2007-01-28

Nadie es profeta en su tierra

El corazón cerrado y la duda

El texto que leemos hoy es continuación del pasado domingo. Narra lo que sucede después de la proclamación de Jesús del texto del profeta Isaías en la sinagoga. Todos quedan maravillados de sus palabras. Pero, a continuación, el discurso de Jesús contiene un alto nivel de exigencia. De la aprobación y la admiración, la gente de su pueblo pasa a la crítica y al deseo de matarlo. El pueblo se extraña de la profundidad de sus palabras y se pregunta: “¿Quién es éste? ¿No es el hijo del carpintero?” Lucas pone ya de manifiesto el progresivo recelo del pueblo judío hacia Jesús. Un hombre de un entorno sencillo y humilde, ¿cómo puede expresar estas bellas y profundas verdades? Surgen el desprecio y los celos hacia él. Envidia y desprecio que se irán fraguando hasta llegar a una hostil actitud de rechazo.

Jesús expresa apenado que nadie es profeta en su tierra. No escapa ante las críticas y recelos propios del ser humano. Cuántas veces hemos oído esta frase en boca de grupos, de familias, de comunidades, de vecinos… "Este, ¿nos puede decir algo?" Con nuestro desdén manifestamos la inseguridad y una falta de humildad para reconocer y ver lo bueno que tienen los demás, quizás aún mejor que nosotros. Los judíos se enfurecen especialmente cuando Jesús hace referencia a personajes y episodios del Antiguo Testamento, como Elías y la viuda de Sarepta y Eliseo y el leproso Naamán. Con estas narraciones, Jesús pone el dedo en la llaga ante la actitud de cerrazón de su pueblo. Se refiere claramente a su hipocresía religiosa, les insinúa que sólo los que abren el corazón a Dios serán salvados y escogidos. Su don y su gracia serán para los humildes y sencillos que pongan sus vidas a su servicio. El rechazo hacia Jesús se va recrudeciendo, porque habla con claridad y no tiene miedo a nada ni a nadie.

Pasar de la crítica al bien hablar

Esta lectura es un revulsivo para los cristianos de hoy. Gastamos horas sin fin para criticar a los demás: qué hacen, qué piensan, cómo hablan… Perdemos un tiempo precioso de la forma más absurda.

Ante el anuncio de la buena nueva, debemos sentirnos impulsados a hablar de cosas buenas y bellas, para sacar a la luz aquello de bueno que tiene cada persona. Una de las grandes misiones del cristiano es justamente ir a contracorriente en esto. No hablemos nunca mal de nadie.

Para dejar de hacer críticas destructivas necesitamos, por un lado, ser comprensivos y misericordiosos, a la vez que muy conscientes. Es una frivolidad perder el tiempo en críticas banales. Una actitud humilde nos ayudará a reconocer los dones de los demás. En la sencillez se manifiesta el soplo del Espíritu. Las palabras de las gentes de Nazaret pueden resultarnos familiares. ¿Quién es éste o ésta? Si lo conocemos de hace tanto tiempo… ¿qué tiene que decirnos de nuevo? Pues bien, aquella persona humilde que vive a nuestro lado también nos puede enseñar muchas cosas.

Pedimos milagros

La gente espera milagros espectaculares de Dios. El gran milagro ya se ha producido: somos herederos de su palabra. El gran milagro es su permanencia constante en la Eucaristía. Dios se nos da a sí mismo: lo que nos dé por su providencia será por añadidura. Pero el mayor regalo ya lo tenemos: Cristo resucitó y nos abrió el camino a una nueva vida.

No podemos salir de una celebración eucarística admirados de cuanto hemos oído y volver a nuestras actitudes fáciles y cómodas de criticar y señalar a los demás. Aprendamos a valorar el milagro inmenso de la presencia de Cristo entre nosotros. Ser conscientes de la grandeza de este don transformará nuestra vida. Nos hará responsables a la hora de emplear nuestro tiempo y nuestras palabras. Que nuestras palabras reflejen la bondad de Dios, y nuestro tiempo sea invertido en acrecentar su Reino.

2007-01-21

Hoy llega la liberación

Sentirnos hijos de Dios, raíz de nuestra fuerza

Jesús, abierto al Espíritu, va cohesionando su misión. Su fuerza radica en sus convicciones y en su adhesión total al Padre. Sus palabras y sus gestos van calando profundamente en el corazón de mucha gente. Todos admiran su hondura y el contenido de cuanto predica.

