El Cuerpo y la Sangre de Cristo
El Cuerpo y la Sangre de Cristo
“Yo soy el pan vivo,
bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre. El pan que yo
daré es mi carne, para dar vida al mundo”.
Celebramos hoy la fiesta del Corpus, un acontecimiento central
para la vida cristiana. La festividad del Corpus Christi nos hace reflexionar
sobre el valor intrínseco de la eucaristía, como presencia palpable de Dios
entre nosotros.
La eucaristía, esencial en la vida cristiana
La eucaristía es el gesto sublime de entrega de Jesús.
Participar en ella nos ayudará a vivir nuestra vida de una manera
“eucarística”, es decir, dándonos a los demás. Para los cristianos, la
eucaristía es esencial; es el alimento que nos hace crecer espiritualmente.
Hemos de descubrir la importancia de la eucaristía. Es mucho
más que un rito o un precepto a cumplir. Es una invitación a vivir la presencia
de Cristo en nuestra vida. Cuántas veces venimos a misa porque toca, por
costumbre, o porque en un momento dado nos ayuda y nos proporciona consuelo. El
auténtico cristiano sabe centrar su vida entorno a la eucaristía.
Muchos dicen que creen en Dios y no necesitan de la misa, o
de la Iglesia
y los sacerdotes. El cristiano que cree de verdad que Cristo es el pan bajado
del cielo y lo toma compartido en la eucaristía es aquel que realmente quiere
vivir su fe de manera auténtica y sincera. Qué lejos están, incluso muchos
cristianos, de entender la importancia del encuentro con Cristo sacramental.
Hasta los que suelen venir a misa caen en la inercia de la rutina, sin llegar a
ahondar en el valor religioso que tiene nuestra participación en la eucaristía.
Otros le quitan importancia pues creen que no es esencial. Pero el evangelio de
hoy nos recuerda que “El que toma mi carne y bebe mi sangre tendrá vida
eterna”.
Jesús, el pan de vida
El evangelio de Juan alude continuamente a la eucaristía.
Jesús nos dice que se hace pan para que podamos tomarlo y tener vida eterna.
También podríamos decirlo al revés: el que no come el pan y no bebe la sangre
de Cristo, el que no participa plenamente de la eucaristía, no tendrá vida
perdurable, y su vivencia cristiana se irá apagando. Cristo habita en aquel que
toma su cuerpo.
Saciar el hambre del mundo
La plenitud del cristiano es llegar a vivir su vida como Jesús,
convirtiéndose en pan para los demás, alimentando y dando esperanza a aquel que
está vacío y nada espera. Nuestro desprendimiento nos ayudará a identificarnos
con el Cristo resucitado, hecho pan, que se da a todos nosotros.
En la festividad del Corpus, adoramos y veneramos la sagrada
Hostia y paseamos por nuestras calles y plazas al “Amor de los amores”, aquel
que dio la vida para rescatarnos y nos da la fuerza para levantarnos y que
podamos caminar con él.
El mundo necesita más que nunca el pan de Cristo. Ojalá los
cristianos nos convirtamos en custodias vivientes, es decir, en Cristos en
medio del mundo. Sólo así el mundo dejará de tener hambre, pues aquel que lo
puede saciar es Cristo.
El sentido de la adoración
La adoración ante el Santísimo Sacramento significa
reconocer la grandeza de Dios y nuestra pequeñez. Nos hace darnos cuenta de que
sin Dios no somos nada. Con Jesús de Nazaret, Dios también se arrodilla ante su
criatura para levantarla, no para esclavizarla ni convertirse en juez, como nos
recuerda el evangelio: “No he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo”.
Benedicto XVI, en su homilía de Corpus de este año, nos
recuerda que el mejor antídoto contra las idolatrías es la adoración a Jesús.
Sólo a él hemos de adorar. Arrodillarnos ante él también implica no adorar a
ningún otro poder terrenal. Sólo en Dios está la fuente de nuestra felicidad.
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