muy importante para nuestro crecimiento como personas. Cuando se vive instalado en el Reino de Dios, la fe crea lazos más fuertes que los consanguíneos. Aprendamos a sentirnos también familia de Jesús en un día como hoy.

2007-12-25

Día de Navidad –ciclo A–

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. …Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. …
A Dios nadie lo ha visto jamás; Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Jn 1, 1-18

Dios se comunica

Celebramos hoy la Navidad, un acontecimiento que ha cambiado nuestra cultura y nuestra historia. El nacimiento del Niño Jesús da un vuelco a nuestra forma de pensar y de vivir. Navidad es la humanización de Dios, hecho niño, y a la vez es la elevación, la divinización, del ser humano, que se convierte en hijo de Dios.

El niño que nace en Belén contiene un mensaje: Jesús es la palabra de Dios, hecha carne. Con sus obras encarna todo lo que Dios quiere: salvar a la humanidad.

Con el nacimiento de Jesús, la palabra cobra un sentido trascendente. ¡Cuánta palabrería nos invade! Cuántas veces la palabra expresa lo que no quiere, o la matamos, vaciándola de sentido, incapaz de transmitir amor.

Navidad es una fiesta de comunicación: Dios se despliega y acampa entre nosotros. Busca el diálogo con su criatura y la comunión con ella. Esta fiesta encierra un extraordinario mensaje de llamada a la conversión, para modificar nuestra forma de ver las cosas y de ser cristianos.

El acontecimiento de la natividad del Señor tiene una enorme trascendencia. Hoy revivimos el gesto de este Dios todopoderosos que se despoja de su rango, desprendiéndose de todo su poder, para hacerse niño, pequeño e indefenso. En la cultura hebrea los niños, al igual que las mujeres, eran desplazados y marginados a un segundo plano. Pero, en cambio, el anuncio del Mesías que ha de venir culmina con la llegada de un niño. La encarnación de Dios está envuelta en sencillez, no tiene nada que ver con el orgullo, la petulancia, el poder… no es espectacular, como se lleva hoy. Esto nos empuja a remirar, con otros ojos, como niños, la forma en que Dios actúa en nosotros.

El origen de nuestra fe

En la vida cristiana, hay dos momentos litúrgicos fundamentales: Navidad y Pascua. En estas fiestas, nuestras iglesias deberían rebosar. Sabemos que hay muchos compromisos familiares y mucho ajetreo, pero esos días no podemos faltar al ágape eucarístico. Dios nos invita a paladear la trascendencia. Su luz y su palabra desplazan toda tiniebla. A través de la liturgia de estos días, profundizamos en el sentido de aquello que nos hace cristianos. ¿Cómo medir nuestra coherencia? En la respuesta que damos en los momentos claves de nuestra vida. El pesebre, con su sencillez, nos revela el momento crucial del origen del Cristianismo. De la misma manera que no podemos renunciar a un compromiso familiar para celebrar un aniversario o un acontecimiento importante, tampoco podemos renunciar al momento en que celebramos el nacimiento de la semilla cristiana.

“A los que la recibieron, les dio el poder de hacerse hijos de Dios”. Vivimos inmersos en las tinieblas del pecado y del egoísmo. Pero la luz brilla en las tinieblas, iluminando el mundo con su amor. Quienes la acogen permanecen en ella; quienes la rechazan se quedan sin su calor, sin poder ver.

Tenemos un tesoro en nuestras manos: el amor de Dios, la salvación. Hemos de encarnar ese amor, saberlo comunicar, abrirnos para introducir a Dios en nuestra vida.

La palabra hecha vida

La palabra hecha carne es vida. No podemos despreciar la palabra de Dios. ¡No es mera literatura! Es una herramienta para expresar lo inenarrable, la belleza divina. Muchas personas son profesionales de la palabra –periodistas, filósofos, maestros, comunicadores…− pero, si no damos a la palabra un contenido auténtico, profundo, se la lleva el viento. La palabra no es una entelequia ni una expresión bonita. Jesús da sentido a la palabra cuando la hace vida de su vida. Es así como la rescata. Los predicadores y los ministros de la palabra hemos de pensar muy bien en lo que decimos. Como recordaba Santa Teresa, “o hablar de Dios, o no hablar”. Las palabras banales sobran. Cuanto decimos debe estar en consonancia con lo que hacemos y somos.

En Jesús la palabra lleva a la acción. Ojalá su palabra cale en nosotros, como lluvia fina de primavera que empapa la tierra. Entonces actuaremos, movidos por su fuerza.