Como buen judío, Jesús participa en el estudio y el conocimiento de la Torah en la sinagoga, como es costumbre, los sábados. En la sinagoga, con voz recia, proclama el pasaje del profeta Isaías. Es un momento crucial en su ministerio público. La voluntad de Dios y la libertad de Jesús convergen en un momento decisivo para salvar la humanidad.
“El Espíritu del Señor reposa sobre mí”, dice el texto. Jesús tiene una conciencia clara de su filiación con Dios, porque lo ha ungido. Siente que su Espíritu reposa suavemente sobre su corazón. De aquí viene toda su energía espiritual. Manifiesta el deseo de aquel que le ha enviado. Su vida y sus palabras no se entienden sin esta clara opción.

Un mensaje liberador

Él ha venido a anunciar a los pobres el evangelio; a aquellos cuya gran riqueza es Dios; a anunciar a los cautivos su libertad, a aquellos que saben que la libertad del hombre es el amor; a anunciar el año de gracia. Todos aquellos que se abren a Dios sinceramente recibirán gracia sobre gracia.

“He venido a dar libertad a los oprimidos”, dice también Jesús. ¿Quiénes son los oprimidos? Todos aquellos que sufren, que padecen el yugo de la tristeza, el dolor o un poder que los anula como personas. Una de las grandes misiones de la Iglesia es contribuir a la liberación del sufrimiento humano y de su opresión.

Cada cristiano está llamado a ser liberador

Los bautizados tenemos toda la capacidad y dones de Dios para reproducir en nosotros la vida de Cristo. Cada vez que leemos un texto bíblico y en la medida en que estamos abiertos a Dios se cumplen en nosotros las Escrituras. Unidos a Cristo, estamos llamados a una misión redentora. La Iglesia es heredera de esta gran vocación de Cristo.

El mensaje de Jesús es un anuncio, una buena noticia. El evangelio no es un conjunto de normas morales ni una doctrina, sino el gozoso anuncio de nuestra liberación. La gran liberación es soltar las cadenas del yo, que es la mayor esclavitud. El egoísmo es el gran cautiverio que aflige a la humanidad. Romper las cadenas del egoísmo y el narcisismo es la otra gran misión de la Iglesia en el mundo.

2007-01-14

Boda en Caná

María confía en su hijo

En la primera etapa de su ministerio público, Jesús es invitado a una boda en Caná de Galilea con sus discípulos. También va con ellos María, su madre, siempre solícita y atenta a cuanto sucede a su alrededor.

En plena boda, se quedan sin vino. María interviene para que la fiesta no se pare. No puede faltar el vino, y pide a su hijo que actúe. Jesús le contesta que no ha llegado su hora. Son palabras que quizás María no entiende. Pero se fía totalmente de él.

Siempre se ha fiado de su hijo. Dice a los criados: Haced lo que él os diga. Es una de las pocas frases que ponen los evangelistas en boca de María, pero es suficiente para expresar la unión profunda con su Hijo. En esos momentos, Jesús convierte el agua en vino. Se trata de su primer milagro público. Con esta manifestación Jesús hace patente su íntima relación con Dios.

Haced lo que él os diga

Todos somos tinajas vacías. Vacías de sentido, de esperanza, de valores. María intercede por nosotros ante Jesús para que llene nuestra tinaja de amor, de fe y de esperanza.

También el mundo está vacío, sediento de Dios, de Espíritu. Para llenarlo, sólo nos falta escuchar. “Haced lo que él os diga”. Son las únicas palabras que María dirige, no a su hijo o a sus parientes, sino a las gentes. Haced lo que él os diga. Puede hablar con firmeza, porque ella ha pasado por la experiencia de confiar en Dios. Sabe de quién se fía. María no dice “decid lo que él dice”, o “decid lo que él hace”, sino “haced”. Trasladada a hoy, su exhortación nos invita a actuar, a trabajar, a construir espacios de amor. Nos llama a vivir desde Dios, abriendo parcelas de su Reino en este mundo.

La liturgia de hoy nos llama a escuchar y a seguir la voz de Dios. Nos invita a escuchar a Jesús para poder hacer de nuestra vida algo bueno y fructífero.

La ley del amor

Si en el antiguo testamento había muchos ritos de purificaciones, Jesús en el nuevo testamento convierte el rito en una fiesta. Las normas del código de Moisés se reducen a una: amar como él nos ama. De las leyes y la exigencia de la tradición judía pasamos a la entrega generosa del amor, que convierte nuestra vida en una celebración festiva. Del antiguo testamento pasamos al nuevo: de la ley pasamos al amor. Jesús también convierte nuestra pobre e insípida vida en una vida intensa y sabrosa, una auténtica fiesta donde nunca pueden faltar el pan y el vino eucarístico.

El milagro de la confianza

El milagro sólo puede darse cuando hay confianza. El espacio del milagro es el amor. Cuando hay amor, los corazones pueden tocarse, porque el mismo amor es ya un milagro, tierra abonada para que se produzca una transformación. Claro que Jesús podía hacer milagros. Pero el gran milagro es que cada uno de nosotros, pobre tinaja vacía, sepa desear su presencia y abrir el corazón a su amor, invitándolo a entrar.

