2007-05-20

La ascensión de Jesús, inicio de una misión

Comienza la misión de los apóstoles

Con la subida de Jesús a los cielos culmina su misión. Pero comienza la de sus apóstoles. De la primera noticia de su partida en el discurso del adiós hasta su partida definitiva sus discípulos han ido recorriendo un proceso de total adhesión, ya no sólo al Jesús histórico, sino al Jesús resucitado

Pero la continuación de la misión de Cristo no sería posible sin haber recibido antes la fuerza de lo alto. Estaba escrito, dice el evangelio, que un día Jesús moriría pero al tercer día resucitaría y se predicaría la conversión a todo el mundo.

La misión de los discípulos tiene una doble vertiente: por un lado, el anuncio del resucitado. Cristo sigue viviendo en ellos. Por otro, la conversión total de los receptores del anuncio, que conllevará un cambio radical de vida.

La experiencia mística, el detonante

Esta misión también es posible gracias a que ellos fueron testigos de la experiencia del resucitado. La vivencia mística, novedosa, les infundió el coraje necesario. Ellos conocieron al Jesús histórico, comieron con él, lo acompañaron en su singladura, lo enterraron. Y también conocieron, acompañaron y comieron con el Cristo resucitado y glorioso. Esto les dio tal vigor que sólo desde aquí se entiende la fuerza arrolladora de los inicios de la misión apostólica. Jesús se convierte en un referente permanente, llegando, muchos de ellos, a dar la vida por él.

Ese impacto fue tan profundo que gracias al entusiasmo de esos apóstoles la fe en el Resucitado ha llegado hasta nosotros.

Avivar nuestra fe vacilante

¿Qué hacemos nosotros, los nuevos apóstoles del siglo XXI? Hemos heredado de los primeros apóstoles la gran experiencia de Jesús vivo. Sin embargo, después de dos mil años, parece que el creyente de hoy ha perdido su alegría y su empuje. ¿Qué nos sucede a los cristianos de hoy? Hemos recibido una cultura religiosa, la hemos valorado en su momento, hemos creído en ella, pero quizás no hemos dejado que arraigue totalmente en nosotros. Esa primera exigencia que espoleaba a los primeros apóstoles los transformó. Quizás nosotros no estamos del todo convertidos y por eso se va apagando la fe. Sólo recuperando el entusiasmo y el gozo de sentirnos amados por Dios podremos renovar las raíces de nuestra fe.

A pesar de todo, el Espíritu Santo sigue actuando y seguimos recibiéndolo en cada eucaristía en la que participamos. Es el mismo Espíritu que recibieron los apóstoles. Posiblemente desde instancias políticas e ideológicas se intenta barrer los valores cristianos. El culto al progreso, a la ciencia y a la tecnología nos puede despistar. Pero no podemos perder el norte ni los valores. Cada uno de nosotros está llamado a ser medio de comunicación de la gran noticia de un Dios que nos ama, se ha encarnado y viene a nosotros. Nada ni nadie podrá ahogar la fuerza del Espíritu Santo. Sólo nos falta intrepidez y osadía. Vale la pena hacerlo por Cristo.

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