20º Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A
La mujer se prosternó y dijo: “Señor, socórreme”. Jesús le respondió: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros”. Ella le contestó: “Es verdad, Señor, pero también los cachorrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”.
Mt 15, 21-28
La mujer se prosternó y dijo: “Señor, socórreme”. Jesús le respondió: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros”. Ella le contestó: “Es verdad, Señor, pero también los cachorrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”.
Mt 15, 21-28
La fe auténtica es perseverante
En tierras extranjeras, fuera de Israel, una mujer acude a Jesús y le suplica que cure a su hija, poseída de un mal demonio. La actitud de Jesús, al principio, nos parece severa y desconcertante. ¿Cómo puede desoír a esta mujer? Al final, los mismos discípulos, hartos de su insistencia y sus gritos, le piden que la atienda.
Esta petición nos recuerda las de otros personajes que también acudieron a él, y pertenecían a otros pueblos, como el centurión romano, o los leprosos samaritanos. En este caso, Jesús se hace de rogar. Con sus palabras, parece afirmar que su labor se circunscribe al pueblo de Israel. “He venido a las ovejas descarriadas del pueblo de Israel”. Tal vez Jesús ha querido comprobar si la petición de la mujer es sincera y auténtica.
Y la mujer insiste. Lo llama “Señor”. Reconoce su poder, y confía en él. Lo sigue, porque tiene la certeza de que puede sanar a su hija.
Hoy, Dios también nos pide a los cristianos que confiemos y que no perdamos la esperanza. Nos pide perseverancia, como a la mujer cananea. Para ello es preciso ser humildes, reconocer que estamos llenos de limitaciones y pecados, y que necesitamos su ayuda y su compasión.
Pedir por los seres amados
En el diálogo entre Jesús y la mujer cananea se intercambian unas palabras clave. En primer lugar, ella expone su súplica. No pide por ella, sino por su hija. ¡Cuántas madres rezan por sus hijos e imploran ayuda! Y no sólo piden por enfermedades físicas, sino por otros males que los aquejan. Hoy, son muchos los jóvenes que viven desorientados, vacíos, sin norte y sin saber qué hacer. El dolor y la preocupación empujan a muchas madres a rogar por ellos ante Dios. Desean lo mejor para ellos y, cuando ya no pueden hacer nada más, les queda la oración. El amor nos hace implorar ayuda para nuestros seres queridos.
Un “demonio muy malo”
La mujer explica que su hija tiene un demonio muy malo dentro. El mal se manifiesta de muchas maneras, y hoy también tiene sus expresiones. Muchas veces, ese “demonio” toma la forma del orgullo desmedido y la autosuficiencia. Otras veces, es el egoísmo y la cerrazón, el rechazo y la indiferencia ante los demás. Es un mal que corroe por dentro, y las madres saben que destruye el interior de sus hijos.
Humildad para pedir
La mujer se postra ante Jesús. Ten compasión, le suplica, socórreme. Se sabe necesitada y desvalida, pero no se rinde, y pide auxilio. Muchas veces nos rendimos y nos desanimamos, dejamos de pedir y acabamos creyendo que nadie escuchará nuestros ruegos. Aprendamos de la perseverancia de esta mujer cananea.
Jesús, finalmente, la escucha, demostrando que su corazón está abierto a todo el mundo, y también a los extranjeros. Nosotros, los cristianos de Occidente, que recibimos a muchos inmigrantes en nuestras comunidades, tal vez tenemos la tentación de creernos mejores que los de afuera, o de pensar que merecemos más que ellos. Y no es así. Jesús se da a todos, y en este evangelio vemos que lo importante no es el origen o la procedencia, sino la fe. La bondad de Dios se extiende a todos los continentes.
En su diálogo, respondiendo a las palabras de Jesús, y “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”, ella responde: “Pero también los cachorrillos comen de las migajas de sus amos”. Es entonces cuando Jesús se conmueve. “¡Qué grande es tu fe!”
Las migas de pan
Esas migajas de pan son una imagen del pan eucarístico. Tomar a Cristo es vivir alimentados de su amor y de su fe. Como la mujer, todos necesitamos al menos un trocito de ese pan para fortalecer nuestra vida.
Sentirnos amados por Dios, a través de Jesús, presente en el pan de la eucaristía, cada domingo, ¡esa es nuestra fe! Con sólo un poco de su pan y de su vino podríamos curarnos de todos los males espirituales que nos aquejan.
La fe cura y colma los deseos
La fe insistente de la cananea cura a su hija. La fe devuelve la vida, la esperanza y el amor. A menudo nos falta fe porque carecemos de humildad para pedir. La gran enfermedad, el gran demonio, es el orgullo, que nos aparta de los demás. En cambio, la humildad nos acerca.
Como a la mujer del evangelio, Jesús también puede decirnos hoy: ¡qué grande es vuestra fe! Pues a pesar de la apatía y el secularismo de la sociedad, pese a la frialdad religiosa y a contracorriente del mundo, seguimos aquí, creyendo, reuniéndonos a compartir el pan del cielo.
Jesús acaba con unas palabras que son promesa firme: “Se cumplirá aquello que deseas”. Así es. La fe nos llevará a colmar nuestros deseos. No sólo nuestras necesidades físicas, materiales o de salud, sino las aspiraciones más profundas de nuestro ser. Nuestro anhelo más hondo, el deseo de que Dios entre en nuestra vida y reine en nuestro corazón, se verá saciado. Pidámosle con fe, humildes, que nos llene de su amor y de su luz.
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