2016-04-30

El Espíritu Santo os enseñará

6º Domingo de Pascua - C

Hechos 15, 1-29
Salmo 66
Apocalipsis 21, 10-23
Juan 14, 23-29


En las tres lecturas de este domingo hay un protagonista silencioso pero muy activo que a menudo olvidamos: es el Espíritu Santo, este dulce huésped del alma que está siempre presente y que es el fuego que anima la Iglesia y nuestra vida cristiana.

El Espíritu Santo es la presencia de Dios que brilla en la Jerusalén celestial de la visión de San Juan, en el Apocalipsis. En esta ciudad no hay templo porque Dios mismo y el Cordero, Jesucristo, son el santuario. Tampoco hay sol, ni luna, ni estrellas, porque la misma luz de Dios la alumbra.

El Espíritu Santo es el que ilumina el entendimiento de los apóstoles cuando surgen disputas en las primeras comunidades. ¿Cómo resuelven los dilemas? Rezando, en grupo y contando con el buen consejo del mejor aliado: el propio Espíritu de Dios. Por eso en la carta enviada a los cristianos de Antioquía, Siria y Cilicia, los de Jerusalén dicen: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…» Una decisión reflexionada con calma, tomando a Dios como consejero, seguro que será acertada, la mejor para todos. ¿Actuamos así en nuestras vidas? Cuando tenemos problemas, ¿nos detenemos a rezar, a poner el problema ante Dios y a deliberar con la ayuda de su Espíritu Santo? ¡Lo primeros cristianos nos dan ejemplo!

En el evangelio leemos una parte de las palabras que Jesús dirige a sus discípulos, en la última cena. Les habla de lo que sucederá tras su muerte y resurrección. Ellos ahora quizás no entienden, él les da ánimos y los avisa para que, llegado el momento, crean en él. El Espíritu Santo les dará el don de comprensión y les enseñará todo lo que necesiten. Les dará fuerza, lucidez, coraje, inteligencia y una inmensa capacidad para amar y entregarse. Con él, jamás se sentirán solos. Será el lazo que los mantenga unidos con Jesús y con el Padre. El Espíritu es el fuego que los animará y les infundirá una paz que nadie les podrá quitar.

Hoy los cristianos tenemos mucha necesidad de recordar a este Espíritu de amor y de unidad. Lo necesitamos como agua de mayo para regenerar nuestra vida espiritual y comprometernos de verdad con nuestra comunidad y con el mundo. Todos estamos llamados a ser apóstoles, cada uno en su lugar y de una manera distinta. Invocar al Espíritu y escuchar su voz, con docilidad y apertura de corazón, puede cambiar nuestras vidas y las de muchos que viven a nuestro alrededor.  

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2016-04-21

Amaos como yo os he amado

5º Domingo de Pascua - C
Hechos 14, 21b-27
Salmo 144
Apocalipsis 21, 1-5a
Juan 13, 31-35



Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado.

Hay una palabra clave que se repite en las lecturas de hoy: «nuevo». Nuevo es el mensaje que predican Pablo y los apóstoles, misioneros por tierras de gentiles. Nuevo es el mundo que recrea Jesús, glorificado junto a Dios Padre, como leemos en el Apocalipsis. Nuevo es este mandamiento del amor, que recoge toda la ley antigua y la lleva más allá de una ética social y de un conjunto de normas.

Por mandato no debemos entender tanto una orden, obligada, como un aviso, un consejo, un apremio. Amaos, ¡es urgente! Amaos, porque sin amor nos hundimos en la desesperanza. Amaos, porque sin amor morimos de hambre y sed de justicia y de sentido. Amaos, porque sin amor nuestra alma agoniza. Jesús sabe que lo que pide como mandamiento es más que una ley: es una necesidad humana, y es a la vez la aspiración más profunda de toda persona. Todos, en el fondo, deseamos ser amados y tener alguien a quien amar. El mandamiento de Jesús es el consejo más sabio y más dulce de seguir, porque es totalmente acorde con nuestra naturaleza. Estamos hechos por amor y para el amor.

