Isaías 2, 1-5
Salmo 121
Romanos 13, 11-14
Mateo 24, 37-44
Iniciamos otro año
litúrgico con este primer tiempo fuerte: el Adviento, las cuatro semanas antes
de la Navidad. Las lecturas de hoy nos hablan de preparación. ¿Para qué? Para
el inicio de un tiempo nuevo, el reinado de Dios. En medio de nuestros afanes
cotidianos y viendo cómo está el mundo, sumido en crisis y guerras, podemos
dudar y preguntarnos dónde está el reino de Dios. ¿Es una realidad o un mero
símbolo? ¿Es un sueño, o algo futuro y utópico? La profecía de Isaías habla de
una era de paz y concordia, donde las espadas se convertirán en arados, los
países dejarán de enfrentarse y habrá justicia para todos. ¿Es posible? Parece
que el mundo va al revés de estas profecías y que, cada año, empeora. La paz es
un anhelo universal del ser humano, como leemos en el salmo. Es valorada sobre todo
cuando carecemos de ella. Pero ¿cómo alcanzarla? ¿Cómo lograr que cada persona
desee el bien al otro, sin excepción? ¿Cómo tener paz fuera si dentro de
nosotros mismos a menudo ya hay una guerra interna?
Jesús es muy realista: no
vende humo ni sueños. Conoce los males que afligen al mundo y no dice que vayan
a acabar de un día a otro. Pero no deja que nos hundamos en la impotencia o el
desespero. El reino de Dios no es un gobierno al estilo de los poderes del mundo.
Está por encima de todo y al mismo tiempo en lo más profundo de la realidad:
dentro de nosotros mismos. Somos nosotros, con nuestras obras diarias, quienes
estamos preparando su venida. Ante los desastres del mundo cabe una actitud
activa y despierta: Velad porque no
sabéis el día que vendrá vuestro Señor, dice Jesús. Velar es vivir
despierto, como en pleno día, dice
San Pablo, con dignidad. Velar es
espera activa, amar sin cansarse y devolver bien por mal. Velar es ser conscientes
de que nuestra vida es una pequeña parte de una historia muy grande, la
historia de amor de Dios con la humanidad. Nada de lo que hagamos se perderá: hasta
el más sencillo gesto de caridad está contribuyendo a este reino que está más cerca
de lo que podamos imaginar.