2013-12-27

La sagrada familia


La sagrada familia –ciclo  A–

Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, quédate allí hasta que yo te avise, pues Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: “Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto”…
Mt 2, 13-23

Dos personajes contrapuestos: José y Herodes


En los inicios de toda bella historia siempre aparece una sombra que quiere tapar la luz. En el nacimiento de Jesús, será Herodes quien dará la orden del matar al niño. En este evangelio de hoy vemos a dos personajes contrapuestos. José es el hombre justo y bueno, obediente a Dios y cumplidor de sus designios. Herodes es un personaje violento, ciego a la voluntad de Dios, que quiere impedir a toda costa que alguien le arrebate su poder.

José es el hombre de la casa de David que se fía, escucha las palabras de Dios y acepta su misión como custodio y padre adoptivo del niño. Herodes es el hombre que desconfía, tiene miedo de perder y no duda en aniquilar a cualquiera que amenace su trono. Representa el poder mundano y político, la ambición, el afán de riquezas y de dominio. En cambio, José representa la bondad, la sencillez, la docilidad y el amor generoso.

Herodes ordenará una masacre, pero no podrá llevar a cabo su cometido de asesinar al niño. No podrá matar la historia de Dios. José será quien lo impedirá. De esta lectura podemos extraer varias consecuencias.

Levántate


El verbo levantarse aparece tres veces en este texto. Levántate, dice el ángel a José. Y él se pone en pie y actúa. Para iniciar una empresa trascendente, como la que José tiene encomendada, hay que estar erguido, bien despierto, lleno de confianza en Dios. Su cometido será cuidar, guiar y custodiar al niño y a su madre. En José esto tiene aún más mérito que en cualquier otro padre porque, no siendo Jesús su hijo natural, lo protege tanto como si lo fuera. Sabe que ese niño es de Dios y lo cuida como suyo. Sabe que, para encarnarse, Dios necesita de una familia humana; necesita de él y de María para desarrollar su plan salvífico.

José, firme, decidido, sin dudar un instante, lleva a cabo la misión encomendada. Su precaución al regreso, de no instalarse en Belén por temor al nuevo rey Arquelao, revela al hombre prudente hasta el último momento. Así es como la familia se instala en Nazaret.

El significado del exilio


Levantarse y marchar lejos, al exilio, todavía hace más compleja la misión de José. Como tantas familias hoy, que se ven obligadas a emigrar, la familia de Jesús comienza su andadura con un destierro. Los autores sagrados subrayan con este hecho que toda la vida de Jesús, en el futuro, estará marcada por el sufrimiento y el rechazo. Esta huída a Egipto preludia lo que será su vida adulta, cuando sea rechazado por su pueblo.

¡Cuántas realidades a nuestro alrededor están llenas de Dios! Hemos de cuidarlas y protegerlas, aunque no sean obra nuestra. En el mundo también hay muchos niños y personas desvalidas que, aunque no sean hijos nuestros, ni parientes de nuestra sangre, son hijos de Dios. La Iglesia debe cuidar de las cosas de Dios, debe atenderlos. Toda vida humana, y aún más la vida de la fe, pide una ardua y necesaria tarea de cuidado.

Necesidad de familias sólidas


Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. La familia de Nazaret es prototipo y modelo para las familias cristianas. Actualmente, se habla mucho de la crisis de vocaciones sacerdotales. Yo diría que hay una crisis de familias cristianas. Faltan hogares cristianos, pequeños Nazarets donde puedan florecer las vocaciones. Mirando a José y a María las familias pueden inspirarse para construir una realidad armónica y consolidada.

Tener un hijo significa mucho más que parir un bebé. Los padres han de ser conscientes de que construir un hogar pide que en el matrimonio haya una enorme capacidad de entrega, desprendimiento y amor. Los hijos necesitan ese amor, y necesitan mucho tiempo de sus padres junto a ellos, educándolos. Cada vez hay más familias desestructuradas, no solo económicamente sino emocionalmente. Estas situaciones exigen una profunda revisión desde la antropología cristiana. El equilibrio social dependerá del familiar, de que los roles de los padres queden bien definidos, así como su misión. Solo así, con referencias sólidas, los niños crecerán de manera armónica.

Los padres tienen un espejo de referencia en José y María. Su ejemplo los enseñará a quererse, a confiar el uno en el otro, a confiar en Dios y cuidar y proteger a su familia. Y, sobre todo, a dejar que Jesús corone la existencia de esa familia y habite en el corazón del hogar.


Finalmente, todos los cristianos somos una gran familia. Participando de la eucaristía, tomando el pan y el vino, sentimos que formamos parte de la Iglesia. Esta otra familia, más allá de los lazos biológicos, llegará a ser muy importante para nuestro crecimiento como personas. Cuando se vive instalado en el Reino de Dios, la fe crea lazos más fuertes que los consanguíneos. Aprendamos a sentirnos también familia de Jesús en un día como hoy.

2013-12-21

Plenamente Dios, plenamente humano


4 Domingo Adviento - A from JoaquinIglesias

La concepción de Jesucristo fue así: estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció un ángel en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo…
Mt 1, 18-24

La gracia de Dios


Después de la genealogía de Jesús, el evangelio de Mateo nos relata cómo fue concebido Jesús. Es un capítulo que narra de qué manera Dios se hace hombre, insertándose en el curso de la historia, en un lugar y un tiempo concretos, y también en un linaje concreto.

Si la genealogía sirve para indicar que Dios se encarna en la familia humana, una familia con nombres y rostros, muchos de ellos pecadores, el relato de la concepción de Cristo nos revela su naturaleza divina. María concibe por gracia el Espíritu Santo. Es plenamente humano, pues es engendrado en el vientre de una mujer; y es plenamente divino porque surge del mismo aliento sagrado de Dios.

Mateo toma unas palabras del profeta Isaías (7, 14) que para los judíos de su tiempo tenían un significado especial: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y se le pondrá por nombre Emmanuel ―Dios-con-nosotros―. El nacimiento de ese niño, anunciado por el profeta, significaba el inicio de una era de liberación para Israel, sometido al poder de las potencias extranjeras. Del mismo modo, el nacimiento del hijo de María, tal como lo presenta Mateo, marcará el inicio de una nueva era, el advenimiento del Reino de Dios en el mundo.

Esta es la gracia de Dios: el regalo de su Hijo y el inicio de su reino. Un reino que trae algo más que la liberación política. Jesús vino a liberarnos de los grandes males que siempre acechan a la humanidad: la esclavitud del pecado, del egoísmo, del dolor y de la muerte. ¿Cuál es la señal de este reino? El mismo niño que nace, Emmanuel, Dios-con-nosotros. Si Dios está en el mundo, el mundo comienza a ser ya nuevo reino.

La justicia de José


Pero la manera de obrar de Dios a menudo desconcierta a los hombres. José, pobre, se queda abrumado cuando descubre que María está encinta sin vivir todavía juntos. En su mentalidad judía tiene muy clara la ley: si es adúltera, debe ser condenada. Pero el evangelista también dice que José era justo. Y ser justo, en términos bíblicos, no es ser rigurosamente estricto con la ley, sino bueno. Ser justo es parecerse a Dios, y Dios no es legalista, sino magnánimo, compasivo, generoso.

Por eso José, entristecido, opta por repudiar a María en secreto. De esta manera puede salvarla del castigo que, según la ley, era terrible: la lapidación. Y salva, también, su reputación. Pero su decisión, aunque revela su bondad hacia María, es la de un hombre ofuscado.

El mensajero


Y Dios envía un ángel. En los relatos bíblicos a menudo aparecen ángeles que, en sueños, transmiten los mensajes de Dios a sus elegidos. José, como tantos otros personajes del Antiguo Testamento, recibe una revelación durante su sueño.
A partir de esa noche, entenderá que él también está llamado a una misión, como María. Su cometido será el de padre terrenal del Hijo de Dios. Y obedece fielmente lo que el ángel le manda, acogiendo a María en su casa.

