“Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!”
Mc 13, 33-37
Iniciamos hoy un nuevo tiempo litúrgico: el Adviento. La Iglesia nos propone reflexionar en este tiempo que precede a la Navidad sobre la virtud teologal de la esperanza. Adviento es un tiempo de preparación para un gran acontecimiento: Cristo Jesús está llegando. A lo largo de estas cuatro semanas iremos profundizando sobre esta espera y la llegada del Mesías. Nos prepararemos con gozo para celebrar el nacimiento del niño Dios.
Mc 13, 33-37
Iniciamos hoy un nuevo tiempo litúrgico: el Adviento. La Iglesia nos propone reflexionar en este tiempo que precede a la Navidad sobre la virtud teologal de la esperanza. Adviento es un tiempo de preparación para un gran acontecimiento: Cristo Jesús está llegando. A lo largo de estas cuatro semanas iremos profundizando sobre esta espera y la llegada del Mesías. Nos prepararemos con gozo para celebrar el nacimiento del niño Dios.
Adviento, una espera activa y confiada
La Iglesia, sabia en su cometido pedagógico, nos invita a adentrarnos hacia la luz por el camino de la esperanza. El evangelio de hoy ya nos predispone a mantener una actitud de alerta. Se acerca algo importante, o más bien, alguien, y hay que estar preparado para ese encuentro.
Jesús viene en nuestra búsqueda y quiere llenar de sentido lo que somos y hacemos. Estar en vela significa vivir atento, pendiente, dispuesto. Significa saber esperar de una manera confiada, con una actitud activa, convirtiendo esa espera en una alegría anticipada ante la venida del Señor. Esto implica un proceso interior que nos lleva a adoptar una actitud receptiva y que, en muchos casos, comporta una fuerte exigencia y un cambio de nuestra conducta ante el inminente encuentro con Cristo. Puede significar plantearse desde lo más hondo de nuestro corazón cómo vivimos nuestra esperanza cristiana en medio del mundo.
El mundo necesita esperanza
Ahora, más que nunca, nuestra sociedad necesita razones para la esperanza. El desconcierto nos asedia y a veces nos sentimos abatidos y frágiles; corremos el riesgo de caer en la trampa de creer que el mundo está mal y nada podemos hacer, y nos deslizamos por la pista del fatalismo. Socialmente hablando, hay razones para preocuparse: los medios de comunicación nos bombardean constantemente con noticias sobre la crisis económica, el paro, el terrorismo, el creciente vandalismo, la pobreza, la guerra, la corrupción política y el liberalismo acérrimo que contribuyen a la atomización de la sociedad. ¿Cómo podemos tener esperanza en un mundo que parece ir en declive hacia su propia autodestrucción? El relativismo moral ha calado transversalmente en la sociedad. Uno se pregunta si vale la pena seguir creyendo en sus convicciones religiosas. La Iglesia –Cristo– y los cristianos, tenemos la clave.
¡Que nunca muera en nosotros la esperanza! Pese al desánimo, que nunca se doblegue; pese al cansancio, que nunca se duerma. No escuchemos sin más el insistente y locuaz discurso mediático sobre los problemas del mundo, sino hagámoslo desde una actitud más serena. Pongamos una distancia adecuada, reflexionemos profundamente, desde una perspectiva ética y cristiana, y veremos que realmente el mundo está mal, pero si hacemos una relectura de la situación hay suficientes razones, y convincentes, para elevar las alas de la esperanza.
Dios viene a nosotros
Cristo viene a permanecer en el corazón del hombre. Los cristianos tenemos que convertirnos en una pista de aterrizaje que facilite el encuentro de Jesús con la humanidad. En medio de la noche oscura de nuestra existencia, aparece una hermosa estrella que nos señala hacia un lugar: hacia Cristo, que es la misma luz. No hay amanecer sin anochecer, no hay primavera sin invierno. La oscuridad precede a la luz y no hay gracia sin perdón, ni alegría sin tristeza.
Dios viene a nosotros. No hemos de esforzarnos por buscarlo, desesperadamente, desde nuestras tinieblas. Él se acerca. Lo único que hemos de hacer, sencillamente, es dejarle entrar en nuestra casa. Éste es su deseo más hondo; Dios anhela nuestra acogida. Su presencia llena de sentido y de luz el horizonte de nuestra existencia.
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