Deuteronomio, 26, 4-10
Salmo 90
Romanos 10, 8-13
Lucas 4, 1-13
El primer domingo de
Cuaresma leemos el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto. El
lugar de oración se convierte en un campo de batalla donde dos fuerzas libran
su combate por ganar el alma humana. Tampoco Jesús, como hombre, se libró de
esta pugna.
¿Qué significan el pan,
el poder sobre todos los reinos del mundo, la protección angélica ante un acto
temerario? Jesús, podía caer en estas tres tentaciones que nos acechan a todos
los cristianos y a toda persona llamada a una misión de servicio.
¿Reducimos
todo a la economía y al sustento? ¿Nos basta con procurar el bienestar
material?
¿Creemos que el poder es
necesario? ¿Se puede conseguir un fin bueno con cualquier medio?
¿Cultivamos
una fe milagrera, que necesita prodigios y signos para creer en Dios?
Jesús
responde con firmeza. No solo de pan vive el hombre. ¡No podemos endiosar la
economía ni el dinero! Tampoco podemos adorar más que a Dios. Adorarnos a
nosotros mismos, a nuestra obra, nuestro esfuerzo y logros, nos convierte en
tiranos o en esclavos, por mucho que queramos hacer el bien. Y finalmente, como
diría San Juan de la Cruz, lo más importante para crecer espiritualmente no son
los milagros ni las experiencias sobrenaturales, sino la fe pura, desnuda, que
se entrega sin condiciones aún sin tener pruebas de nada: esto es amor.
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