El agua se convierte en vino. Igualmente, toda nuestra existencia queda transformada por la presencia de Dios. Y él nos invita a vivir plenamente la alegría, convirtiendo nuestra vida en una fiesta.

2007-01-07

Epifanía trinitaria en el Jordán

La Trinidad se manifiesta en el Jordán

Con el bautismo cerramos el tiempo de Navidad y Epifanía y nos introducimos de lleno en el ministerio público de Jesús.

El bautismo de Jesús es el inicio de su vida pública, de su gran misión. Esta es posible gracias a su convicción profunda de su filiación con Dios Padre.

En el Jordán se manifiesta la Trinidad. Dios Padre, en la voz que sale del cielo. El Espíritu Santo, que desciende en forma de paloma. Y el mismo Hijo, Jesús. En él se halla la plenitud de la misión trinitaria: hacer presente en el mundo el amor de Dios.

El sentido de la filiación

El convencimiento del amor del Padre lleva a Jesús a salir de Nazaret para emprender su gran aventura y convertirse en predicador de la palabra de Dios. Después del bautismo, cada cristiano es hijo de Dios y todos somos hermanos, unos de otros. Nos une, no la sangre humana, sino la misma sangre de Cristo. Todos los que comemos de su pan y bebemos de su cáliz formamos parte de la familia cristiana.

Cada eucaristía es un momento epifánico en el que se nos revela la Trinidad. Unidos a Cristo, cada uno de nosotros es un hijo amado y predilecto de Dios.

Jesús saca esa enorme fuerza de su unión con el Padre. De esta unión surge la gran empresa apostólica de fundar la Iglesia. Unidos a él, con esta convicción, dejamos de ser niños y adolescentes espiritualmente, para iniciar una vida nueva de adultez cristiana. Esta madurez implica caminar con Jesús hasta entregarse, hasta la cruz. Y también resucitar con él.

Fiesta de Reyes

La búsqueda de Dios es universal
Esta es la fiesta de los que buscan sentido a sus vidas. Los magos, sabios y científicos de su tiempo, buscaron y encontraron una estrella que los guió hacia la cueva de Belén. Cuántas personas viven en la oscuridad, buscan la luz y no la encuentran. En sus vidas no hay esperanza.

Para los cristianos el futuro existe: es Cristo, Dios, la Iglesia. El futuro está en trascender de nosotros mismos. Muchas personas caminan a tientas sin que nadie las oriente. Desean crecer, encontrar la fe, encontrarse con Dios. Y no siempre encuentran esa estrella que los guíe. Los magos son imagen de toda la humanidad, todos los continentes, todas las culturas en busca de Dios.

Todo ser humano está llamado a conocer a Dios. Esta es la fiesta de la universalidad en la búsqueda del mensaje evangélico.

El evangelio de hoy representa un abrazo cultural de todos los pueblos. Todos están llamados a recibir esa inmensa alegría que llenó a los magos, cuando vieron la estrella posarse sobre el establo de Belén.

Nuestro mejo regalo: entregarse

Hoy es una fiesta hermosa. Recuperemos el sentido religioso de la ofrenda, del obsequio. Los mejores regalos que podemos ofrecer son la transferencia de valores, la donación de nuestro tiempo, brindar un sentido a la vida, dar esperanza. Cada uno de nosotros es un mago que puede regalar a quienes le rodean aquello que les falta: alegría, confianza, afecto, consuelo, tiempo, experiencias religiosas…

¿Hemos dedicado bastante tiempo a la familia, a la comunidad, a la Iglesia, a nuestros hijos? ¿Hemos regalado nuestra experiencia y sabiduría? Lo mejor que podemos dar es el tesoro que llevamos dentro. Y, de esto, lo mejor es el amor. Más que juguetes y regalos, los niños necesitan ternura, afecto, creatividad, educación, valores, compañía de sus padres, de la Iglesia, de la sociedad.

Durante estos días festivos, se da un enorme gasto económico. Los cristianos deberíamos ser muy conscientes. Si tan sólo destináramos el 10 % de lo que consumimos y gastamos a obras sociales, o a contribuir a sostener la gran labor de las misiones, ¡cuántos problemas ayudaríamos a paliar!

Del pesebre a la eucaristía

Cristo es el gran regalo que cambia nuestra vida. Ese Niño Dios se nos hace pan y comida. Cada día que venimos a la Eucaristía, los cristianos contemplamos el misterio del Dios que se hace sacramento para que su presencia sea eterna entre nosotros. La fiesta de los Magos, que nuestra civilización ha convertido en un acontecimiento social donde los regalos tienen el protagonismo, tiene un sentido espiritual: el mayor regalo es la donación de Jesús. Dios se nos hace presente a través de él, y muchas son las gentes que lo necesitan. Cada cristiano que se regala a sí mismo, como Jesús hizo con su propia vida, es el mayor obsequio. Seamos Reyes Magos para los demás.

2007-01-01

María, reina de la paz

La paz nace de la ternura

Celebramos hoy la fiesta de la maternidad divina de María. Cuando meditamos sobre María, ahondando en sus profundos cauces, encontraremos un caudal inmenso de aguas cristalinas.

Del corazón de María , de sus entrañas, de su libertad, nace la Iglesia. Por eso la llamamos madre de la Iglesia. Es un modelo para todos los cristianos y para la sociedad de hoy. Necesitamos ahondar en su torrente de belleza para encontrar las raíces más profundas de la paz.

María, abierta, deja que Dios penetre hasta lo más hondo de su ser. Se deja invadir por su amor. Por eso es la madre de la paz.

La paz nace de la ternura. El entorno de María conoce esa paz que surge de la comunión con Dios. Los pastores, que reciben el anuncio gozoso del nacimiento de Jesús, corren a adorarlo, encuentran al recién nacido y se admiran ante él. Después, regresan contando maravillas y alabando a Dios por todo cuanto han visto y oído. Dejarse maravillar por un niño es tener corazón de niño. Es dejar que la ternura despierte en nuestro interior. Y de esa ternura brota la alabanza.

Cada cristiano, como los pastores, ha recibido también esa buena noticia. A través de las lecturas sagradas y las celebraciones de estos días, hemos podido admirar la belleza de ese misterio tan grande: el de un Dios inmenso que se hace niño. Con los pastores y los ángeles, lo glorificamos y alabamos también a María. Porque ha sido su corazón abierto el que ha hecho real este misterio de la encarnación de Dios.

Muchos niños en el mundo son explotados, abusados y utilizados. En esos pequeños que sufren, como señaló el Papa en su homilía de Nochebuena, está Dios. Su grandeza es la renuncia total al poder. Siendo grande, se hace frágil y pequeño, para despertar nuestra ternura y nuestro amor.
La paz nace de la experiencia de la ternura de Dios. El Belén es una manifestación de esta ternura. El Dios inabarcable se hace pequeño. Ante esta nueva, estamos llamados a construir el mundo de nuevo, partiendo de la inocencia de los niños.

Construir la paz en el mundo

Hoy también celebramos la Jornada Mundial de la Paz, tal como la instituyó el papa Pablo VI. Si Jesús es llamado el Príncipe de la Paz, María es la Reina de la paz. La Iglesia es ese ejército que trabaja por la paz en el mundo y los cristianos somos los soldados que hemos de luchar porque esa paz cunda y sea duradera.

¿Cómo conseguir la paz en el mundo? Mucho se ha dicho y escrito. Pero ahora es necesario que recemos y luchemos por ella, apoyándonos en Jesús y en el testimonio de la reina de la paz.

La paz no es posible sin unas hondas y firmes convicciones éticas: surge de un profundo amor y respeto hacia los demás.

No hay paz sin respeto a la diversidad y a la diferencia del otro. Se habla mucho del “choque cultural”; podríamo hablar mejor de abrazo cultural. María es modelo de acogida. La Iglesia es puerta del cielo, apertura, hospitalidad. La mujer –y la mayoría de creyentes hoy son mujeres- es acogedora y recibe a quienes se llegan hasta este umbral.

La identidad femenina

Como María, la Iglesia nos invita a ser transmisores de la vida de Dios. María interpela especialmente a la mujer del siglo XXI que, a veces por desorientación o por diversas tendencias sociales, filosóficas o políticas, pierde su identidad.

La plenitud de la mujer se encuentra en María y en su maternidad abierta a todo el mundo. No sólo puso su vida y sus entrañas para hacer posible la encarnación. María estuvo presente en los momentos clave de la vida de Jesús: en las bodas de Caná, al inicio de su vida pública, en su muerte al pie de la cruz, en el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés... Siempre firme, su presencia dio fuerzas a sus apóstoles para que la vida siguiera, para que no huyera la esperanza.

Más allá de las ideologías “de género”, la Iglesia nos propone ahondar en el “plus” de la mujer. Es importante que la mujer esté en el lugar que le corresponde en la sociedad y en la Iglesia. Toda mujer cristiana es llamada a proyectar la imagen de María.

El rol de la mujer en la Iglesia viene ilustrado por María. La Iglesia debe estar impregnada de la maternidad, de lo contrario no será creíble. Dulzura, caridad, servicio y atención hacia los más necesitados deben ser sus distintivos. Como Madre, debe mostrar solicitud amorosa hacia toda la humanidad.