Domingo V ordinario - ciclo B -
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: “Todo el mundo te busca”. Él les respondió: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido”. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Mc 1, 29-39
Predicar la palabra
Mc 1, 29-39
Predicar la palabra
El evangelista Marcos describe en esta lectura una jornada completa de dedicación ministerial de Jesús. Empieza narrando cómo Jesús sale de la sinagoga con Andrés y Simón. Este es un momento importante en su vida: frecuentar la sinagoga para ahondar y predicar la palabra de Dios.
Curar a los enfermos
Después, se dirige a casa de Simón, y allí le comentan que la suegra de éste se halla en cama, con fiebre. Jesús la va a ver, la toma de la mano y la levanta, al tiempo que la fiebre la abandona. Es otro momento importante de la vida pública de Jesús: atender y curar a los enfermos. Jesús nos coge de la mano a todos y nos levanta de nuestro abatimiento y desidia. También nos libra de la fiebre del orgullo: ha venido a levantar a la humanidad caída por el pecado.
Al anochecer, sigue relatando Marcos, le traen muchos enfermos y endemoniados. Jesús tiene la capacidad de sanar y restaurar, de dar vida a aquellos que no la tienen o han perdido su sentido. Luchar contra la enfermedad y el mal es una de las tareas más hermosas de su apostolado.
Ésta es también la tarea de la Iglesia y los cristianos: levantar al caído y dar esperanza a quien no la tiene. Cuánta gente anda en busca de Dios con el deseo de recuperar su vida. Cuánta gente necesita de nuestras manos y de nuestro apoyo y empuje para ser lanzada de nuevo. Jesús nos llama a ejercer, como él, este apostolado de la caridad, del amor.
Embalsamar el corazón herido
Hoy, en nuestro mundo, mucha gente sufre. Podríamos decir que hay muchos Job, este personaje bíblico que encontramos en la primera lectura, relatando sus miedos y sus sufrimientos. Es un libro que expresa con dramatismo la angustia vital del ser humano ante el dolor y la enfermedad. Pero Job confía en Dios plenamente. La fe quizás no nos quite del todo el dolor ni los sufrimientos, pero si somos capaces de vivir confiados en Dios podremos afrontar las dificultades con menos desazón. De una invocación quejosa a Dios pasaremos a una oración de aceptación de nuestra realidad; de un monólogo desesperado pasaremos a un diálogo lleno de confianza y esperanza en Dios. ¿Quién no se ha sentido o se siente como Job? ¿Cuántas veces no deseamos esa mano suave y amorosa de Dios, cuando pasamos por trances o situaciones difíciles? Jesús tiene la misión de embalsamar nuestro corazón dolorido.
La oración, centro de nuestra vida
Después de pasar mucho tiempo atendiendo y curando a enfermos, Jesús se retira a orar. Para él, la plegaria se sitúa en el centro de su vida. Dios está presente en su corazón, y necesita encontrar momentos de calma, de refugio confiado, de paz con Dios Padre. Después del trabajo intenso busca ese espacio para estar a solas con él.
También los cristianos hemos de valorar la oración como algo fundamental para nuestro crecimiento personal. Jesús sabe que su relación con Dios Padre es vital y se aparta del mundo para nutrirla y reparar fuerzas. Nosotros también hemos de saber cortar, evitando el hiperactivismo pastoral, y retirarnos a orar. Cuántas veces damos al impresión de estar siempre corriendo, de un sitio a otro, y nos falta paz y sosiego en nuestras tareas pastorales.
Evitar el hiperactivismo pastoral
La oración es central para toda la comunidad, para su desarrollo y para ayudarnos a dilucidar hacia dónde tenemos que ir en nuestras tareas. Dedicamos mucho tiempo a los demás y muy poco a Dios, cuando es él quien nos espolea a ir hacia los otros, pero siempre desde la comunión profunda con él. Si no es así, nos convertiremos en meros activistas, olvidaremos por qué trabajamos y por quién lo hacemos; nuestra labor acabará siendo nuestra realización personal y un día, cuando las dificultades y el exceso de trabajo nos abrumen, llegaremos a quemarnos. La humildad pastoral es importante para reconocer nuestros límites.
Detrás del activismo puede haber una actitud muy soterrada de soberbia y vanidad. Pablo, en la segunda lectura, nos dice que no hemos de enorgullecernos de lo que hacemos, sino entenderlo como un encargo, como una misión. No hacemos nuestra obra, sino la obra de Dios. Somos sus colaboradores y no los artífices.
Sólo desde esta humildad, reconociendo que todo nuestro trabajo es de Dios, seremos lúcidos y fecundos en nuestra acción hacia los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario