2011-11-25

Velad, porque no sabéis el día

Primer domingo de Adviento

Estad, pues, alerta, velad y orad, que no sabéis cuándo será el tiempo… Velad porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa: si a la tarde,  la medianoche o al canto del gallo, al amanecer. No sea que, viniendo de repente, os encuentre dormidos… Velad.
Mc 13, 33-37

Velar es propio de quien ama

Velad, porque no sabéis el día ni la hora en que vendrá el Señor. El evangelio que inaugura el Adviento nos invita a una actitud muy cristiana: velar. Muchos son los textos que nos aconsejan estar siempre alerta: velad, escuchad, estad a punto... Estas palabras pueden atemorizarnos, porque sugieren que Dios se presenta sin aviso, sorprendiéndonos. Pero los cristianos hemos de ir más allá del temor. Velamos porque esperamos al amor de nuestra vida. Estamos atentos porque amamos. Velar es propio de los enamorados, siempre aguardando la llegada del amado.
Dios siempre viene a nosotros. Todo el tiempo es suyo, y cada día se hace el encontradizo con el hombre a través de personas, situaciones, acontecimientos... Las palabras del evangelio, “velad”, nos exhortan a vislumbrar su presencia constante entre nosotros.
La actitud de alerta es propia del cristiano. La imagen del centinela que nunca baja la guardia refleja a la persona que no deja pasar un solo día sin prestar atención, sin estar atenta a los demás, sin ser consciente de que Dios impregna toda su vida. Velemos, porque cada hora es la hora de nuestro Señor.

¿Qué esperamos en Adviento?

Para los cristianos, Jesús es la culminación del Adviento. Podríamos decir que él es nuestra esperanza. Pero los que participamos asiduamente en la eucaristía somos cristianos post-pascuales. ¿Qué significa esto? Significa que ya hemos dejado atrás la etapa de espera. En nuestra etapa de catecumenado alimentábamos la esperanza de encontrarnos con el Jesús histórico, una figura humana muy atractiva que nos llamaba a dar un paso más. Con el bautismo, revivimos su muerte y resurrección y llegamos al Jesús pascual. Y, con la eucaristía, finalmente, permanecemos con Jesús sacramental.
Después de recibir el bautismo, con nuestra participación en la eucaristía, ya estamos instalados en la caridad. Jesús ya habita en nuestro corazón y no vivimos de la esperanza, sino de la experiencia viva del resucitado.
Os invito, en este tiempo de Adviento, a vivir el sentido de la auténtica esperanza cristiana, a comprender lo que significa que Cristo venga. Él ya está con nosotros, pero son muchos los que aún lo esperan. El cristiano que vive  esperanzado y se siente salvado se convierte en bandera de esperanza para aquellos que no la tienen o que no saben esperar el gran encuentro con Cristo en sus vidas.

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