2024-06-07

Estos son mi madre y mis hermanos

10º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 3, 20-35

La escena de este evangelio es intensa y conflictiva. Leámoslo despacio, intentando viajar en el tiempo y situarnos en el lugar.

Jesús está en Galilea. Las multitudes lo siguen por todas partes, ávidas de escuchar sus enseñanzas y porque también ha curado enfermos y expulsado demonios. Todos quieren oír su voz y recibir su gracia sanadora. Jesús llega a casa con sus discípulos. ¿Qué casa es? Allí donde vive, quizás sea la vivienda de Pedro, o el hogar donde lo acogen. Quizás deseen descansar… pero se junta tanta gente que no los dejan ni comer. ¡Hoy hablaríamos de estrés evangelizador!

Esta escena revela cuánta hambre tenía el pueblo de escuchar un mensaje de esperanza. Las gentes necesitaban ser sanadas y salvadas y se arrimaban a Jesús como el náufrago a una tabla salvadora.

Pero no todos aprobaban a Jesús. Algunos decían: Está fuera de sí. Algunas variantes del evangelio dicen que quienes estaban fuera de sí eran los escribas que habían venido de Jerusalén. Jesús los había sacado de sus casillas y querían detenerlo. Por eso a continuación dijeron: Tiene un demonio dentro y por el poder de Belcebú expulsa a los demonios. No sabían cómo explicarse la sabiduría y el poder de Jesús, no aceptaban que pudiera venir de Dios. Y cuando lo sobrenatural no viene de Dios, tiene que venir de algún poder maligno.

Jesús, con su lucidez habitual, derrumba sus argumentos con una imagen. ¿Cómo va Belcebú a enfrentarse a sí mismo? Jesús no puede obrar con el poder del mal, pues justamente lo que hace es expulsarlo. La reflexión se extiende al ámbito social: una familia, un reino dividido, no pueden subsistir. Esto nos da qué pensar. Lo diabólico en el mundo es justamente la división. Todo lo que separa, todo lo que fomenta el conflicto, el odio y la guerra, es obra del diablo. Hoy, viendo la situación en que se encuentra nuestro mundo, podemos meditar cuántas personas, gobernantes y cargos con responsabilidad están actuando como discípulos y seguidores del maligno.

Jesús entonces lanza una frase lapidaria: todo pecado se perdonará a los hombres. ¡Todo! Incluso las blasfemias. Con lo cual está diciendo mucho sobre la misericordia de Dios. Pero hay un pecado que no admite perdón jamás. ¿Cuál es? La blasfemia contra el Espíritu Santo no es un simple insulto o una falta de respeto o de fe. No. El pecado tremendo que señala Jesús es no dejar que Dios sea Dios; no aceptar la fuerza amorosa, el poder perdonador de Dios, su gracia infinita. Quien no admite la bondad de Dios no podrá recibirla. Se cierra en banda y Dios, respetuoso de su libertad, no podrá obligarlo a recibir la salvación. En medio del naufragio, puede haber quien rechace la mano salvadora…

La familia de Jesús aparece aquí. Quieren verlo, lo reclaman. Quizás no entienden qué está haciendo Jesús, les asusta su misión y el movimiento que se está generando a su alrededor. ¿Qué hace un humilde carpintero de Nazaret comportándose como un profeta y atrayendo multitudes? En más de una ocasión, los evangelistas ponen en evidencia la incomprensión de los parientes de Jesús. Tardaron en creer en él y no fue hasta después de su resurrección cuando se aproximaron al circulo de los Once y de sus seguidores más fieles.

Jesús deja muy claro que la familia de sangre es importante, sí, pero cuando una persona es adulta y está siguiendo su vocación, su verdadera familia es la familia espiritual. La familia de Nazaret fue su cuna; otra será la familia de sus compañeros de camino. ¿Qué los une? El firme propósito de hacer la voluntad de Dios, día a día, no sólo de palabra sino de obra. Si la sangre une a la familia de origen, Dios une a la familia de destino, y esta es la que Jesús prioriza y a la que pertenece.

Lo hermoso, sin embargo, es que llegue el momento en que ambas familias sean una: que la familia de origen acompañe en la vocación y forme parte, también, de esos hombres y mujeres que cumplen la voluntad de Dios. Que la familia espiritual incluya también a los familiares y seres queridos. En Pentecostés, cuando ya Jesús había subido al cielo y descendió el Espíritu Santo, estas dos familias de Jesús con María, su madre, en medio de todos ellos, formaron una.  


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por su reflexión que es también oración.
No se canse nunca de compartir tan bellas palabras por las que ciertamente habla el Espíritu. Bendiciones.