34 Domingo Tiempo Ordinario - A
Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Mateo 25, 31-46
Un reino diferente
En el contexto de la Pasión, Pilatos, inseguro y presionado por el pueblo judío, le pregunta a Jesús si él es rey. En ese momento de dolor, camino hacia la cruz, Jesús contesta de una manera trascendida. En esa respuesta refleja la clave de su misión: Mi reino no es de este mundo.
Está claro que su misión es eminentemente espiritual. El trabajo apostólico de Jesús es anunciar, incluso asumiendo la muerte, el reinado de Dios, un reinado que va más allá de los criterios lógicos de este mundo. En él se asume una concepción del mundo basada en el amor y en el servicio a los demás. Una visión que para muchos puede llegar a ser contradictoria y opuesta a la tendencia actual; una visión que llega a cuestionar los poderes fácticos, fundamentados en el egoísmo y en el enriquecimiento personal.
La ambición, llevada al límite, es el reino de las tinieblas. El reinado de Dios es un reinado de luz, de amor, de vida, donde el pobre y el desvalido, los que sufren, los humildes, son especialmente amados. En este reinado ellos son los preferidos del rey. Éste dobla su rodilla para poner su corona a los sencillos de corazón. Es un rey que asume su propia muerte para salvar la humanidad. Un rey que no tiene nada, que lo entrega todo, hasta su propia vida. La salvación es la misión de Cristo, Rey del universo. Es rey también de nuestro mundo, donde reina para siempre, si nos abrimos a él.
Una pedagogía de la libertad
En este diálogo, Jesús interpela a todos los gobernantes y personas con cargos de responsabilidad. En el reino de Dios se da una renuncia a todo poder. Como consecuencia, es un reinado basado en la libertad. Jesús es un rey que no se arma, no tiene ejércitos, ni propiedades ni territorios. Su único territorio es el corazón de cada persona.
En el reino de Dios no se producen luchas ideológicas, sino que impera el servicio, la entrega, la generosidad.
El poder, allí donde se forja, acaba siendo corrupto, incluso dentro de la propia Iglesia o en otros ámbitos, donde adopta aspectos muy subliminales: en la familia, entre los matrimonios, en el mundo de la empresa... El poder es, de alguna manera, querer jugar a ser dioses, dominando todo y a todos.
Cristo nos propone abandonar toda ambición de poder. El Dios "todopoderoso" sólo lo es en el amor. Jesús no necesita el poder. En cambio, es el poder quien lo mata. Porque toda clase de poder lleva consigo la muerte. La renuncia al poder es vida, libertad, donación. Jesús así lo demostró. Fue profundamente libre, hasta para entregar su vida por amor. Cristo Rey se convierte en el gran pedagogo de la libertad y nos invita a seguirlo: nos invita a abandonar el poder y a aprender a ser libres. Porque la renuncia al dominio nos da una enorme libertad interior y la alegría sana e inagotable de saber que no tenemos nada, nada nos ata ni atamos a nadie; sólo nos resta el amor y la libertad para entregarnos.
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