Lecturas
Eclesiástico 3, 2-14
Salmo 127
Colosenses 3, 12-21
Lucas 2, 41-52
Homilía
Las lecturas de hoy, festividad
de la Sagrada Familia, nos presentan unas escenas familiares. En el libro del
Eclesiástico leemos consejos que enlazan con el cuarto mandamiento: quien ama y
honra a sus padres tendrá una vida larga y buena. Incluso cuando los padres
flaquean y pierden facultades, algo que hoy vemos a menudo, con la larga
esperanza de vida, no hay que olvidar quiénes son y cuánto nos han dado. Sin
ellos no estaríamos aquí. Para la Biblia, el amor a los padres equivale al amor
a Dios.
San Pablo a los colosenses da
consejos a los cristianos para que su vida familiar y comunitaria sea armónica
y sana: revestíos de bondad, de paciencia, de humildad. A veces lo que
más nos cuesta es esto: sobrellevarnos y perdonarnos unos a otros. Quizás sea
este el secreto para unas relaciones duraderas, y quizás esto es lo que falla
tanto, provocando peleas y rupturas. Nos hemos despojado del amor, la humildad
y la benevolencia. Buscamos nuestro beneficio y no aguantamos al otro con sus
problemas. El individualismo fractura la convivencia y nos hiere a todos. No se
trata de someternos sin más, sino de amarnos y adaptarnos unos a otros por
amor. Cuando Pablo habla de la docilidad de las mujeres, no se queda ahí, sino
que pide también que los hombres no sean egoístas y amen a sus esposas. En
aquella época, en que muchos matrimonios eran pactos de conveniencia donde la
mujer apenas tenía nada que decir, un consejo así resultaba revolucionario.
Cuando habla del respeto a los padres, también pide a estos que no agobien a
sus hijos ni los desanimen con exigencias desmedidas. La clave es el amor.
El evangelio nos presenta un
cuadro diferente. Jesús, “perdido” en el templo y conversando con los sabios,
parece un adolescente algo rebelde. María lo reprende, ella y su padre han
sufrido por él. ¿Qué significa esto? El evangelio sugiere que la familia de
sangre no siempre entiende la vocación personal. A veces incluso puede
estorbarla. Pero Jesús, aunque defiende con firmeza su posición, tampoco quiere
dañar a sus padres terrenales. Como buen hijo, regresa con ellos a casa y está
sujeto a ellos. Ser dócil a sus padres no le impedirá crecer, ante Dios y
ante los hombres, y cumplir su vocación.
La discreción y la obediencia de
su vida oculta ocupará la mayor parte de su vida sobre la tierra. Pero en esos
años de vida familiar, sencilla y aldeana, se forjaron aquellos otros tres
años, breves y fulgurantes, de su vida pública. El amor aprendido en los años
de silencio, de María y de José, estalló en un Jesús adulto, valiente y
decidido a mostrar ante su pueblo que Dios, por encima de todo, también es
familia. Dios es padre, Dios es madre, Dios es hermano nuestro y también se
hace hijo. Toda familia, toda
comunidad y toda relación humana regida por el amor y la entrega son un
destello del amor de Dios.
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