Todas las lecturas de
este domingo son preciosas lecciones del arte de vivir: nos invitan a dejar de
obsesionarnos por el tener y a abrazar el ser. Pero no sólo nos afanamos por el
tener… Occidente está enfermo de activismo, también nos aqueja la fiebre del
hacer y hacer. Conseguir objetivos, alcanzar méritos, acumular cargos,
medallas, títulos, hazañas. ¿Para qué? El autor del Eclesiastés es crudo y
realista. Para nada, ¡vanidad de vanidades! Todo pasa, nada queda.
El salmo nos invita a ser
sabios aprendiendo a contar nuestros años. Gestionar el tiempo es un paso para
aprender a vivir con sentido. No se trata de aprovechar el tiempo con avaricia
ni de atiborrar nuestras agendas, sino de vivir el presente, saboreando cada
momento, mirando a los ojos a quien tenemos delante, poniendo los seis sentidos
y toda nuestra pasión en lo que hacemos. Es gracias a Dios que existimos. Es su
amor el que nos da las fuerzas y la inteligencia para actuar. Nuestras obras
deberían ser actos de gratitud y adoración a él. ¡Cómo cambiaría el mundo si
todos trabajáramos con esta consciencia! Adiós chapuzas, adiós trabajos
inútiles, adiós empresas con fines inhumanos, que no favorecen la vida ni la
dignidad.
Jesús, en el evangelio,
nos previene contra la codicia que rompe familias y amistades. Herencias,
ganancias, lucro fácil… ¡Lo vemos cada día! ¿De qué sirve acumular bienes,
dinero, ahorros, casas y tierras? ¿Ha añadido intensidad, belleza y amor a nuestra
vida? Una gran trampa del diablo en nuestros días es justamente esta: nos
quiere convencer de que trabajando a destajo «nos ganamos la vida», cuando
ocurre lo contrario. Si no sabemos poner límites al trabajo y a la ambición
acabaremos perdiendo el tiempo, la salud y lo más valioso: el amor de nuestros
seres queridos.
¿Tener o ser? ¿Hacer o
vivir? Claro que hay que tener lo necesario para vivir dignamente, y claro que
el trabajo es bueno y edificante. Quien no trabaje, que no coma, dijo San
Pablo. Pero el mismo apóstol nos recuerda que nuestra vida vale más que las
pertenencias materiales y los afanes egoístas. ¿A qué dedicamos nuestra vida?
¿Gastamos más tiempo en ganar dinero que en estar con Dios, o con los seres
amados? ¿Estamos adorando al dinero o a nuestras obras?
Tenéis una vida con
Cristo, escondida en Dios, dice Pablo. ¡Qué hermoso! Nuestra vida es semilla
divina y está ahí, acurrucada en el corazón de Dios. Estamos llamados a ser
hombres nuevos, resucitados. Llamados a vivir en plenitud. Desde Dios podemos
reenfocar toda nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras posesiones. Entonces
viviremos de verdad.
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