Proverbios 8, 22-31
Salmo 8
Romanos 5, 1-5
Juan 16, 12-15
Las lecturas de este
domingo siguen un camino de descubrimiento de Dios, in crescendo. La primera es
del libro de los Proverbios y nos habla de Dios Padre. Contemplando el cosmos,
el hombre no puede menos que atisbar, intuir, la mano de un Creador inteligente
detrás del orden y la belleza del universo. Pero ¿por qué un Dios creador iba a
entretenerse creando galaxias, estrellas y un planeta que bulle de vida? El
autor bíblico nos sorprende con una frase: «jugaba con la bola de la tierra,
gozaba con los hijos de los hombres». Para Dios crear es un deleite. No se
puede explicar por qué ha creado todo cuanto existe si no entendemos que lo ha
hecho por amor. Igual que una madre, se goza en sus criaturas.
El salmo 8 canta la
maravilla de la creación, donde el hombre es un ser pequeñísimo pero… ¡al mismo
tiempo inmenso! Su inteligencia lo hace capaz de dominar la naturaleza y ser
consciente de sí mismo. De todos los seres creados, es el más semejante a Dios,
«poco inferior a los ángeles». El dominio de la naturaleza, como recuerda el
Papa Francisco en su encíclica Laudato si’,
no debe entenderse como explotación. La Biblia no habla de expolio, sino de uso
y custodia, disfrute y a la vez cuidado responsable. El universo es la casa que
Dios ha dispuesto para sus hijos.
Del Creador pasamos a la creación
y al ser humano. San Pablo nos habla del Hijo, la segunda persona de la
Trinidad. Siendo Dios, Jesús alcanza la cima de la humanidad. Su vida, muerte y
resurrección nos reconcilian con Dios. Es el puente entre Creador y criatura:
por él los hombres estamos llamados a «alcanzar la gloria de Dios», es decir,
que con Jesús la humanidad puede un día divinizarse y compartir la vida de
plenitud que Dios sueña para toda su creación. Dios ya no es el lejano, el
ausente o el enemigo; no es el tirano caprichoso que juega con sus criaturas ni
el creador relojero sin alma, sino el Padre bueno que ama tiernamente a sus
hijos. Y Jesús, unido a él, entrega su vida hasta morir, también por amor.
¿Quién nos revelará estas
verdades que van más allá de la ciencia y de lo visible, pero que laten detrás
de toda la realidad? El Espíritu Santo. Nos falta conocer a esta tercera
persona de la Santa Trinidad, que es el fuego que hace arder la vida, el calor
que une, da sabiduría y caridad, comprensión y alegría. Desde Jesús podemos
acceder al Padre y al Espíritu, aunque los tres están inseparablemente unidos
entre sí: son una comunión de amor creador que se nos entrega. Nosotros, unidos
a la Trinidad, podemos conocer una vida nueva de una hondura y una belleza
inimaginable.
Descarga la homilía en pdf aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario