2007-10-14

Curación y salvación

Domingo XXVIII del tiempo ordinario
Lc 17, 11.19


Siempre en camino
Jesús siempre está en camino. Esta vez, el evangelio nos relata que, entre Samaria y Galilea, yendo hacia Jerusalén, se encuentra con diez leprosos. Ese caminar continuo revela su plena conciencia de que ha de comunicar a Dios. Pero, además de comunicar, Jesús actúa. No sólo anuncia a Dios, sino que cura a muchos enfermos.

Los cristianos siempre hemos de estar en camino, saliendo de nosotros mismos para anunciar el bien. Y la mejor manera de hacer el bien es actuando. Jesús sana a diez leprosos. Hoy, la Iglesia sigue sanando a esas personas que quieren dejarse curar de las lepras del egoísmo, la envidia, los celos…, aquellas que tienen enfermo el corazón porque en ellos no corre el oxígeno del amor de Dios.

La mediación de la Iglesia

Pero, antes de curarlos, Jesús los envía a los sacerdotes. En aquellos tiempos, los leprosos eran marginados, considerados indignos y apartados del resto de la sociedad. Indicando que vayan a los sacerdotes, Jesús está rescatando su dignidad y, al mismo tiempo, está reconociendo la mediación de los sacerdotes entre Dios y su pueblo. Este gesto tiene suma importancia y muchas implicaciones.

Hoy, muchas personas niegan la mediación eclesial. Niegan que Dios pueda manifestarse a través de las instituciones y de personas que, pese a sus limitaciones y fallos, están al servicio del amor. Son muchos los que dicen creer en Dios, en la Virgen María e incluso en Cristo, como Hijo de Dios o como figura histórica de gran valor. Pero no creen en la fuerza poderosa del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia. Olvidan que la Iglesia es una institución creada por el mismo Cristo, un puente entre Dios y el hombre.

Más allá de la curación

Jesús nos puede curar a todos. En él existe la capacidad para obrar ese milagro. Pero él ha venido para algo más que para sanar enfermedades. La misión de Jesús no es sólo curarnos de nuestras dolencias físicas, sino traernos la salvación del amor de Dios.

De los diez leprosos curados, uno solo regresa a dar las gracias. Es éste, que reconoce a Jesús como Hijo de Dios, el que está verdaderamente salvado, tal como dice Jesús: “Tu fe te ha salvado”. Más allá de la curación, está la salvación. Todos estamos llamados a vivir esta salvación mediante el ejercicio de la caridad y la santidad en nuestra vida diaria.

Una oración nueva y agradecida

Este evangelio también nos ofrece una lección sobre la gratitud. El leproso que regresa, agradecido, demuestra una madurez espiritual mucho mayor que sus restantes compañeros.

La oración es clave en la vida y enseñanzas de Jesús. Él nos enseña a rezar con sus propias palabras. Cuando las personas nos recogemos para rezar, nuestras plegarias son muy diversas. Existe la oración de petición. Es un primer grado muy elemental, equivalente a la infancia: los niños siempre piden, incluso gritan y lloran para conseguir lo que necesitan. Más madurez requiere la oración de gratitud, que brota cuando sabemos reconocer todo aquello que Dios nos ha regalado, incluso en medio de los sufrimientos. Cuando somos conscientse del bien de todo cuanto hemos recibido, nuestra plegaria es de agradecimiento. Finalmente, existe un grado aún superior y gozoso, que es la oración de alabanza. Esta oración surge del corazón exultante de gratitud y no puede hacer otra cosa que cantar y alabar a Dios por su grandeza y su bondad con nosotros. Esta plegaria se convierte en un cántico y revela un corazón abierto y transformado por el amor de Dios.

Cuando Jesús levanta sus ojos al cielo y pronuncia esas palabras: “Te doy gracias, Señor, porque has revelado estas cosas a los sencillos de corazón...” está elevando una oración de alabanza. Y nos está enseñando, también, a agradecer cuanto tenemos: la vida, la familia, el trabajo, nuestros bienes, nuestro patrimonio, nuestra formación... Especialmente hemos de agradecer a Dios el mayor de los regalos: el don de la fe.

1 comentario:

José Antonio dijo...

Curación y salvación, dos temas muy ligados entre sí, se precisa de una curación, física, mental, anímica, espiritual para tener una salvación, al igual física, mental o espiritual.En la parte física e incluso la mental utilizamos a los médicos, en la espiritual también tenemos que ir a otro médico, el sacerdote.La misión sacerdotal debe traducirse en relaciones interpersonales llenas de caridad y de recíproca ayuda. El sacerdote es llamado a acoger con gratitud y a conducir hacia la comunión los diversos carismas presentes en su parroquia . Debe tener un corazón abierto a las diversas formas de vida consagrada y a los nuevos movimientos .
En ellos muchos fieles encuentran caminos específicos de vida cristiana y formas concretas para participar en la acción evangelizadora de la Iglesia, en ser la medicina que se necesita.
Hoy a la necesidad de los bienes materiales se han añadido muchas otras necesidades que se han vuelto urgentes: la soledad en la vejez, la depresión y el abandono de tantas personas en las grandes ciudades, las diversas dependencias, muchas veces explotadas por organizaciones o individuos con afán de lucro, la niñez abandonada sin alimentación y sin educación, etc.
El sacerdote es el médico y a la vez esa medicina que cura, que está ahí donde hay más necesidad de consuelo , donde están los más indefensos. El sacerdote es aquél que lleva esperanza con la palabra y con las acciones para que estas situaciones de miseria sean aliviadas. No obstante tanto avance tecnológico, no siempre las personas tienen la posibilidad de recibir las ventajas de estos desarrollos y se encuentran solas y abandonadas.
No solo tenemos que salvar nuestro cuerpo, también nuestra alma, nuestra conciencia.
Joaquín agradezco que vuelvas a ser de nuevo ese punto espiritual que necesitamos, no somos algunos de presencia, pero necesitamos esa medicina que nos da razón para curarnos y ayudar a otros a su curación.
Carpe diem, es tuyo.