Este blog pretende reflexionar sobre los evangelios dominicales de los tres ciclos litúrgicos, proporcionando un material que ayude a laicos y a sacerdotes a hacer una lectura del mundo de hoy a la luz de la palabra de Dios.
2023-04-28
4º Domingo de Pascua - Yo soy la puerta
2023-04-21
3 Domingo de Pascua
Con la resurrección de Jesús, todo cambió. Comprendieron de golpe todas las escrituras que hablaban de resurrección y de vida eterna. Jesús les abrió la mente y el corazón, y supieron que realmente Dios es un Señor de vivos, y no de muertos. Vieron que Jesús estaba vivo de una manera inimaginable, saltando los límites del espacio y del tiempo, sin estar sujeto a la muerte nunca más. Y supieron que esta vida eterna también será nuestro destino tras la muerte. Dios es un gran maestro: no enseña con teorías, sino con hechos reales, con experiencias palpables. Jesús resucitado no es un símbolo ni un fantasma ni una imagen figurada: sus amigos lo vieron, lo tocaron, hablaron con él y comieron con él. Los sentidos físicos: ver, oír, tocar, les ayudaron a abrir el corazón. Esta es la experiencia de los dos discípulos de Emaús, que después de una larga conversación con Jesús, por el camino, lo reconocen, al fin, al partir el pan. ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?, se preguntaron. Sí, las palabras ayudan a abrir la mente y preparan el camino a la comprensión. Pero lo que definitivamente les cambia es el gesto: compartir una comida, estar juntos. Las obras, el dar y el darse, es lo que cambia la vida de las personas.
Las lecturas de estos días de Pascua son impresionantes. Relatan los momentos que fundamentan nuestra vida cristiana. Pedro lo resume en su discurso con sencillez: creemos en Jesús, un hombre que es Dios, y que ha venido a nosotros para darnos su vida infinita. El Dios que nos ha creado viene a hacernos participar de lo mejor que tiene: su propia vida eterna, su corazón inmenso rebosante de amor, su alegría, su belleza y su plenitud. ¡Esta es, sin dudas, la mejor noticia que un ser humano puede escuchar! Tenemos un gran motivo para vivir alegres, sin miedo y dando lo mejor de nosotros a los demás, como el mismo Cristo lo hizo.
2023-04-14
2º Domingo de Pascua - A
2023-04-07
Pascua de Resurrección
Las lecturas de la
vigilia pascual y el día de Pascua nos relatan cómo vivieron los primeros
momentos de la resurrección sus discípulos. Mateo nos cuenta la experiencia de
las mujeres; Juan nos explica lo que sucedió cuando él y Pedro corrieron al
sepulcro vacío.
En todos los relatos
vemos que la resurrección resulta sorprendente para quienes amaban a Jesús. Al
principio nadie lo entiende, porque va mucho más allá de lo que podían esperar.
Se asustan, dudan, no caben en sí de gozo… ¿Qué está ocurriendo? Jesús está con
ellos, vivo, pero de otra manera. No es un fantasma, no es una visión
colectiva, no es fruto de su imaginación ni de su fe (en aquellos momentos,
tenían muy poca). La resurrección no es el mito de un dios que se sacrifica y
renace con la primavera, como en otras religiones antiguas. Jesús es Dios, pero
también fue un hombre de carne y hueso, murió de verdad y su resurrección es un
hecho real, aunque inexplicable desde la estrechez de la razón humana.
Sólo un encuentro con
Cristo vivo puede explicar la fuerza con que nació y creció la comunidad
cristiana en los inicios. Sólo el amor y la presencia de Jesús puede sostener
la Iglesia dos mil años después. Nada que se sostenga en una ilusión o un
engaño dura mucho tiempo. Ni siquiera los imperios y las instituciones humanas
más consolidados.
Dios tiene detalles
hermosos. Quiso empezar la historia de su encarnación contando con una mujer:
María, su madre. La segunda parte de la historia, la resurrección, también
comienza con las mujeres fieles que lo acompañaron hasta su muerte. Ellas son
las primeras que lo ven, ellas son las primeras que reciben el anuncio gozoso.
La buena noticia de Dios con los hombres está enmarcada por dos experiencias
inefables donde las mujeres son coprotagonistas. Hoy vemos que, en las
celebraciones de Semana Santa, y en todas las misas y actividades parroquiales,
en general, las mujeres son clara mayoría. La Iglesia tiene un rostro muy
femenino, ¡sin duda!
¿Qué les dice Jesús a las
mujeres? Alegraos. Soy yo. ¡No temáis! Después les da una misión: Id a
comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán.
¿Cómo vivimos los
cristianos de hoy? ¿Sabremos celebrar la Pascua con la plena convicción y
sentimiento de que Jesús está vivo entre nosotros? En la misa nos sale al
encuentro. Hecho pan llama a nuestras puertas para habitar nuestro cuerpo. Su Espíritu
pide alojarse en nuestra alma. ¿Le abriremos las puertas? ¿Sabremos alegrarnos
y salir corriendo a anunciarlo, como Magdalena, Salomé y María de Cleofás?
Juan y Pedro viven otra
experiencia. Aún antes de ver a Jesús, comprueban que el sepulcro está vacío.
¿Dónde está el maestro? Con sobriedad, Juan relata su propia reacción: vio y
creyó. No nos habla de sus sentimientos, ni de lo que debió imaginar, creer o
esperar. Simplemente: vio y creyó. ¡Qué sencillas palabras, y qué grandes!
Nuestra fe no es una
creencia ciega en ideas bonitas. Juan no creyó porque tuviera una experiencia
mística o un gran deseo de que su maestro resucitara. Juan creyó porque vio. Y
más tarde, en sus cartas, escribirá lo que todos sus compañeros vieron, oyeron,
tocaron, con sus ojos y con sus manos. La experiencia de encuentro con Jesús no
es mental, ni psicológica ni esotérica. Es física, palpable y real. No se da en
un limbo espiritual ni en un plano metafísico, sino en este mundo material y
terrenal. Impresiona pensar que la resurrección ocurrió en una oscura gruta de
roca, que hoy millones de turistas visitan, quizás sin captar del todo la
relevancia del misterio insondable que encierra.
Dios no nos pone las cosas tan difíciles. No reserva sus dones a una élite de místicos iniciados. No. Dios está cerca de su pueblo, de todo pueblo, de todos nosotros, gente normal y corriente, y nos sale al encuentro en nuestro día a día. Esto significa «ir a Galilea». Galilea es el escenario de la cotidianidad, del trabajo, de la familia, de los afanes y sudores, de la amistad. Es nuestra ciudad, nuestra casa, nuestro barrio. Ahí encontraremos a Jesús. Pero, tras su resurrección, podemos vivir nuestra vida de siempre de otra manera, totalmente nueva. Ahora sabemos, porque él nos lo ha dicho, que es una vida que nunca termina, que avanza hacia su plenitud y que tendrá un glorioso final.