“A Dios nadie lo ha visto jamás; Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”, continúa este evangelio. No lo hemos visto, pero sí se nos ha comunicado su palabra y su obra, y sabemos de muchos santos y mártires que han dado hasta la vida, por expandirla. Su testimonio nos revela cómo es Dios.

En estos días, en que muchas mujeres pasan largas horas en la cocina, amasando y cociendo en el horno para obsequiar a sus familias, que la palabra de Dios amase nuestro corazón hasta tocar lo más profundo de nuestro ser y de nuestra sensibilidad. Pues se nos ha comunicado para que seamos profundamente felices.

2007-12-23

Cuarto domingo de Adviento –ciclo A-

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo… Cuando José despertó, hizo lo que le había mandado el ángel y se llevó a casa a su mujer.
Mt 1, 18-24


El sí de José

En esta lectura podemos reflexionar sobre la figura de José, esposo de María. Se establece un paralelismo entre el sí de María en la anunciación de su maternidad y la respuesta de José al mensajero de Dios. Esta respuesta también es un sí al designio del Señor. Su aceptación era necesaria para culminar la encarnación. Dios quiere contar con la voluntad de María y José, con su libertad y su amor, para hacerse hombre. El sí obediente de José significa asumir la paternidad del hijo de Dios.

Un hombre justo

La actitud de José frente el misterio de la encarnación también es fundamental. Ante la sorpresa del hijo que María lleva en sus entrañas, José decide no repudiarla. El evangelio nos dice que es un hombre justo, y su bondad lo lleva a asumir en silencio un acontecimiento inesperado, porque intuye su trascendencia.

José es un hombre justo según Dios, y la justicia de Dios no es igual que la de los hombres. ¿En qué se basa el derecho y la justicia de la Biblia? Sus fundamentos están en el amor que rebosa del corazón de Dios. No hay justicia posible sin amor. José pudo haber denunciado a María, siguiendo las leyes del pueblo judío, que ordenaban apedrear a una mujer que quedaba encinta fuera del matrimonio. Sin embargo, José calla. Porque la quiere y porque ve en esa situación un designio de Dios y, al igual que María, es obediente a la voluntad divina. El sí de José revela la amorosa paternidad de su corazón.

Proteger y cuidar las cosas de Dios

José recibió y cuidó al hijo de María, Jesús, protegiéndolo y velando por su crecimiento. Su ejemplo, hoy, nos enseña a cuidar y proteger aquello que nos viene de Dios: ya sean personas, proyectos, iniciativas… Nos enseña a los cristianos a saber meditar y ahondar en los aspectos trascendentes de la vida, que no son meramente cuestiones humanas. Los cristianos contamos con un buen patrón a quien encomendar las empresas de Dios que tenemos entre manos.

Rasgos de la espiritualidad de San José

El primer aspecto, que destaca el evangelio, es la justicia. José era un varón justo, un hombre de Dios. Nos llama a introducir en nuestra vida esa justicia de Dios, que no es otra cosa que ser justo con los demás.

Por otro lado, encontramos en José la actitud meditativa frente al misterio. Es un modelo que nos impulsa a interiorizar ante la trascendencia y a saber escuchar, en el silencio, qué quiere Dios de nosotros.

Otra cualidad josefina es la humildad. Es una actitud básica cristiana. Se trata de saber asumir, desde la sencillez, las responsabilidades de cada cual. Como María, José es una figura que aparece muy poco en los evangelios, siempre queda en un discreto segundo plano. Son personajes humildes, pero claves para entender el Cristianismo.

Finalmente, en José destaca su docilidad a la voluntad de Dios. Los dos sí, generosos y abiertos, de José y María, hacen posible el misterio de la Navidad.

2007-12-16

Tercer domingo de Adviento –ciclo A-

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!” … Mt 11, 2-11

La esperanza que cambia el mundo

La secuencia del Antiguo Testamento del profeta Isaías (Is 35, 1-10) es un canto a la belleza de la esperanza. El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría… Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará… Son notas poéticas que anuncian la llegada al mundo del Mesías. Su irrupción, como agua en el desierto, cambia todas las cosas, dando nueva vida y sentido a la Creación.

El evangelio nos muestra cómo los discípulos de Juan acuden a Jesús y le preguntan si él es el que ha de venir. La expectación llega a su momento culminante: el Mesías está cerca. Por eso, en la liturgia de este tercer domingo de Adviento, hay un componente de alegría y de fiesta ante la venida del Señor. Los cristianos estamos llamados a vivir gozosos porque esta esperanza pronto se tornará en gozo.

La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan recoge las palabras del profeta Isaías: los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Reino de Dios. La venida del Señor revoluciona nuestra vida y transforma nuestro corazón. Dios puede cambiar, si queremos, nuestra existencia, y convertirla en un canto de esperanza.

Los ciegos ven

Cuántas personas no son ciegas y, sin embargo, no ven porque no saben mirar y contemplar el mundo desde los ojos de Dios. Cuántas cosas dejamos pasar de largo porque no sabemos atisbar esas manifestaciones de Dios en la vida. Nos falta una visión espiritual, captar la presencia de Dios a nuestro alrededor. Qué susto más grande cuando perdemos un poco de visión. Pero, ¿no es un espanto mucho mayor que el mundo deje de ver a Dios? ¿No es más terrible que las gentes aparten la vista de su creador? Pero Dios puede abrirnos los ojos del alma.

Los sordos oyen

Igual sucede con los oídos. No sabemos oír la delicada música de Dios en nuestra vida. Inmersos en tanto ruido, somos incapaces de reconocer la melodía divina que impregna nuestra existencia. La venida del Mesías puede lograrlo, desde el espíritu, aguzando nuestro oído interior.

Los cojos andan

Cuánta cojera vemos en el mundo. Estamos sanos y parecemos inválidos. Podemos correr y nos quedamos quietos, paralizados. Tenemos miedo de ir hacia los demás. Nos sentimos inseguros y nos cuesta hacer el esfuerzo para desplazarnos hacia quien nos necesita. Cuánta gente vive parapléjica, teniendo los dos pies sanos. Dios puede despertar el entusiasmo del corazón dormido y empujarnos a ir corriendo hacia él, que está presente en los demás. Sólo si corremos hacia Dios nuestra vida tiene sentido.

Los leprosos quedan limpios

Estamos manchados por el pecado, por la enfermedad del egoísmo. Nuestra dermis espiritual está sucia por no dejar que el oxígeno de Dios llegue a todos los rincones de nuestra vida. La misericordia de Dios y su capacidad de perdón nos harán recuperar la transparencia y la nitidez. Lavados por el Bautismo, quedamos limpios por la inmensa gracia de Dios.

A los pobres se les anuncia el evangelio

Qué alegría tan grande, sentirnos receptores de este mensaje. Somos privilegiados por recibir tan buena nueva. Nos convertimos en testigos de una gran experiencia. Con esta noticia, nuestras vidas cambian; la tristeza se convierte en alegría, el desespero en esperanza, el odio en amor, la desconfianza en fe.

Como cristianos, hemos de saber hacer pedagogía de la esperanza. Jesús alaba a Juan como el mayor de los profetas, pues anuncia la llegada del mismo Dios, hecho hombre. En cambio, sigue diciendo Jesús, en el Reino de los Cielos, hasta el más pequeño es mayor que Juan el Bautista. ¿Por qué? ¿Qué significan estas palabras?

Jesús está hablando de una vida nueva, donde los hombres y mujeres llamados ya no son profetas, sino hijos de Dios. En el Reino, ya no son mensajeros, sino testigos. No hablan de aquel que esperan y ha de venir, sino del que ya habita entre ellos, de la presencia viva y palpitante que alienta en todo su ser. Juan Bautista cierra una época: la del hombre esperanzado que aguarda. Jesús inaugura una etapa nueva: la del hombre que ya vive en brazos de Dios. Por eso dice: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los muertos resucitan. Porque Dios transforma y renueva la vida de aquel que se deja penetrar por su amor.

2007-12-09

Segundo domingo de Adviento – ciclo A

En aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: “Convertíos, porque está cerca el reino del os cielos”. Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.” Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él gente de toda Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. ...
Mt 3, 1-12

Una voz que grita en el desierto

La liturgia de este segundo domingo de Adviento nos propone reflexionar sobre la figura de Juan Bautista. Su misión será importante: preparar al pueblo judío para la venida del Mesías. Juan se hace eco de la profecía de Isaías: Allanad el camino al Señor, enderezad sus senderos. El Bautista pertenece a ese resto fiel del pueblo de Israel que cree en la venida del Mesías y prepara a su pueblo para el momento crucial de su irrupción en la historia. Y lo hará llamando a las gentes a la conversión: Convertíos, que el Reino de los Cielos está cerca.