La puerta del cielo


Mateo, a diferencia de Lucas, nos habla muy poco de María. Nada nos dice de su llamada, de su disposición, de su estado de ánimo, de su reacción.

Tan solo nos dice, con palabras muy escuetas, que se halló haber concebido del Espíritu Santo. ¿Puede decirse algo tan grande con frase más sencilla y más breve?

Sin embargo, tras estas palabras podemos atisbar algo enorme. María se halla, es decir, que la concepción divina le viene como algo que nunca esperó, ni pidió. Es una gracia, un regalo de Dios. Y, ¿quién puede recibir un don tan grande sino alguien con el alma muy abierta?

Por otra parte, nos está diciendo que en el engendramiento, físico y humano, de Jesús, interviene el Espíritu Santo. Podríamos decir que en toda concepción humana, además de la intervención de los padres, hay un soplo divino, que es el que otorga la vida y el alma. 


Por último, vemos cómo Dios, que podría venir al mundo de manera más espectacular y prodigiosa, o aparecer directamente como un rey o un profeta adulto, elige pasar por todo el proceso de un hombre sencillo y cualquiera. Su puerta de entrada a la tierra es el cuerpo y el vientre de una mujer. Y llega a escondidas, de forma discreta y silenciosa. Esta es la forma de actuar de Dios. Sin espectáculo, sin pompa, y totalmente comprometido, hasta las últimas consecuencias. Dios nace como todos los niños del mundo y morirá, también, como todo humano mortal. Cuán digna, cuán grande y bella será la naturaleza humana cuando Dios mismo se encarna en ella. 

2013-12-14

La esperanza que cambia el mundo



En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”…
Mt 11, 2-11

La esperanza que cambia el mundo


La secuencia del Antiguo Testamento del profeta Isaías (Is 35, 1-10) es un canto a la belleza de la esperanza. El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría… Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará… Son notas poéticas que anuncian la llegada al mundo del Mesías. Su irrupción, como agua en el desierto, cambia todas las cosas, dando nueva vida y sentido a la Creación.

El evangelio nos muestra cómo los discípulos de Juan acuden a Jesús y le preguntan si él es el que ha de venir. La expectación llega a su momento culminante: el Mesías está cerca. Por eso, en la liturgia de este tercer domingo de Adviento, hay un componente de alegría y de fiesta ante la venida del Señor. Los cristianos estamos llamados a vivir alegres porque esta esperanza pronto se tornará en gozo.

La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan recoge las palabras del profeta Isaías: los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Reino de Dios. La venida del Señor revoluciona nuestra vida y transforma nuestro corazón. Si queremos, Dios puede cambiar nuestra existencia y convertirla en un canto de esperanza.

Los ciegos ven


Cuántas personas no son ciegas y, sin embargo, no ven porque no saben mirar y contemplar el mundo desde los ojos de Dios. Cuántas cosas dejamos pasar de largo porque no sabemos atisbar esas manifestaciones de Dios en la vida. Nos falta visión espiritual para captar la presencia de Dios a nuestro alrededor. Qué susto más grande nos llevamos cuando perdemos un poco de visión. Pero, ¿no es un espanto mucho mayor que el mundo deje de ver a Dios? ¿No es más temible que las gentes aparten la vista de su Creador? Sin embargo, Dios puede abrirnos los ojos del alma.

Los sordos oyen


Igual sucede con los oídos. No sabemos oír la delicada música de Dios en nuestra vida. Inmersos en tanto ruido, somos incapaces de reconocer la melodía divina que impregna nuestra existencia. La venida del Mesías puede lograrlo, desde el espíritu, aguzando nuestro oído interior.

