4 domingo Cuaresma - B from Joaquin Iglesias
Dios
desea una vida plena para sus hijos
Proclamar
Asumir
el sacrificio
Dios
nunca condena
Llamados
a cultivar una fe viva
Dijo Jesús a Nicodemo:
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
elevado el Hijo del Hombre para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno
de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su
Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
Jn 3, 14-21.
Dios
desea una vida plena para sus hijos
En este cuarto domingo de Cuaresma ,
el relato del evangelio recoge el sentido último de la revelación cristiana: Dios es amor. En su afán porque el
mundo se salve, hace un gesto sublime entregando a su hijo. Su amor no tiene
límites, y en Jesús vemos la encarnación de este amor llevado al extremo: da su
vida en rescate para otros. El denso diálogo entre Jesús y Nicodemo es una
catequesis sobre este amor de Dios, como tan bien recoge Benedicto XVI en su
encíclica Deus Caritas est. En el
texto vemos muy clara la misión que encomienda Dios Padre a Jesús: dar sentido
y plenitud a la vida. La gran afirmación teológica del Cristianismo es que el
hombre es criatura
de Dios y está llamado a vivir para siempre con él. Sólo así
será feliz. Su verdad es vivir según Dios.
La vocación de Jesús abriga un hermoso deseo que
comparte con el Padre: que todos se salven. En lo más hondo de su corazón desea
que todos crean en Dios. También sabe que esto va ligado a una entrega que lo
llevará hasta la muerte.
Proclamar
la Buena Nueva
Los cristianos estamos llamados a dar a conocer
al mundo la Buena Nueva
de Jesús de
Nazaret. Y esta Buena Nueva no es otra cosa que todos
conozcan a Dios, lo amen y descubran el sentido trascendente de la vida. Esta
es la gran misión de la
Iglesia , a tiempo y a destiempo, y es tarea de todos los
laicos bautizados y comprometidos que forman la iglesia militante, el cuerpo
místico de Jesús en la tierra. Después de encontrar el sentido de nuestras
vidas, la misma vocación cristiana nos empuja a expandir el reino de los
cielos.
Asumir
el sacrificio
Dios ama tanto al mundo que entrega a su propio
Hijo en rescate por todos. Bañados por la sangre de Cristo, todos estamos
redimidos. Jesús asume libremente la situación límite de la muerte, el dolor,
el sacrificio, el rechazo, para que todos, sin excepción, se salven. Ante esta
generosidad de Dios, que nos entrega lo que más quiere, su propio Hijo, ¡qué
menos podemos hacer que responder a su gesto! La respuesta puede implicar
entregar parte de nuestra vida, de nuestro tiempo, para que otros puedan
conocer a Jesús y descubrir la obra maravillosa de un Dios creador, fuente de
paz y de justicia. Estamos llamados a responder con la misma generosidad de
Jesús, que fue capaz de dar su vida.
Cada cristiano, como bautizado, está invitado a
seguir el itinerario de Jesús, hasta llegar a la completa comunión con Dios
Padre. Este caminar muchas veces nos acarreará dolor y rechazo. Será nuestra
cruz, la misma cruz que nos elevará para poder mirar el mundo con los ojos
trascendidos de Dios, con su misericordia.
Dios
nunca condena
Dios nunca condena a nadie. Como hemos oído
muchas veces, Jesús nos dice que no ha
venido a condenar sino a salvar. Pero cuando alguien rehúsa la luz,
cuando no ama, cuando es egoísta y vive ignorando el proyecto de Dios, se está
auto-condenando. No hace falta que nadie le condene, él mismo se está apartando
de la luz y, cuando vive lejos de la luz, cae en las tinieblas, ese abismo
terrible.
Se salvará quien crea, dice el evangelio. Creer
no es otra cosa que adherirse libremente a Jesús de Nazaret y, con él, ser
apóstol y trabajar para que muchos otros puedan salvarse.
Esta es la ardua tarea de la Iglesia. Como
cristianos, ¿cómo no vamos a comunicar algo que es tan importante para
nosotros? Si no lo hacemos es porque vivimos al margen de esta realidad que
debería centrar toda nuestra vida. Si realmente Dios colma nuestra existencia y
nos sentimos elevados a la categoría de hijos suyos, trabajaremos para que su
deseo se haga realidad.
Llamados
a cultivar una fe viva
La formación que brinda la Iglesia a través de los
sacerdotes y catequistas nos ayuda a profundizar en aquello que Dios sueña para
el hombre. Nos orienta para que podamos contribuir a crear Reino de los Cielos
en medio del mundo. Nuestra fe no ha de ser abstracta o intelectual: ha de ser
una fe viva. Como nos recuerda el Papa Francisco en su mensaje para la
Cuaresma, Dios no es indiferente al mundo, y nosotros tampoco podemos caer en el
terrible vértigo de la indiferencia. No podemos cerrarnos en nosotros mismos e
ignorar el sufrimiento que nos rodea. Nuestra fe ha de ir acompañada de
acciones, de una actitud, de una conducta vital que se reconoce al hermano más débil y pobre y
que se hace cargo de él. Esto pasa por dejar que nuestro corazón se
revolucione, enamorado de Jesús y de su Iglesia. Pasa por convertirnos en
auténticos militantes y anunciadores del evangelio. De esta manera estaremos
salvados. Si creemos de verdad, permaneceremos en la luz y tendremos vida
eterna, ya aquí.
La vida eterna empieza con Cristo resucitado.
Cuando cumplimos el plan de Dios ya estamos instalados en el Reino de los
cielos. Aunque no definitivamente, empezamos a saborear la plenitud de la vida
y del amor.
Más allá
de los rituales, más allá de cumplir con unas normas, hemos de responder con tenacidad ante la desidia de la
gente que no cree. Tenemos la responsabilidad de que poco a poco la sociedad
cada vez sea más cristiana. No dependerá sólo de las escuelas, ni de las
parroquias; dependerá de que en los hogares se rece y se hable de Dios. Es en
las casas, en la calle, en nuestro ámbito cotidiano, donde tenemos que dar una
respuesta afirmativa a Dios.
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