¿Qué significa la conversión?

La conversión tiene que ver con un cambio de actitud que nos urge a aumentar nuestra esperanza en el Salvador que viene. Conversión significa cambio, giro. La liturgia de hoy nos propone cambiar muchas cosas, en nuestro corazón y en nuestra vida, y prepararnos para la Navidad. Nos invita a revisar todo aquello que nos impide tener esperanza en aquel que ha de llegar. Pero, ¡cuánto nos cuesta cambiar! Nuestras maneras de hacer, sentimientos, actitudes, criterios… La auténtica conversión pasa por repensar profundamente nuestra propia cosmovisión. Por tanto, es una llamada que afecta toda nuestra estructura intelectual, ideológica, emocional e incluso religiosa. Afecta al modo en que creemos.

Juan denuncia la hipocresía

Muchos iban al Jordán y se hacían bautizar por Juan, con el deseo y firme propósito de cambiar sus vidas. Pero otros también se ponían a la cola para aparentar que deseaban la conversión y así salvarse, cuando, en su corazón, quizás no era así. Con palabras contundentes, Juan los desenmascara y los desafía, llamándolos raza de víboras, y señalando que lo importante no es tanto el ritual, como el fruto de sus obras.

A veces, los cristianos de hoy creemos que, por practicar con asiduidad los sacramentos nuestro corazón ya está convertido y estamos salvados. La Iglesia nos alerta, recogiendo las palabras de San Pablo en su carta a los romanos: Sobrellevaos mutuamente; vivid acordes de corazón y de labios. La práctica religiosa es importante, pero más aún lo es la caridad. Una práctica litúrgica sin caridad es asistir a un rito vacío de su sentido último, que es la donación de Jesús en la eucaristía, por amor, y esa invitación a imitarlo en su capacidad de entrega a los demás. Juan Bautista alude a esta actitud a veces arrogante de los cristianos, que creemos que cumplir los preceptos nos salvará. No viváis confiando que sois hijos de Abraham, porque Dios puede sacar hijos de Abraham de estas mismas piedras.

El anhelo de paz

El discurso de Juan sobre la conversión también se refiere a la falta de confianza del hombre de hoy. El hombre postmoderno necesita convertirse para creer. Convertíos y creed en el evangelio. El Mesías colma todas las expectativas y esperanzas del ser humano. Como bien relata el profeta Isaías, el reino que instaurará el Mesías será un lugar donde el lobo vive junto al cordero, juntos apacentarán el ternero y el león, y un niño los guiará. La esperanza que se nos promete sacia ese clamor del mundo, ese anhelo profundo de paz.

Bautismo de fuego

Yo os bautizo con agua, pero el que viene tras de mí os bautizará con Espíritu Santo y fuego, continúa Juan. Ese fuego quema y purifica la paja inservible, separándola del grano. Es fuego que destruirá todo el mal que se cobija en nuestro interior, haciendo aflorar lo bueno que tenemos. Conversión también significa purificación. Por las aguas bautismales nos lavamos, pero el fuego de Cristo nos limpia y nos transforma, generando una nueva creación. De las cenizas del hombre viejo renace el hombre nuevo. Bautizar con Espíritu Santo significa ser traspasados por el mismo amor de Dios.

En este tiempo de Adviento, tan sólo hemos de disponer nuestro corazón, nuestra vida, nuestro espíritu, para entrar en esa dinámica de espera, intrínseca del cristiano. Nuestra esperanza tiene rostro y un nombre: es Cristo.

2007-12-08

La Inmaculada Concepción

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David. La virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. ...
Lc 1, 26-38

Vivir con el corazón abierto

Celebramos hoy una gran fiesta arraigada en la comunidad cristiana: la Inmaculada Concepción de María. ¿Cómo podía ser de otra manera? María fue elegida por Dios como madre de su Hijo, por ello fue concebida sin mancha de pecado alguno.

El evangelio de hoy sienta las bases de la espiritualidad mariana. María es la mujer que supo disponer un hogar para Dios, un corazón cálido y abierto a su voluntad.

El ángel la saluda con estas palabras: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. María ya está llena de la presencia de Dios. Es algo cotidiano vivir atenta a su Espíritu. Porque conecta con él, recibe gracia sobre gracia. Su receptividad es tan grande que el Señor la inunda.

