2008-03-16

Domingo de Ramos

Ciclo A
Pasión según San Mateo

Un relato que toca a nuestras vidas

La narración de la Pasión de Jesús estremece al lector. Contemplamos la puesta en escena de un proceso largamente maquinado contra Jesús. El hombre justo, que pasó su vida haciendo el bien, recibe al final toda clase de vejaciones y crueldades. El bien que derrochó a manos llenas se ve correspondido con el rechazo, la burla y la condena a muerte. El autor no ahorra detalles que ponen de manifiesto lo absurdo de su muerte y, al mismo tiempo, el total abandono de Jesús a la voluntad de Dios. Ante este relato, no podemos permanecer indiferentes. Son muchos los momentos de la Pasión que han de resonar en nuestras vidas.

El beso de Judas

Antes de morir, Jesús reúne a los suyos en una cena y les transmite su legado espiritual. Pero ya en esos momentos de intimidad, la sombra del mal acecha y se manifiesta. Jesús anuncia la traición de Judas y presiente la negación, la soledad, la burla y su penoso camino hacia el Calvario.

Cuando lo vienen a prender, en el huerto de los olivos, y Judas lo besa, Jesús lo recibe con estas palabras: “Amigo, ¿a qué vienes?”. Es una cruel paradoja que Judas utilice una expresión de cariño, el beso, como contraseña para identificar a Jesús y ordenar que lo prendan. Este gesto nos hace pensar en cuántas veces las manifestaciones de ternura son auténticas o, por el contrario, no responden a lo que vive el corazón.

Dios padece y muere con los que sufren

La Pasión de Jesús nos lleva inevitablemente a meditar sobre los males que asolan el mundo y sobre la presencia de Dios. ¿Qué hace Dios, cuando la humanidad sufre tanto? La respuesta es la misma persona de Jesús.

Dios ama tanto al hombre que se hace como él, hasta el punto de ponerse contra sí mismo. Es decir, por un infinito respeto a la libertad humana, Dios renuncia a su poder, incluso al poder sobre el mal, y acepta ser víctima de ese mal. El ofrece su amor, pero acepta que el hombre lo rechace. Así, se sitúa al lado de todos los que sufren injustamente, heridos por la iniquidad del mal. En medio de las desgracias y los males del mundo, Dios está allí, crucificado, maltratado y tendido con los que sufren y mueren.

La causa de la Pasión

Veamos la Pasión desde otra perspectiva. ¿Hemos pensado alguna vez que nosotros podemos ser causantes de pasión y sufrimiento a los demás? Hoy vemos que mucha gente sufre en el mundo: desde niños maltratados y abusados, personas solas, ancianos, marginados, indigentes sin techo… Cuando apartamos a Dios de nuestras vidas, el mal se adueña de todo y causa estragos. Es el rechazo a Dios lo que provoca tanto dolor, y él se coloca al lado de las víctimas. Ellas son, hoy, el rostro de Cristo sufriente, que nos impacta durante las celebraciones de Semana Santa.

Se suelen hacer lecturas sociológicas y políticas sobre la Pasión de Cristo. Pero, más allá de estas visiones, hemos de ahondar en nuestras propias actitudes. A veces, nosotros mismos somos causa de dolor para familiares, amigos, vecinos o personas conocidas. Cuántas veces, por tonterías o frivolidades, generamos problemas absurdos que hacen sufrir a los demás. Cada día se dan en el mundo muchas pequeñas pasiones: las que inflingimos a causa de nuestro egoísmo.

Vivir en propia carne la pasión

Durante estos días participaremos en eucaristías, vía crucis, procesiones… Las imágenes que contemplaremos nos han de hacer pensar y han de ser un revulsivo que cambie nuestra actitud ante el dolor. No podemos permanecer indiferentes ante el que sufre. Las celebraciones de la Pasión no son un mero recordatorio de un hecho histórico, sino una actualización viva de la muerte y resurrección de Jesús. Los cristianos hemos de ser valientes para asumir, si es necesario, el sufrimiento por amor. Nuestra cruz es todo el lastre y el peso que asumiremos, voluntariamente, como consecuencia de nuestro amar. Entonces estaremos haciendo viva y real la pasión de Cristo en nuestras vidas.

La pasión interior, más dolorosa

Detrás de la muerte de Jesús vemos traición, negación, intrigas por el poder, falsedad y engaño. El juicio que se celebra contra él es irregular, forzado y lleno de defectos legales. El mismo Pilatos, sin ser hombre sensible, se resiste a condenarlo pues ve su inocencia con claridad innegable. Más duro que el desgarro físico, el gran dolor de Jesús es la traición de su amigo y el abandono de los suyos. Escapan y lo dejan solo ante sus enemigos. Estos, se burlan de él y de su amor a Dios, retándolo con mordacidad. Si Dios lo ama tanto, ¿cómo es que lo abandona de esta manera, permitiendo que sea condenado y sufra? El componente psíquico y moral de la pasión es tan o más hondo que las torturas.

La docilidad de Jesús

Pero hay otro aspecto de la Pasión aún más trascendente que el puro dolor. Dios es capaz de sufrir a manos de la criatura que ama. Jesús, totalmente dócil al Padre, acepta este sufrimiento.

Ante tamaña injusticia, huir, resistirse o defenderse son actitudes muy humanas. Pero Jesús adopta la actitud de Dios, y es aquí donde se manifiesta de forma más sobrecogedora su íntima unión. Asume el mal, lo acepta, cae bajo su crueldad y muere perdonando a sus verdugos.

La docilidad de Jesús no es una llamada a ser pasivos ante los males del mundo, pero sí nos enseña a tener la mirada puesta en Dios, para seguir su voluntad. Nos anima a contemplar los padecimientos con ojos trascendidos y confiando en la fuerza del amor. En esta Semana Santa, que iniciamos con la entrada de Jesús en Jerusalén, ojalá seamos capaces de mirar a Cristo desde su sufrimiento y nos identifiquemos con él. Ojalá nos llegue su fortaleza interior, su fidelidad al Padre hasta el último momento. Sólo así comprenderemos que la muerte, finalmente, no tiene la última palabra. Sólo así llegaremos a vivir una auténtica Pascua.

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