2012-08-04

El pan que perdura

XVIII domingo tiempo ordinario

“Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre…” Jn 6, 24-35

Una promesa de vida eterna

En su ejercicio de la palabra, Jesús interpela tan profundamente que no deja a nadie indiferente. Tiene la capacidad de llegar al corazón y las gentes lo buscan incansablemente porque necesitan luz en su vida.

No obstante, esa búsqueda no siempre es limpia. Algunas personas quieren utilizarlo para conseguir sus fines. Después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, son muchos los que lo persiguen para satisfacer sus necesidades materiales. En su respuesta, exigente, Jesús desafía a quienes lo siguen y alude a otro tipo de pan y a otras necesidades, de orden espiritual. El hombre no puede vivir sólo de bienes materiales que perecen, sino del alimento que perdura. Con este discurso, Jesús va definiendo el sentido último de su misión: el centro de su tarea apostólica es dar la vida eterna.

La verdadera misión de la Iglesia

En el mundo de hoy, vemos que están surgiendo muchas iniciativas sociales y solidarias, a cargo de instituciones filantrópicas que se ponen al servicio de los más necesitados. Aunque es necesario responder con responsabilidad a los diversos problemas sociales, la misión de la Iglesia no se limita a la beneficencia, siendo ésta muy importante. La principal tarea de la Iglesia es anunciar su mensaje e invitar a las personas a crecer humana y espiritualmente.

Erradicar el hambre y la pobreza son imperativos éticos de toda sociedad y de los gobernantes. Es tarea de todos luchar contra la miseria y el dolor. La Iglesia también lo hace a través de sus instituciones caritativas. Pero nunca hemos de olvidar el sentido último de su misión: anunciar a Cristo e interpelar el corazón humano para que se aventure a vivir su vida centrada en el amor al prójimo. En definitiva, se trata de ocuparnos de las cosas de Dios. Y el deseo de Dios, según Jesús, es que creamos en la persona de Cristo como su enviado.

¿Qué significa esto? Dios quiere que trabajemos en todo aquello que nos ayude a conocerlo y amarlo mejor. Y lo podemos hacer si todo cuanto decimos y hacemos gira en torno a su persona. Se trata de situar a Dios en el centro de la familia, del trabajo, del ocio, de todo cuanto llena nuestra vida. Para ello, es necesario dedicar tiempo a la oración, a la formación y a la celebración. Además, materializamos nuestra fe ejerciendo la caridad hacia los demás.

Cristo, nuestro alimento

Desde la lógica humana es comprensible que uno pida signos para poder creer. Jesús hace referencia al pasaje del Éxodo en el que Moisés da de comer a su pueblo en el desierto y responde muy bien a aquellos que lo buscan. No es Moisés, sino su Padre, a través de él, quien alimenta a su gente. El pan de Dios no procede de este mundo, sino del cielo. También está haciendo una alusión a si mismo: él es el pan bajado del cielo.

La clave de la madurez cristiana es reconocer que Cristo es nuestro alimento. Una vez integrado en nuestra dieta espiritual, el hambre y la sed interior quedarán totalmente saciadas. Nuestra búsqueda del sentido último de la vida habrá culminado con su encuentro.

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