No temáis

No temas, María, continúa el ángel. María es llamada a una vocación muy alta: ser la madre del mismo Dios. Nosotros, los cristianos, también somos llamados. Dios entra a nuestra presencia si tenemos espacios diarios de silencio para él. La madurez espiritual permitirá que Dios cale en nuestra existencia diaria y podremos escuchar su llamada. Dios también piensa en nosotros y confía en nuestra capacidad de respuesta. A María le anuncia que concebirá y dará a luz a un hijo que será la salvación del mundo. Cada cristiano abierto concebirá en su corazón un proyecto de Dios para colaborar en la redención que Jesús inició.

No temáis, hombres y mujeres del siglo XXI. Aunque el mundo parece girar al revés, sabiendo que Dios está con nosotros nunca hemos de temer a nada ni a nadie. María no teme. Está preparada para su misión: ser receptora del mismo Dios. Jesús, su hijo, será el redentor del mundo y dará su vida para salvar a toda la humanidad. La Iglesia, hoy, sigue siendo receptora de ese mensaje y continúa esta misión.

Para Dios nada es imposible

María se aturde, al principio, cuando oye al ángel. Nosotros también podemos turbarnos. ¡Dios mío! Es tan grande tu amor… ¡y yo soy tan pequeño! No soy nada, ¡y tú me das tanto! Pero el Espíritu Santo que aletea en el universo transforma esta nada convirtiendo nuestro corazón y nuestra vida en una realidad hermosa capaz de emprender obras extraordinarias.

¿Cómo será eso, pues no conozco varón?, se pregunta María. También nosotros podemos preguntarnos: ¿Cómo podremos hacer lo que Dios nos pide, si somos tan limitados?

Dios puede. El Espíritu Santo vendrá sobre nosotros y la fuerza del Altísimo nos cubrirá con su sombra. Recibiremos su aliento y nuestra vida será renovada. Es el mismo Espíritu Santo que se alberga en el corazón de María. Para Dios nada es imposible.

María estaba dispuesta y era inmaculada en su interior. Nosotros también estamos limpios por la misericordia del Padre y por el sacramento de la penitencia. Para él no es imposible lavar nuestras culpas, pese a nuestras dificultades, nuestros pecados, egoísmos e historias pasadas. Dios puede convertir un corazón de piedra en otro de sangre, que palpite de vida, derramando amor.

Somos hijos de Dios. Como los hijos se parecen a los padres, ¿en qué nos parecemos a Dios? Justamente en esa inmensa capacidad de amor. Aunque nuestra cultura hace hincapié en los aspectos más negativos de la naturaleza humana, no dudemos que el hombre guarda tesoros hermosos en su corazón y es capaz de entregarse hasta el límite. Dios puede penetrar en nuestros vericuetos emocionales, iluminar nuestras sombras, llenar nuestras lagunas, nuestros vacíos… Los condicionantes biológicos y psicológicos quedan superados por lo espiritual.

Hágase en mí según tu palabra

María dice sí a Dios, sí a su plan, a su designio. Sin ese sí valiente, generoso, libre, el misterio de la encarnación no habría sido posible. El sí de María hace posible la revolución del Cristianismo.

Dice María: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Hay que leer la palabra esclava en su contexto. No se puede obrar el bien sin libertad. El concepto de esclavitud aquí significa disposición, entrega, un decir: mi vida es para ti, soy tuya; me entrego libremente, porque quiero. No se trata de someterse a Dios, él jamás quiere siervos, y aún menos quiere que María sea una esclava sojuzgada. Dios ama al hombre libre y pide una respuesta desde la libertad. En lenguaje de hoy, podríamos traducir esta frase como: Aquí está la amiga del Señor. O también: He aquí la hija del Señor.

Decir sí a Dios comporta un compromiso que se fortalece cada día, como el de los esposos. Ese sí debe fortalecerse, perfumarse y alimentarse con la oración diaria. Decir sí a Dios es aceptar que su palabra sea nuestra vida, que penetre en lo más hondo de nuestro ser, que se haga en nosotros todo cuanto él sueña. Y ese sí debe darse libremente, porque sólo libremente podemos ser invadidos por el amor de Dios.

Del paraíso al reino de Dios

El evangelio de la anunciación del ángel a María contrasta con la primera lectura de hoy, del Génesis, que nos relata cómo el hombre cae tentado por el demonio y es expulsado del Edén. En este pasaje, vemos cómo Adán y Eva no se fían de Dios y se sienten desnudos ante él. La desconfianza trae consigo la ruptura entre el hombre y Dios.

