2007-05-13

Quien me ama, escucha mis palabras

No se puede amar sin escuchar

“Quien me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a hacer morada en él”.

Escuchar las palabras de Jesús es escuchar a Dios. Amarle es una consecuencia y a la vez demuestra la coherencia entre la palabra y la vida. Quien ama escucha, está atento, receptivo. Los cristianos hemos de estar abiertos a lo que Jesús nos puede decir. No podemos separar el amor de la escucha. Quien ama a Dios, es receptor de su palabra.

La palabra de Dios es de vida, nos transforma y nos ayuda a crecer. Sólo cuando uno ama y escucha, su corazón está preparado para la acogida, y Dios puede venir a hacer morada en él.

La misión de Jesús: llevarnos al Padre

No olvidemos que estas palabras de Jesús son pronunciadas poco antes de su muerte. Tienen una especial trascendencia; está a punto de reunirse con el Padre y anuncia a sus discípulos que en un futuro próximo volverá para habitar en ellos para siempre.

Jesús recuerda con frecuencia a sus discípulos que sus palabras no son suyas, sino del Padre. Él es un reflejo de la palabra de Dios, la referencia al Padre es continua. Su misión es acercarnos al Padre. Como hermano mayor, nos lleva de la mano hasta la plenitud de su amor. Su intención es hacernos partícipes de esta unidad y comunión con Dios Padre.

La misión de la Iglesia es también ésta: conducirnos al Padre. No podemos llegar a Dios sin pasar por la Iglesia y sin tomar a Jesús –en el pan y el vino– pero tampoco podemos quedarnos en el cristocentrismo. Nuestra meta final es Dios Padre.

La paz que emana de Dios

“Mi paz os dejo… no os la doy como la da el mundo”, dice Jesús. La suya es una paz que viene de Dios, una paz divina, trascendida. En nuestro mundo, muchos somos los que buscamos la paz, pero no siempre la hallamos, porque quizás nos falte la raíz misma de la paz: el mismo Jesús.

Jesús nos transmite su paz: una paz llena de amor, de misericordia, de Dios. No hablamos de una paz social, ni de un pacto político o de una reivindicación. No hay paz sin justicia, y no hay justicia sin amor. Por tanto, sin amor no hay paz posible. El amor nos lleva a la paz y aún más allá: a la fiesta, al gozo. Esa paz emana de Dios.

Os enviaré un Defensor

Finalmente, Jesús promete a los suyos que jamás los dejará solos: les enviará un Defensor, el Espíritu Santo, el mejor compañero. El les recordará sus palabras y los mantendrá unidos. Los apóstoles, años más tarde, irían expandiendo el mensaje de Cristo e incluso dando su vida por la fe. El Espíritu Santo, el Defensor, les dio la fuerza y las palabras para defender su fe.

“Os he dicho esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo”, dice Jesús. Hoy, los cristianos seguimos recibiendo su palabra. Necesitamos escucharla para nutrirnos y seguir creyendo y dando testimonio vivo de nuestra fe.

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