Lecturas:
Baruc 5, 1-9
Salmo 125
Filipenses 1, 4-6. 8-11
Lucas 3, 1-6
Homilía:
Las lecturas de hoy suenan a anuncio gozoso, a buenas noticias que se acercan. En medio del desierto, en medio del exilio de Israel, en medio de la penuria, un mensajero anuncia días felices, días de fiesta y abundancia, días de alegría. ¿Es un consuelo o un espejismo? ¿Son mensajes para ilusionar a los desesperados? No. La voz que resuena en el desierto no sale de una quimera, sino de una certeza muy profunda, de una vivencia que va más allá de nuestra realidad cotidiana: la certeza de que Dios nos ama y está con nosotros. No abandona a sus hijos y nos trae una vida plena, muy pronto. Ya.
El profeta Baruc anuncia la gloria de la Jerusalén futura cuando la ciudad santa ha sufrido la destrucción de la guerra y buena parte de sus habitantes han sido deportados. Juan Bautista anuncia el reino de Dios en medio de un pueblo sometido al imperio romano, donde los poderosos medran y los pobres sufren y sobreviven. También hoy podríamos pensar que la Navidad suena como campanas celestiales en medio de un mundo convulso, herido por las guerras, el terrorismo, el hambre, los conflictos y la falta de sentido. ¿Hacia dónde vamos?, se preguntan muchas voces, más o menos conscientes, a veces catastrofistas. Parece que hay pocos motivos para la esperanza… Pero si alzamos la mirada al cielo, los hay.
El mundo no se acaba aquí y ahora. El mundo está en manos de Dios y nosotros somos quienes podemos mejorarlo tan sólo si cambiamos nuestro corazón. Pablo en su carta a los filipenses expresa su alegría: ¡qué hermoso ver una comunidad fiel, donde todos se aman y se apoyan, viviendo con alegría su vida diaria en medio del mundo! Sí, el reino de Dios siempre es posible allí donde pongamos amor. Y el amor de Jesús, la fuente de la que bebemos, no nos faltará nunca si nos abrimos para recibirlo. Por eso, este domingo es un día para abrir los oídos del alma y escuchar esa voz —interior y a veces exterior— que nos habla de Dios, un Dios amigo que está cerca y vive entre nosotros. Como la Jerusalén radiante, podemos alzar el rostro, sonreír y mirar al futuro con esperanza, trabajando en el presente con todo nuestro amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario