No nos referimos a un espacio físico ni geográfico, sino al corazón de uno mismo: Dios quiere reinar en nuestro corazón, en nuestra vida entera. Fijémonos en la figura del rey: un hombre clavado en la cruz, un hombre que, en la meta de su misión, ha puesto el servicio y la entrega a los demás, pasando por el sacrificio, el holocausto y la muerte. Hablamos de una realeza que nada tiene que ver con la realeza de las monarquías europeas o de Oriente. ¿Qué rey acaba en la cruz, condenado por su infinito amor a los demás hombres?
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