Pascua A - 2014 from JoaquinIglesias
Evangelio del día: Jn 20, 1-9
La resurrección de Cristo es la fiesta por excelencia de la
vida cristiana. Sin este acontecimiento, no se entendería la vida de la Iglesia y el sentido de
nuestro ser cristiano. Como dice San Pablo, “si Cristo no hubiera resucitado,
¡vana sería nuestra fe!”. El encuentro con el resucitado marca nuestra forma de
vivir y estar en el mundo, de una manera trascendida.
La fe alumbra en la tiniebla
El evangelio de San Juan nos relata cómo María Magdalena
sale al amanecer, cuando todavía es de noche, hacia el sepulcro. Su gesto es
simbólico de una fe que, aún a oscuras, alienta esperanza. María Magdalena ya
ha vivido una experiencia de resurrección íntima cuando se encontró con Jesús y
él la rescató de las esclavitudes de su vida anterior. En su corazón alberga
una última esperanza y una certeza: su Maestro no puede morir definitivamente.
De aquí que, apresurada, se acerque al sepulcro al romper el alba.
Ante el sepulcro vacío, brotan sentimientos diversos:
alarma, sorpresa, desolación… ¿Dónde está el Maestro? Poco a poco, la esperanza
va creciendo en su interior, y María va corriendo a comunicarlo a los
discípulos. En especial, se dirige a Pedro, pues reconoce su liderazgo en el
grupo y busca en él confirmación de este hecho perturbador.
La autoridad confirma la fe
Pedro y Juan, el discípulo amado del Señor, corren al
sepulcro. Juan, que corre más aprisa, también reconoce la autoridad de Pedro y,
conteniendo su natural curiosidad e impaciencia, no entra en el sepulcro y aguarda
a que él llegue. Entonces, ven que realmente el sudario está en el suelo y la
tumba vacía. Jesús no está allí. Para el judío, un sepulcro vacío significa
algo más que simple ausencia; es un anticipo y una primera prueba de la
resurrección.
Juan, narrador del evangelio, nos cuenta que entró, vio y
creyó. Es entonces cuando comprenden las Sagradas Escrituras y muchas palabras
y alusiones de Jesús a su muerte y resurrección.
En este pasaje, Pedro representa el Papado, la tradición y
el Magisterio de la Iglesia. Juan
es el teólogo, con una viva experiencia de Dios, pero que espera, humilde, la
confirmación de la autoridad. De alguna manera, esta lectura nos hace pensar
que los cristianos no podemos ir inventando teologías particulares, o haciendo
lecturas un tanto subjetivas de las escrituras. Es importante atenernos a los
hechos y a la tradición y enseñanzas de la Iglesia , que están fundamentadas sólidamente en
estos primeros testimonios, cercanos a Jesús. Muchas personas utilizan la Biblia para extraer teorías
subjetivas y originales, quizás un poco ligeramente. No olvidemos que estamos
hablando de una experiencia que nos sobrepasa y que va más allá de nuestras
elucubraciones. Este episodio evangélico nos muestra la importancia de la
comunión y de reconocer unas verdades inmutables que los cristianos coherentes
no podemos cuestionar, como el hecho de la resurrección.
Vivir la resurrección, hoy
Nosotros, los cristianos de hoy, no somos testigos oculares
de primera mano; no hemos vivido la experiencia de los primeros apóstoles ni
hemos escuchado su testimonio, como los cristianos de las primeras comunidades.
Pero sí hemos heredado esa vivencia y hemos recibido el mismo don que ellos: la
gracia, el don sobrenatural de la fe. San Pablo tampoco fue un testigo directo
de la resurrección y no conoció a Jesús como lo hicieron los Doce discípulos,
pero su vivencia fue extraordinariamente honda y sincera. ¡Cuánto hizo, y cuán
lejos llegó, movido por la fe!
Hoy, participar de la eucaristía nos hace testigos de la
muerte y resurrección de Jesús. Comulgando, Jesús se hace presente entre
nosotros y dentro de nuestro ser. Como predicó el Papa Benedicto en su homilía
de la Vigilia Pascual ,
con la resurrección, Jesús rompe las barreras entre el pasado y el porvenir, y
entre el tú y el yo. “El Resucitado está presente ayer, hoy y siempre; abraza
todos los tiempos y todos los lugares. También puede superar el muro que separa
el yo del tú. Así lo dice San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien
vive en mí”. Cada vez que acudimos a misa estamos asistiendo al acontecimiento
pascual y recibiendo el Espíritu Santo que alentó a los apóstoles.
Las mujeres, apóstolas
No deja de ser significativo que, en una cultura que
marginaba a las mujeres y las relegaba a una posición socialmente inferior, la
figura de la mujer aparezca en primer lugar en un hecho tan fundamental de
nuestra fe.
Jesús se aparece, antes que a nadie, a las mujeres. Ellas
fueron las únicas que no lo abandonaron en su pasión. Con Juan, ellas
estuvieron al pie de la cruz. Ahora, son ellas las primeras en recibir la gran
noticia de su resurrección. Esto tiene enormes consecuencias de tipo pastoral,
social y cultural. La mujer tiene una sensibilidad espiritual muy profunda para
captar situaciones importantes. Las mujeres se convierten en apóstolas de los
apóstoles. Su actitud y su valentía son un referente para las mujeres
cristianas de hoy.
Comunicar la mayor de las noticias
Hoy, domingo de Pascua,
celebramos que hemos recibido la mayor de las noticias. Frente a un mundo
convulso y desconcertado, donde los medios de comunicación se nutren de
desgracias y catástrofes, la noticia pascual nos ha de llenar de gozo y
alegría. Tenemos suficientes motivos para ser felices y no dejarnos hundir por
el desánimo ni la indiferencia. Los cristianos no podemos rendirnos ante la
avalancha de malas noticias. Hemos de
ser comunicadores de la alegría del resucitado. Como cirios pascuales, hemos de
esparcir luz y alegría en el mundo. La alegría es una cualidad esencial y
constitutiva del cristiano. Nos habla de la fuerza del amor, que vence la
muerte y todas las tribulaciones. Nada ni nadie nos puede arrebatar esta
alegría. Cristo vive, hoy y para siempre, en nosotros.
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