2024-06-21

¡Silencio, enmudece!

12º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 4, 35-41

Después de una intensa jornada de predicación, enseñanzas y curaciones, Jesús decide marchar a la otra orilla del lago de Galilea. Se embarca con sus discípulos y emprenden la travesía. En alta mar se levanta una violenta tempestad, que amenaza con hacer zozobrar el navío. Pero Jesús… ¡duerme! Agotado, confiado y sereno, el oleaje no le quita la paz ni le impide descansar. En cambio, los discípulos, aterrorizados, bregan contra el temporal y lo despiertan a gritos. Maestro, ¿no te importa que perezcamos?

Jesús increpa al viento y al mar: ¡Silencio, enmudece!

Dicen los estudiosos que, en la antigüedad, no pocos hombres con dotes especiales curaban y sacaban demonios. Pero uno solo, Jesús, tuvo la potestad de calmar el viento y las aguas. Sólo el hijo de Dios puede doblegar los elementos de la naturaleza. Pero la tempestad, en la Biblia, es más que un fenómeno natural. El mar agitado es un reflejo de la tormenta interior que agita a los discípulos. Tienen miedo, ven la muerte acechando. La tempestad es símbolo de todas las tribulaciones que hacen tambalearse al hombre. Vivimos en tiempos revueltos, decimos. Flotamos entre las olas y nos asalta el pánico. Con el agua al cuello, anegados en problemas y dificultades, alzamos la voz al cielo. Señor, Dios mío, ¿no te importa que nos perdamos?

Cuántas veces nos parece que Dios duerme, está ausente o no se preocupa por nosotros. ¿Le importamos a Dios? ¿Por qué permite que el mal sacuda el mundo, como el viento que levanta las olas?

Jesús despierta. Su voz basta para calmar las aguas. Jesús puede calmar las tormentas de nuestra vida. Él nos da la paz. Pero también nos increpará a nosotros: ¿Por qué tanto miedo? ¿Acaso no tenéis fe? ¿No confiáis en mí?

¡Silencio!, dice Jesús. ¡Enmudeced, voces internas, caos ruidoso que os agita y os ciega! Acallad todo ese griterío irracional, absurdo, motivado por el miedo y la desconfianza.

Si Dios está con nosotros… ¿quién contra nosotros? Decimos que Dios duerme. ¿No seremos tal vez nosotros los que dormimos? Anestesiados y aturdidos por la prisa, la hiperactividad, los medios y las redes sociales, ¿no estaremos hundiéndonos en un vaso de agua? Si no estamos despiertos, el vendaval nos arrastrará. ¿Dónde está el áncora de nuestra vida? Firmes, arraigados en Dios, de la mano de Jesús, no hay tormenta que pueda hundirnos. La confianza en él nos saca a flote. Con él no naufragaremos.

2024-06-14

Como una semilla

11º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 4, 26-34


El reino de Dios es el gran tema de la predicación y las palabras de Jesús. Pero ¿qué es el reino de Dios? Explicar la presencia de Dios en el mundo, tan misteriosa, tan invisible a veces, pero tan cierta, no es fácil. Jesús no hace filosofía ni teje grandes teorías: explica parábolas.

La parábola es una herramienta pedagógica de primer orden. ¿Cómo explicar algo para que la gente piense, entienda y recuerde? Mediante una comparación o contando una historia. Jesús utilizó este recurso para que las gentes quedaran impactadas y jamás olvidaran su enseñanza. Todos podemos olvidar una clase o una homilía. Pero nunca olvidaremos una imagen o un relato.

El reino de Dios es como un hombre que echa semilla en la tierra. Y la semilla cae en tierra y desaparece, pero al poco tiempo brota y va creciendo. Sin que nadie sepa cómo. Los sembrados crecen despacio y en silencio, pero cuando llega el tiempo de la cosecha, el campo se cubre de espigas doradas, llega el segador y recoge la mies.

La obra de Dios en este mundo es así. Jesús siembra el reino. Sus enviados siembran, diligentes y humildes. El reino no se impone con esplendor ni por la fuerza. Empieza pequeño, humilde, casi escondido. Pero crece porque en él hay una vida potente. Y se extiende, y da fruto. En la Iglesia, donde surgen tantas iniciativas para expandir el evangelio, deberíamos meditar despacio si estamos sembrando de verdad y si el reino está creciendo así, silencioso y fecundo como las mieses.

La comparación con el grano de mostaza es similar. De una minúscula semilla surge un árbol frondoso, donde los pájaros anidan y las gentes pueden buscar sombra. Este árbol puede compararse con la Iglesia, que empezó como una serie de pequeñas comunidades, minoritarias y perseguidas, pero fue creciendo y hoy se extiende por todo el mundo, pese a las dificultades que no cesan.

Humildad y fecundidad: estas son las cualidades del reino de Dios. Nada de espectáculo, fuerza y poder; quizás en otros siglos la Iglesia ha caído en la tentación de convertirse en un reino de este mundo, alejándose del reino de Dios. Las crisis, los martirios y la hostilidad de la sociedad hoy son una oportunidad para volver a las raíces y regenerarnos por dentro. Hemos de volver a sembrar buena semilla, sabiendo que apenas la veremos crecer y que otros recogerán el fruto de nuestro esfuerzo. No por ello hemos de rendirnos y dejar de trabajar por el reino. En lo que esté en nuestras manos, hagamos nuestra parte.

2024-06-07

Estos son mi madre y mis hermanos

10º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 3, 20-35

La escena de este evangelio es intensa y conflictiva. Leámoslo despacio, intentando viajar en el tiempo y situarnos en el lugar.

Jesús está en Galilea. Las multitudes lo siguen por todas partes, ávidas de escuchar sus enseñanzas y porque también ha curado enfermos y expulsado demonios. Todos quieren oír su voz y recibir su gracia sanadora. Jesús llega a casa con sus discípulos. ¿Qué casa es? Allí donde vive, quizás sea la vivienda de Pedro, o el hogar donde lo acogen. Quizás deseen descansar… pero se junta tanta gente que no los dejan ni comer. ¡Hoy hablaríamos de estrés evangelizador!

Esta escena revela cuánta hambre tenía el pueblo de escuchar un mensaje de esperanza. Las gentes necesitaban ser sanadas y salvadas y se arrimaban a Jesús como el náufrago a una tabla salvadora.

Pero no todos aprobaban a Jesús. Algunos decían: Está fuera de sí. Algunas variantes del evangelio dicen que quienes estaban fuera de sí eran los escribas que habían venido de Jerusalén. Jesús los había sacado de sus casillas y querían detenerlo. Por eso a continuación dijeron: Tiene un demonio dentro y por el poder de Belcebú expulsa a los demonios. No sabían cómo explicarse la sabiduría y el poder de Jesús, no aceptaban que pudiera venir de Dios. Y cuando lo sobrenatural no viene de Dios, tiene que venir de algún poder maligno.

Jesús, con su lucidez habitual, derrumba sus argumentos con una imagen. ¿Cómo va Belcebú a enfrentarse a sí mismo? Jesús no puede obrar con el poder del mal, pues justamente lo que hace es expulsarlo. La reflexión se extiende al ámbito social: una familia, un reino dividido, no pueden subsistir. Esto nos da qué pensar. Lo diabólico en el mundo es justamente la división. Todo lo que separa, todo lo que fomenta el conflicto, el odio y la guerra, es obra del diablo. Hoy, viendo la situación en que se encuentra nuestro mundo, podemos meditar cuántas personas, gobernantes y cargos con responsabilidad están actuando como discípulos y seguidores del maligno.

Jesús entonces lanza una frase lapidaria: todo pecado se perdonará a los hombres. ¡Todo! Incluso las blasfemias. Con lo cual está diciendo mucho sobre la misericordia de Dios. Pero hay un pecado que no admite perdón jamás. ¿Cuál es? La blasfemia contra el Espíritu Santo no es un simple insulto o una falta de respeto o de fe. No. El pecado tremendo que señala Jesús es no dejar que Dios sea Dios; no aceptar la fuerza amorosa, el poder perdonador de Dios, su gracia infinita. Quien no admite la bondad de Dios no podrá recibirla. Se cierra en banda y Dios, respetuoso de su libertad, no podrá obligarlo a recibir la salvación. En medio del naufragio, puede haber quien rechace la mano salvadora…

La familia de Jesús aparece aquí. Quieren verlo, lo reclaman. Quizás no entienden qué está haciendo Jesús, les asusta su misión y el movimiento que se está generando a su alrededor. ¿Qué hace un humilde carpintero de Nazaret comportándose como un profeta y atrayendo multitudes? En más de una ocasión, los evangelistas ponen en evidencia la incomprensión de los parientes de Jesús. Tardaron en creer en él y no fue hasta después de su resurrección cuando se aproximaron al circulo de los Once y de sus seguidores más fieles.

Jesús deja muy claro que la familia de sangre es importante, sí, pero cuando una persona es adulta y está siguiendo su vocación, su verdadera familia es la familia espiritual. La familia de Nazaret fue su cuna; otra será la familia de sus compañeros de camino. ¿Qué los une? El firme propósito de hacer la voluntad de Dios, día a día, no sólo de palabra sino de obra. Si la sangre une a la familia de origen, Dios une a la familia de destino, y esta es la que Jesús prioriza y a la que pertenece.

Lo hermoso, sin embargo, es que llegue el momento en que ambas familias sean una: que la familia de origen acompañe en la vocación y forme parte, también, de esos hombres y mujeres que cumplen la voluntad de Dios. Que la familia espiritual incluya también a los familiares y seres queridos. En Pentecostés, cuando ya Jesús había subido al cielo y descendió el Espíritu Santo, estas dos familias de Jesús con María, su madre, en medio de todos ellos, formaron una.