El mandato del amor es la clave para comprender todo el evangelio y más aún: toda la Biblia. La antigua Ley queda culminada y superada por esta nueva ley. Los mandamientos de antes se resumen y se incluyen todos en este nuevo. Ama y haz lo que quieras, decía san Agustín. Porque quien ama ya está cumpliendo todos los mandamientos de la ley humana y divina.

Ahora bien, amar como Jesús dice no es tan sencillo. ¿Cómo ama Jesús? Entregándolo todo: tiempo, fuerzas, creatividad, atención, paciencia, afecto. Jesús ama hasta entregar la vida. Ama hasta perdonar al enemigo. Hay amores abnegados, como el de las madres, el de los esposos que se quieren apasionadamente, o el de los amigos incondicionales, que se parecen al amor de Dios. Y no es fácil perseverar: es un arte que hay que cultivar durante toda la vida. Pero precisamente porque Dios nos ha amado en Jesús, hasta el extremo, de él podemos aprender y conseguir las fuerzas que necesitamos. Él es nuestro maestro y nuestro alimento. Recogernos en oración con el Padre nos ilumina y nos inspira. Recibir el cuerpo y la sangre de Cristo nos nutre cada domingo, en la eucaristía.

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2016-04-15

Nadie las arrebatará...

4º Domingo de Pascua - ciclo C

Hechos 13, 14.43-52
Salmo 99
Apocalipsis 7, 9.14b-17
Juan 10, 27-30


Las lecturas de hoy, ¡incluso el salmo! nos hablan de pastoreo, de guía, de cuidado… Somos ovejas del rebaño de Dios. No borregos sin criterio ni personalidad, sino posesión suya muy preciosa. En la Biblia, cuando se utilizan estas expresiones de propiedad hay que leerlas con una clave: la clave del amor. Solo entre dos que se aman profundamente se emplean frases similares: eres mío, soy tuyo; nadie me arrebatará de tu lado. Tú eres mi luz, mi guía, mi vida…

El salmo canta: somos pueblo de Dios, él nos hizo, somos suyos y por esto tenemos motivos para vivir con alegría y gratitud. Existimos porque somos inmensamente amados. El evangelio nos ofrece palabras muy tiernas de Jesús dirigidas a sus seguidores, a nosotros, hoy. Somos sus ovejas. Él nos conoce, una a una, nombre a nombre, cara a cara. Nos protege y nos cuida. Nos da lo que todos anhelamos: una vida que valga la pena vivir, una vida entera, completa, plena. Este es el significado de vida eterna. Una vida que no se acaba aquí en la tierra, sino que tendrá una continuación inimaginable en el más allá, en brazos de Dios.

Nadie las arrebatará de mi mano, dice Jesús, e insiste: tampoco nadie las arrebatará de las manos del Padre. Nos sujeta fuerte, como una madre que estrecha contra su seno al hijo que ama tiernamente y no quiere perder. Así nos ama Dios, ¡no quiere perdernos! Y no quiere que nos perdamos en el mundo. No quiere que nos hundamos en los problemas y en la tristeza, ni que nos distraigamos con las frivolidades que nos chupan la vida y la energía. Si estamos fuertemente unidos a la Trinidad de Dios, no pereceremos.

Pero no solo estamos llamados a dejarnos amar. San Pablo con su vida nos muestra que estamos llamados a ser discípulos del mismo Dios, imitando su pastoreo. Muchas personas esperan un mensaje de paz y esperanza, muchas anhelan esa vida buena que nosotros ya disfrutamos. Hay que salir y ser apóstol. Hay que ser luz de las naciones, como dice Pablo. Y si en un lugar te cierran la puerta, sacúdete las sandalias y camina hacia otro. Somos luz. Hemos recibido mucho, y gratis. No podemos ocultar ni guardarnos esa luz. La plenitud de nuestra vida pasará por ser generosos y entregarnos para ser ayudantes del buen pastor, portadores de la buena nueva y colaboradores de Jesús. No tengamos miedo, él nos acompaña y nos defiende siempre. Su fuerza nos llena y nos inspira. 

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2016-04-07

El examen de Pedro

3r Domingo de Pascua - C

Hechos 5, 27-41
Salmo 29
Apocalipsis 5, 11-14
Juan 21, 1-19

En el evangelio de hoy se relata una aparición hermosa de Jesús a sus amigos. Aparece en su escenario cotidiano, en Galilea, junto al mar. Pedro y sus compañeros salen a pescar, como si quisieran reanudar su vida anterior. Y es en medio del faenar cuando Jesús les sale al encuentro y les pregunta si han pescado algo.

Los encuentros con Jesús resucitado son sorprendentes. Al principio no lo reconocen. Él, oyendo que no han pescado nada, repite una frase que Pedro ya había escuchado, tiempo atrás: Echad las redes al otro lado. La pesca milagrosa les abre los ojos y es Juan, el discípulo amado, quien lo reconoce. Jesús los espera en la orilla y les prepara un ágape.

Dios nos sale al encuentro. Siempre es él quien tiene la iniciativa, y se presenta en nuestro entorno, en nuestro trabajo, de manera sencilla y amistosa. Y ¿qué nos sucede? Como a Pedro, a menudo pasa que bregamos mucho y obtenemos poco fruto de nuestros esfuerzos. Nuestros afanes por evangelizar quizás son estériles, fracasan o dan poco resultado. ¿Qué hacer? Jesús nos sugiere un cambio. Echar las redes al otro lado es cambiar de forma de pensar, hacer e incluso de creer. ¿Creemos en nosotros mismos? ¿Confiamos solo en nuestras fuerzas? ¿O nos abrimos y nos fiamos de Dios? ¿Sabemos escuchar su voz, que nos habla, a menudo a través de otras personas? ¿Sabemos hacer silencio para discernir su consejo en la soledad de la oración? Si le escuchamos, seguramente nuestra acción será más humilde y la pesca más abundante. Y no solo eso: Dios nos hace descansar y nos ofrece un banquete. La eucaristía semanal es una invitación a unirnos con él para reponer fuerzas y celebrar, ¿responderemos a su llamada?

En la segunda parte del evangelio oímos el triple examen de Pedro. Jesús lo prepara para que sea el cabeza de grupo, líder de esa pequeña y naciente Iglesia. ¡Pedro será el primer Papa! Y ¿qué le pregunta Jesús? No le hace un examen de sagradas escrituras, ni de leyes. Hoy diríamos que Pedro no se doctoró en teología ni fue un gran intelectual. A Jesús no le preocupa su formación, ni siquiera que sea perfecto en su carácter, ¡ya conoce bien sus defectos y debilidades! Jesús sabe que los pastores de su Iglesia son humanos y fallan, pero hay algo indispensable, lo único que importa. Pedro, ¿me amas? Tres veces lo pregunta, tres veces que piden una respuesta total, incondicional, irreversible y para siempre. ¿Me amas? Pedro es muy consciente de que su amor es frágil, por eso responde con tristeza: Sí, señor, tú sabes que te quiero. La última vez que le pregunta, Jesús ya no usa el verbo amar, sino “querer”. Se adapta a Pedro, acepta su amor falible, y aún y así le pide que cuide lo más sagrado: su rebaño, que es su Iglesia, que es la humanidad, que somos todos. Señor, tú sabes que te quiero. Es lo único que nos pide Dios. Amor. Y de ese amor surgirá la misión. Este es también el examen que afrontamos todos nosotros. Cuando Dios llama no valen excusas, no importa que nos sintamos poco aptos o poco preparados, que tengamos pocos recursos, poca salud, poca formación… Lo que importa es lo que amamos. ¿Amamos lo suficiente para decirle sí?  

En la primera lectura, del libro de los Hechos, vemos a otro Pedro muy diferente: valiente, decidido, no se arredra ante los interrogatorios del Sanedrín. El Espíritu lo ha transformado y nada lo detiene. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, replica a sus acusadores. Que es otra forma de decir que nada podrá quebrantar el amor y la fidelidad que guarda hacia Jesucristo. Ante las pruebas y los desafíos, ¿sabremos los cristianos responder como Pedro? ¿Sabremos escuchar a Dios antes que a los poderes del mundo? ¿No dejaremos que nada, ni nadie, se anteponga a nuestro amor por él?

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2016-04-01

Paz a vosotros

2º Domingo de Pascua - C

Hechos 5, 12-16
Salmo 117
Apocalipsis 1, 9-19
Juan 20, 19-31


Jesús se aparece a los suyos. Entra en la casa cerrada sin abrir puertas ni ventanas, pero no es un fantasma. Tampoco es una visión ni una experiencia íntima, fruto del deseo, la añoranza o la imaginación. Su presencia es real, física, palpable. Tanto que los discípulos no salen de su asombro y explican con torpeza la experiencia del encuentro. ¡No es de extrañar que Tomás desconfíe! ¿Quién de nosotros creería en un muerto que vuelve a la vida?

Hoy, dos mil años después, los cristianos estamos como Tomás. Tenemos el testimonio de los apóstoles y toda la tradición de la Iglesia que nos ha transmitido los encuentros con el Resucitado, la alegría de un evento único en la historia, que todo lo cambia. Si en la antigüedad la resurrección era un deseo, una esperanza o un mito consolador, después de Cristo la resurrección es una promesa con una prueba cierta. Como escribe san Juan: «Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo». Esa vida eterna que inaugura Jesús es para todos, ¡de esta noticia nace la Iglesia! El mensaje de la Iglesia es que estamos llamados a una vida plena, querida por Dios. Si esto no fuera cierto, ¿tendría sentido todo lo que hacemos como creyentes? Pero los cristianos de hoy, como Tomás al principio, tampoco lo hemos visto físicamente. A veces nos cuesta creer en la resurrección y nos dejamos seducir por teorías que casan mejor con nuestra mente racional. No son pocos los que creen que la resurrección es un simbolismo, una experiencia mística o una alucinación colectiva. Y si nos esforzamos por creer, aún nos queda un paso. ¿Vivimos de verdad con la alegría enorme de saber, de cierto, que estamos llamados a una vida resucitada, eterna, gloriosa, junto al Amor de los Amores que nos crea y recrea cada día?

Jesús repite una palabra a los suyos, y a nosotros: Paz. Paz a vosotros. Paz, que en hebreo es mucho más que calma y sosiego. Paz que es plenitud, gozo, riqueza de espíritu y vida abundante. Paz, porque con él lo tenemos todo. Y, arraigados en esta paz, ¡coraje! Jesús nos manda en misión, acompañados de su Espíritu. La alegría de la buena noticia no es un tesoro para guardar en una caja fuerte. ¡El mundo espera! Quienes crean, desde la fe, aún sin ver vivirán ya esta vida resucitada. Porque creer es propio de la noche, cuando aún no se ve. La fe es una virtud que ilumina las tinieblas. Cuando veamos cara a cara, como Tomás, ya no será necesario creer, sino simplemente rendirnos a la evidencia y dejarnos amar.

¿Cuándo veremos? En cierto modo ¡ya estamos viendo! Cada vez que acudimos a misa y tomamos el cuerpo de Cristo lo estamos, no viendo, sino comiendo, haciéndolo parte de nosotros. ¿Somos conscientes de ello? Si lo fuéramos, como Tomás, caeríamos de rodillas y de nuestro corazón brotaría un grito de adoración y gratitud: ¡Señor mío y Dios mío!