Los cojos andan

Cuánta cojera vemos en el mundo. Estamos sanos y parecemos inválidos. Podemos correr y nos quedamos quietos, paralizados. Tenemos miedo de ir hacia los demás. Nos sentimos inseguros y nos cuesta hacer el esfuerzo para desplazarnos hacia quien nos necesita. Cuánta gente vive parapléjica de alma, teniendo los dos pies sanos. Dios puede despertar el entusiasmo del corazón dormido y empujarnos a ir corriendo hacia él, que está presente en los demás. Cuando corremos hacia Dios nuestra vida tiene sentido.

Los leprosos quedan limpios


Estamos manchados por la enfermedad del egoísmo. Nuestra dermis espiritual está sucia por no dejar que el oxígeno de Dios llegue a todos los rincones de nuestra vida. La misericordia de Dios y su capacidad de perdón nos harán recuperar la transparencia y la nitidez. Lavados por el Bautismo, quedamos limpios por la inmensa gracia de Dios.

A los pobres se les anuncia el evangelio


¡Qué alegría tan grande sentirnos receptores de este mensaje! Somos privilegiados por recibir tan buena nueva. Nos convertimos en testigos de una gran experiencia. Con esta noticia nuestras vidas cambian: la tristeza se convierte en alegría, el desespero en esperanza, el odio en amor, la desconfianza en fe.

Como cristianos, hemos de saber hacer pedagogía de la esperanza. Jesús alaba a Juan como el mayor de los profetas, pues anuncia la llegada del mismo Dios, hecho hombre. En cambio, sigue diciendo Jesús, en el Reino de los Cielos, hasta el más pequeño es mayor que Juan el Bautista. ¿Por qué? ¿Qué significan estas palabras?


Jesús está hablando de una vida nueva, donde los hombres y mujeres llamados ya no son profetas, sino hijos de Dios. En el Reino, ya no son mensajeros, sino testigos. No hablan de aquel que esperan y ha de venir, sino del que ya habita entre ellos, de la presencia viva y palpitante que alienta en todo su ser. Juan Bautista cierra una época: la del hombre esperanzado que aguarda. Jesús inaugura una etapa nueva: la del hombre que ya vive en brazos de Dios. Por eso dice: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los muertos resucitan. Porque Dios transforma y renueva la vida de aquel que se deja penetrar por su amor.

2013-12-06

María, casa de Dios


La Inmaculada Concepción 


En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David. La virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás luz a un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. Y María dijo: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril. Porque para Dios nada hay imposible.” María contestó: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel la dejó. 
Lc 1, 26-38 

Vivir con el corazón abierto 


Celebramos hoy una gran fiesta arraigada en la comunidad cristiana: la Inmaculada Concepción de María. ¿Cómo podía ser de otra manera? María fue elegida por Dios como madre de su Hijo, por ello fue concebida sin mancha de pecado alguno. 

El evangelio de hoy sienta las bases de la espiritualidad mariana. María es la mujer que supo disponer un hogar para Dios, un corazón cálido y abierto a su voluntad. El ángel la saluda con estas palabras: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. María ya está llena de la presencia de Dios. Es algo cotidiano vivir atenta a su Espíritu. Porque conecta con él, recibe gracia sobre gracia. Su receptividad es tan grande que el Señor la inunda. 

No temáis 


No temas, María, continúa el ángel. María es llamada a una vocación muy alta: ser la madre del mismo Dios. Nosotros, los cristianos, también somos llamados. Dios entra a nuestra presencia si tenemos espacios diarios de silencio para él. La madurez espiritual permitirá que Dios cale en nuestra existencia y podremos escuchar su llamada. Dios también piensa en nosotros y confía en nuestra capacidad de respuesta. A María le anuncia que concebirá y dará a luz a un hijo que será la salvación del mundo. Cada cristiano abierto concebirá en su corazón un proyecto de Dios para colaborar en la redención que Jesús inició. 

No temáis, hombres y mujeres del siglo XXI. Aunque el mundo parece girar al revés, sabiendo que Dios está con nosotros nunca hemos de temer a nada ni a nadie. María no teme. Está preparada para su misión: ser receptora del mismo Dios. Jesús, su hijo, será el redentor del mundo y dará su vida para salvar a toda la humanidad. La Iglesia, hoy, sigue siendo receptora de ese mensaje y continúa esta misión. 

