“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro le contestó: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado hombre alguno, sino mi Padre del cielo”.
Mt 16, 13-19 ¿Quién decís que soy yo?
La gran pregunta de Jesús a sus discípulos sobre su propia identidad responde a un momento crucial en la vida y en la formación de los apóstoles. Jesús ya los ha llamado; ya han caminado con él y han sido testigos de algunos milagros. Llega el momento de responder a la cuestión: ¿quién es Jesús?
Son innumerables los libros que se han publicado sobre la figura de Jesús. Filósofos, teólogos, historiadores, sociólogos, literatos, han escrito y opinado sobre su persona. Se puede adivinar que para mucha gente, incluso no creyente, Jesús, sus palabras y su misión, interpelan hondamente. Para algunos es un visionario, muchos lo consideran un profeta más, para otros es simplemente un hombre bueno. Así ocurría ya en tiempos de Jesús. Sus contemporáneos tenían opiniones muy diversas acerca de él. Pero la pregunta adquiere otro matiz cuando Jesús cambia la dirección del interrogante y se dirige al corazón de sus seguidores. “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
En nuestra formación cristiana, esta pregunta reviste una importancia vital, porque depende de cómo la respondamos reflejará nuestro grado de conocimiento e implicación con Jesús. Más allá de una pregunta teológica, es una cuestión que apela a nuestra vivencia más profunda. No se trata solamente de saber quién es Jesús, sino de cómo vivimos a Jesús, qué grado de implicación tenemos con él en nuestro día a día.
Jesús se nos revela
Pedro responde muy bien, diciendo que Jesús es el Hijo de Dios vivo. Vio muy clara en Jesús su profunda filiación con Dios Padre. Percibió que Dios vivía en él. Afirmar esto no es sólo una respuesta intelectual, ni tampoco se reduce a la vivencia personal o sentimental. Lo sabemos porque él nos lo ha revelado, él se nos ha manifestado. Nuestros esfuerzos son insuficientes si él no se adelanta y se nos revela. Sólo desde la apertura total a Dios podremos responder, con rotundidad, que Jesús es el camino que nos lleva a l Padre, que nos libera y nos ama.
La fidelidad, roca firme
Después de esta afirmación de fe, Jesús cambia de nombre a Simón, hijo de Jonás. Le llamará Pedro, “y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Por tanto, la Iglesia es un deseo de Dios y un proyecto de Cristo. Sobre el fundamento de su fidelidad a Dios, Pedro se convierte en roca firme, cimiento de la Iglesia. En el corazón de Jesús arde el deseo de fundar la Iglesia desde sus comienzos, confirmando a Pedro como cabeza.
Las llaves del Reino
Y llegamos a una cuestión discutida. Jesús dice a Pedro: “Te daré las llaves del Reino del Cielo: todo aquello que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. ¿Qué significan estas palabras?
Una vez Pedro hace su confesión de fe, ya está a punto para asumir la responsabilidad de ser cabeza de la Iglesia. Ya es maduro para acoger la autoridad que le otorga Jesús. La Iglesia, que es signo del reino del cielo en el mundo, tiene la misión de administrar los dones que recibe de Dios para guiar correctamente a su pueblo. Por su fidelidad, Pedro recibe esta potestad de poder abrir las puertas del cielo. Porque ha sabido seguir a Cristo sin dudar, podrá guiar a otros hacia su reino.
Independientemente de los pecados y limitaciones de la Iglesia, Dios quiere la redención del hombre y la Iglesia puede salvarlo, pese a sus errores. Los miembros de la Iglesia somos humanos y pecadores. Podemos fallar, el mismo Pedro negó a Jesús tres veces, en un momento de flaqueza. Pero lo importante es que Dios, a pesar de todo, confía en la Iglesia, confía en nosotros. La capacidad de amar y perdonar es inmensa e inagotable, y la Iglesia posee este don.
Unión de voluntades
Jesús no da a Pedro el poder simplemente para que ostente una autoridad que pueda condicionar la libertad de la gente. Jesús nunca hace esclavos. Le da la potestad de poder darlo todo, hasta morir por los demás, para hacerlos libres.
“Todo aquello que ates en la tierra quedará atado en el cielo”. Estas palabras también apelan a la unión de voluntades. Expresan el deseo de que el hombre se abra a Dios y su voluntad coincida con la de Dios. Cuando esto sucede, lo que se hace en la tierra es un eco de lo que acontece en el Cielo.
Uno de los ministerios más importantes de la Iglesia es el sacramento del perdón, que nos tiende un puente para reconciliarnos con Dios. La reconciliación permite restaurar nuestra amistad con el Padre y volver a unir nuestra voluntad con su deseo de plenitud para todos nosotros.