María, en cambio, se convierte en el paraíso de Dios. Sus entrañas serán el lugar donde se lleve a cabo la redención. Adán huye corriendo del paraíso. María, que se fía, no escapa. Espera. Dios se alberga en su corazón, y ella se convierte en casa de Dios.

2007-12-02

La esperanza cristiana

I domingo de Adviento – ciclo A

... estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
Mt 24, 37-44

El sentido de la esperanza cristiana

Iniciamos un tiempo fuerte litúrgico: el Adviento, y nos preparamos para la venida del Mesías. Este es un tiempo en que los cristianos estamos invitados a reflexionar sobre el sentido de la esperanza cristiana. ¿Qué significa? ¿A quién esperamos? ¿Cómo esperamos? ¿Por qué?

La esperanza cristiana es aquella actitud vital que nos hace trascender de nosotros mismos para mejorar todo cuanto existe a nuestro alrededor. El cristiano tiene la esperanza de que el mundo puede cambiar, y también el corazón humano, sus ideas y sus sentimientos, su libertad.

¿En quién esperamos? En Jesús. Él es nuestra única esperanza, que siempre nos ayudará a vivir atentos a nuestro devenir histórico y personal. Sin esperanza y sin confianza estamos desnortados y vamos a la deriva. La esperanza cristiana da un sentido último a nuestra vida.

¿Cómo esperamos?

San Pablo nos lo explica muy bien en la lectura de su carta a los romanos: vivamos como en plena luz del día, sin excesos, sin desenfreno, sin riñas y rencores (Rm 13, 11-14). Es decir, conscientes y despiertos, con amor de caridad. “Vestíos del Señor Jesucristo”, o, en otras palabras, que nuestra vida sea fiel imagen de la de Cristo.

La mejor manera de esperar es ésta: no como aquel que espera sentado a que pase el tren, sino con la actitud vital del que hace que las cosas pasen a su alrededor.

¿Por qué esperamos?

Sin esperanza la vida carece de sentido. Todo se construye sobre la certeza de que, realmente, hay una respuesta. Hemos de saber que el mundo, la sociedad, la economía, el ser humano, todo esto puede llegar a cambiar y mejorar para alcanzar su plenitud. Jesús nos alerta en el evangelio: estemos en vela, atentos, vigilantes. La vida del cristiano es como la de un centinela. Estar alerta significa vibrar, atender, estar al tanto del acontecer cotidiano. También implica renunciar a la frivolidad y a la indiferencia hacia los demás. Ante un mundo complejo y cambiante, a veces se percibe entre los cristianos cierta apatía y desazón. La tentación de rendirse ante las adversidades y las tendencias contrarias de nuestra sociedad es muy grande. Estar atentos significa no dejarse arrastrar, sino conducir nuestra existencia, prestando atención a todo cuanto sucede. De la misma manera que cuando conducimos un vehículo hemos de estar atentos para evitar colisionar y causar daño, la vida espiritual también debe ser conducida para llegar a su destino: Dios.

Ver a Dios en nuestra vida cotidiana

Estar atento significa saber ver a Dios en los demás, tener esta inteligencia espiritual para dilucidar cómo Dios se manifiesta en cada momento. El texto evangélico alude a un tiempo apocalíptico: la venida del hijo del hombre. La mejor manera de prepararnos para ese momento crucial es ser capaces de vivir nuestra vida de cada día con un profundo sentido cristiano. Dios se manifiesta a cada instante. Nuestro problema es que estamos aquejados de miopía espiritual y no sabemos ver.

Estamos inmersos en una cultura de la alta velocidad, y no es lo mismo contemplar el paisaje a trescientos kilómetros por hora que a cincuenta, que te permite admirar los montes, los árboles, la belleza de la tierra. Para ver a Dios y notar su presencia hay que ir despacio. La alta velocidad tecnológica nos hace correr más de lo necesario y muchas cosas se nos escapan; es imposible que nos percatemos de ellas yendo tan veloces. El hombre postmoderno va deprisa, estresado, cansado; corre sin saber muy bien a dónde y no sabe detenerse.

El tiempo de Adviento nos propone parar, interiorizar, mirar dentro de nosotros mismos y descubrir quién somos, dónde estamos, qué hacemos y por qué, qué sentido tiene nuestra vida. Adviento es una llamada a viajar hacia adentro y a sacar la oscuridad de nuestro corazón, para que los destellos del Mesías que viene iluminen toda nuestra existencia.