2012-05-12

Amar al modo de Dios

“Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor… Esto os lo digo para que vuestro gozo sea cumplido. Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos”. Jn 15, 9-17

Este texto de San Juan relata uno de los momentos álgidos de la vida de Jesús, antes de su muerte. Son palabras cargadas de emoción, que expresan amistad y dulzura, pero que también entrañan una fuerte exigencia. Como maestro, es un momento clave para él. Sabe que tiene que partir y quiere dejar a sus discípulos un mensaje nuclear que impregnará para siempre su proyección apostólica. Sus palabras salen de lo más hondo de su corazón. Es un legado que marcará una pauta a sus discípulos cuando llegue la hora de testimoniar la buena nueva de Dios a los hombres.

Aprender a amar como Dios

Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Jesús ha amado a los suyos con el corazón de Dios. Por tanto, su amor es sin límites, pleno, auténtico, gozoso, generoso. En definitiva, amor de Espíritu Santo y amor de Padre. Les está diciendo que, como fundadores de la Iglesia, ellos también están llamados a amar de esta manera, a modo de Dios.
Pero sólo podemos amar como Dios nos ama si permanecemos en él. Y aquí es  cuando se está refiriendo a la alegoría de la vid y los sarmientos. Si no vivimos una unidad plena con Dios, difícilmente amaremos como Él nos ama. Pero si estamos unidos a él y permanecemos en él, este amor fluirá solo.

El mandamiento de la amistad

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Y ya no sois siervos, sino amigos, nos dice Jesús. Este es el mensaje fundamental del Nuevo Testamento.
Por un lado, descubrimos una llamada a ser amigo de Dios. Dios no quiere sirvientes ni esclavos, sino amigos que, como él, son capaces de dar la vida por otros. En el corazón de Dios no hay otro deseo que la amistad libre y gozosa con su criatura. Este es el gran salto de la revelación cristiana: antes que el hombre busque su mirada, Dios quiere entrar en su corazón. Y no lo hace desde su superioridad, o imponiéndose, sino como un enamorado, poniéndose a la altura de la persona amada. De ahí que Jesús subraye “ya no sois siervos, sino amigos”.
La amistad con Dios tiene sus consecuencias prácticas en la vida cotidiana. Dios es Padre nuestro, es decir, Padre de todos los seres humanos. Esa paternidad define una fraternidad existencial. Si somos amigos de Dios, también seremos amigos de sus otros hijos, que son hermanos nuestros.

Un amor humano y divino a la vez

La amistad es una bella palabra que, por ser tan utilizada, a veces pierde su sentido o se banaliza acerca de su significado. ¿De qué amistad nos habla Jesús? En sus palabras no hay duda alguna: No hay mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Cuando exhorta a sus discípulos a amarse como él los ama, les está indicando el camino a seguir. La amistad del evangelio es una amistad que lo da todo, hasta la vida, por amor a los amigos.
Jesús ultrapasa el clásico mandamiento, pilar de la antigua ley judía y regla de oro de muchas religiones: ama al otro como a ti mismo. Jesús cambia un matiz: ama al otro como “yo he amado”. Las personas podemos tener mayor o menor autoestima; a veces nos amamos muy poco a nosotras mismas, o al contrario, pecamos de egocentrismo y nos amamos de forma obsesiva e inadecuada. El amor del que habla Jesús tiene otra cualidad. Es amor de Dios, ese amor “que hace llover sobre justos e impíos”; un amor que, como bellamente describe san Pablo, “no pasa nunca”. Es un amor sin medida, incondicional, fiel y eterno.

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