Este blog pretende reflexionar sobre los evangelios dominicales de los tres ciclos litúrgicos, proporcionando un material que ayude a laicos y a sacerdotes a hacer una lectura del mundo de hoy a la luz de la palabra de Dios.
2022-04-29
3r Domingo de Pascua - C
2022-04-22
2º Domingo de Pascua - C - Domingo de la Misericordia
2022-04-16
Domingo de Pascua - ciclo C
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado.»
Lucas 24, 1-12
Las mujeres, anunciadoras
La muerte de Jesús ha
sumido a sus discípulos y seguidores en el desconcierto. Abatidos y temerosos,
se encuentran en un momento de desolación y duda. Pero, en la madrugada del
primer día de la semana, las mujeres que lo seguían intuyen algo. Y corren al
sepulcro. Allí encuentran la tumba abierta y al ángel que les anuncia que su
Maestro no está allí. Ha resucitado.
María Magdalena, la que
fue rescatada por Cristo, es la primera a quien se aparece Jesús. Es
significativo que el autor sagrado reseñe esta primera aparición a una mujer
que, además, había tenido mala reputación. En aquella época, el testimonio de
las mujeres apenas tenía crédito y no se consideraba digno de mención. Y, sin
embargo, toda la fe cristiana descansa en aquel primer testimonio de unas
mujeres valientes.
María Magdalena mantenía
una pequeña luz en su interior, pese a que aún había oscuridad en su
existencia. Y esa llamita creció hasta convertirse en el sol, cuando Jesús le
salió al camino.
Después de ese encuentro,
María echa a correr para ir a buscar a los discípulos. Es así como se convierte
en apóstola de los apóstoles.
La resurrección, pilar del Cristianismo
María asume la autoridad
de Pedro en el grupo. Va a encontrar a Pedro y a Juan, sabiendo que son los que
gozan de mayor confianza con Jesús.
El acontecimiento pascual
marca el origen genuino del Cristianismo. La fe cristiana se asienta en la
resurrección de Jesús. “Vana sería nuestra fe, si Cristo no hubiera
resucitado”, recuerda San Pablo. La resurrección es el fundamento, la piedra
angular, la roca granítica que soporta nuestra fe.
Dios no es un Dios de
muertos, sino de vivos. En la liturgia pascual celebramos
La resurrección fue, sin
duda, una experiencia sublime. Gracias a Jesucristo, hoy podemos experimentar,
ya aquí, en la tierra, una primera vivencia de resurrección. Podemos saborear
el más allá, la vida de Dios. Podemos paladear la eternidad.
Una experiencia que transforma
Este es el gran regalo
que nos brinda Dios: una vida nueva, regenerada y lavada del pecado. Con
Cristo, a través del bautismo, todos morimos y resucitamos. Con Cristo volvemos
a vivir la vida de Dios.
La muerte da paso a la
vida, la oscuridad se convierte en la luz; el odio se transforma en amor; de la
noche pasamos a un cielo iluminado por el Sol de Cristo.
Está vivo. Es una afirmación rotunda que sale del corazón.
No todo se acaba en la vulnerabilidad, en la limitación, en la levedad del ser.
No todo finaliza con la muerte. Cada encuentro con Jesús es una resurrección.
Los cristianos somos
cristianos pascuales, pues tenemos la experiencia de Dios en Cristo. Esta
experiencia transforma el rostro, la mirada, el cuerpo… Toda la vida queda traspasada
por los destellos pascuales que inundan el corazón humano. La piedad popular
parece insistir mucho más en una devoción del Viernes Santo. Pero hoy,
No lo hemos visto, pero
tenemos la certeza. Esta experiencia pasa por el corazón, no se puede medir ni
evaluar científicamente. Pero fue esto lo que cambió el corazón de los
discípulos. Más tarde, la experiencia de Pentecostés los convirtió en
apóstoles. De ser gente sencilla, hombres atemorizados y dubitativos, pasaron a
ser líderes entusiastas, que difundirían una nueva religión de alcance mundial.
Esta es la grandeza de
El impacto de Pentecostés
generaría en ellos un estallido espiritual que alcanzaría a todos los pueblos.
Esta noticia no puede dejarnos indiferentes. También puede cambiar nuestra
vida. Hemos
2022-04-08
Domingo de Ramos - ciclo C
2022-04-01
5º Domingo de Cuaresma - C
Las tres lecturas de hoy nos invitan a dejar atrás todo lo que nos ata, nos
esclaviza o nos hunde en el abismo para dejar nacer algo nuevo.
El profeta Isaías habla al pueblo de Israel exiliado con palabras llenas de
esperanza. Lo invita a dejar atrás la nostalgia por lo que ha perdido. Dios
puede hacer que el desierto florezca, sacando frutos del yermo. Así, de las
cenizas de nuestro dolor y fracaso, siempre puede surgir vida, porque el Señor
de la vida nunca nos abandona. ¿Confiamos en Dios? No nos desesperemos nunca,
porque él puede regenerarnos: «Mirad que hago algo nuevo, ya está brotando, ¿no
lo notáis?» Dios no desea nuestra ruina, su gloria es que vivamos en plenitud y
podamos cantarle agradecidos.
Pablo, el hombre renovado tras su encuentro con Jesús, también se ha
desprendido de un gran lastre del pasado. La esclavitud de la ley, la tiranía
del afán perfeccionista y la fuerza de voluntad han dado paso al amor gratuito
de Dios, vertido en Cristo. De ahí nace la confianza y la fe. Sus méritos
propios y su esfuerzo nada valen al lado de la amistad con Cristo. Él es su
amor, su tesoro, su triunfo. Lo demás es nada, «basura». Pablo ha aprendido a
pasar del merecimiento al amor; de la lucha por ganar a la gratuidad del
recibir.
¿Cómo mejor se puede ilustrar la bondad de Dios que con el episodio del
evangelio? Una mujer adúltera, acusada ante Jesús, es utilizada como una
trampa. Si él acepta que la condenen, cumple la ley pero falla a su bondad; si
la perdona, está rompiendo con la ley de Moisés. ¿Qué hará? Jesús es más
inteligente que los acusadores. No romperá con la ley, la llevará hasta su
extremo. ¿Queréis lapidarla? El que esté libre de pecado, el que sea justo y
puro, que lance la primera piedra. Con esto, Jesús les recuerda que solo Dios
tiene la potestad de juzgar y condenar… Los fariseos y letrados se retiran,
confusos y abrumados. Jesús los ha dejado en evidencia. ¿Quién es perfecto para
juzgar sino Dios? Pero Dios, por encima de todo, es misericordioso y clemente.
No desea la muerte de sus criaturas, ni su castigo, sino su redención. No
quiere destruirnos, sino recuperarnos. No se ensaña con los enfermos y los
cautivos del mal, sino que los rescata. Así lo hace Jesús. Ante la mujer que se
ha quedado sola, no la condena. Tampoco niega su pecado. Pero le abre una
puerta hacia la sanación de su alma y la rehabilitación de su vida: «Vete y no
peques más». Con estas palabras de paz y liberación Jesús está abriendo un
sendero de luz en el corazón herido de aquella mujer, utilizada por los
hombres. Está haciendo que en su desierto interior, tal vez lleno de zarzas,
brote algo nuevo. Así es Dios: antes que juez, es padre cariñoso y salvador.