Para Dios nada es imposible 


María se aturde, al principio, cuando oye al ángel. Nosotros también podemos turbarnos. ¡Dios mío! Es tan grande tu amor… ¡y yo soy tan pequeño! No soy nada, ¡y tú me das tanto! Pero el Espíritu Santo que aletea en el universo transforma esta nada convirtiendo nuestro corazón y nuestra vida en una realidad hermosa capaz de emprender obras extraordinarias. 

¿Cómo será eso, pues no conozco varón?, se pregunta María. También nosotros podemos preguntarnos: ¿Cómo podremos hacer lo que Dios nos pide, si somos tan limitados? Dios puede. El Espíritu Santo vendrá sobre nosotros y la fuerza del Altísimo nos cubrirá con su sombra. Recibiremos su aliento y nuestra vida será renovada. Es el mismo Espíritu Santo que se alberga en el corazón de María. 

Para Dios nada es imposible. María estaba dispuesta y era inmaculada en su interior. Nosotros también estamos limpios por la misericordia del Padre y por el sacramento de la penitencia. Para él no es imposible lavar nuestras culpas, pese a nuestras dificultades, nuestros pecados, egoísmos e historias pasadas. Dios puede convertir un corazón de piedra en otro de sangre, que palpite de vida, derramando amor. 

Somos hijos de Dios. Como los hijos se parecen a los padres, ¿en qué nos parecemos a Dios? Justamente en esa inmensa capacidad de amor. Aunque nuestra cultura hace hincapié en los aspectos más negativos de la naturaleza humana, no dudemos que el hombre guarda tesoros hermosos en su corazón y es capaz de entregarse hasta el límite. Dios puede penetrar en nuestros vericuetos emocionales, iluminar nuestras sombras, llenar nuestras lagunas, nuestros vacíos… Los condicionantes biológicos y psicológicos quedan superados por lo espiritual. 

Hágase en mí según tu palabra 


María dice sí a Dios, sí a su plan, a su designio. Sin ese sí valiente, generoso, libre, el misterio de la encarnación no habría sido posible. El sí de María hace posible la revolución del Cristianismo. 

Dice María: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Hay que leer la palabra esclava en su contexto. No se puede obrar el bien sin libertad. El concepto de esclavitud aquí significa disposición, entrega, un decir: mi vida es para ti, soy tuya; me entrego libremente, porque quiero. No se trata de someterse a Dios, él jamás quiere siervos, y aún menos quiere que María sea una esclava sojuzgada. Dios ama al hombre libre y pide una respuesta desde la libertad. 

En lenguaje de hoy, podríamos traducir esta frase como: Aquí está la amiga del Señor. O también: He aquí la hija del Señor. Decir sí a Dios comporta un compromiso que se reafirma cada día, como el de los esposos. Ese sí debe fortalecerse, perfumarse y alimentarse con la oración diaria. Decir sí a Dios es aceptar que su palabra sea nuestra vida, que penetre en lo más hondo de nuestro ser, que se haga en nosotros todo cuanto él sueña. Y ese sí debe darse libremente, porque sólo libremente podemos ser invadidos por el amor de Dios. 


Del paraíso al reino de Dios 


El evangelio de la anunciación del ángel a María contrasta con la primera lectura de hoy, del Génesis, que nos relata cómo el hombre cae tentado por el demonio y es expulsado del Edén. En este pasaje, vemos cómo Adán y Eva no se fían de Dios y se sienten desnudos ante él. La desconfianza trae consigo la ruptura entre el hombre y Dios. María, en cambio, se convierte en el paraíso de Dios. Sus entrañas serán el lugar donde se lleve a cabo la redención. Adán huye corriendo del paraíso. María, que se fía, no escapa. Espera. Dios se alberga en su corazón, y ella se convierte en casa de Dios.